CAPÍTULO 35

A la tarde siguiente, estoy frente al espejo ovalado de mi dormitorio e intento concentrarme en ponerme la armadura. Las manos me tiemblan cuando van hacia el baúl.

Me coloco las piezas doradas en el brazo y ato por debajo las correas de cuero que van de la muñeca hasta el hombro. El metal feérico no está frío sobre las mangas largas y es tan ligero y flexible que apenas lo noto cuando me muevo. Al atar las correas del otro avambrazo, el poder de Kiaran corre bajo mi piel; al principio es una corriente suave que pronto vibra y aumenta en mi interior.

El peto encaja sin problemas sobre mi pecho, es lo bastante pequeño para amoldarse a mi cuerpo. Deslizo las correas de cuero por las hebillas a mis costados —que conectan el peto al espaldar— y el poder vuelve a intensificarse. Mis sentidos se agudizan tanto que soy consciente de cada músculo, vena, órgano y hueso, de todas las partes de mí y mis nuevas habilidades. Así es como debe de sentirse un hada al tener tanto poder a su disposición que un simple movimiento de muñeca pueda provocar una tormenta.

Pero yo no soy una de ellas. Me inclino para sacar mi pistola de rayos, alojada en su funda de piel, que llevo amarrada a las caderas. Los explosivos en miniatura están al lado. Cada uno de los pequeños relojes está pegado a una correa que recorre el peto. Cojo la ballesta y me la cuelgo en bandolera.

Oigo un silbido detrás de mí. Me doy la vuelta y veo a Derrick volando en la puerta del vestidor, abriendo las alas suavemente.

—Tienes un aspecto…

—¿Ridículo? —supongo.

—No. —Suspira—. Una vez tuve una pequeña dama con una armadura como esa. Era exquisita.

—¿Qué le pasó?

Derrick se mueve, incómodo.

—Se marchó a Cornualles. Con otros pixies. —Revolotea hacia arriba—. Tu sìthiche te espera fuera. Se puso a refunfuñar y me dijo que no volviera sin ti.

Comienzo a acercarme a la puerta. Al pasar por el vestidor, me detiene un destello de color.

—Dile a Kiaran que solo será un momento.

Derrick sonríe abiertamente.

—Espero que esté enfadado. Me encanta cuando se enfada. Pero no tardes mucho, la luna está enrojeciendo.

Se va con un revoloteo de alas y luz.

En el vestidor, asomando por debajo de una pila de suaves vestidos de seda de color pastel, está el chal de tela escocesa de mi madre. Derrick debió de sacarlo del baúl anoche.

Los ojos se me llenan de lágrimas al agacharme para cogerlo. Admiro la tela sencilla, el diseño simple de lana oscura y clara, mientras me la llevo a la cara para inhalar su olor. Juro captar el ligero dulzor del perfume de mi madre. Lavanda con un toque de rosa. Abrazo con fuerza la tela escocesa y cierro los ojos. Vuelvo a coger aire, pero el aroma ha desaparecido. Tal vez lo haya imaginado.

Con cuidado, pliego el chal de lana y lo vuelvo a guardar dentro del baúl de madera. Aunque me siento tentada a llevarlo conmigo, todavía no merezco ponérmelo.

Mientras bajo las escaleras, intento ignorar cada detalle de la casa en la que crecí, la casa que contiene tantos recuerdos de mis padres. Pero no puedo. Paso por los cuadros de la costa escocesa que mi madre colgó en los pasillos porque echaba de menos el mar. El olor a humo de pipa y whisky todavía se percibe cerca del despacho de mi padre al pasar por delante. No puedo quedarme aquí, por mucho que quiera.

Cierro la puerta principal por última vez y me dirijo al centro de la plaza Charlotte. Derrick y Kiaran esperan junto al ornitóptero y la locomotora, lanzándose entre ellos miradas asesinas. Por lo visto, han acordado una especie de tregua a regañadientes.

Levanto la cabeza hacia el cielo. Las nubes son densas, oscuras, salvo las que rodean la luna. Mis sentidos están tan alerta que puedo ver todos los cráteres y montes que oscurecen su superficie. El color oxidado que presagia el eclipse ha empezado a envolver su blanco resplandor. Pronto se consumirá. Una luna de sangre.

Al acercarme al ornitóptero, Kiaran me echa un vistazo rápido, de la cabeza a los pies, y casi sonríe. Conozco esa mirada. Le gusta lo que ve.

—¡Aileana!

Gavin cruza corriendo la plaza Charlotte. Se detiene en seco delante de mí, vestido con las mejores galas de caballero, unos pantalones entallados, un chaleco y un pañuelo al cuello perfectamente atado. Hago un gesto de dolor al acordarme. Va vestido para el baile en la sala de celebraciones, al que se supone que debe acompañarme. Nuestro compromiso se anunciará formalmente esta noche.

Gavin mira parpadeando la armadura. No cabe duda de que no sabe apreciarla como Kiaran.

—¿Qué demonios es eso?

—Una armadura.

—Parece pesada.

Sonrío y me aclaro la garganta.

—Catherine… ¿está…?

—Está bien —me asegura—. Un tanto conmocionada, pero consiguió convencer a mi madre para que se marcharan juntas de la ciudad. No sé si eres consciente, pero Catherine es muy buena actriz si la ocasión lo requiere.

—Oh, sí. ¿Por qué no te has ido con ellas?

—He venido a ayudar —responde—. Estoy a tu disposición.

Derrick se posa en mi hombro.

—Oh, ¿así que ahora estás interesado en ayudar? —dice—. ¿Qué era eso que soltabas ayer sobre tu inutilidad antes de salir corriendo como un cobarde miserable?

Gavin le fulmina con la mirada.

—Ahórrate tu maldito sermón, pixie.

—Gavin —digo—, deberías marcharte de Edimburgo. Los videntes que estén en la ciudad correrán más peligro que cualquier otra persona.

Extiende la mano para sujetarme el avambrazo.

—No —contesta—. Sé que no puedo luchar por ti. —Levanto las cejas por la manera en que lo dice. Debe haberlo notado porque enseguida se corrige—. No puedo luchar contra ellos, quiero decir. Pero no puedes esperar que vaya a ese puñetero baile yo solo y me quede toda la noche de brazos cruzados.

Una despedida más. La última. Pero por algún motivo no me salen las palabras cuando le miro a los ojos. Me ruegan con la determinación que vi la noche que decidió marcharse del baile para estar conmigo.

Me tiembla la voz al hablar.

—Muy bien.

—Kam —dice Kiaran bruscamente.

Apenas soy consciente de la lógica de su tono de voz. Si las hadas perciben a Gavin, él las atraerá. Le matarán.

—Observa la batalla desde algún lugar seguro —le digo a Gavin—. Si eso no funciona, necesitaré que intentes salvar el máximo de personas posible. Sácalos de la ciudad, si puedes.

—¿Cómo?

—Coge el ornitóptero. Haz correr la voz y así abarcarás más terreno. —Me aparto de él—. Kiaran y yo iremos en la locomotora. —Llevo la mano al hombro y acaricio una vez las alas de Derrick—. Derrick, tú irás con él.

—¿Qué? —Agita las alas—. No voy a dejarte.

—Sí, claro que sí —respondo—. Quédate con Gavin. —Trago saliva para que las siguientes palabras no salgan entrecortadas—. Protegeos mutuamente.

«Protegeos mutuamente, porque yo no estaré allí para hacerlo».

Derrick vuela hacia el hombro de Gavin y se posa sobre él, pero no está nada contento.

—Muy bien. Pero esto va en contra de mi criterio.

Antes de subirme a la locomotora, Gavin me aprieta la muñeca. Le miro a los ojos y me sorprende el miedo que veo en ellos.

—Aileana —empieza a decir, pero no continúa.

Sé qué quiere decirme. Cuando Casandra previó la destrucción de Troya, me imagino que se sintió de un modo similar: inútil, aterrada y desesperada por impedir la visión que iba a hacerse realidad.

—Ya has visto la visión al completo, ¿verdad? —le pregunto—. Todo lo que vio Kiaran.

Gavin asiente. Antes de que yo pueda decir nada, me da un fuerte abrazo, apretándome contra él.

—Hasta anoche no vi con claridad lo que iba a suceder.

Hundo el rostro en su hombro, recordando las palabras de Kiaran. «Toda decisión deliberada que tomes podría ayudar a que la visión se cumpliera».

—No me lo cuentes.

—No lo haré —susurra. Me sujeta con fuerza y siento su cuerpo a través de la armadura—. Puedes cambiarlo —me dice—. Si alguien puede, esa eres tú.

Al hablar, se me quiebra la voz.

—Ojalá no te hubiera metido nunca en esto. Si te pasa algo…

Gavin me acerca aún más hacia él.

—No. —Aprieta su mejilla contra la mía—. No pienses ni por un momento que algo de esto es culpa tuya. —Se aparta para mirarme a los ojos—. Tomé mi decisión aquella noche en mi estudio. Volvería a decidir lo mismo.

Las lágrimas empañan mi visión y me cuesta mucho evitar derramarlas.

—Todavía mantengo que fue una estupidez.

Sonríe ligeramente.

—Aun así es infinitamente preferible a otro maldito baile, ¿no crees?

Le devuelvo la sonrisa.

—Infinitamente.

—Kam.

Kiaran pronuncia mi nombre en voz baja desde el interior de la locomotora, como si no quisiera interrumpir pero sabe que debe hacerlo. Si no nos marchamos ahora, no llegaremos a Queen’s Park a tiempo.

—Gavin, prométeme que no harás ninguna tontería.

—Solo si me prometes que no morirás.

No puedo asegurarle que volveré a verle, que sobreviviré a esta batalla. No puedo decirle que ojalá hubiera regresado a casa antes para poder haber pasado más días juntos. No puedo decirle que lamento los dos años que estuvimos separados, porque ahora parecen setecientos treinta años de oportunidades perdidas. No puedo prometerle nada que no sea capaz de cumplir.

—Cuídate —le digo.

—Y tú.

Entro en la locomotora, me siento junto a Kiaran y después le doy a los interruptores que ponen en marcha el motor. Cobra vida con un zumbido mecánico y el vapor se eleva desde el cañón de la chimenea en la parte delantera.

Empujo la palanca hacia delante y salimos de la plaza Charlotte.

El Queen’s Park es muy distinto visto a través del filtro del poder de Kiaran. Tengo los sentidos aumentados, la vista y el oído más agudos. Cada brizna de hierba es mil veces más afilada y veo claramente cada rama de cada árbol, hasta la ramita más pequeña. Y los colores… Es una gama distinta a la que estoy acostumbrada, más bonita e intensa. Así debe de ser cuando alguien usa los ojos por primera vez. No estoy segura de en qué centrarme: los colores, la hierba, los árboles o cada una de las gotas de lluvia que caen. Es totalmente sobrecogedor.

Miro las nubes mientras conduzco y la luna vuelve a brillar a través de ellas, casi completamente roja excepto por la fina franja blanca en la parte inferior.

Paro el vehículo en el prado, cerca de donde los seres feéricos saldrán del montículo. Examino la pared del risco bajo Arthur’s Seat, los árboles tranquilos que se apoyan en la roca. El parque está en silencio, todo está en calma. Ni siquiera una brisa agita las ramas.

Esperamos.

Miro a Kiaran y le encuentro contemplándome, con esos ojos extraños y encantadores más intensos que nunca. Le veo como le vi cuando estuvimos en el Sìth-bhrùth, asombroso y espléndido.

—Tan estoico como siempre, MacKay.

—Llevo años practicando —dice.

—¿Qué hacemos respecto a tu hermana? —le pregunto—. ¿Deberíamos sacarla a ella primero?

Niega con la cabeza.

—Sabrá que ha de salir antes de que el sello se reactive. Concéntrate en la batalla, no en ella.

Me río, con voz grave y forzada.

—Sé sincero conmigo. ¿Crees que ganaremos?

«Por favor, di que lo haremos bien —digo para mis adentros—. Por favor».

La emoción se refleja por un instante en su rostro, algo incomprensible para mí, como si leyera mis pensamientos.

—No lo sé.

A veces desearía que las criaturas feéricas pudieran mentir con tanta facilidad como los humanos. Quizás entonces Kiaran se sentiría obligado a tranquilizarme, solo en esta ocasión. Quiero que me diga que venceremos. Quiero que me diga que activaré el artefacto y encontraré la manera de impedir que quede encerrado con los demás. Quiero que me diga que no le perderé como perdí a mi madre.

Cojo a Kiaran de la mano. Su suave inhalación de aire me hace detenerme, pero al cabo de un instante, entrelazo mis dedos en los suyos, y él me lo permite.

Cuando pierdes a alguien, al principio es muy fácil olvidar que se ha ido. Hubo muchos momentos en los que pensaba en decirle algo a mi madre o la esperaba para tomar el té cada mañana a la misma hora. Esas sensaciones son tan fugaces, tan alegres, que cuando emerge la realidad, el dolor vuelve a ser tan intenso como al principio.

No puedo pasar por eso con Kiaran. Casi me pierdo yo misma en la pena la primera vez.

—Estoy asustada —susurro.

Kiaran me mira, muy quieto, callado. Me preparo para sus palabras, sin estar segura de qué dirá. Aterrada por lo que dirá.

Pero no habla; se limita a cogerme por el cuello del abrigo y presiona sus labios contra los míos. Kiaran me besa con una pasión de la que jamás habría creído que fuese capaz. Me besa como si supiera que va a morir. Me besa como si el mundo fuera a acabarse.

Me aferro a sus hombros y le tiro de la chaqueta para acercarnos. No quiero nada más que abrazarle y hundirme en sus brazos, olvidarlo todo. Quiero que se detenga el tiempo.

Retrocede y apoya su frente en la mía.

—Yo también estoy asustado.

Nunca creí que oiría esas palabras. No de él. Vuelvo a mirar la luna y casi se ha consumido.

—Márchate —le digo, de repente con más miedo que nunca. Tengo que intentar por última vez convencerle—. Todavía tienes tiempo. Sálvate…

El beso de Kiaran es intenso y su respiración, entrecortada.

—¿Te he dicho alguna vez el voto que un sìthiche hace cuando se promete a otro? —Desliza los dedos por mi cuello y sus labios son tan suaves sobre los míos que apenas los noto—. Aoram dhuit —musita—. Te adoraré.

Pierdo el control. Tiro de él fuerte hacia mí y hundo el rostro en su cuello. Mis lágrimas arden en su piel. Aprieto los labios hacia su pulso acelerado en la base de la garganta.

—Te salvaré —le digo—. Lo haré, te lo prometo.

Antes de que pueda responder, un penetrante chirrido al rascar el metal retumba en el parque.

El suelo bajo la locomotora tiembla y me agarro al timón para equilibrarme. Una niebla emerge de la tierra, suave y etérea al principio, luego más densa y rápida.

Alzo la vista hacia la luna. Está teñida de rojo.

Kiaran me coge de la mano.

—Cierra los ojos.

—¿Qué?

No le veo a través de la creciente niebla. Está espesando demasiado deprisa.

Me empuja contra el asiento y me tapa los ojos con la mano. La luz se filtra por sus dedos, por mis párpados cerrados. Es tan brillante que quema. Un calor intenso y agobiante, lo bastante sofocante para asfixiarme si se lo permito.

Luego… poder. Similar al de Kiaran, solo que aumentado mil veces. La boca se me inunda de dulzor, lodo, tierra y pétalos de flores aplastados. Intento tragarlo, sofocarlo, pero sigue llegando. Está machacándome. Es una avalancha lo bastante fuerte para hacerme pedazos. Me ahoga, no puedo respirar.

—Kadamach —dice una voz masculina poderosa—. Me alegro mucho de volver a verte.