CAPÍTULO 23

Gavin está en la puerta, con sus brillantes ojos azules. Hasta que mira a Kiaran —le mira de verdad— y le desaparece la sangre del rostro. Una palabra muy fea se le escapa lentamente de los labios. ¡Demontre! Una cosa es que me sorprenda con un pixie, y otra muy diferente es encontrarme en una postura bastante comprometedora con un daoine sìth. Muevo el cuerpo para asegurarme de que Gavin no vea que tengo el vestido abierto por la espalda, lo que empeoraría mucho más la situación.

—¿Prometida? —repite Kiaran con una ceja levantada.

—¡Oh, diablos! —musita Gavin y apenas oigo las palabras.

Aparto la vista de Gavin para mirar a Kiaran y me sonrojo.

—Bueno —digo—. Bueno. Esto es muy violento.

Los labios de Kiaran se curvan hasta formar una sonrisa. No es la genuina cuasi sonrisa a la que me tiene acostumbrada, pero sí me deja boquiabierta. Ha desparecido la impasibilidad de hace escasos instantes.

—Y es un vidente. —Su afirmación encierra cierta amenaza, al expresarla con ese tono melódico al que le tengo pavor. Se ríe y se me eriza el vello de los brazos—. Una criatura rara de encontrar hoy en día.

Gavin retrocede un paso, con la cara pálida y una expresión aterrorizada. Por un momento, pienso que echará a correr, hasta que me mira. Se le paraliza el cuerpo. Entonces sé que no me dejará aquí sola, ni aunque yo lo desee. Maldito sea por intentar protegerme de nuevo.

Se encuentra con la oscura mirada de Kiaran.

—Ni se te ocurra, criatura feérica —dice—. No te sería de ninguna utilidad.

—Gavin —digo—. Por favor…

—Al contrario —interrumpe Kiaran, ignorándome—. Esta es una oportunidad que no se me había pasado por la cabeza.

Al instante, se pone de pie y agarra a Gavin por el cuello, levantándolo del suelo de modo que le cuelgan las piernas.

—¡MacKay!

Me muevo para ayudar a Gavin, pero la fuerza de Kiaran me deja paralizada. Me pesan las extremidades y no me responden. El fuerte sabor a tierra me satura la boca y se desliza lentamente por la garganta. Gavin se ahoga e intenta coger aire.

Me pasa un recuerdo por la cabeza. Mi madre, vomitando sangre un momento antes de morir. Mientras estaba yo allí de pie, observando, demasiado petrificada para moverme. No hice nada entonces, igual que ahora.

Lucho contra el poder que me retiene. Clavo los dedos con fuerza en mis palmas enguantadas, hasta que las manos se me agarrotan y me duelen. Intento insultar a Kiaran pero no puedo. Mi cuerpo no puede hacer ni el más mínimo movimiento ante sus habilidades.

—¡Qué oportuno! —murmura Kiaran—. Creía que los videntes estaban muertos o escondidos, pero aquí estás. Bueno, ¿qué visiones tienes para mí?

Lleva un dedo a la sien de Gavin, que da un grito ahogado. Los ojos se le ponen vidriosos y echa la cabeza hacia atrás.

Logro mover la lengua y los labios.

—Suéltalo.

Kiaran ni siquiera me mira. Este es el Kiaran aterrador, el monstruo bajo su hermosa piel.

—Tiene un objetivo, Kam. Ya te lo dije, la necesidad antes que el honor. ¿Tan poco has aprendido?

El poder de Kiaran aumenta y se transforma en una fuerte presión dentro de la habitación. La temperatura ha descendido notablemente, y pronto respiro aire blanco y tengo los dedos entumecidos. Su fuerza está en mi interior, una densa combinación de tierra y barro y el embriagador sabor a hierro. Unos puntos palpitan en mi campo de visión mientras me esfuerzo por respirar.

—Sé que al menos hay una visión que mantiene despierto a un vidente por la noche —dice—. Me dirá todo lo que necesito saber. Muéstramelo.

Los muebles han comenzado a flotar en el aire. Los jarrones de la repisa de la chimenea se levantan de su sitio y el sofá en el que estoy sentada de repente es ingrávido. Mis pies dejan el suelo al elevarse sobre la alfombra persa.

Gavin ha quedado sin fuerzas en los brazos de Kiaran. «Por favor, que esté bien. Por favor, que esté bien».

—Deja de resistirte —murmura Kiaran, presionando los dedos firmemente contra la sien de Gavin—. Estás intentando distraerme. —Entonces, sonríe—. ¡Qué triste! Podrías haber salvado a la chica, ¿sabes? Seguro. Pero dame la de verdad.

Le observo, ahora con curiosidad. ¿Qué está buscando Kiaran? ¿Qué visión puede tener Gavin que le interese?

—Ah. Ahí está.

Toda la estancia queda en silencio. Los ojos de Kiaran están muy abiertos y ciegos mientras ve desarrollarse la visión de Gavin. Los muebles de la sala se balancean suavemente en el aire. Los libros salen flotando de los estantes y el juego de té entero pasa por delante de mí. El sabor que tengo en la boca es tan denso que apenas puedo tragar.

Por fin, Kiaran dice:

—Ya veo.

Suelta a Gavin. El sofá cae y casi me tira al suelo. Me duele el pecho y la garganta por la avalancha de poder. Los jarrones del fondo de la habitación se hacen añicos. Las tazas de té caen a mi alrededor y unas cuantas se salvan por lo gruesa que es la alfombra. Hay libros esparcidos por todas partes.

Gavin abre la boca para coger aire mientras permanece a gatas.

—Eres un cabrón —consigue decir.

Al recuperar el control de mi cuerpo, voy hasta Gavin y le sujeto de los hombros. Cuando miro a Kiaran, me sorprende ver su expresión. No es petulante, arrogante ni orgullosa. Tiene el entrecejo fruncido con preocupación, aunque enseguida desaparece y la sustituye su habitual indiferencia.

Gavin me aparta y se pone en pie. Le gruñe una palabra a Kiaran que hace que se me abran los ojos como platos.

—Como vuelvas a tocarme —dice—, te mataré.

Kiaran estudia detenidamente a Gavin, de pies a cabeza.

—No eres más que un vidente. —Le dedica una de esas sonrisas desagradables y aterradoras—. Podría partirte el cuello antes de que ni siquiera me levantaras la mano.

—MacKay, basta.

Le golpearía. Si no estuviera tan enferma, no habría dejado que esto sucediera.

—¿Le amas, Kam? —pregunta Kiaran—. ¿Encaja con tu ridículo concepto del honor? ¿Es alguien junto a quien merece la pena morir?

Gavin se echa hacia delante.

—No me imagino por qué no te ha matado aún. Si confías en una criatura feérica, mueres. Todos los escoceses lo saben.

—Si encuentras a un vidente, arráncale los ojos —dice Kiaran—. Todos los seres feéricos lo saben.

—¡Basta! —Me coloco entre ambos—. Sentaos, los dos.

Sorprendentemente, se sientan el uno frente al otro en silencio. Gavin mira a Kiaran con cara de pocos amigos y Kiaran se limita a devolverle la mirada. Al menos ha pasado un minuto y los dos siguen callados. Ninguno va a decirme nada.

—¿Qué había en la maldita visión? —me veo obligada a preguntar finalmente.

—Es inútil preguntarle, Kam —dice Kiaran—. A la mente de un vidente, como es tan débil, le cuesta darle sentido a las visiones lejanas en el tiempo. Existen demasiados resultados y opciones que aún han de pasar para verla con claridad. —Mira a Gavin—. Sabía qué conexiones hacer para verla al completo. El tuyo es un don que se desperdicia en inútiles.

Gavin se recuesta en el sofá y cruza las piernas. Una bravuconada por su parte, pero bastante convincente.

—Dime, ¿se educa a todos los seres feéricos para que sean unos canallas arrogantes o te sale por naturaleza?

—Intenta no provocarme —dice Kiaran—. La utilidad que pudieras tener ya ha vencido.

Gavin me mira.

—¿Por qué está aquí?

Me paso una mano por la frente húmeda y me balanceo sobre los pies. Si no estuviera apoyada en el sofá, tal vez me habría caído. Me siento cada vez más enferma. Lo noto en los huesos, es una pesadez bajo la piel que me arde.

Al no contestar, Gavin me observa atentamente.

—¿Estás bien?

—Estoy bien. —Quiero saber lo que ha visto Kiaran, pero tengo dificultades para formar palabras. Tiemblo y me envuelvo en los brazos—. MacKay, ¿qué…?

—Ahora no, Kam —me interrumpe Kiaran bruscamente—. Tengo que marcharme.

Se encamina hacia la puerta.

«Oh, no, no te vayas».

—¿Me disculpas un momento?

Sin esperar la respuesta de Gavin, sigo a Kiaran fuera de la habitación y me doy la vuelta con cuidado para que Gavin no vea la sangre en la espalda de mi vestido ni los botones desabrochados.

Kiaran ya ha recorrido medio pasillo. Me doy prisa para alcanzarlo, ignorando las náuseas que me provocan esos rápidos movimientos.

—Detente ahí mismo, Kiaran MacKay.

Extiendo la mano para agarrarle y sus músculos se tensan bajo las yemas de mis dedos.

—¿Sí?

Suena muy formal, muy cortés.

—Dime qué has visto.

Vacila y lleva la mano hacia mí como si fuera a tocarme la cara. En el último segundo, la baja.

—La cabeza de tu amigo estaba llena de un montón de cosas sin interés.

A Kiaran puede ocurrírsele algo mejor que eso. Es un experto en medias mentiras feéricas. ¿Qué puede haber visto para que le haya afectado de esta manera?

—Eso no es una respuesta —replico.

Sin mediar palabra, Kiaran se coloca detrás de mí. Antes de que pueda preguntarle qué pretende hacer, empieza a abotonarme el vestido.

No debería afectarme de esta manera. Kiaran no se comporta de un modo distinto al habitual. Aun así, hubo un momento antes de que Gavin entrara en el que juraría que iba a decir… algo. Kiaran MacKay es un misterio que ojalá yo pudiera resolver.

Está tan callado que tan solo el susurro de su aliento me indica que está aquí. Al final, dice:

—He visto muchas muertes.

Me quedo inmóvil.

—¿Qué más?

Sus dedos se entretienen en mi nuca con una caricia ligera como una pluma.

—¿Crees que es más fácil saberlo? —susurra—. Intentarías desesperadamente evitarlo y toda decisión deliberada que tomes podría ayudar a que la visión se cumpliera.

Kiaran pronuncia las últimas palabras en un tono de voz tan bajo que apenas le oigo. Me he acostumbrado tanto al Kiaran formal y desapasionado que incluso la más mínima señal de remordimiento resulta clarísima: Kiaran intentó una vez impedir que sucediera la visión de un vidente y fracasó.

Tengo muchas preguntas, pero decido hacerle la única de la que estoy ligeramente segura que responderá.

—Entonces ¿por qué deseabas tanto verlo?

—Una decisión que se toma justo antes de que se complete la visión puede alterar el resultado.

—¿Y si no lo hace?

—Sería mala suerte. —Kiaran abrocha el último botón y me da la vuelta para que le mire. Cualquier rastro de emoción ha desaparecido—. Tengo que marcharme a buscar mis suministros antes de que mueras. Tardaré unas horas.

¡Dios mío! Es como si estropeara a propósito cada oportunidad que tenemos de un momento íntimo.

—Bueno, sin duda trataré de mantenerme con vida hasta entonces.

Creo oír que se le corta la respiración.

Gabhaidh mi mo chead dhiot —murmura.

Me lo ha dicho muchas veces antes. Es su despedida.

Kiaran me pasa de largo en el pasillo. No miro como se aleja, sino que entro en la sala de estar y busco a tientas mi chal. Servirá para tapar la sangre de mi vestido.

Me estremezco al ver el estado de la habitación. El suelo está lleno de libros, tazas rotas y jarrones de porcelana hechos añicos. Hay una estatua de Venus en la alfombra con un brazo amputado. Si limpio todos los objetos rotos y los tiro, tal vez mi padre no se dé cuenta de que ya no están. Y quizá piense que la estatua sin brazo tiene carácter.

—Bueno, puedo decir con certeza que nunca había experimentado dos días tan emocionantes —dice Gavin, apartándome de mis pensamientos—. Supongo que debería enviarte una nota antes de venir a visitarte la próxima vez. «¿Estás acompañada de alguna criatura que pueda atacarme sin haberle provocado? En tal caso, puedo ir más tarde».

Dejo la puerta abierta un par de centímetros por costumbre. Cuesta olvidar algunas normas de etiqueta hasta cuando cierta criatura feérica no se molesta en observarlas.

—Ayudaría que no entraras sin anunciarte.

Gavin se apoya en el brazo del sofá y coge un libro que ha ido a parar hasta allí. Lo tira al suelo, al parecer nada interesado en los daños.

—La puerta principal estaba abierta, no se veía a tu mayordomo por ninguna parte y oí voces. ¿Quién demonios es ese?

—Kiaran MacKay. —Me hundo en el sofá—. La mayoría de lo que viste anoche lo aprendí de él.

Gavin saca una pequeña petaca del bolsillo de su abrigo y le da un buen trago.

—¿Ah, sí? ¿El tipo te enseña a matar a los suyos y tú no crees que sea sospechoso?

Menos mal que el dispensador de té ha sobrevivido de su caída al suelo. Lo pongo derecho y aprieto el botón para preparar más té y luego lleno una de las tazas que no se ha roto.

—Si estás preguntándome si confío en él, la respuesta es no.

—Eso es muy tranquilizador. Pero no cambia el hecho de que tengas un pixie que se come mi miel y una visita feérica que casi me quita la vida. ¿Alguna vez te ha dicho alguien que te acompañan seres terribles?

No puedo evitar sonreír.

—Espero que te des cuenta de que esa afirmación también te incluye a ti.

—Al menos puedes contar con que yo no amenazaré a tus invitados. —Le da otro trago a su petaca y sonríe con complicidad—. A diferencia de tu amigo con mal genio. ¿Y bien? ¿Qué estabas haciendo con él cuando he llegado? Parecía una situación íntima.

—Kiaran estaba… ayudándome.

—¿Había algo cerca de tu boca que requiriese tanta atención?

Me atraganto con el té.

—No seas absurdo.

—Estabais a esto —levanta dos dedos y coloca a un pelo de distancia— de rozar vuestras narices.

Le fulmino con la mirada.

—¿Vas a contarme algo de tu visión? Estoy segura de que has debido de ver algo de lo que Kiaran vio. ¿O vas a hacer como si nunca hubiera pasado?

Gavin se queda quieto. Un músculo en su mandíbula se mueve involuntariamente.

—¿Sabes? —dice con prudencia—. Esa es una excelente idea. Hagamos como si nunca hubiera pasado, ¿vale?

—Gavin —digo en voz baja.

—No —responde—. No. Ya he visto demasiado. Y si tengo que serte sincero, no quiero. Lo poco que he visto…

Bebe más whisky.

—¿Es sobre mí? —pregunto en voz baja—. Creo que al menos merezco saber eso.

—No. —Niega con la cabeza—. No lo sé. Ahora solo puedo ver el final de la visión, no lo que ha llevado a ese momento. La criatura feérica impidió que lo viera con él.

Propio de Kiaran.

—Entonces ¿cómo termina?

—He tenido pesadillas sobre eso. Me ha tenido despierto casi toda la noche esta última semana, y no es algo de lo que quiera hablar. —Suspira—. Es mi carga, Aileana. No debería compartirla contigo.

Ambos nos quedamos callados entonces. Miro por la ventana y observo cómo el cielo se va oscureciendo cada vez más. Las nubes se están condensando sobre los árboles, envueltas en los colores intensos de la puesta de sol. La lluvia continúa golpeteando fuerte en el alféizar de la ventana y la alfombra está empapada.

Delante de mí, me doy cuenta de que Gavin está temblando y se acerca al sofá, más cerca de la chimenea. No noto el frío. Me arde la cabeza y me seco el sudor de la frente, ignorando el leve dolor de cabeza que me martillea las sienes.

Finalmente, saco el tema que he estado temiendo.

—Te has referido a mí como tu prometida. Te has ofrecido a casarte conmigo.

—Sí —dice en voz baja.

Extiendo la mano sobre la mesa entre nosotros para coger la suya.

—No estabas obligado a hacerlo.

No me mira. Las nubes oscuras se reflejan en sus ojos mientras observa la lluvia.

—Tenía la oportunidad de salvar tu reputación y lo hice. Enfureció a mi madre.

Me molesta la manera de decirlo.

—Sentiste lástima por mí, ¿no?

Gavin niega con la cabeza y con un dedo me acaricia distraídamente la muñeca.

—¿Es eso lo piensas? ¿Que lo hice por lástima?

—¿Qué se supone que he de pensar?

—Eres mi amiga —responde, buscando mi rostro con los ojos—. ¿De verdad crees que podía dejarte así? ¿No habrías hecho tú lo mismo por mí?

Arriesgaría su vida por mi reputación, esa cosa frágil y superficial que he conseguido destrozar sin remedio. Conoce las consecuencias de casarse conmigo. Como vidente solitario, podía esconderse en cualquier sitio, como hacían los demás. Al quedarse conmigo, no nos libraremos nunca de los seres feéricos. La Visión de Gavin no viene con las habilidades que una halconera tiene para defenderse y no siempre estaré cerca para protegerle.

—Si alguna vez tenemos un hijo —digo en voz baja— sabes lo que pasará. Nuestra hija… será como yo. Una halconera.

Entonces Gavin me coge fuerte de la mano.

—Y nuestro hijo sería un vidente.

Nos quedamos mirándonos, con todo el peso de nuestra circunstancia sobre nosotros. Quiero ser la última de las mías, para no tener que pasarle una carga a mi hija. ¿Cómo voy a casarme y traer una niña a este mundo, sabiendo que van a perseguirla?

—Gavin, yo…

La estridente voz de lady Cassilis retumba en el vestíbulo.

—¿Qué quiere decir con que mi hijo no está aquí?

Gavin gruñe.

—Dios santo —exclama—. Sálvame.

—Madre —oigo que dice Catherine dulcemente—, estoy segura de que hay una explicación para todo esto.

—Sé que ha venido aquí —dice lady Cassilis, ignorando a Catherine—. Exijo hablar con mi hijo enseguida.

Se oye un golpe en la puerta de la sala de estar y MacNab asoma su rostro barbudo. Abre los ojos como platos al ver el desorden que ha dejado Kiaran, pero sabiamente no comenta nada al respecto.

—Lady Aileana. Hay… —Ve a Gavin y suspira, aliviado—. Oh, lord Galloway, no me había dado cuenta de que estaba usted aquí. Perdóneme por no haberle recibido.

—No importa —responde Gavin—. Si le dice a mi madre que no estoy aquí, no se lo recriminaré.

—Calla —le digo—. MacNab, por favor, muéstrele el camino a la vizcondesa y a la señorita Stewart.

Hay que terminar con esto de una vez por todas.

Miro a mi alrededor, consternada. No es nada apropiado que la vizcondesa vea la estancia en tal estado, pero no creo que pueda acompañarla a otro lugar. Me ha empezado a doler el cuerpo y el martilleo de la cabeza empeora según pasan los minutos. Si me levanto ahora, no creo que me aguanten las piernas.

MacNab asiente y se marcha. Gavin aprovecha ese breve instante para guardarse la petaca en el bolsillo de la chaqueta.

Unos segundos más tarde, lady Cassilis irrumpe en la sala de estar, con la falda de seda inflándose a sus espaldas. Catherine la sigue con una sonrisa pesarosa. Está preciosa, como siempre, con su vestido azul claro y el pelo rubio en rizos sueltos.

—Galloway —dice la vizcondesa, mirando a su hijo con desaprobación—. Aquí estás, cuando te pedí expresamente que habláramos antes esta mañana.

Intento no palidecer. Puesto que soy la señora de la casa, la vizcondesa debería haber hablado conmigo primero. Al no haberlo hecho, sería de buena educación saludarme con un gesto de la cabeza.

—Así fue —responde Gavin. Se reclina, con una expresión de entusiasmo—. Te estaba evitando.

—Evidentemente.

La vizcondesa continúa sin mirarme, pero examina el estado de la sala. Observo que advierte los jarrones rotos, las tazas de té hechas añicos a sus pies y los libros esparcidos por la habitación. Parpadea.

—¿Es este el estado permanente de la sala de estar —pregunta secamente— o hemos entrado en otra de las renovaciones de mi hijo? Esto se parece mucho al terrible estado en el que se encuentra tu estudio, Galloway.

—Estábamos manteniendo el equilibrio —contesta Gavin enseguida—, primero los jarrones, luego los libros y después las tazas de té. Sobre nuestras cabezas.

Le miro. ¿Qué diablos está diciendo? ¿Quién diantre iba a creer eso?

—¿Manteniendo el equilibrio?

Lady Cassilis parece totalmente horrorizada.

—Es un nuevo juego de salón —explica Gavin—. Se mantiene un objeto en equilibrio sobre la cabeza y quien lo sujeta durante más tiempo gana. —Le echa un vistazo a los objetos rotos—. Bien mirado, tal vez sea un pasatiempo que lo deje todo bastante desordenado.

Cojo aire cuando me viene una arcada. Estoy decidida a no dejar que la vizcondesa vea lo vulnerable que soy.

—Lady Cassilis —digo con los dientes apretados—. ¿Querría sentarse?

—No será necesario. —Su mirada por fin se posa sobre mí—. Trataré de ser breve.

—Ya estamos… —masculla Gavin.

Lady Cassilis le fulmina con la mirada antes de continuar.

—Espero que te des cuenta de que esta situación con mi hijo me ha puesto en una posición bastante precaria.

Apenas puedo concentrarme en sus palabras. La enfermedad ahora es una tormenta que se desata en mi interior. El calor se arremolina en mis venas mientras el corazón bombea veneno por mi organismo. Los latidos rugen en mis oídos. Dios, ¿nadie más los oye? Son tan fuertes, tan lentos… Pum, pum.

—Lady Aileana —dice la vizcondesa.

—¿Eh? —No me atrevo a decir mucho más, dado mi esfuerzo tan solo para recobrar el aliento.

Unos puntos negros danzan ante mí y parpadeo para intentar desesperadamente que desaparezcan.

—¿Sí? —me corrige.

No respondo. Me concentro en mi respiración dificultosa. Gavin me mira y hago un esfuerzo por dedicarle una sonrisa tranquilizadora.

Lady Cassilis continúa:

—Como mi hijo es un caballero… —El fuerte resoplido de Gavin la interrumpe, pero ella lo ignora— ha decidido que la mejor manera de resolver la situación es casándose contigo. —La vizcondesa me mira seriamente—. Estoy de acuerdo con su decisión.

—Espléndido —susurro.

Catherine frunce el entrecejo y dice articulando para que le lea los labios:

—¿Estás bien?

Asiento con la cabeza, un mero movimiento, porque no consigo hacer otra cosa. Catherine no parece convencida. La vizcondesa continúa e intento escuchar, pero debo parecer distraída.

—Aileana, ¿has oído una sola palabra de lo que he dicho?

—Le pido disculpas, lady Cassilis. —Trago saliva y le dedico a la vizcondesa una lánguida sonrisa—. Por favor, prosiga.

La vizcondesa echa hacia atrás los hombros.

—Como estaba diciendo, también estoy de acuerdo con tu padre respecto a que esta voluntad debería realizarse enseguida. El apellido Stewart es antiguo y de renombre, y puesto que tienes una dote y un linaje admirable, estoy dispuesta a aceptar este matrimonio. Al fin y al cabo, me niego a ver manchada la reputación de mi familia porque una… una chica tonta haya seducido al único heredero Stewart que queda.

Levanto la cabeza de pronto al oír eso. «¿Una chica tonta?». Estallo de rabia en mi interior y mis defensas empiezan a desmoronarse. Esa fachada de calma, compuesta y mantenida con tanto cuidado, empieza a fallarme. Casi se me escapa mi cortesía fingida.

—Madre —dice Catherine, horrorizada—, esto no es nada apropiado.

—¿Es eso lo que cree que sucedió? —digo con cuidado, con más control del que siento.

En el sofá, Gavin gira la cabeza hacia mí. Debe oír el cambio en mi voz, el trasfondo de ira que se cuela. Sus ojos se abren un poco más; de miedo, advierto. Sabe de lo que soy capaz.

«Me das un miedo atroz».

Anoche, me dolió cuando oí que lo decía. Ahora encuentro que esas mismas palabras me dan poder. Ser temida es un elixir. Puedo ser aterradora, fuerte, intocable. En ese mundo, no tengo que preocuparme por la reputación ni el matrimonio.

—Creo que hace ya rato que hemos dejado de ser apropiados, Catherine —replica lady Cassilis—. Aileana ya ha atraído demasiada atención, así que mi intención es mitigar el rumor inevitable tanto como sea posible. Si celebramos la boda dentro de quince días, se hablará menos si pronto nace un niño.

Gavin se atraganta y se queda mirando a su madre, sorprendido. Catherine refleja en su rostro la misma expresión.

Me levanto. Las mejillas me arden por la fiebre y la ira que ya no puedo contener.

—Fuera.

Lady Cassilis se queda boquiabierta.

—¿Disculpa?

—¿No he sido clara? Largo de mi casa.

Hasta Catherine se vuelve hacia mí, con la boca abierta.

—¡Aileana! —exclama con la voz entrecortada.

Nunca he mostrado en público esta parte de mí, pero no puedo reprimirme ni un instante más. Me tiembla el cuerpo por el veneno de mi sangre y el control mental que mantenía cuidadosamente se está desintegrando. Mis pensamientos racionales se desvanecen… desaparecen.

No hay más que cólera, la piel caliente, la cabeza que me estalla, el corazón que ruge y gente en la habitación que debe marcharse.

—Fuera. Ya —ordeno con más fuerza.

Lady Cassilis respira hondo.

—Estaba dispuesta a dejar a un lado nuestras diferencias por el bien de mi hijo. Pero veo que no me equivocaba en absoluto contigo. —Se acerca a la puerta dando zancadas, acompañada de la oleada de seda de sus faldas—. Catherine —la llama bruscamente antes de salir de la habitación.

—Aileana. —La mano de Catherine en mi brazo está tan fría que me estremezco—. Eso no ha sido… ¡Cielo santo, estás ardiendo! ¿Te encuentras mal?

—Estoy bien.

Trago saliva y cierro los ojos con fuerza.

—Puedo quedarme si me necesitas. Si estás…

—¡Catherine! —se oye la voz de lady Cassilis en el pasillo.

—No. —Necesito tumbarme. Justo como sospechaba, las piernas no me aguantan. Me agarro al brazo del sofá para mantenerme en pie—. Por favor. Vete con tu madre.

—Si insistes… —Catherine suspira—. Siento mucho algunas de las cosas que ha dicho. Ha sido demasiado dura contigo.

Estoy a punto de abrir la boca para expresar que estoy de acuerdo, pero decido no hacerlo. A pesar de lo poco que me gusta lady Cassilis, va a convertirse en mi futura suegra. Es mejor que lo acepte cuanto antes.

—Su único hijo se ha visto involucrado en un escándalo con una chica que considera del todo inapropiada —digo pausadamente—. Entiendo por qué ha sido dura. Pídele perdón de mi parte.

Catherine asiente.

—Lo haré. Por favor, avísame cuando estés mejor. De lo contrario, me preocuparé.

Su vestido hace frufrú mientras se marcha. Es el único sonido que oigo, aparte de los violentos latidos de mi corazón.

Entonces noto las manos de Gavin en los hombros, mientras me da la vuelta con delicadeza para que le mire. Me observa con unos ojos muy azules, feroces y preocupados. Desliza un brazo por mi cintura y me atrae hacia su pecho. Dejo escapar un suave quejido cuando coloca el dorso de su mano en mi frente.

—¿Voy a buscar a un médico?

—No me ayudará.

Giro la cabeza, me acaricia la mejilla con los dedos para dejarlos apoyados en la clavícula, bajo el collar de seilgflùr.

—Te lo ha hecho una criatura feérica, ¿no?

Descanso apoyada en él, porque no puedo hacer nada más. Estoy demasiado débil para apartarle de un empujón.

Asiento.

—Uno de los sabuesos.

—Ya veo.

¿Qué ve? Le ha pedido matrimonio a una mujer que siempre estará herida, amoratada o sangrando. Nunca me desharé de mis cicatrices y nunca querré hacerlo. Siempre estarán ahí, grabadas a fuego en la piel. Son marcas de mi éxito, de mi caza.

Me echo hacia atrás y le miro directamente a los ojos.

—No quiero casarme contigo —susurro—. ¿Soy tan horrible?

—En absoluto —responde en voz baja—. Yo tampoco quiero casarme contigo.