CAPÍTULO 12
Intento que no se refleje la angustia que me invade a medida que se acerca. No obstante, Catherine advierte algo y le echa un vistazo a Kiaran… Se queda helada y boquiabierta por la impresión. Ni siquiera se ha molestado en ser invisible. Me muerdo la lengua para contener la grosería que amenaza con escapar de mis labios. Cuando dijo que terminaríamos la conversación de anoche, no pensé que se refería a abordarme en un jardín público.
Kiaran se detiene a mi lado y no se molesta en saludar a Catherine ni a Dona. Sus ojos amatista se posan en los míos, desafiándome. Ahora que los veo a plena luz del día, no puedo evitar darme cuenta de lo penetrantes e inexorables que son.
—Tengo que hablar contigo —dice.
Catherine y Dona emiten un grito ahogado ante su atrevimiento. Un caballero nunca se acerca a un grupo de damas para decir algo tan directo. Y Kiaran me mira de una manera que revela demasiada familiaridad.
Mi vida privada ahora está expuesta ante él, y aquí estoy yo. No soy una cazadora. No soy la criatura violenta que eliminó a dos gorros rojos la noche anterior. Una simple dama, con prendas elegantes, parasol incluido.
Y ahora debo representar mi papel o arriesgarme a perder mi reputación. Levanto la barbilla e intento hacerme con el control de la situación.
—Señorita Catherine Stewart, permítame que le presente… emmm… —trago saliva— al señor Kiaran MacKay.
Catherine se me queda mirando con una extraña expresión en el rostro.
—¿Qué tal está?
Kiaran por fin aparta la mirada de mí y saluda a mis compañeras. Parpadea, como si le sorprendiera que aún estuviesen ahí. Después les lanza a ambas una mirada asesina con los ojos entrecerrados.
—Kam, no he venido aquí a hacer amigos.
—No te atrevas a avergonzarme, zopenco —le digo entre dientes. Luego, en un tono de voz más alto añado—: Y esta es la señorita Dona MacGregor.
Elige ese momento para acercarse a mí y obligo al bellaco a que guarde los modales adecuados para saludar a unas damas en un parque.
Dona no habla. El chal se ha resbalado de su rostro, tiene los ojos muy abiertos por el susto y su piel es incluso más pálida que de costumbre.
«Solo puede percibirme de vez en cuando», dijo Derrick. Pero no es que sea difícil adivinar que Kiaran no es humano, puesto que interpreta bastante mal su papel. Es evidente que se trata de un ser feérico por su asombrosa belleza y su manera de respirar y moverse. Nunca parecería normal, aunque se molestara en intentarlo.
¡Maldición! Debería haber echado a Dona en vez de escuchar a Derrick. Una solución de limpieza con aroma a rosas, sí.
—Tú —le dice Kiaran a Dona muy bajito— sabes exactamente lo que soy, ¿no?
Dona tiembla.
—No… no entiendo.
—Lo entiendes perfectamente bien —replica Kiaran—, pero sigue fingiendo. Puede que un día te salve la vida.
Me coloco delante de Dona, lanzándole a Kiaran una mirada asesina.
—¿Podrías al menos intentar ser humano? —le pido—. ¿Durante tan solo cinco minutos?
Kiaran suspira y masculla algo en ese idioma que no entiendo.
Catherine no parece darse cuenta del pánico de mi doncella ni de lo extraña que es nuestra conversación. Mira fijamente a Kiaran en silencio, con un sobrecogimiento descarado. Entonces parpadea deprisa y extiende la mano, con la palma hacia abajo, como si hubiera olvidado cómo saludar de forma apropiada.
Kiaran le coge la mano.
—¿Qué tengo que hacer con ella? ¿Besarla?
Dona se estremece y Catherine parece estar a punto de desmayarse.
—Eso sería maravilloso —susurra de un modo soñador, impropio de ella.
Me deja boquiabierta y empieza a horrorizarme. ¡Oh, mierda! La ha feerizado. Kiaran me habló del terrible efecto que los daoine sìth causan en los humanos. Hay personas que se convierten en víctimas voluntarias ante el simple roce de un hada, por un momento de proximidad. Antes de que los daoine sìth quedaran atrapados bajo tierra, muchos humanos habían muerto por eso.
—He cambiado de opinión. Deja de actuar tan inadecuadamente como un humano —digo—. Suéltale la mano y apártate. Retrocede un paso largo.
Kiaran se apoya en el árbol que hay a mi lado.
—Entonces ¿has terminado? —pregunta—. Tenemos que hablar…
—Perdone, señor MacKay —interrumpe Catherine, sacudiendo la mano como para limpiarla—, pero debo decir que es usted guapísimo.
Kiaran la mira con calma.
—Veo que esto no va tan bien como esperaba.
¡Dios santo, qué bufón más insensible! Justo cuando creo que no puede estar más confundido cuando se trata de estar entre humanos, va y demuestra lo contrario.
—Esto es lo que sucede —le digo— cuando decides hacerte visible. ¿Estás loco?
—Lo creí… conveniente en ese momento —contesta y, por lo visto, no parece preocupado por el efecto que tiene sobre mi amiga.
—¡Al diablo contigo, Kiaran MacKay!
Dona le aprieta el hombro a Catherine para mantenerla a raya.
—Mi señora —susurra—, deberíamos irnos. Esto… hay algo que va mal.
—Yo no quiero marcharme —responde Catherine, librándose de su mano—. No estoy preparada.
Catherine agarra la manga de la levita de Kiaran, retorciendo la tela para acercarle a ella, con los ojos aturdidos. La feerizada romperá la ropa para volver a tocar la piel del ser feérico. No ha llegado a ese extremo, todavía no, pero si vuelve a tener contacto con él, puede que lo haga.
La obligo a retroceder y me coloco delante de ella, agarrándola de los hombros.
—¿Catherine?
Me clava las uñas en la capa y realiza movimientos torpes y descoordinados.
—Es precioso —musita, sin apartar los ojos de Kiaran.
—Arregla esto —le digo bruscamente— o nunca te lo perdonaré.
—Marchaos —les dice a mis compañeras sin apartar la mirada de la mía—. Ya.
La explosión de poder que emana —normalmente tan tentadora y magnética— hace que se me revuelva el estómago, me entran náuseas y me doblo por la mitad. Es un sabor tan fuerte que dan ganas de vomitar.
Sin vacilación ni una palabra de despedida, Dona y Catherine se dan la vuelta y empiezan a caminar por la hierba, en dirección a la calle Princes. Sus movimientos son tranquilos, como si no hubiera ningún problema. Pasan entre los árboles y se pierden de vista.
—¿Qué les has hecho?
—He forzado su vuelta a casa —responde—. No me recordarán.
—¿Catherine está…?
—Está bien. Los efectos causados por haberme visto desaparecerán.
Tiro mi parasol al suelo y le miro con el entrecejo fruncido. Necesito hacer un gran esfuerzo para no golpearle.
—¿En qué estabas pensando al venir aquí?
Kiaran levanta la cara hacia el cielo. Los últimos restos de luz solar le iluminan la piel con un resplandor dorado, extraño pero hermoso.
—Qué clima más espléndido, ¿verdad?
«Deja de mirarlo, tontaina».
Aparto la mirada.
—¿Cómo te atreves a hacer una cosa sí? Teníamos un acuerdo.
Se separa del árbol y me rodea, como si acorralase a su presa. Sus pies son silenciosos sobre la hierba.
—No recuerdo haber hecho una promesa.
—Se sobrentendía.
—No me van las negociaciones implícitas. —Kiaran mira detrás de mí—. ¿He de entender que no quieres que nos vean juntos?
Resoplo.
—Por supuesto que no. Sobre todo ahora que me has privado de acompañante.
Kiaran chasquea la lengua y señala detrás de mí.
—Entonces deberías preocuparte por ellos.
Me doy la vuelta. Una pareja pasea hacia nosotros, con una carabina detrás, no muy lejos. Todavía no me han visto, pero una dama de mi reputación y posición social no debería estar sola en un parque, y que me vieran a solas con un hombre seguramente empeoraría la situación.
Con un grito ahogado, me quito un guante y cojo la mano desnuda de Kiaran.
—Ocúltanos —susurro.
—Lo consideraré. ¿Podemos negociar?
Me dan ganas de coger mi parasol para pegarle.
—Me has estropeado la tarde. Al menos hazme este favor.
Kiaran sonríe con suficiencia y entrelaza sus dedos con los míos. Me asombra lo suaves que son, lo calientes que están.
—Ya está —dice en voz baja, apenas audible—. Estás oculta.
Sus ojos no tienen fondo, como si fueran una extensión interminable de espacio, profunda y oscura. Salvo por las motas doradas, cenizas ardiendo en el interior de un abismo infinito. La edad de Kiaran se refleja en ese lugar. Ha visto durante siglos ir y venir, ha visto innumerables personas vivir y morir, el nacimiento y destrucción de civilizaciones enteras. Es una reliquia viviente.
La pareja pasa por nuestro lado, riéndose y charlando. De repente me siento avergonzada porque Kiaran haya tenido que esconderme de los míos y más aún que le haya necesitado para eso. ¿Cuándo me ha empezado a preocupar la opinión que él tenga de mí? Deseo con todas mis fuerzas que me vea como una cazadora y no como una dama. Que no me vea nunca como una dama. Las noches en que cazamos son las únicas ocasiones en las que me he sentido en igualdad de condiciones con un hombre, aunque él no lo sea.
Debería estar enfadada con él. Debería volver a reprenderle por haber venido a mí de esa manera, por obligarme a revelar la parte de mí de la que no quiero que sepa nada. En cambio, me sonrojo por la vergüenza, y ni siquiera comprendo por qué.
Incapaz de volver a mirarle a los ojos, aparto la vista.
—No quería que me vieras así.
—¿Así, cómo?
—Con este maldito vestido. Soy de alta alcurnia, la hija de un marqués. Debe de parecer que nunca he tocado un arma en mi vida.
No debería haberle dicho eso. Ahora pareceré más débil que nunca.
Soy la criatura salvaje que él vio luchar, matar y sobrevivir ayer por la noche. Los vestidos ocultan mi desolación. Encubren la criatura que vive dentro de mí, que se alimenta de ira. Soy un lobo con piel de cordero.
Su reacción me sorprende.
—No tiene importancia, Kam. No cambia nada. ¿Acaso crees que estas ropas ocultan mi capacidad para usar la espada? No son un impedimento.
Estoy a punto de echarme a reír.
—Intenta luchar con un corsé y enaguas.
Sonríe irónicamente.
Examino su conjunto, caro sin lugar a dudas. Reconozco una tela de calidad en cuanto la veo.
—¿Dónde has encontrado eso?
—El tendero me lo dio —responde.
—Bajo la influencia de los poderes feéricos, supongo.
—Sìthichean.
—Hadas…
Kiaran sonríe con suficiencia.
—Quería esa ropa y él la tenía. Se la pedí, con buenos modales, y me la hizo a medida. Con lo bien que me queda, ¿vamos a hablar de moralidad?
«Moralidad». Mientras me preocupaba porque me encontrara de esta manera, me había olvidado completamente de la verdadera razón por la que él necesitaba hablar conmigo, y me vuelvo fría de nuevo. Nuestro agradable momento ha pasado.
—Sí, MacKay —digo arrastrando las palabras—, hablemos de moralidad. ¿Como la moralidad de no contarme que existía un sello que, en cuanto se rompiera, liberaría a hadas que podrían matar a miles de humanos?
Kiaran al menos tiene la decencia de parecer un poco incómodo, aunque solo lo exprese con un ligero cambio en la mirada.
—Algún día le cortaré la lengua a ese pixie —farfulla.
—Al menos él fue honesto conmigo.
Miro a mi alrededor. No hay nadie más a la vista, tan solo estamos Kiaran y yo en medio de un círculo de árboles. Bien. Le suelto la mano y vuelvo a ponerme el guante.
—Que se rompa el sello es algo inevitable —dice Kiaran, metiéndose las manos en los bolsillos—. Sucederá en el eclipse lunar a mediados de invierno. Dentro de seis días.
—Seis días —susurro, casi incapaz de pronunciar las palabras.
Me entra frío y me cuesta respirar. Es demasiado pronto. Si los seres feéricos consiguen escapar, ¿cómo podrá salvarse la ciudad? No los venceríamos ni con todo un ejército humano. Incluso si escaparan unos cuantos gorros rojos más podrían sembrar un caos incalculable. No puedo hacerles frente yo sola. No puedo salvar a todo el mundo.
—Tenemos que encontrar el sello antes de que eso pase —le digo—. Reactivarlo de alguna manera.
Niega con la cabeza.
—El sello solo puedo reactivarse durante el eclipse y todos los sìthichean ya habrán salido para entonces.
—Estoy segura de que tiene que haber algo que podamos hacer —replico.
—Tenemos una oportunidad. —Habla tan bajo que le oigo ligeramente por encima de la brisa. A nuestro alrededor, los árboles se agitan y las hojas muertas caen por el césped—. Debes estar allí para reactivarlo —dice—. Eres la única que puede hacerlo.