La intrusión de la primera nave espacial ramana en el interior del Sistema Solar a principios de 2130 tuvo un poderoso impacto en la historia humana. Aunque no hubo cambios inmediatos en la vida cotidiana después que el equipo encabezado por el comandante Norton regresara de su encuentro con Rama I, la clara y en absoluto ambigua prueba de que existía (o, como mínimo, había existido) una inteligencia enormemente superior a la humana en alguna parte del universo, obligó a un replanteamiento del lugar del Homo sapiens en el esquema general del cosmos. Ahora resultaba evidente que otros productos químicos, indudablemente fabricados también en el gran cataclismo estelar de los cielos, se habían elevado hasta la conciencia en algún otro lugar, en algún otro tiempo. ¿Quiénes eran aquellos ramanes? ¿Por qué habían construido una gigantesca y sofisticada nave espacial y la habían enviado de excursión hasta nuestras inmediaciones? Tanto en las conversaciones públicas como en las privadas, los ramanes fueron el tema de interés número uno durante muchos meses.
Durante mucho más de un año la humanidad aguardó más o menos pacientemente alguna otra señal de la presencia ramana en el universo. Se realizaron intensas investigaciones telescópicas en todas las longitudes de onda para ver si podía ser identificada alguna información adicional asociada con la nave espacial alienígena que se alejaba. No fue hallado nada. Los cielos estaban tranquilos. Los ramanes se iban tan rápida e inexplicablemente como habían llegado.
Cuando Excalibur fue operativo y su búsqueda inicial de los cielos no dio como resultado nada nuevo, hubo un apreciable cambio en la actitud colectiva humana hacia ese primer contacto con Rama. De la noche a la mañana, el encuentro se convirtió en un acontecimiento histórico, algo que había ocurrido y que ahora había quedado completado. El tenor de los artículos de periódicos y revistas, que antes habían empezado con palabras como «cuando los ramanes regresen…», cambiaron a «si alguna vez se produce otro encuentro con las criaturas que construyeron la enorme nave espacial descubierta en 2130…». Lo que había sido percibido como una amenaza, en cierto sentido como un embargo sobre el comportamiento humano futuro, se vio rápidamente reducido a una curiosidad histórica. Ya no había ninguna urgencia de enfrentarse con lemas tan fundamentales como el regreso de los ramanes o el destino de la raza humana en un universo poblado por criaturas inteligentes. La humanidad se relajó, al menos por el momento. Luego estalló en un paroxismo de comportamiento narcisista que hizo que todos los períodos históricos anteriores de egoísmo individual resultaran pálidos en comparación.
La oleada de desenfreno a escala mundial fue fácil de comprender. Algo fundamental en la psique humana había cambiado como resultado del encuentro con Rama I. Antes de ese contacto, la humanidad se erguía sola como el único ejemplo conocido de inteligencia avanzada en el universo. La idea de que los humanos podían, como grupo, controlar su destino muy hacia el futuro había sido un punto fundamental y significativo en casi cualquier filosofía de la vida. Que los ramanes existieran (o hubieran existido; fuera cual fuese el tiempo verbal, la lógica filosófica llegaba a la misma conclusión) lo cambiaba todo. La humanidad no era única; quizá ni siquiera especial. Era sólo una cuestión de tiempo antes de que la noción homocentrica del universo prevaleciente fuera irrevocablemente hecha pedazos por una más clara conciencia de los Otros. Así, fue fácil comprender por qué los esquemas de la vida de la mayor parte de los seres humanos derivó bruscamente hacia la autogratificación, recordando literalmente a los intelectuales de una época similar casi exactamente cinco siglos antes, cuando Robert Herrick exhortó a las vírgenes a sacar el máximo partido de su huidizo tiempo en un poema que empezaba: «Cosechad vuestros capullos mientras podáis; el tiempo de la vejez se acerca volando…».
Un estallido desenfrenado de llamativo consumo y ansia global se prolongó durante casi dos años. La frenética adquisición de todo lo que la mente humana podía crear se vio sobreimpuesta a una débil infraestructura económica que ya había iniciado una recesión a principios de 2130, cuando la primera nave espacial ramana cruzó el interior del sistema solar. Esa creciente recesión se vio pospuesta durante 2130 y 2131 por los esfuerzos manipuladores combinados de los gobiernos y las instituciones financieras, aunque la debilidad económica fundamental nunca fue corregida. Con el renovado estallido de compras a principios de 2132, el mundo saltó directamente a otro período de rápido crecimiento. Las capacidades productivas fueron ampliadas, la Bolsa estalló, y tanto la confianza del consumidor como el pleno empleo alcanzaron altas cotas. Hubo una prosperidad sin precedentes, y el resultado neto fue una mejora a corto plazo pero significativa del estándar de vida de casi todos los seres humanos.
A finales de 2133, se había hecho ya evidente para algunos de los observadores más experimentados de la historia humana que el «boom ramano» estaba conduciendo a la humanidad hacia el desastre. Empezaron a oírse lúgubres advertencias de un inminente hundimiento económico por encima de los eufóricos gritos de los millones que habían saltado recientemente a las clases medias y superiores. Las sugerencias de equilibrar los presupuestos y limitar el crédito a todos los niveles de la economía fueron ignoradas. En vez de ello, el esfuerzo creativo se quemó en situar de una forma tras otra más poder adquisitivo en las manos de una población que había olvidado cómo decirse «espera», y mucho menos «no».
El mercado de valores mundial empezó a hacer agua en enero de 2134, y hubo predicciones de un inminente hundimiento. Pero, para la mayor parte de seres humanos esparcidos por toda la Tierra y las dispersas colonias del Sistema Solar, el concepto de un hundimiento así era algo más allá de toda comprensión. Al fin y al cabo, la economía mundial se había estado expandiendo durante más de nueve años, los últimos dos a un ritmo sin paralelo en los dos siglos anteriores. Los líderes mundiales insistieron en que finalmente habían hallado los mecanismos que podían realmente inhibir las recesiones de los ciclos capitalistas. Y la gente les creyó…, hasta primeros de mayo de 2134.
Durante los primeros tres meses del año, el mercado de valores mundial bajó de forma inexorable, lentamente al principio, luego con caídas significativas. Mucha gente, reflejando la actitud supersticiosa hacia los visitantes cometarios que había prevalecido durante dos mil años, asociaron de algún modo las dificultades de la Bolsa con el retorno del cometa Halley. Su aparición, que se inició en mayo, resultó ser mucho más brillante de lo que todo el mundo esperaba. Durante semanas, los científicos de todo el mundo compitieron entre sí para explicar por qué era mucho más brillante de lo originalmente predicho. Cuando cruzó el perihelio a finales de marzo y empezó a aparecer en el cielo vespertino a mediados de abril, su enorme cola dominó los cielos.
Como contraste, los asuntos terrestres se vieron dominados por la creciente crisis económica mundial. El 1.º de mayo de 2134, tres de los mayores Bancos internacionales se declararon insolventes a causa de los prestamos fallidos. Al cabo de dos días, el pánico se había extendido por todo el mundo. Más de mil millones de terminales domésticos con acceso a los mercados financieros mundiales fueron usados para vender carteras individuales de acciones y bonos. La sobrecarga de comunicaciones en el Sistema de la Red Mundial fue inmensa. Las máquinas de transferencia de datos del SRM se vieron puestas a prueba mucho más allá de sus capacidades y especificaciones de diseño. La red de datos retrasó las transacciones primero minutos, luego horas, contribuyendo a dar un impulso adicional al pánico.
A final de la semana dos cosas eran evidentes: que más de la mitad de los valores cotizados en Bolsa se habían visto reducidos a la nada, y que muchos individuos, grandes y pequeños inversores que habían utilizado al máximo sus opciones de crédito, se hallaban ahora virtualmente arruinados. Las bases de datos de apoyo que mantenían el control de las cuentas bancarias personales y transferían automáticamente el dinero para cubrir descubiertos empezaron a destellar mensajes de desastre en casi un veinte por ciento de los hogares del mundo.
En la realidad, sin embargo, la situación era mucho peor. Sólo un pequeño porcentaje de las transacciones conseguía pasar a través de los ordenadores de apoyo porque los índices de datos en todas direcciones estaban mucho más allá de todo lo que había anticipado. En lenguaje de ordenador, todo el sistema financiero mundial cayó en modo «deslizamiento de ciclo». Miles y miles de millones de transferencias de información de menor prioridad eran «pospuestas» por la red de ordenadores, mientras las tareas de mayor prioridad eran atendidas primero.
El resultado de esos retrasos de datos fue que en la mayoría de los casos las cuentas bancarias electrónicas particulares no recibieron durante horas, o incluso días, los cargos correspondientes para cubrir las crecientes pérdidas del mercado de valores. Una vez que los inversores individuales se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo, corrieron a gastar todo lo que aún les quedaba, mostrando sus saldos antes de que los ordenadores completaran todas las transacciones. Cuando los gobiernos y las instituciones financieras comprendieron plenamente lo que estaba ocurriendo y actuaron para detener toda aquella frenética actividad, ya era demasiado tarde. El confundido sistema se había desmoronado por completo. Reconstruir lo que había ocurrido requirió compilar e interconectar todos los archivos backup almacenados en más o menos un centenar de remotos centros en todo el mundo.
Durante más de tres semanas, el sistema directivo financiero electrónico que gobernaba todas las transacciones monetarias fue inaccesible a todo el mundo. Nadie sabía cuánto dinero tenía. Puesto que hacía tiempo que el dinero en efectivo se había convertido en algo obsoleto, sólo los excéntricos y los coleccionistas tenían dinero líquido suficiente como para comprar incluso los alimentos necesarios para una semana. La gente empezó a intercambiar artículos para atender a sus necesidades. Fianzas basadas en amistad y conocimiento personal permitieron a mucha gente sobrevivir temporalmente. Pero el dolor apenas había empezado. Cada vez que la organización directiva internacional que supervisaba el sistema financiero mundial anunciaba que iba a intentar volver on line, y suplicaba a la gente que permaneciera alejada de sus terminales «excepto para emergencias», sus súplicas eran ignoradas: las solicitudes de procesado fluían al sistema, y los ordenadores se desmoronaban de nuevo.
Sólo pasaron otras dos semanas antes que los científicos del mundo se pusieran de acuerdo en una explicación para el brillo adicional en la aparición del cometa Halley. Pero transcurrieron más de cuatro meses antes que la gente pudiera contar de nuevo con información de confianza de las bases de datos del SRM. El costo de ese caos para la sociedad humana fue incalculable. Cuando fue restablecida la actividad económica electrónica normal, el mundo se hallaba en una violenta recesión financiera de la que no empezaría a emerger hasta doce años más tarde. Transcurrirían bastantes más de cincuenta años antes de que el Producto Mundial Bruto regresara a las alturas alcanzadas con anterioridad al Hundimiento de 2134.