CAPÍTULO 32
Kiaran está en la puerta cuando entra Catherine, pero ella no ve que está a su lado.
—Volveré más tarde, esta noche —dice antes de salir por detrás de la chica.
Catherine tampoco le oye, gracias a Dios.
—¿Aileana? —Los ojos de Catherine están muy abiertos por la preocupación—. ¿Estás bien?
Me doy cuenta de que no la he saludado.
—Sí, muy bien. Disculpa. Es que estoy un poco… aturullada.
Catherine sonríe con comprensión y se sienta en el sofá delante de mí, colocándose bien la falda de su vestido amarillo claro. Su pelo rubio, del mismo tono que el de Gavin, está recogido en un moño. Como siempre, tiene un aspecto lozano y encantador.
—Claro que sí. Sé que la situación con Gavin no debe de haber sido fácil para ti.
—Ya —me limito a contestar.
—Maravillosa respuesta —dice Derrick desde mi pelo—. Intenta sonar un poco menos forzada la próxima vez que mientas.
Catherine no advierte mi incomodidad o ha vuelto a seguir las normas de la señorita Ainsley para manejar situaciones violentas.
—No te culpo —dice secamente—. Me alegro de que si tienes que casarte con alguien, sea con mi hermano, pero las circunstancias… —Hace una pausa y respira hondo antes de preguntar—: ¿Puedo serte franca?
Intento no parecer inquieta bajo su mirada.
—Por favor —respondo, aunque temo lo que pueda decir.
—¿Os… pillaron de verdad… como dicen?
Por su expresión, me imagino que los rumores han deformado la historia hasta convertirla en algo bastante innoble y comprometedor.
—¡No! —Me arde la cara—. En absoluto. Te lo prometo.
Parece aliviada.
—Entonces ¿qué pasó?
—Bueno, es bastante delicado…
Catherine hace un gesto con la mano para quitarle importancia.
—Oh, da igual. No quiero pensar en mi hermano besando a nadie.
—¡No nos besamos!
En ese preciso instante, MacNab entra con otro juego de té. Catherine se sonroja y a mí me dan ganas de meterme bajo la maldita mesa.
—Gracias, MacNab —digo, ignorando las risitas de Derrick.
MacNab, prudentemente, no revela ninguna señal de que haya oído lo que he dicho y se va tan en silencio como ha llegado. Pulso el botón del té y le sirvo una taza a Catherine.
—No nos besamos —repito.
Catherine coge la taza y da un sorbo.
—Me he cruzado con Gavin de camino aquí. Parecía disgustado.
Me aclaro la garganta.
—El asunto de la boda ha sido duro para ambos.
Catherine asiente al comprenderlo.
—Claro. ¿Te encuentras mejor? —Frunce el entrecejo, preocupada—. Mi madre estaba muy… afligida por lo de ayer.
—Estoy segura —contesto, con la voz un poco débil—. Sí, estoy mejor. Tendré que enviarle mis disculpas a lady Cassilis.
Catherine extiende la mano para darme unas palmaditas en la muñeca.
—Seguro que lo aprecia muchísimo y me alegra saber que tu salud ha mejorado.
Dios, a veces no soporto que Catherine confíe en mí de manera tan incondicional. Soy una mentirosa, una impostora, y mi amiga no se da cuenta.
Cuando intento hablar sobre algo estúpido, como la boda, no me sale nada. Estoy asfixiándome en mis mentiras, rompiéndome bajo la presión de esta carga que me he visto obligada a soportar. Si no consigo reactivar el sello, Catherine morirá. Puede que esta sea mi última oportunidad de salvarla.
Impulsivamente, le cojo las manos, ignorando su alarma.
—Estoy preparada para todas las preguntas que desees formularme.
Catherine intenta sin éxito soltarse.
—¿Qué quieres que te pregunte? —Debe de ver la desesperación en mi rostro, porque en el de ella se refleja el miedo y la preocupación—. Si hay algo que…
—Siempre te has preguntado adónde voy cuando desaparezco de las reuniones sociales —digo—. ¿De verdad quieres saberlo?
Catherine se queda callada. Me mira como si esperara que yo confesara estar de broma. Al no hacerlo, ella se inclina hacia delante y respira hondo, apretándome las manos tal como hacíamos cuando éramos pequeñas y nos contábamos secretos.
—Sí.
Derrick me tira de la oreja.
—Aileana, no creo que esto sea…
—Muéstrate —le ordeno.
Catherine frunce el entrecejo.
—¿Qué?
—¿Estás segura? —me pregunta Derrick.
—Sí.
Por el rabillo del ojo, veo que el halo a su alrededor se desvanece. Está totalmente a la vista, con su ropa diminuta y su sonrisa pícara. Los pantalones que lleva hoy parecen confeccionados con uno de mis vestidos verde claro. Las delicadas alas se abren suavemente a su espalda, haciéndome cosquillas en la oreja.
Catherine da un grito ahogado. Abre mucho los ojos y se pone en pie de un salto, mientras su vestido hace frufrú, olvidando cualquier muestra de decoro.
—Una criatura feérica —susurra.
—¡Vaya, qué insultante! —exclama Derrick—. Soy un pixie, humana tonta.
Catherine se queda boquiabierta, mirándolo. Luego me mira a mí. Después otra vez a él.
—Creo que necesito ponerme en pie —dice débilmente.
—Ya estás en pie —le confirmo con una sonrisa.
—Es verdad. Tengo que sentarme. Quería decir que necesito sentarme. —Cae en el sofá, y la falda y las enaguas se inflan a su alrededor de una manera muy poco elegante—. Aileana —dice finalmente, sin apartar los ojos de Derrick—, ¿puedo volver a ser franca?
—Preferiría que lo fueses.
Las manos de Catherine se agitan delante de ella en movimientos de consternación antes de que finalmente las lleve al pecho para mantenerlas quietas.
—Creo que estoy a punto de vomitar en tu alfombra.
—No, no —digo—. Deja que llame a MacNab para que nos traiga… algo. Un cubo.
—Puede que también me desmaye. —Se le mueve el pecho—. Entonces ¿eres amistoso? —le pregunta a Derrick—. Porque me contaron historias cuando Aileana y yo éramos pequeñas.
—Puedo asegurarte —responde Derrick con una sonrisa traviesa— que soy bastante amistoso con damas tan encantadoras como tú.
—¡Cielo santo! —susurra.
—Catherine —digo—, hay algo más que debo contarte.
—¿Algo más? —ríe, jadeando—. Deberíamos limitar esas revelaciones que le alteran la vida a una por día, ¿sabes?
Sonrío brevemente, casi a modo de disculpa. Catherine está tomándoselo mucho mejor de lo que yo lo habría hecho en las mismas circunstancias. Al menos el primer ser feérico que recordará será Derrick y no Kiaran. No la imagino tan tranquila si supiera que ya ha sido feerizada por él y que intentó quitarle la camisa.
—Te he mostrado a Derrick porque tengo que pedirte que te marches.
Catherine abre los ojos de par en par.
—¡Pero si acabo de llegar!
—No. Tienes que abandonar la ciudad —le aclaro, intentando sonar lo más calmada posible—. Puede que suceda algo horrible muy pronto y, en ese caso, quiero que estés en algún lugar a salvo.
—Algo horrible —repite—. ¿Tiene que ver con… él?
Señala a Derrick con la cabeza.
—Con él no, pero hay otros seres feéricos que te harían daño si tienen ocasión.
—Ya veo. —Vuelve a parecer bastante afectada—. En el baile de lord Hepburn, mencionaste a un hada maligna. Eso fue lo que atacó al pobre hombre, ¿no?
—Desgraciadamente.
—¿Y tú? —me pregunta—. Todavía no me has contado qué haces cuando desapareces.
Con aire vacilante, le doy un sorbo al té. Esta vez no puedo mirarla. No quiero ver su cara cuando le responda.
—Los mato.
—Oh. —Por el rabillo del ojo, veo que se lleva una mano a la boca—. Oh —vuelve a exclamar en voz baja—. No… perdona. No sé muy bien qué decir.
Asiento al comprenderlo. Yo tampoco sé qué decir.
—¿Tú también te marcharás? —pregunta susurrando—. ¿O…?
No concluye la pregunta.
—Recuerda, una revelación asombrosa al día —digo con dulzura—. Hoy ya ha habido dos.