CAPÍTULO 13

Sin duda he debido de oírle mal.

—¿Perdona?

Kiaran se acerca más y saca las manos de los bolsillos para rozar mis dedos con los suyos. Su poder atraviesa mi guante, caliente y suave. Sería un gesto tranquilizador si no hubiera venido de él. Kiaran no reconforta. Nunca lo ha hecho.

—Anoche me hiciste una pregunta. ¿Te acuerdas?

—¿Qué es una halconera? —susurro.

Quizá no debería ver adónde lleva este camino. Tal vez sea mejor dejarlo como una simple palabra y no conocer la verdad que esconde detrás. Fingir que una halconera es precisamente lo que Derrick dijo que era, que no mintió a medias.

No, no puedo hacer eso. Tal vez mi padre crea que juego con mis inventos y no cumplo con mis responsabilidades, pero se equivoca. Esta es mi responsabilidad, mi carga. No huiré de ella. No.

Kiaran levanta la barbilla.

—Kam. Tú eres una halconera —dice.

—Pero ¿qué significa?

Sacude la cabeza.

—Dime lo que sientes y yo te diré lo que significa.

La palma de Kiaran presiona la mía y está lo bastante caliente para que la sienta a través del guante. Me acaricia la mejilla con el dorso de los dedos y un rastro de su poder se desliza por mi piel y cae como gotas de agua caliente. El sabor es exquisito, como sedosos pétalos de flor que me acarician la lengua de arriba abajo. Se me entrecorta la respiración y me inclino hacia el calor de su roce.

—Dime.

—Yo… no…

—Sí —dice—. Sientes el poder.

—Ya —susurro.

—Y has percibido a los sìthichean desde la primera vez que viste uno, ¿no?

La primera hada. La primera, la primera, la primera…

Le aparto de un empujón tan fuerte que casi pierdo el equilibrio. El agua fría de un charco me cala las medias. «No recordaré. No recordaré». Pero no puedo detener los recuerdos que se reúnen y chocan contra mí.

La sangre. La sangre cubre mi vestido blanco, me mancha la piel y resbala desde los dedos hasta los codos. Postrada en un denso charco sobre los adoquines. Me han bautizado en ella; me han creado, he renacido. Se me encoge el estómago por el fuerte y doloroso sabor a hierro.

«El carmesí es el color que más te favorece».

—No.

Golpeo con la palma de la mano la nariz de Kiaran, con tanta fuerza que oigo crujir los huesos. Tengo que deshacerme de ese recuerdo antes de que me consuma. Antes de convertirme en la chica indefensa que permitió que todo aquello sucediera.

Corro. Paso a toda velocidad junto a un grupo de árboles cercano y empiezo a rodear la base del risco del castillo. Las que antes eran unas nubes distantes se han reunido enseguida sobre mi cabeza y comienza a chispear. Me duelen los pies del frío que se cuela en mis zapatillas, pero lo ignoro.

No volveré a ser así de débil. Nunca. No me lo puedo permitir.

Unas manos me agarran desde atrás y tiran de mi capa. Tropiezo y casi me caigo en mi intento por escapar. Me fallan los pies cuando Kiaran me da la vuelta bruscamente.

—Kam —espeta, sujetándome de los hombros.

La sangre le gotea de la nariz a los labios. Está sangrando.

—Tu nariz —logro decir.

Se lleva los dedos a la cara. Sus ojos se clavan en los míos y una emoción que no puedo mencionar se refleja en sus profundidades. ¿Aprobación?

—¿No lo entiendes? —exclama—. Eres la única que puede hacerlo. Ningún otro humano es capaz.

Me retuerzo para soltarme.

—No tengo ni idea de lo que estás hablando.

—Sí que lo sabes —responde—. Acuérdate…

—¡No quiero! —Mis emociones están fuera de control y si no las refreno, puede que haga daño a alguien. A lo mejor le hago daño a él. Respiro hondo—. No quiero acordarme. No me obligues a hacerlo.

Mi voz es vilmente débil, aguda. Suena como si estuviera suplicándoselo.

Sus ojos sin fondo buscan los míos.

—Kam, naciste para esto. Seabhagair —dice—, halconera.

Niego con la cabeza y me seco las mejillas, humedecidas por la neblina. La palabra debería haber seguido siendo una palabra. Puedo aceptar haberme convertido en una asesina de hadas, pero otra cosa muy distinta es haber nacido para ello. ¿Es un don que he poseído todo el tiempo sin ser consciente de ello? Creer que fui débil aquella noche del año pasado es más fácil que descubrir que tenía la fuerza para salvar a mi madre y que no lo sabía. Que la dejé morir.

Kiaran suspira. Con exasperación o lástima, o tal vez una mezcla de ambas.

—Percibes el poder feérico. Luchas casi tan rápido como yo. Eres más fuerte que los demás humanos y te curas más rápido. —Se toca la nariz—. Me has hecho esto. Con más entrenamiento, podrías repetirlo. Y cuando matas a un hada —prosigue—, su poder te atraviesa.

—¿Cómo lo sabes? —susurro.

—No eres la primera halconera que conozco.

Su mirada se suaviza y por primera vez desde que le conozco, veo pena en sus ojos. ¿A quién ha perdido Kiaran que le hace tener ese sentimiento tan fuerte? Baja la vista y la tristeza desaparece.

—Pero tú eres la última.

—¿La última?

—Tan solo un determinado número de humanos nacieron con la capacidad de matar a los sìthichean. Siempre mujeres, siempre pasó de madre a hija —responde—. Tu linaje es el último que queda.

—¿No crees que si mi madre hubiera sido una halconera, lo habría sabido? —Intento empujarle con ambas manos, pero ni siquiera se mueve—. ¿No crees que yo lo habría sabido?

—No —contesta—. El poder de tu linaje se hizo latente. Varias generaciones de mujeres no supieron de su existencia. Esa ignorancia salvó a tu familia de ser asesinada pero hizo que tus aptitudes tardaran en desarrollarse. Ese es el motivo por el que no soy visible para ti de forma natural.

—Ya veo.

Pronuncio las palabras débilmente, porque no sé de qué otra forma responder.

—¿Ah, sí? —Me fulmina con la mirada, que juro que me atraviesa—. Kam, se ha perseguido y asesinado a las halconeras durante siglos, aunque tengan inactivos sus poderes. Cuando empezaste a cazar sola, tu firma al matar fue obvia para cualquier sìthichean que supiera lo que buscaba.

Siento un escalofrío en la espalda a causa del miedo, que me eriza el vello como si me rozaran las yemas de unos dedos fríos. «Varias generaciones de mujeres. Generaciones. Perseguidas y asesinadas». Mi mente repite sus palabras una y otra vez.

—¿Estás escuchándome? Ahora saben que eres la última de tu linaje, la única que queda que puede reactivar el sello. Si vuelves a salir, tendrás que llevar contigo a ese pixie, para que no puedan encontrar…

—Calla —digo en voz baja.

Kiaran frunce el entrecejo.

—¿Qué?

Clavo las uñas con tanta fuerza en mis guantes de piel que las siento en la palma de la mano.

—Te dije que una baobhan sìth mató a mi madre —digo entre dientes—. Ese es el motivo, ¿no?

Kiaran se tensa.

—Sí.

Me yergo, echo los hombros hacia atrás y vuelvo a ceder ante la ira. Me roba el dolor. Me absuelve de culpa. Dejo mis recuerdos donde deben estar, en el hueco dentro de mi corazón. Así de fácil.

—Tengo que marcharme.

«Es hora de irme a planificar una matanza yo sola».

Creo que me llevaré la cabeza de la baobhan sìth cuando la encuentre. La convertiré en un trofeo, como Derrick siempre me anima a que haga. Al fin y al cabo, debió de llevarse el corazón de mi madre con el mismo propósito. Por eso nunca mató a sus otras víctimas de esa forma. Ninguna de ellas era una halconera.

Me aparto de él, en dirección al ornitóptero. El sol ya casi se ha ocultado y las nubes de tormenta cubren el cielo, oscuras y espesas. La suave neblina se ha transformado en una ligera llovizna. Tengo la ropa mojada. Para cuando llegue a casa, estoy segura de que estará empapada.

—Kam…

—Cualquier cosa que tengas que decir puede esperar. —Me sorprende lo calmada que hablo. No se me entrecorta la voz ni me traiciona la cólera—. Tengo una cita a las cuatro con uno de mis pretendientes.

—No —dice—. No lo hagas.

—Es la vida de una dama, MacKay. Está repleta de reuniones para tomar el té, bailes y caza de maridos.

Me mira de arriba abajo.

—¿Crees que soy tan tonto que no veo lo que pretendes hacer?

Me arden las mejillas.

—No te interpongas en mi camino, MacKay. Si lo que dices es cierto, esa maldita nariz es lo mínimo que puedo romper.

Me aparto de él a grandes zancadas. Tan solo me detengo cuando oigo que me llama por mi nombre, pero no me detengo.

—Al menos lleva al pixie contigo si vuelves a salir. Un sìthiche lo bastante poderoso puede localizarte si no te acompaña. —Y creo que le oigo susurrar—: Ten cuidado.