CAPÍTULO 27

El tiempo está igual que mi humor cuando Dona y yo caminamos en silencio por la calle George hacia la tienda de la modista. Mi pesado vestido de seda verde susurra y alzo la vista hacia las nubes con los ojos entrecerrados bajo mi paraguas. Otro día frío y lluvioso de invierno.

No puedo evitar insultar a Kiaran mentalmente a cada paso que doy. Maldito sea por entrometerse, por dejarme inconsciente cuando estaba tan cerca de matar a Sorcha, por… todo. Un ligero dolor de cabeza me golpea las sienes debido al control mental. No me he levantado hasta mediodía y Dona ha tenido que vestirme a toda prisa para nuestra cita con la modista.

Derrick se posa en mi hombro y sus alas se mueven animadamente mientras echa pestes.

—… entra en la habitación y ambos estáis empapados. Luego te tiende en la cama, con cuidado, supongo, a pesar de que es un completo imbécil, y me dice tranquilamente que hablará contigo más tarde. Cuando te visite, ¿puedo sacarle las entrañas?

No puedo evitar reírme por lo bajo. Unos carruajes sin caballos bordean la calle y el tráfico es denso, al seguir desviado de la calle Princes después del desastre en el puente. No puedo creer que solo hayan pasado unos días desde lo ocurrido. La calle está animada por el murmullo de los motores a vapor, por la risa de las damas mientras pasean con caballeros a sus respectivos destinos. Pasamos por delante de los magníficos edificios de piedra blanca sin muchos obstáculos, puesto que la gente parece ansiosa por apartarse de mi camino. Al fin y al cabo, no deben relacionarse con una dama arruinada. No volveré a recuperar mi reputación hasta que me case.

Los residentes de la Ciudad Nueva no son muchos y se conoce a todo el mundo por su reputación. Es de suponer que la reputación de cada uno de ellos no se parece a la mía, por lo que la gente normalmente es bastante amistosa y tienen la costumbre de saludarse unos a otros al pasar.

—Buenos días, señor Blackwood —digo.

El joven caballero me saluda con un gesto de cabeza y avanza a grandes zancadas sin detenerse.

—Supongo que el señor Blackwood tiene prisa —le digo a Dona.

—¿Y por qué nos preocupamos de lo que piense la gente? —masculla Derrick—. Son idiotas. Pero, si quieres, puedo hacer que te saluden. No he usado mis poderes con nadie desde hace mucho tiempo y, ahora que lo pienso, lo echo bastante de menos.

—Deberíamos ser educados —sugiero enfáticamente con los dientes apretados, aunque no me siento nada afable.

—Solo estoy siendo sincero.

Menos mal que ya hemos llegado a la modista. Entro en la tienda y pliego el paraguas mientras echo un vistazo. El local es cálido y luminoso en comparación con el día gris que hay fuera. Dos sofás de terciopelo están colocados en medio de la habitación y ya han preparado un juego de té entre ambos. Más allá hay tres espejos enmarcando un taburete, donde los clientes pueden verse desde todos los ángulos. El papel de las paredes es de un burdeos intenso que hace juego con la alfombra persa bajo los muebles.

Derrick resopla.

—¿No hay miel con el té? ¿Qué clase de establecimiento es este?

Sobre nosotras flotan las lámparas globo que son tan populares en la actualidad. Una de ellas zumba demasiado cerca de mi cara y la empujo con cuidado de vuelta al techo.

—¡Lady Aileana! No la he oído entrar.

La señorita Forsynth, la modista, sale afanosamente de la trastienda. Es una mujer mayor, de unos cincuenta y un años, y la principal modista de Edimburgo; por eso mi padre le ha encargado que diseñe mi traje de novia.

—Buenos días, señorita Forsynth —la saludo—. Me alegro de verla.

—Por favor, siéntese, mi señora. ¿Le cojo el abrigo? Esta tarde estamos solas.

Me quito el pesado abrigo húmedo de los hombros y se lo doy junto con el paraguas. Los lleva al guardarropa y regresa con varias muestras de tela.

—Bueno, déjeme que le muestre algunas ideas. —La señorita Forsynth se sienta a mi lado y chasquea la lengua—. Ojalá tuviera más tiempo para preparar su vestido. Podríamos conseguir algo mucho más elegante si tuviéramos un mes más.

Le doy un sorbo al té.

—Siento las prisas.

Sonríe. Asiente. Sé educada. Sé correcta, Aileana; porque la Aileana correcta se disculpa incluso cuando no tiene que hacerlo. Es afable, sosa y simpática. Tengo que sobrevivir a este día sin matar a nadie.

La señorita Forsynth me da unas palmaditas en la mano.

—Oh, querida, lo entiendo. Después de todo, lord Galloway es muy apuesto, ¿no? Comprendo por qué es necesaria tanta prisa.

Me mira de manera cómplice. ¡Cielo santo!

Dejo la maldita taza de té antes de romperla. Derrick se burla de mí.

—No me extraña que salgas a matar todas las noches.

La señorita Forsynth coge sus muestras y me las pasa.

—Bueno, como iba diciendo, tengo unas cuantas telas maravillosas para su vestido antes de enseñarle algunos diseños. Esta —me muestra la de encima de la pila— es tafetán fino. ¿No es preciosa?

—Es horrible —opina Derrick—. La siguiente.

Reprimo un suspiro. Hay tantos sitios donde desearía estar en vez de aquí… Para empezar, buscando a Kiaran para amenazarle con mi pistola de rayos. Todavía no he procesado la ira y la impresión con las que me desperté esta mañana después de todo lo que me reveló Sorcha. Todo lo que Kiaran había estado ocultándome.

—¿Lady Aileana?

—Sí, es preciosa —respondo, ausente, acompañando mi respuesta de una sonrisa agradable.

—O mire esta seda marfil —dice, sacando otra muestra—. Iría de maravilla con su color de piel.

Dona asiente para dar su aprobación, pero Derrick zumba cerca de mi cabeza.

—¿Está de broma? ¿Marfil? ¿Quiere que parezcas cetrina? ¿Por qué no le dices que se pierda porque no vas a casarte con ese maldito cabr…?

—Azul —digo firmemente, interrumpiendo la diatriba de Derrick—. Creo que preferiría el azul.

La señorita Forsynth parpadea, sorprendida, por mi arrebato.

—¿Azul? Sin duda ese color está bastante… anticuado. El marfil se ha convertido en la elección más popular entre las novias modernas. Su mismísima Majestad lo llevó en su boda y estaba muy guapa, la verdad.

—¡Cuánto me alegro por Su Majestad! No obstante, yo preferiría el azul. ¿Tiene esta en azul?

No quiero pasar un minuto más de lo necesario en este lugar.

La modista frunce los labios, arrugando las comisuras de la boca.

—Por supuesto. Una elección maravillosa. —Me dedica una sonrisa parcial, forzada—. ¿Le enseño la selección de diseños?

Maldición.

Trae algunos dibujos y muestras de otros vestidos. Asiento en los intervalos apropiados, sin apenas comprender sus palabras. Sin embargo, debo de haber aceptado algo, porque antes de que pueda excusarme para marcharme, me acompaña a la trastienda para tomarme las medidas y sujetarme la tela con alfileres.

Estoy sobre un taburete en medio de la habitación y Dona se sube a otro para desabrocharme mi vestido de día. Tira de las mangas para retirarlas de los brazos, revelando mi camiseta. Fulmino a Derrick con la mirada, que sonríe con picardía. Se sienta sobre la repisa de la chimenea y me señala con los dedos.

—Oh, muy bien —dice, mientras sacudo la cabeza sutilmente. Abre las alas en abanico cuando se da la vuelta—. ¿Por qué siempre tienes que estropearme la diversión?

Me quedo rígida mientras la señorita Forsynth me toma las medidas.

—Mi señora, ¿podría levantar los brazos, por favor?

Alzo los brazos como una muñeca muda.

Tres días. Quedan tres días para mediados de invierno, tres días para que termine el mundo, y yo estoy haciendo esto. Supongo que es apropiado. Si sobrevivo a la batalla, volveré a esto, a ser un juguete, un caballo de exposición al que mire la gente y sobre el que rumoreen.

Será como si nada hubiera sucedido. Seguiré teniendo que casarme con Gavin en quince días. Seguirán obligándome a meterme en mi bonita jaula, donde se supone que las damas no deben sentir ira, donde siempre deben ser complacientes y sumisas, sin importar el dolor que sufran, oculto bajo su conducta agradable.

«Lo que tú quieras no es importante».

La señorita Forsynth me toca en la parte superior del brazo y me mira, sorprendida, por los músculos que encuentra allí. No se anima a las damas a dedicarse al tipo de actividades físicas que harían parecer nuestros cuerpos menos femeninos.

Para cuando la modista ha terminado de tomar las medidas y poner los alfileres, estoy agarrotada por mantenerme quieta para ella. Antes de marcharme, dice:

—Dentro de unos días me pasaré por su casa para la primera prueba. —Me da unas palmaditas en la mano—. No tema, mi señora, será la novia más hermosa de Edimburgo. El azul es un color que le queda muy bien.

Aprieto los dientes en una mueca de despedida que espero que pase por una sonrisa mientras salgo de la tienda hacia la lluvia. Sí, la novia más hermosa. Ojalá ese fuera mi mayor temor. Me pregunto si sobreviviré —si alguien sobrevivirá— para asistir a mi boda.

Más tarde, en casa, me quedo delante de mi mapa de Escocia oculto, estudiando el recorrido de los asesinatos de Sorcha. Ha matado ciento ochenta veces. Nadie sabrá cómo murieron realmente esas personas, salvo Derrick y yo.

Me paso los dedos por la cinta que representa la muerte de mi madre, la primera que marqué. Dios, llevo mucho tiempo planeando, entrenándome, luchando, matando y superando todo lo que pensaba que me debilitaría si alguna vez me enfrentaba a esta hada. He creado armas, me he imaginado a mí misma matándola de muchas maneras diferentes. He hecho planes. La he seguido. He practicado. He esperado.

Al final, nada de eso ha importado. Estaba tan consumida por mis propios recuerdos, por mi pena, que se aprovechó de la situación sin ningún esfuerzo. Puedo echarle parte de la culpa a Kiaran por detenerme, y atribuirse parte de la victoria al hacerle daño por un breve instante. Pero antes de eso, la baobhan sìth jugó conmigo. Irrumpió en mi mente, me redujo a una patética niña arrodillada en un charco de sangre, demasiado asustada para moverse. Podría volver a hacerlo si quisiera.

Cojo el mapa por el borde y arranco el papel de la pared con un tirón brusco, esparciendo los alfileres y las cintas por el suelo de madera noble a mis pies.

—¿Aileana?

Derrick suena preocupado.

—Esto es una estupidez —digo, haciendo trizas el mapa—. Ha sido una pérdida de tiempo.

—No —dice, volando a mi alrededor—. Es…

Tiro el papel a la chimenea y le prendo fuego. Observo cómo arde el mapa, enroscándose y ennegreciéndose por los bordes. Me deshago de todo el duro trabajo, de todo el esfuerzo que he puesto en creer que un día encontraría a Sorcha y la mataría magníficamente.

—Aileana —dice Derrick desde la mesa.

Me siento ante la ventana y miro al exterior. Son solo las cuatro y media de la tarde y ya ha anochecido.

—Tú no estabas allí —digo en voz baja—. Después de todo de lo que pensaba que era capaz, hizo que volviera a ver cómo mataba a mi madre.

Oigo el batir de las alas de Derrick mientras aterriza en mi hombro.

—Debería haber estado contigo. Cuando me enteré de que estaba en la ciudad, vine a casa lo más rápido que pude, pero ya te habías ido.

Riéndome con amargura, digo:

—Me alegro de que no estuvieras allí. Podría haberme destrozado con mucha facilidad si hubiera querido. No puedo creer que la dejara…

Me callo, incapaz de pronunciar las palabras. «No puedo creer que la dejara debilitarme otra vez. No puedo creer que la dejara matar a mi madre otra vez. No puedo creer que dejara a Kiaran ponerse en mi camino».

—Lo sé —susurra Derrick.

Observo la lluvia e inhalo el aroma del aire húmedo. Una ligera niebla flota en el jardín trasero. En momentos como este, aprecio que el tiempo en Escocia no sea siempre igual, y lo rápido que cambia. Cómo la misma lluvia parece respirar, de manera suave y lenta. Ahora, cae tan pausadamente como las plumas. Abro la ventana y dejo que el viento traiga la lluvia al interior, para que me moje las mejillas y me refresque la piel.

Estoy descubriendo un nuevo tipo de consuelo en estar sola, al apreciar todas las cosas que tal vez no experimentaré si no sobrevivo a este invierno. Nunca he sido la clase de chica que busca la calma para encontrar el sentido de las cosas. Lo encuentro en la simplicidad de la destrucción. La tranquilidad antes de la borrasca presenta un momento muy profundo e inactivo, cuando el mundo entero se detiene y espera.

—¿Qué vas a hacer, Aileana?

—¿Respecto a qué?

Me apoyo en la ventana abierta. Las gotas de lluvia caen suavemente en mi cara. El aire frío sopla hacia mí y la suave lluvia se convierte en trocitos de hielo que se adhieren a mis cabellos.

—A la baobhan sìth.

Hago un gesto de dolor.

—Por primera vez en un año, no quiero ni siquiera pensar en ella.

—Pero…

—Disfruta de esto conmigo —le interrumpo—. Ayúdame a olvidar lo de anoche.

Sus alas me hacen cosquillas en la mejilla mientras se enreda en mi pelo.

—Una sola cosa —susurra—. No dejes que te destroce.

Si tuviera mi tamaño, le habría abrazado. En cambio, levanto una mano y acaricio la suavidad sedosa de sus alas. Aprieta su diminuta mejilla contra la mía.

Juntos, nos sentamos a mirar cómo cae la lluvia.