CAPÍTULO 28

Pasada la medianoche, estoy a punto de marcharme de casa para cazar cuando noto el sutil sabor del poder de Kiaran procedente del pasillo. ¡Maldición! Espero que no sea visible para que los sirvientes no le vean paseándose por ahí. No necesito otro problema más que añadir a una lista cada vez mayor.

—Sé que estás ahí, MacKay, y puedes volver por el mismo camino que has venido.

Gira el pomo y se encuentra con que está cerrado con llave. Kiaran maldice en voz baja.

—Abre la puerta, Kam.

Derrick se acerca rápidamente desde el alféizar de la ventana, con un halo de luz roja a su alrededor.

—Oh, bien. Por fin ha llegado. Creo que prometí sacarle las entrañas.

—Juro que voy a matar a ese maldito pixie —oigo que masculla Kiaran—. Kam. Déjame entrar o arrancaré la puerta de las bisagras. Tú eliges.

Reprimo mi respuesta automática, «No te atreverás», porque estoy segura de que lo haría y prefiero dejar la puerta donde está. No puedo creer que esté haciendo esto. Descorro el pestillo.

Kiaran está en el pasillo, empapado por el chaparrón, con una mano apoyada a cada lado del marco de la puerta. El pelo negro se le pega a las pálidas mejillas y la camisa, casi transparente por la lluvia, revela su pecho terso que sube y baja debido a la rápida respiración irregular.

Me sorprende oírle respirar. Normalmente es muy silencioso, siempre está en calma.

—¿Qué quieres? —pregunto sin rodeos.

No tengo energía para ser cortés.

Kiaran me mira.

—¿Vas a invitarme a entrar o continúo chorreando sobre la alfombra del pasillo?

Me aparto para dejarle pasar, cierro la puerta y apoyo la espalda en ella.

—Sé breve. Tengo unas ganas tremendas de volver a dispararte y esta vez apuntaré a algo vital.

Derrick se posa en mi hombro.

—¿Volver a dispararle? —Parece indignado—. ¿Cómo me he perdido yo eso?

—Estabas fuera —respondo.

—Maldita sea —farfulla—. Me habría encantado verlo.

Kiaran se pasa una mano por el pelo. El agua gotea de su ropa hasta formar un charco alrededor de sus pies.

Me cuesta mirarle a los ojos después de todo lo que pasó anoche. Los únicos cumplidos que he recibido por parte de Kiaran estaban relacionados con mis cicatrices de guerra y la eficiencia con la que manejo el cuchillo contra el enemigo. Ahora ha visto lo destrozada que me ha dejado la muerte de mi madre y, cuando importaba, me arrebató lo que más quería. Su promesa no significa nada y, lo que es peor, le hizo una promesa a Sorcha y me impidió matarla cuando tenía una oportunidad. No me resultará fácil perdonarle.

Kiaran echa los hombros hacia atrás. Es tan alto que descuella sobre mí.

—No he venido a disculparme.

—Maravilloso. Gracias por confirmarme lo que ya sabía —digo—. Hay dos salidas en esta habitación. Elige una.

Derrick se ríe.

—Lo tiene bien merecido.

Kiaran le fulmina con la mirada.

—Mantente al margen de esto.

—No —replica Derrick.

—Cuidado, pixie —le advierte—. Olvidas quién soy.

Derrick se abalanza sobre Kiaran y vuela delante de él. Su halo es tan brillante que no se distinguen sus rasgos.

—No me he olvidado. Por eso nunca me he fiado de que vayas con ella.

Kiaran gruñe algo en su lengua y Derrick responde entre dientes con el mismo veneno. Yo solo entiendo un par de palabras sueltas. El idioma es bastante similar al Gàidhlig para que me resulte familiar, pero no se parece a nada que haya oído en voz alta.

Finalmente, Derrick gruñe:

—No soy tuyo para que me des órdenes. Nunca lo fui.

—Muy bien —intervengo e intento coger al pixie, pero es demasiado rápido. Consigo ponerme entre él y Kiaran—. Derrick, ¿podrías ir al vestidor para dejarnos un momento a solas?

Resopla.

—Creo que no.

—Derrick —repito con más firmeza.

—Vale —contesta—. Pero sigo queriendo sus entrañas.

Le suelta otra palabra ininteligible a Kiaran antes de salir disparado hacia el vestidor en una corriente de luz. La puerta se cierra de golpe.

Kiaran se queda con la vista clavada en la puerta del vestidor.

—Debes de importarle muchísimo a ese pixie —dice—. Nunca he visto a uno cohabitar con un humano.

Tiene un asombroso talento para cambiar de tema.

—¿Qué pasó entre vosotros dos?

—Nada agradable.

—Eso ya lo he supuesto. No has contestado a mi pregunta.

—Rara vez lo hago. —Cuando me limito a lanzarle una mirada asesina, añade—: Di lo que sea que estés pensando. Sácalo.

Estoy muy harta de los juegos de Kiaran, de sus respuestas vagas. Estoy harta de que me manipulen.

—Tu promesa no tiene ningún valor, dejaste a la baobhan sìth con vida.

—Necesidad, Kam. Esa fue la primera lección que te enseñé.

—No me trates como a una ingenua. —Le miro de arriba abajo—. Hablas de necesidad para eximirte de cualquier responsabilidad por tus acciones. Como cuando omitiste que habías participado en dejar sin poderes a mis antepasadas. Que conocías a Sorcha. De hecho, parecéis conoceros muy bien. ¿Qué relación tienes con ella? ¿Es una vieja amiga? —Me acerco a él—. ¿Una antigua amante, MacKay?

Kiaran agacha la cabeza y su nariz casi roza la mía.

—Eso no te importa una mierda.

No cedo. No me aparto de él ni permito que me intimide. Le miro directamente a los ojos y pregunto:

—¿Qué promesa le hiciste? —Como no responde, digo con más energía—. Dímelo. Ya.

¿Cómo pudo hacerle a ella una promesa auténtica y a mí no? Su palabra era la afinidad que teníamos. Lo único en que confiaba que nunca traicionaría, por lo que arriesgaría su propia vida. Y al final su promesa no ha sido más que otra medio mentira propia de una criatura de su especie.

La mandíbula de Kiaran se mueve y me pregunto si me contará algo, aunque sea otra mentira.

—Mi vida está ligada a la de ella —dice—. Si Sorcha muere, yo también.

Me quedo sin aire en los pulmones y noto un horrible dolor en el pecho. Me aparto de él. La visión se me nubla y me siento horrorizada al darme cuenta de que tengo los ojos llenos de lágrimas. Ha pasado tanto tiempo que me había olvidado de lo mucho que arden.

—¿Por qué? —pregunto.

Mi voz está sorprendentemente calmada.

—Te advertí sobre las consecuencias de intentar impedir que un vidente tuviera una visión —dice en voz baja—. Esta es una de las mías.

«No llores —me digo mientras me coge de los hombros para darme la vuelta—. No llores».

Es demasiado tarde. Se queda quieto mientras me busca con la mirada.

—¿Lágrimas, Kam? —musita—. ¿Por qué razón?

No reconozco sus palabras. No puedo.

—Sabías que he estado buscando todo este tiempo a Sorcha.

—Así es.

Un pensamiento horrible me pasa por la cabeza e inmediatamente me seca los ojos. Los dedos se cierran para convertirse en puños.

—¿Así que dejaste que mi madre muriera?

Entonces deja de mirarme.

—Cuando localicé a Sorcha en Edimburgo, ya había encontrado a tu madre. —Me aprieta los hombros con los dedos, al parecer un movimiento involuntario—. Al menos me dio tiempo a contarle quién era en realidad. Le aconsejé que se marchara de la ciudad, pero no quería abandonarte. Así que le di el cardo y ella te lo puso esa noche. Quiso que yo te salvara.

Apenas recuerdo las palabras de mi madre cuando trenzó el cardo en mis cabellos. Estaba tan entusiasmada que solo escuchaba a medias. Describió cómo hacía juego con mis ojos. Me avisó de que nunca me lo quitara, con un repentino tono sombrío que me habría puesto nerviosa si me hubiera molestado en prestar atención.

Me aparto para que me suelte.

—¿Salvarme? ¿Es eso lo que crees que hiciste, Kadamach?

El rostro de Kiaran se endurece.

—No me llames así.

—¿Por qué no? Ese es tu nombre, ¿no?

Me sorprende al apoyar la mano plana en mi mejilla. Sus dedos están calientes, son tentadores. La conexión entre nosotros es tan intensa que me dan ganas de inclinarme hacia esa caricia, pero su mirada me detiene. Le brillan mucho los ojos, extraños y sobrecogedores.

—¿Quieres que te hable del que respondía a ese nombre?

Ha vuelto su acento cantarín. Es una voz nacida para obligar, para ordenar. Es hermosa y desagradable, aterradora y reconfortante; se me ocurre un millón de dicotomías para describirla. Su objetivo es recordarme que bajo esa piel y esos huesos es poderoso, una criatura inhumana que podría matarme con poca dificultad. Casi vuelvo a olvidarlo.

No puedo hablar ni moverme, no puedo apartar la mirada. Las yemas de sus dedos recorren mi clavícula, pero ahora su tacto es frío y se hace incluso más gélido. Se me eriza el vello de los brazos.

—Kadamach vivía para destruir —comienza Kiaran—. Habría arrancado el alma de tu cuerpo para devorarla. Y eso le habría extasiado. —Una chispa de miedo prende en mi interior cuando sus labios me rozan la mejilla—. Los nombres tienen poder, Kam —dice—. No uses ese a menos que quieras ver de primera mano de lo que fue una vez capaz.

No me aparto a pesar de lo mucho que deseo hacerlo.

—Pero aun así te importaba alguien —digo—. Una halconera, como dijo Sorcha. Hasta Kadamach era capaz de amar.

Kiaran se estremece, un ligero movimiento, apenas perceptible, pero me dice lo mucho que aún siente el dolor de su muerte.

—No cometas el error de creer que conoces esa parte de mi pasado. Si crees que me humaniza, eres una tonta sentimental. —Se pone derecho y se aparta de mí, aunque el rastro de su tacto frío todavía arde en mi piel—. Ha llegado el momento de buscar el sello.

Antes de que yo pueda responder, abre la puerta del dormitorio y desaparece por el pasillo.