Capítulo 8

Después de eso se hizo la calma. Como la calma antes de la tormenta, pero al revés. Las enfermeras pusieron la cena en el horno y después se aislaron en el despacho de la doctora Gill para tener una teleconferencia. No se las debía molestar.

Nadie discrepó con la explicación de los hechos según la señora Wang. Nadie intentó alegar que fuese un accidente. Ni siquiera hubo alguien que pareciese sorprendido porque Liz hubiese estado a punto de sacarle un ojo a otra persona.

La señora Talbot sirvió la comida a la hora de la cena, y después volvió a retirarse al despacho. Liz se unió a nosotros, pálida y callada. Simon le pasó a escondidas un zumo, aunque se suponía que debíamos beber leche. Tori revoloteó a su alrededor, persuadiéndola para comer. Incluso Rae y Peter hicieron esfuerzos por entablar conversación. Sólo Derek y yo no participamos.

Después de la cena, Tori le recordó a Liz que esa noche habría película, si conseguían que le dejasen el deuvedé. Además, le cedió el honor de escoger, pero Liz parecía abrumada por la responsabilidad y nos miró como pidiendo ayuda. Simon hizo alguna sugerencia, pero dijo que no la vería… Derek y él tenían proyectos para el día siguiente. Al final Liz se decidió por una comedia romántica. Mientras Tori y ella fueron a decírselo a las enfermeras, Rae anunció que tenía que doblar la ropa, entonces limpia, y yo me ofrecí para ayudarla.

* * *

Cada una llevamos una cesta de colada a la habitación que Rae compartía con Tori. Podría asegurar que ninguna de las dos estaba contenta con el arreglo. Juraría haber visto marcas de lápiz en el alféizar de la ventana para dividir la habitación por la mitad.

La parte de Tori estaba tan limpia que parecía mi lado del dormitorio el primer día que entré en él. No había nada en las paredes. Nada sobre la cama o en el suelo. Todas las superficies estaban desnudas, a excepción de dos marcos de foto colocados sobre el tocador. Uno contenía una instantánea de Tori y sus padres, el otro la de un enorme gato siamés.

La mitad correspondiente a Rae acumulaba desorden suficiente para las dos. Sudaderas con capucha sobre los pilares de la cama, libros de texto en precario equilibrio sobre el escritorio, botes de maquillaje abiertos sobre el tocador y los cajones rebosantes de ropa. Era la habitación de alguien que no comprendía por qué habría de guardar las cosas si iba a volver a emplearlas al día siguiente. Sus paredes estaban cubiertas por completo con fotos.

Rae dejó su cesta sobre la cama de Tori y después cerró la puerta.

—Bien, podría comenzar a dar rodeos, pero lo odio, así que voy a ir directamente al grano y preguntártelo. ¿Lo he oído bien? ¿Estás aquí porque ves fantasmas?

Las palabras «no quiero hablar de eso» se agolparon en mis labios. Pero quería hablar de ello. Deseaba coger el teléfono y llamar a Kari o a Beth, pero no estaba segura de cuánto habrían escuchado sobre lo sucedido y si lo habrían comprendido. La persona que parecía menos probable que se burlase de mí o fuese a cotillear sobre mis problemas se encontraba justo allí, preguntando por mi historia. Así que se la conté.

Al terminar, Rae se arrodilló donde estaba, sostuvo una camiseta entre sus manos durante al menos medio minuto antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo y la dobló.

—Pues vaya… —dijo.

—No te extrañas de que esté aquí, ¿eh?

—¿Y comenzó justo antes de que tuvieses tu primera menstruación? Quizá de eso se trate. Te ha venido bastante tarde, se formó todo eso y, entonces… ¡Pum!

—¿Un megasíndrome premenstrual?

Rió.

—Entonces, ¿lo has estado mirando?

—¿Si he estado mirando qué?

—Lo del conserje.

Al fruncir el ceño, ella prosiguió.

—Te persiguió un tipo con uniforme de conserje, ¿no? Y estaba carbonizado, como si hubiese muerto en algún incendio, o una explosión, ¿verdad? Algo habrá en la prensa, si de verdad ocurrió. Podrías buscarlo en línea.

No diré que no se me había ocurrido esa idea, pero sólo le había permitido corretear por mi cabeza, como esas personas que corren desnudas por los campos de fútbol, moviéndose demasiado rápido para que pudiese contemplarla bien.

Pero, entonces, ¿qué pasa si de verdad veía fantasmas?

Las luces de alarma en mi cerebro destellaron anunciando no te metas ahí, pero alguna parte dentro de mí se encontraba fascinada, quería meterse ahí.

Me froté las sienes.

Los fantasmas no existen. Los fantasmas son cosas de gente chalada. Lo que veía eran alucinaciones, y cuanto antes lo aceptase antes saldría de allí.

—Sería genial que así fuese —dije con precaución—. Pero la doctora Gill dice que tener visiones es un claro síntoma de enfermedad mental.

—Ah, la famosa etiqueta. Por Dios, cómo le gusta a la gente de aquí poner estigmas. ¿Ni siquiera pueden dejar que una chica pase su primer día acá sin endosarle alguno? El mío es piromanía —me leyó la mirada—. Sí, vale, ya lo sé. Se supone que no debemos compartir estas cosas. Hay que proteger nuestra intimidad. A mí eso me parece una mierda, pero quieren que no comparemos nuestras historias.

Alineó unos calcetines y comenzó a emparejarlos.

—No estás de acuerdo conmigo.

—Quizá con algo como la piromanía, bueno, suena casi… molón. Pero hay otras cosas, etiquetas, que quizá no quieras compartir.

—¿Cómo cuál?

Durante un minuto me concentré en emparejar calcetines. Quería decírselo, igual que todo el asunto de los fantasmas. Yo, asustada como estaba por parecer un bicho raro, quería decírselo a alguien, ver lo que me decía, obtener una segunda opinión.

—Dicen que tengo esquizofrenia.

Estudié su reacción. Sólo hubo un ligero fruncimiento de ceño causado por el desconcierto.

—¿Eso no es personalidad múltiple? —preguntó.

—No, esquizofrenia es, ya sabes, algo así como esquizo.

Su expresión no varió.

—Entonces, ¿es eso de ver cosas y demás?

Levanté una camiseta blanca grande como la vela de un barco y un poco deslucida en la zona de las axilas. No necesitaba comprobar el nombre. La doblé y la añadí al montón de Derek.

—Hay muchos otros síntomas, pero no los tengo.

—¿Ninguno de ellos?

—Supongo que no.

Se recostó hacia atrás, descruzando las piernas.

—Mira, éste es mi problema al respecto. Experimentas un episodio extraño y ya te calzan una etiqueta, aunque sólo hayas tenido ese problema. Es como si toses y deciden que tienes neumonía. Apuesto a que también hay un montón de otros síntomas relacionados con la piromanía. Síntomas que no tengo.

Fijó la mirada en un calcetín rojo y otro azul y se quedó contemplándolos con mucha intensidad, como si quisiese convertirlos en púrpura y emparejarlos.

—Entonces, ¿qué más cosas se relacionan con la esquizofrenia?

—La doctora Gill no especificó ningún otro.

—¿De veras?

—Supongo que podría buscarlo en Internet. Debería.

Deberíamos. Esquizofrenia y piromanía. Me gustaría saber más. Para estar segura, ¿sabes? Sobre todo a tenor de cómo le están yendo las cosas a Liz… —Se frotó la boca con el dorso de la mano y, todavía con la vista fija en los calcetines desparejados, añadió—: Creo que pronto vas a tener una habitación para ti sola. Quizá más que pronto.

—¿Van a trasladarla?

—Es probable. Han estado hablando del tema durante un buen rato. Éste es un lugar para chavales con problemas, pero ninguno está demasiado mal y todos mejoran. Un par de semanas después de que yo llegase aquí trasladaron a un chico llamado Brady. No es que estuviese empeorando o algo de eso. No era como Liz. Él, simplemente, no quería mejorar. No creía que tuviese nada malo. Así que fuera con él… Eso me enseñó una lección. Quizá no me gusten sus etiquetas ni sus medicinas, pero mantendré el pico cerrado, jugaré su juego y saldré de aquí como hay que hacerlo.

—E irás a casa.

Hubo un momento de silencio. Ninguna de las dos nos movimos. Después me arrancó un calcetín azul de las manos y lo agitó en mi cara.

—¡Epa! —ni me había dado cuenta.

Dobló juntos los dos del par azul y después tiró el solitario calcetín rojo bajo la cama de Tori.

—¡Ya está! Pronto será la hora de la peli —apiló la colada doblada dentro de una sola cesta—. ¿Viste qué rápido se desentendió Simon de ver la película? Esos dos sí que son una pareja de verdaderos empollones. Lo que sea con tal de no andar con los chavales majaras.

—Tengo la misma impresión. Simon parece majo, pero…

Ella me tendió una cesta y cogió la otra.

—Él es tan divo como Tori. Forman una pareja tremenda. Puede que Derek sea un gañán, pero al menos es honesto en ese sentido. Simon se hace el majo durante el día, cuando tiene que estar con nosotros, después aprovecha cualquier instante para largarse con su hermano. Actúa como si no perteneciese a este lugar. Como si no tuviese problemas y todo fuese un tremendo error.

—¿Por qué está aquí?

—Créeme, me gustaría saberlo. Lo suyo y lo de Derek, lo de ambos. Simon nunca va a terapia, pero Derek recibe más que cualquiera. Nunca viene nadie a visitarlos, pero a veces puedes oírlos dale que te pego con su padre. El padre de Simon, me parece. Si el tipo es tan genial, ¿por qué los ha tirado aquí y se ha largado? Y, además, ¿cómo es que dos chicos de la misma familia, aunque no sean hermanos de sangre, tienen ambos problemas mentales? Me encantaría ver sus expedientes.

Mentiría si dijese que no sentía curiosidad por Simon. Y quizá también por Derek, aunque sólo fuese porque había sentido la necesidad de tener a mano munición contra él. Pero yo no querría que nadie leyese mi expediente, y no iba a ayudar a Rae a leer el de ellos.

—De todos modos, esta noche no podremos arriesgarnos a echar un vistazo —dijo—. Ahora estarán muy alerta, con toda esa historia de Liz. Y no quiero que me expulsen por corromper a la recién llegada.

—Quizá me expulsen a mí por corromperte a ti.

Leyó mi amplia sonrisa y rió.

—Ah, sí, claro, tú eres un problema, chica. Puedo asegurarlo.

Me hizo salir pitando de la habitación y cerró la puerta a nuestra espalda.