CAPÍTULO 30
Cierro los ojos ante el ataque; imágenes en negativo, colores y puntos palpitan detrás de mis párpados. Un suave calor me envuelve.
Al abrir los ojos, la luz dorada sigue siendo insoportable. Resplandece en una columna que sube al cielo, rodeándome e iluminando las ruinas de la capilla. La lluvia brilla mientras cae a través de la luz, como si me envolvieran estrellas fugaces.
Finalmente bajo la mirada hacia el artefacto, sorprendida al ver que la plancha superior se ha abierto para revelar en el interior unos intrincados engranajes dorados. Son increíblemente delicados, hechos de un metal lo bastante fino para ser casi transparente.
Nunca he visto un trabajo tan minucioso. Tantos engranajes y piñones girando suavemente unos alrededor de los otros con diminutas palancas doradas intercaladas entre ellos. Siete anillos que aumentan de tamaño desde el círculo central hacia fuera, formando un mecanismo en movimiento continuo, lleno de símbolos, similares a los de una esfera de reloj muy elaborada. Los símbolos de los anillos dorados más cercanos al centro son los más complicados, desarrollando espirales más amplias sobre los anillos exteriores. Pienso en la marca en el interior de la muñeca de Kiaran, en cuánto se parece a estos círculos, en lo bonita y detallada que es.
Los indicadores dorados están colocados en cada uno de los puntos cardinales alrededor del círculo más grande, con pequeñas muescas entre ellos. Me doy cuenta de que es tanto una brújula como un reloj, hermoso y fascinante.
Siento el poder a mi alrededor. Pura energía, euforia relajante, un calor en mi interior que es como bañarse en la luz del sol. Es el tipo de artefacto que deseo crear. Algo que me una, que me calme. Y es una parte de mi herencia que nunca había creído que fuera posible. Me pertenece.
Entre tanto entusiasmo, miro a Kiaran. Está muy quieto en la linde de la luz dorada.
—Es precioso —digo—. Acércate, tienes que verlo.
Vacila y alza la vista hacia la luz áurea.
—No puedo.
—No seas tonto. —Me pongo de pie y extiendo el brazo a través de la luz para cogerle de la mano—. ¿Ves? Entra…
Cuando sus dedos entran en la luz, coge aire y aparta la mano de la mía, agarrándose firmemente la muñeca.
—¡MacKay! —Corro a su lado para ver qué sucede. La columna de luz tiembla y después cae al suelo. El poder ha desaparecido con tanta rapidez que tirito de frío—. ¿Qué pasa?
—Nada —dice con frialdad.
—Por supuesto que nada. —Intento asomarme por su hombro, pero él se aparta—. Enséñamelo.
Tiro de su brazo hacia mí, a pesar de su resistencia. Cuando veo la mano, emito un grito ahogado. Hay ampollas y la carne de las yemas de los dedos está roja y negra; hasta se atisba hueso como si la hubiera metido en el fuego.
—Ese artefacto está protegido contra cualquiera que no sea una halconera —dice.
Entonces siento una punzada de culpa. Me dijo que no podía entrar y ni siquiera me molesté en preguntarle por qué. Observo el milagroso proceso de curación feérica extendiéndose por la mano. Ya empieza a verse la piel pálida y brillante que sustituye a la negra y carbonizada, curada sobre los huesos de los dedos.
—Lo siento —me disculpo—. No debería haber…
—No pidas perdón. La luz es para protegerte contra los sìthichean. —Señala el artefacto con la cabeza—. ¿Puedes hacer que funcione?
—Pues eso espero.
En cuanto vuelvo a entrar en el círculo, la luz se eleva a mi alrededor otra vez. Me agacho y paso los dedos por los anillos dorados. El poder zumba bajo las palmas, una corriente eléctrica que parece incrustada en el suave y sedoso metal. Un trabajo increíble.
Kiaran se sienta en una piedra y se inclina hacia delante.
—¿Qué aspecto tiene desde arriba?
—Complejo —respondo—. Muy complicado. No reconozco la tecnología. ¿Cómo pudieron construir esto hace dos mil años?
Kiaran me mira con desdén.
—Los sìthichean estaban mucho más avanzados que los humanos ahora. —Inclina la cabeza hacia el artefacto—. Esto es tecnología de los sìthichean. Un iuchair alterado, de ingeniería inversa. Es la palabra que los Seelie usaban para denominar el confinamiento.
Por supuesto. Nunca había pensado en los seres feéricos como innovadores de ninguna clase. Resulta extraño que unas criaturas tan destructivas pudieran construir algo tan hermoso.
—¿Cómo se hicieron con él las halconeras?
Aparta la mirada.
—Tuvieron ayuda.
Recorro con la mano las espirales grabadas en el oro.
—¿De quién?
—No importa. ¿Qué aspecto tienen los símbolos?
Me inclino hacia delante para poder verlo mejor.
—Son unas espirales complicadas. No sé muy bien cómo describir los símbolos que forman. Hay un grabado con forma de estrella junto a la señal que indica el norte, pero el resto son más confusos.
—Sugiero que le eches un buen vistazo y luego vuelvas a tapar el artefacto para que nadie lo perturbe. Tendrás que dibujar los símbolos de memoria.
Levanto la cabeza, sorprendida.
—¿No podremos volver?
—No. —Alza la mano para anticiparse a mi inevitable pregunta—. Kam, por una vez confía en mí. ¿Podrás recordar los símbolos como los ves ahora para dibujarlos más tarde?
Dudo.
—No se me dan mal los bocetos, pero nunca he hecho uno de memoria.
—Maravilloso. —Kiaran se pone de pie—. Esta es la oportunidad perfecta para intentarlo.