CAPÍTULO 31
El eco de la carga eléctrica persiste mientras dibujo los símbolos. Juro sentir aún el calor bajo la piel, fluyendo por mis venas. Agudiza mi memoria, que se fortalece por momentos.
Sigo dibujando de manera febril, obsesiva. El carboncillo garabatea sobre el papel como si lo controlara algo que está más allá de mí. La mano apenas puede mantener el ritmo de la mente.
Alguien me coge del hombro y me estremezco. El carboncillo mancha el papel.
—Cuidado —dice Kiaran—. Estás temblando.
—Estoy bien —miento.
Unos rayos del sol bajo de la tarde se filtran por la ventana de la sala de estar y alcanzan el papel mientras esbozo. Tengo los dedos manchados de carboncillo y las manos se me acalambran, pero no me detengo. La energía continúa golpeando en mi interior, símbolo tras símbolo. Dibujo una espiral más pequeña. El carboncillo es muy grueso comparado con el recuerdo de las delicadas líneas grabadas en el metal y no soy tan hábil dibujando algo tan complicado.
—¿No puede activar el maldito artilugio antes de mediados de invierno para evitar la batalla? —pregunta Gavin.
Gavin ha venido bajo el pretexto de desayunar juntos y lleva bebiendo té como bebe whisky desde que le expliqué lo que sucederá a mediados de invierno. Por supuesto, ya tenía una vaga idea por sus visiones, aunque todavía no me ha dicho lo clara que se ha hecho la premonición.
Se mueve en la silla y vuelve a cruzar las piernas, cambiando de rodilla rápidamente. La maldita taza de té vuelve a estar vacía. Intento ignorarlo y me concentro en el dibujo.
—No —responde Kiaran—. No podemos.
—¿Podrías intentar ser menos impreciso?
—Si pudiéramos evitarlo, vidente, no estaríamos aquí —dice Kiaran—. Y me imagino que te esconderías en algún tugurio como el resto de los tuyos.
—Bueno, si los tuyos no fueran tan…
—¡Caballeros! —Creo que la cabeza va a explotarme—. No puedo concentrarme con vuestra riña. Al menos Derrick está siendo educado. —Le echo un vistazo al pixie, que está en el alféizar de la ventana—. Asegúrate de seguir así.
—¡No he dicho nada!
—Estabas pensándolo. No creas que no me he dado cuenta de que no dejas de mirar a Kiaran.
Derrick gruñe para sus adentros y finalmente dice:
—Supongo que entiendo por qué él está aquí. —Señala a Kiaran con un ligero movimiento de cabeza—. Pero dime, ¿tiene que participar el vidente en nuestra pequeña reunión sobre el fin del mundo?
Empiezo otra espiral, parte de un nuevo símbolo que recorre la parte inferior del sello. Exhalo, aliviada. Ya casi he terminado.
—Gavin ha venido —digo— porque está involucrado en esto. Podría haber muerto la otra noche sin su ayuda.
Por un instante en el rostro de Derrick se refleja una expresión de culpabilidad.
—Ah. Ya.
—Gracias por defender mi honor —me dice Gavin y deja la taza vacía sobre la mesa—. ¿Dónde está tu mayordomo? Me he quedado sin té.
—¡Por el amor de Dios! —exclamo—. ¿Serías tan amable de dar sorbitos al té para que no tenga que servirte una taza cada cinco minutos?
—Nos enfrentamos al Apocalipsis —responde—. No hay suficiente té en el mundo para calmarme.
Dibujo el último símbolo y la electricidad que me hace cosquillas en las yemas de los dedos se desvanece. El cuerpo deja de temblarme y suelto el aire durante un largo rato mientras dejo caer el carboncillo y me limpio la mano cansada con un pañuelo.
—He acabado.
Kiaran se inclina para examinar mi trabajo. Su cálido hombro está tan cerca del mío que si me muevo un poco más, nos tocaremos. Mientras inhalo su olor, no puedo evitar acercarme, salvar el espacio existente entre nosotros y apretar mi costado contra el suyo. El sabor de su poder se hace más embriagador. Se vuelve para mirarme y nuestros rostros quedan a un mero aliento de distancia. Todo a mi alrededor se desdibuja y mi mirada cae sobre sus labios.
—¿Está bien? —susurro.
La voz de Gavin suena muy a lo lejos.
—Retrocede, criatura feérica. Ya.
«¡Por todos los diablos!». Me aparto de Kiaran, de pronto consciente de lo que casi he hecho. Me ruborizo y se me acelera el corazón por la vergüenza. Juro que me han entrado ganas de besar a Kiaran, ¡y delante de Gavin y Derrick, nada menos! ¿Qué me pasa?
—Por una vez estoy de acuerdo con el vidente —replica Derrick—. Mantén las distancias o te morderé.
Kiaran coge mi dibujo.
—Inténtalo y te arrancaré las alas para hacértelas comer.
Derrick silba. Gavin parece interesado, como si se preguntara si una cosa así sería posible.
—Bueno —digo alegremente—, nos llevamos de maravilla, ¿eh? Me alegra ver que os estáis haciendo amigos a pesar de vuestro deseo de violencia.
—No lo dirás por mí —dice Gavin—. Yo solo he venido a tomar el té.
—¿Y no por la compañía? —Me llevo una mano al corazón—. Me siento herida. Creía que te gustaba.
—La mayoría de las veces.
Kiaran coloca el papel plano sobre la mesa entre nosotros.
—¿Hablamos de esto o prefieres socializar?
Le miro parpadeando.
—Por favor, continúa.
—Se añadieron un reloj y una brújula al diseño del iuchair. —Señala los símbolos en cada punto—. Estos se corresponden a un acontecimiento lunar; un eclipse, en este caso. Los puntos cardinales mantienen el poder intacto dondequiera que esté el artefacto.
—¿Por qué un eclipse? —pregunto, inclinándome hacia delante.
—Los sìthichean somos más poderosos durante los sucesos lunares, sobre todo en los eclipses —explica Kiaran—. Los símbolos del artefacto canalizaron ese poder para aprisionarlos. Pero ningún sistema es infalible. En cada eclipse, los que estaban dentro intentaron escapar, y el sello fue debilitándose con el paso del tiempo. —Me mira—. Se suponía que esto no era permanente. Solo se colocó aquí hasta encontrar una solución mejor.
—Así que vamos a volver a poner en práctica otra solución «temporal» ahora que solo queda una halconera para reactivarlo —dice Gavin rotundamente—. ¡Qué inteligentes sois!
Kiaran me fulmina con la mirada.
—Será distinto esta vez.
—¿Por qué? —pregunto. Levanto una mano antes de que Gavin diga nada—. No tenemos precisamente un amplio abanico donde elegir.
Kiaran se ha vuelto a encerrar en sí mismo, lo que significa que oculta algo.
—Tú lo has dicho. No tenemos más opciones.
Derrick aterriza sobre el papel y sus diminutos pies caminan delicadamente entre los símbolos. El dobladillo de sus pantalones, ligeramente largo, arrastra detrás de él, difuminando aquí y allá el carboncillo. Se agacha para recorrer una línea.
—Para ser algo temporal, es brillante. Un solo sìthiche no sería capaz de escapar de esta prisión. Quienquiera que ayudara a las halconeras sabía lo que estaba haciendo.
—Sí, lo sabía —murmura Kiaran.
Frunzo el entrecejo por la sorpresa.
—¿Lo conociste?
Kiaran no me mira.
—Podría decirse que sí. Se trata de mi hermana.
Derrick ríe socarronamente.
—¡Tu hermana! No es tan refunfuñona como tú. Una vez mezcló mi leche con miel y me dijo que tenía la mejor estocada que había visto. Compartió un trofeo conmigo.
Les miro.
—¿Me he perdido algo? Nadie me había dicho que Kiaran tuviera una puñetera hermana.
—Nunca me lo has preguntado —responde Kiaran, encogiéndose de hombros para quitarle importancia.
¡Oh, maldita sea! Sabe perfectamente que nunca me dio un motivo para preguntar. No es más que otro de sus puñeteros secretos. Estoy planteándome anotar todas las preguntas que Kiaran evade, para que cuando se revelen por fin las respuestas en algún momento increíblemente inoportuno, pueda mirar la lista y recordar todo lo que me ha ocultado.
Derrick sale disparado del dibujo al aire, con las alas zumbando mientras el cuerpo comienza a brillarle en un tono plateado.
—Aún no me creo que tu hermana haya diseñado esto. Era mucho más maravillosa de lo que había pensado. Pero, en serio, los dos…
—Basta —espeta Kiaran con los dientes apretados.
—¿Los dos qué? —pregunto, muy enfadada ahora.
Derrick agita las alas una vez y le lanza una mirada a Kiaran, que niega con la cabeza a modo de respuesta.
—Nada —dice Derrick alegremente—. Nada de importancia.
Voy a añadir las contestaciones evasivas de Derrick a la lista de Kiaran, que sin duda aumentará hasta llenar volúmenes enteros.
—Bueno —masculla Gavin—, eso no ha sido nada incómodo.
Coge mi taza de té y, sin pedirme permiso, se la bebe de un trago.
Si Kiaran quiere mantener sus secretos, pues que le zurzan.
—Muy bien —digo—. Pues dime cómo funciona el maldito artefacto.
Kiaran se arrima.
—Estos símbolos en los círculos… —Da unos golpecitos sobre el papel—. Tienen que alinearse correctamente.
Examino el dibujo en busca de algún patrón apreciable de su disposición habitual.
—¿Están alineados ahora? ¿No puedo memorizarlo?
—Solo están alineados en parte. —Estudia el diseño con detenimiento—. Recuerdo vagamente cómo funciona, pero no estoy seguro de si mi hermana cambió el mecanismo cuando alteró el iuchair. Por lo que sé, estas son las primeras líneas de defensa. —Señala los tres círculos exteriores—. Cuando cambian, los cù sìth, los gorros rojos y los sluagh pueden escapar de los montículos. Parece que guardó los símbolos más fuertes con más poder para contener a los daoine sìth. Son los que están intactos por ahora. Pero aparte de eso, ella es la única que queda con vida que sabe cómo está alineado el resto.
Considero todas las combinaciones de los símbolos, pero no veo ningún patrón que se repita en los círculos internos.
—Bueno, ¿y dónde está? —pregunto—. ¿No puedes contactar…?
Obviamente Kiaran se ha puesto tenso.
—No.
—Bueno, todo esto ha sido… esclarecedor —dice Gavin. Se levanta y señala el dibujo con una mano—. Mira, yo no puedo ayudaros con eso. No puedo luchar como vosotros. Os estorbaré. —Mueve los ojos hacia Kiaran—. Tienes razón, ¿sabes? Nuestro talento se desperdicia con los inútiles.
Sale de la habitación dando grandes zancadas.
—¡Gavin!
Me levanto para seguirle, pero Kiaran me agarra de la muñeca.
—No. No puedes arreglarlo, Kam. Ahora mismo no puedes hacer nada por el vidente. Deja que se marche.
A regañadientes, me siento. Odio esta situación. Suspiro y cojo el dibujo.
—Céntrate —dice Kiaran—. En cuanto queden libres los daoine sìth, no dispondremos de mucho tiempo para reactivar el sello.
—Lo sé.
Soy muy consciente de las consecuencias si fracasamos. La ciudad caerá por mi culpa, porque soy demasiado débil para salvarla. Desde luego hay momentos en que sobrestimo mis habilidades, para convencer a Kiaran de que tengo el poder suficiente y, si me dice lo contrario, le dispararé con mi pistola de rayos.
Pero decir que soy fuerte no lo hace realidad. Este no es el momento adecuado para mostrar una falsa entereza. Viviré para salvarnos a todos o moriré en la batalla y condenaré a muerte a innumerables inocentes. No importa nada más.
Al ver mi expresión, Derrick vuela hasta mi hombro, se aprieta contra mi mejilla y me acaricia el cabello para intentar consolarme.
—Entonces tramemos un plan —digo—. ¿Cuándo fallará exactamente el artefacto?
Kiaran se inclina hacia delante.
—Cuando la luna esté totalmente eclipsada, se abrirá un portal en el prado bajo Arthur’s Seat.
—Vale —murmuro, imaginándome Queen’s Park. Arthur’s Seat es el punto más alto del parque y da al lugar donde aterricé la máquina voladora cuando encontré el sello—. ¿Cómo de eficaz será la barrera de luz que rodea el artefacto?
—No durará mucho —responde—. Un solo daoine sìth podría romperlo al final con una sobrecarga de poder continuo. Fallará antes si varios lo atacan a la vez. Si matamos a algunos conseguiremos más tiempo.
—Entonces lucharemos primero. El prado del Queen’s Park es lo bastante llano para la batalla —digo y sorbo las últimas gotas de té que Gavin dejó en mi taza—. Si les llevamos hacia el prado y reducimos su número, podré escabullirme hasta el artefacto y trabajar en los alineamientos mientras la luz siga intacta. ¿Podrás mantenerlos ocupados tú solo mientras hago eso?
Kiaran parece dudar.
—Depende de lo bien que lo hagamos en el ataque inicial. ¿Cuánto tiempo necesitarás?
Estudio el dibujo y recorro la compleja maraña de símbolos que necesito descifrar para que funcione.
—¿Cinco minutos? ¡Dios santo, más de cinco minutos!
Kiaran niega con la cabeza.
—Te daré dos.
Dos minutos. Dudo que pueda resolver este complicado rompecabezas en tan poco tiempo, a pesar de mi don natural para este tipo de cosas. Mi madre solía sentarse horas conmigo mientras yo intentaba resolver retos cada vez más difíciles. Así es como empezó mi amor por la ingeniería: cada máquina se convertía en un rompecabezas diferente.
Pero esta vez trabajaré sola, a oscuras, en medio de una batalla. La inmensidad que está en juego me marea.
Quizá debería mentir de nuevo, decirles que estoy segura de matar a un ejército y sobrevivir. Pero no puedo. Me atraganto con mis propias palabras. Kiaran se daría cuenta de todas maneras, como siempre, y Derrick se preocuparía…
Alguien llama a la puerta de la sala de estar.
—¿Lady Aileana? —dice MacNab—. La señorita Stewart ha venido a tomar el té.
Noto cómo mi falsa sonrisa ocupa su lugar habitual. La sonrisa perfecta, la mentira perfecta, la maldita vida perfecta.