CAPÍTULO 15
A la noche siguiente, Derrick me acompaña al baile de Catherine. Bailo con mi pareja ataviada con un traje azul plateado, cubierto de tarlatán francés claro, carente de las flores cosidas que se han hecho tan populares en las reuniones. Las mangas son delicadas, ligeramente transparentes, holgadas alrededor de los brazos. Unos guantes blancos me llegan hasta los codos y llevo el pelo recogido en tirabuzones que descansan sobre un hombro. Con cada paso que doy se oye el frufrú de mi vestido.
—¡Dios santo! —exclama Derrick—. No puedo creer que haya accedido a acompañarte. Retiro mis palabras. ¡Los bailes humanos son aburridos! ¿Cuándo va a lanzarte por encima de su cabeza?
Sonrío a mi pareja de baile mientras le cojo la mano. Ya he olvidado su nombre, lord F-no-sé-qué. Apenas me ha hablado, ni siquiera cuando he intentado entablar una conversación por cortesía. Su cara larga parece haberse atascado en un perpetuo ceño fruncido.
—¿Y cuándo van a servirnos la maldita comida? —Las alas de Derrick me hacen cosquillas en la oreja cuando volvemos a formar un círculo—. Tu amiga pretende matarnos de hambre, ¿no? ¿Cómo puede privar de comida a los invitados en su propio baile?
—Cállate —mascullo por un lado de la boca.
Me arrepiento de haberle traído tanto como me arrepiento de estar aquí.
—¿Disculpe? —pregunta la mujer a mi lado en el baile, haciendo parpadear sus enormes ojos azules.
—Bonito baile —señalo alegremente—, ¿no?
Cojo la mano de lord F y doy una vuelta, al tiempo que mis zapatillas susurran sobre el suelo de madera noble. Las paredes están decoradas con hermosos tapices de escenas de las zonas montañosas de Escocia, y las velas de unos lujosos candelabros iluminan el salón.
Aunque la electricidad y los faroles flotantes son corrientes entre la gente adinerada, lady Cassilis evita la tecnología. El carruaje a vapor es el invento más avanzado que posee.
El baile finaliza y lord F me acompaña a la mesa de refrigerios, donde se halla Catherine.
Él me hace una reverencia.
—Gracias por el placer de su compañía.
Luego gira sobre sus talones para ir a fruncirle el entrecejo a otra persona. Suspiro, aliviada.
—Bueno —dice Catherine alegremente—. Lord Randall sin duda parece… agradable.
¿Lord Randall? Me pregunto por qué habré pensado que su nombre empieza por F. Lo recordaré y me aseguraré de no aceptar por accidente ninguna de sus invitaciones para tomar el té, en caso de que las envíe. Probablemente me fulminaría con la mirada hasta que me viese obligada a fingir que estoy enferma.
—Actuaba como si no tuviera ningunas ganas de bailar conmigo.
—¿Ah, sí? —dice Catherine, con demasiada inocencia—. Qué mala suerte.
—Se lo pediste tú, ¿no?
Mi amiga se sonroja.
—Lord Randall había sacado un poco de rapé junto al balcón y este era el único baile que no te habían pedido. Ya sabes que mi madre no soporta el rapé.
Abro mi carnet de baile y estudio el surtido de firmas garabateadas en el papel.
—Mmm. Y por lo visto tú no soportas verme sentada ni un solo momento.
Tengo todos los bailes comprometidos, como en la fiesta de los Hepburn. Supongo que no importaba que me perdiera allí unos cuantos y decepcionara a aquellos caballeros.
Alzo la vista de mi carnet para encontrarme con las miradas hostiles de un grupo de damas al otro lado del salón. Cuchichean entre ellas.
Me pregunto si están hablando sobre la fiesta de lord Hepburn y los cinco bailes que me perdí. Para ellas, no se puede contar con que yo cumpla con las obligaciones sociales más básicas. Eso me convierte en un fracaso, una mujer indigna de la atención de un hombre, por no hablar de un carnet de baile lleno.
Catherine sigue mi mirada y coge una taza de ponche.
—Es mejor ignorarlas, como tú misma me dijiste.
—Pregúntale. Por qué. Está matándome. ¡De hambre! —berrea Derrick.
—Muy bien —digo bruscamente, sobresaltando a Catherine, que se me queda mirando, preocupada—. Perdona, pero ¿no tienes alguna cosita para comer? Me temo que no puedo aguantar hasta la cena.
—Por supuesto —responde—. Creo que el cocinero está preparando más refrigerios en la cocina. No deberían tardar en salir.
—¡Oh, gracias a Dios! —exclama Derrick—. Me voy a la cocina a robar algo de picar. No hagas ninguna tontería mientras tanto.
Se va volando en una masa de luz. Gracias a Dios. Cuando Dante describió los círculos del infierno, sin duda olvidó aquel donde un pixie hambriento se sienta en el hombro de alguien para toda la eternidad.
—¿Y qué pasó ayer? —pregunta Catherine.
—¿Ayer? —repito con cautela.
—En el Nor’ Loch —concreta Catherine—. La verdad es que no me importó volver a casa andando con Dona.
Maldito sea Kiaran MacKay y su intromisión. O no le borró esa información o se la sustituyó por otra. ¿Quién sabe qué se supone que debo recordar?
—Sí. Me lo pasé bien —digo apresuradamente.
¿Le hizo pensar que volvimos todas juntas a casa?
Catherine frunce el entrecejo.
—¿Te fuiste a casa sola? ¡Válgame Dios! Deberías haberme dejado quedarme contigo. ¿Conseguiste arreglar el ornitóptero?
¡Por el amor de Dios! ¿Qué le hizo Kiaran?
—Está arreglado. Listo y en condiciones para volar.
—Pero acabas de decir…
—Todo va bien —la interrumpo y hago un gesto con la mano—. Bueno, ¿qué dijo tu madre ayer de tu salida sin compañía?
Catherine mira hacia otro lado y le da un sorbo al ponche. Hasta la luz dorada de las velas revela el rubor que le sube por el cuello.
—Bueno —dice con prudencia—. Bueno. Ella…
—Déjame adivinar. ¿Te llamó chica insolente y te obligó a leer el Libro de etiqueta y observaciones sobre la conducta social de la señorita Ainsley?
Arruga la nariz y vuelve a beber. Apostaría a que esta vez es ella la que quiere que el ponche tenga whisky.
—Sí a las dos cosas. Luego me hizo recitar entero el capítulo diecinueve de memoria.
—Ah —digo—. «El comportamiento adecuado dentro y fuera del hogar». No cabe duda de que es el capítulo más emocionante.
—Eso lo dices porque has roto todas las normas que aparecen en él.
Miro hacia la puerta de la cocina. ¿Qué estará haciendo Derrick ahí dentro que tarda tanto? Ese pixie podría devorar una mesa entera de comida en pocos minutos.
—No admito nada.
—Al menos Gavin vino a salvarme. —Catherine sacude la cabeza—. Si no llega a interrumpirnos, estoy segura de que me habría hecho recitar todo el maldito libro.
—Hablando de tu hermano —digo, mirando detrás de ella—, ¿dónde está? Antes creí verle un instante…
—Está justo detrás de ti —murmura una voz cerca de mi oído.
Me sobresalto y Catherine se ríe.
«¡Ay, Dios!». El cabello rubio de Gavin está levemente despeinado. Sus grandes ojos azules son más bonitos que nunca. En tan solo dos años, ha crecido bastante, está más alto de lo que recordaba, casi tanto como Kiaran. Tengo que echar la cabeza hacia atrás para mirarle.
Su sonrisa es pausada y bastante encantadora.
—Veo que todos somos adultos.
Su voz revela un ligero acento que debe habérsele pegado en Oxford.
Me doy cuenta de que he estado mirándole fijamente y me sonrojo. Extiendo una mano.
—Gavin —digo. Me permito esa familiaridad—. ¿O ahora debería llamarte lord Galloway?
Un pariente lejano de Gavin falleció el año pasado y le dejó el título de conde, una fortuna que añadir a lo que heredó de su padre, y otras tantas propiedades en Escocia. Se me hace extraño que se refieran a él como el conde de Galloway.
—Tú puedes llamarme como quieras —responde, soltándome la mano, y mira a su hermana con una sonrisa burlona—, pero preferiría que Catherine usara mi título.
Catherine frunce el entrecejo.
—No te atrevas a sacar ese tema otra vez. —Me mira—. Me llevó de tiendas esta tarde y era todo lord Galloway esto y lord Galloway lo otro. Nunca lo he visto tan pagado de sí mismo.
—No suelo abusar de mi nuevo título en Oxford —explica.
—¡Vaya! —exclamo con una sonrisa—. Qué pena. Le han tratado mal al pobre.
Gavin me dedica la misma sonrisa encantadora que siempre ha tenido, como si no se hubiera ausentado. Hay algo reconfortante y muy familiar en el hecho de tenerlo aquí, como si hubiera vuelto a la época en que mi madre aún vivía. Hasta ahora, no me había dado cuenta de lo mucho que le echaba de menos.
Se apoya en el respaldo de una silla colocada junto a la mesa de las bebidas.
—Percibo que sois muy comprensivas ante mis apuros.
—Por supuesto que no —contesta Catherine—. Es un hombre horrible.
—¿Ves cómo me trata, Aileana? Es mezquina y descarada.
—¿Mezquina? —Me río y me sirvo un poco de ponche en una taza de porcelana. Lady Cassilis ni siquiera tiene un dispensador como en las casas normales—. Eso lo dice el chico que nos ponía tinta en el té.
—Ya casi me había olvidado de eso —dice Catherine—. Estuvo muy mal por tu parte.
Gavin parece un tanto disgustado.
—Tenía doce años. Vosotras eráis unas crías y por lo tanto de una especie diferente.
—¡Me fui a casa con los dientes negros!
—Esa fue la peor parte —estuvo de acuerdo Catherine—. No pude sonreír en todo el día.
—Hablaste mucho menos, y Aileana no pudo visitarnos hasta que no se le fue la tinta —dice Gavin alegremente—. Así que, ya veis, objetivo conseguido.
—En serio, Gavin. Eres un…
—Catherine —la llama bruscamente lady Cassilis, que se acerca a nosotros. Parece tan severa como siempre, con los labios apretados en una fina línea. Me dirige una breve mirada fría y hostil, que claramente expresa que me considera responsable de que su hija saliera a hurtadillas ayer, y después vuelve su atención a Catherine—. Espero que no estuvieras a punto de insultar a tu hermano.
—Sobre todo cuando él controla tu asignación semanal —añade Gavin—. Imagínate pasar por todas esas bonitas tiendas sin un cuarto de penique a tu nombre.
—No te atreverías.
—Galloway, deja de bromear —dice lady Cassilis—. No estás a punto de quitarle la asignación a tu hermana.
En ese preciso instante, Derrick sale disparado por las puertas del salón, más brillante que nunca. Revolotea sobre mi hombro y aterriza grácilmente sobre mi piel.
Me roza con las alas el cuello e hipa una vez.
—Maravillosa dama. —Se estira por la clavícula—. He comido… —Hipo—. Una miel magnífica, espléndida, hermosa… Y era… —Hipo—. Excelente.
Casi gruño en voz alta.
Los ojos de Gavin se posan donde Derrick está situado en mi hombro. ¿Es posible que lo haya visto…? Gavin centra la atención en las parejas que comienzan a reunirse en el centro del salón de baile. No; debía haberlo imaginado.
El primer vals de la noche está a punto de empezar. Dejo la taza de ponche en la mesa y miro alrededor en busca del caballero que antes firmó mi carnet.
Gavin hace una reverencia.
—Creo que me gustaría bailar este vals contigo. ¿Me harías el honor?
—Galloway —dice lady Cassilis entre dientes—. Esto es de lo más indecoroso. No recuerdo que el vals estuviera en la lista.
—Lo he añadido yo. En mi casa yo impongo las reglas. —Me mira a los ojos—. No rechazarías a este gentil anfitrión, ¿no?
—Ya le he prometido el vals a otra persona.
Gavin se acerca y abre el carnet de baile que cuelga de mi muñeca.
—Ah, Milton. No hay duda de que deberías bailar conmigo y no con él. Nunca se le ha dado bien marcar el paso.
—¡Galloway! —A lady Cassilis está a punto de darle un ataque—. Eso es sumamente descortés. Permite que Aileana baile con lord Milton y deja de hacer payasadas de inmediato.
Derrick se ríe en mi oído.
—Qué tonta. ¡Qué toooonta! —Me da palmaditas en la oreja—. Aileana. ¡Aileana! ¿Me oyes? Sé que me oyes. Me estás oyendo. Di algo. Sonríe. Muévete. Tose una vez.
Justo entonces, lord Milton se acerca a mí y me hace una reverencia.
—¿Me permite el placer de este baile?
—Cambio de planes —dice Gavin, colándose entre lord Milton y yo—. Ya me ocupo yo, Milton.
Le da una palmada en el hombro como si fueran viejos amigos. Lord Milton tose un poco y se pone derecho, bastante sorprendido.
—¿Disculpe?
Gavin sonríe.
—Yo bailaré este vals con la dama.
—Bailaaaaaar —grita Derrick—. ¡Me encanta baaaaaailar! ¡Dile que te lance sobre su cabeza!
Contengo las ganas de apartarlo del hombro. ¡Dios mío! ¿Cuánta miel habrá comido? Cuando lleguemos a casa, voy a encerrarlo en el maldito vestidor hasta que se le hayan pasado los efectos. Sin duda ha tomado la ración de toda una semana.
Lord Milton parece consternado.
—Pero…
—Me alegro mucho de que lo entienda. —Gavin me ofrece el brazo—. ¿Puedo?
Me aparta del grupo. Tan solo accedo para no atraer más la atención del resto de los invitados.
Nos colocamos el uno frente al otro en la fila de baile. Le fulmino con la mirada, pero Gavin se limita a mostrar una sonrisa encantadora y hace una reverencia. Me coge de la mano y empezamos a bailar el vals.
Gavin debe de haber practicado mientras ha estado fuera. Antes bailábamos en la sala de estar de su casa, él, Catherine y yo. Gavin me pisaba, nos lanzaba hacia la mesa o me hacía tropezar con sus pies. Ahora nos movemos bien juntos, cada paso que damos es grácil y fluido. Apoya una mano en mi espalda con firmeza. Juro que siento su calor a través de mi vestido y su guante.
Los presentes nos miran y estoy segura de que vuelven a susurrar sobre mí. Aprieto los dientes e intento concentrarme en el baile, deseando que termine pronto para poder excusarme.
Gavin me da una vuelta y yo miro a cualquier parte menos a su cara. Su hombro parece un buen sitio.
—No puedo creer que lo hayas hecho —digo finalmente.
—Lo siento mucho —dice—. Me he portado como un imbécil arrogante.
—Pues sí. ¿Es eso lo que os enseñan en Oxford?
Se ríe.
—Impacto directo.
Puede que Gavin bromee sobre la situación, pero yo no puedo. Tengo que comportarme apropiadamente durante al menos unos cuantos bailes esta temporada, antes de que los rumores sobre mí empeoren. Esto es una oportunidad —tal vez la última— de tener cierto control sobre mi futuro, de casarme con alguien que termine gustándome con el paso del tiempo. ¿Quién sabe qué clase de hombre elegiría mi padre para mí? ¡Dios santo! Podría ser un patán terriblemente autoritario que me doblara la edad.
—No tiene gracia, Gavin.
—Perdona mi impulsividad, entonces. —Gavin me dedica otra sonrisa—. Tu carnet de baile estaba lleno y quería hablar contigo.
Derrick ríe tontamente.
—¡Dad vueltas! Me encanta dar vueltas. ¡Pídele que dé vueltas más rápido! Veo luces. ¿Ves las luces? ¿Aileana? ¿Ves las luces? —me pregunta Derrick.
—Es curioso —digo secamente, ignorando a Derrick—. Creía que estábamos hablando perfectamente bien antes del vals. Antes de que te convirtieras en un imbécil arrogante. Son tus palabras, no las mías.
Aprieta su cuerpo contra el mío e inhalo el fuerte aroma embriagador a jabón y whisky que desprende. Me encanta ese olor. Me recuerda a cómo éramos antes de que se marchara, cuando me gastaba bromas durante el té de la tarde y me tiraba de los rizos. Me recuerda todo lo que sentía por aquel entonces, cuando deseaba que me viera como una mujer y no como una niña.
—Intentémoslo de nuevo, ¿qué te parece? —sugiere Gavin—. Llevo sin verte dos años. ¿Cómo no iba a secuestrarte?
Me río a mi pesar.
—Un valeroso esfuerzo. Supongo que no te importan los rumores.
Gavin levanta una ceja.
—En absoluto. ¿Desde cuándo a ti sí?
—¡Más vueeeeeeltas! —canturrea Derrick.
Gavin lanza una dura mirada en dirección a Derrick.
—¿Qué demonios le pasa a tu pixie?
Casi tropiezo por la sorpresa. Gavin me acerca más a él y volvemos a girar suavemente.
—¿Le ves? —susurro—. ¿Eres vidente?
—Vidente —repite Derrick con deleite. Agita las alas más rápido contra mi cuello y luego vuelve a reírse tontamente—. No puede luchar como una halconera. Lo único que hace es ver. Eres un maldito inútil, ¿eh?
—¿Está…? ¡Dios mío! ¿Está borracho? —pregunta Gavin.
—De miel —contesto distraídamente.
—¡No estoy borracho! —Derrick me abraza el cuello—. Te quiero. Aileana, te quiero. Me encanta tu vestidor. Todas mis cosas están ahí. Unas cosas muy bonitas, preciosas. Yo las arreglo y me tumbo sobre ellas. ¡Coooosas!
A Gavin no parece hacerle gracia.
—¿Le importaría salir de encima de ti?
Todavía estoy recuperándome del hecho de que Gavin pueda ver a las criaturas feéricas.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Cuando termine el baile —dice, apretándome la mano—, reúnete conmigo en mi estudio.
No puedo. Le he prometido a Catherine que me quedaría y terminaría mis bailes. Le prometí a mi padre que me comportaría adecuadamente y no puedo permitirme más malditos cotilleos. Gavin querrá respuestas que no puedo darle. El pixie en mi hombro es la menor de mis preocupaciones.
—No —digo y muevo la mejilla para notar las alas suaves y reconfortantes de Derrick.
—Por favor —dice Gavin—, ven cuando puedas. Usa la entrada trasera y ven a mi estudio. Deja al pixie.