No pensaba poner un pie, ya fuese desnudo, calzado o con calcetines, en aquel pasadizo hasta haber hablado con el primer fantasma y formulado todas las preguntas planteadas por Derek.
Entramos en la lavandería. Derek tomó posiciones a mi lado, recostándose contra la secadora. Me senté con las piernas cruzadas en medio del suelo, cerré los ojos y me concentré.
No tardó mucho, como si el fantasma estuviese esperándome. Todavía no era capaz de comprender más que alguna frase a retazos. Se lo dije a Derek, y después comenté:
—Dejé de tomar las medicinas cuando me diste el frasco, pero aún deben de estar en mi sistema.
—… Ninguna medicina… —dijo el fantasma—… Bloqueo…
—¿Qué está bloqueado?
—Hechizo… Fantasmas… Bloquea…
—¿Un hechizo bloquea a los fantasmas? —aventuré.
Eso llamó la atención de Derek, y se movió hacia delante, descruzando los brazos.
—¿Dijo que un hechizo lo bloquea? ¿De qué tipo?
Estaba a punto de intermediar pero, evidentemente, el fantasma podía oír y contestó.
—Magia… Ritual… Importante.
—¿Es importante?
—No… No importante —dijo, enfático.
Se lo conté a Derek, que refunfuñó por ese modo de comunicación mientras rascaba con saña un antebrazo, y después añadió:
—Pídele que diga las palabras de una en una. Que las repita hasta que las comprendas y después me las dices. Será lento, pero al menos no nos perderemos…
Se detuvo y su mirada siguió a la mía hasta su antebrazo. Su piel se estaba… Moviendo. Rizándose.
—¿Qué co…? —comenzó a decir, después soltó un gruñido de frustración y sacudió su brazo con ferocidad—. Espasmos musculares. He tenido un montón últimamente.
Volvió a bajar la vista hacia su ondulante pellejo, hizo un puño y bombeó con el brazo, intentando hacerlo funcionar. Estaba a punto de proponerle que fuese al médico, cuando comprendí que eso no sería fácil para una persona como Derek. Entonces pude advertir que eran sus músculos, expandiéndose y contrayéndose a su libre albedrío. Supuse que sería un efecto colateral de su condición, un desarrollo muscular a toda marcha. Atacando con violencia en la pubertad, como el resto de todo su ser.
—Bueno, mientras no revientes la ropa y te pongas de color verde —le dije.
—¿Cómo? —su rostro se crispó, después cogió la chanza—. La increíble Masa. ¡Ja, ja, ja! Mejor, la increíblemente estúpida peli —se frotó los antebrazos—. No me hagas caso y vuelve con tu fantasma.
El fantasma había oído la propuesta de Derek acerca de ir hablando palabra a palabra, y eso hicimos. Funcionó mucho mejor, aunque parecía un poco como jugar a las adivinanzas, con él repitiendo la palabra una y otra vez, y yo diciéndola nerviosa cuando, al final, lograba comprenderla.
Comencé con preguntas relativas al propio fantasma, y supe que fue un nigromante. Había estado en el hospital cuando me ingresaron. Dijo algo acerca de impedir que los fantasmas acosasen a los enfermos mentales, algo que no comprendí pero tampoco era importante.
Los fantasmas reconocían a los nigromantes, por eso sabía qué era yo. Y, al comprender que yo no sabía quién era yo, supo que necesitaba ayuda. Pero me trasladaron antes de que pudiese establecer contacto conmigo, así que me siguió hasta la Residencia Lyle. Sólo que ésta, de alguna manera, estaba bloqueada a los fantasmas. Pensaba que era un hechizo aunque, cuando Derek cuestionó esa suposición, el fantasma admitió que podría deberse a variables como los materiales de construcción o la localización geográfica. Todo lo que sabía seguro era que los únicos lugares donde podía lograr establecer contacto conmigo, aunque parcial, eran el sótano y el ático.
Y sabía dos cosas respecto a los cuerpos del pasadizo. Una: habían sido asesinados. Dos: eran sobrenaturales. Ató cabos y se convenció de que sus historias serían importantes. No podía conocerlas porque no podía contactar con los muertos con la misma facilidad que antes de convertirse en uno de ellos.
—Pero sólo eran esqueletos y carne reseca —dijo Derek—. Como momias. Cualquier cosa que les sucediese no tuvo que ver con nosotros, aquí y ahora.
—Quizá —fue la respuesta del fantasma.
—¿Quizá? —Derek levantó las manos y comenzó a deambular por la sala. Se puso a farfullar, aunque no por rabia, sino de pura frustración, intentando desentrañar ese problema y descubrir una relación cuando, en realidad, debería estar en la cama recuperándose de su fiebre.
—Samuel Lyle —fue lo siguiente que dijo el fantasma—. El dueño original. ¿Lo conocéis?
Respondí que no y pregunté a Derek.
—¿Cómo podría conocer al tipo que construyó este lugar hace cien años?
—Sesenta —dijo el fantasma, y yo se lo transmití.
—Lo que sea —Derek volvió a pasear—. ¿Sabe siquiera en qué año estamos?
Podría haber señalado que si el fantasma sabía cuánto tiempo había pasado desde la construcción de la casa, resultaba obvio que supiese el año en que nos encontrábamos. Pero Derek sólo estaba refunfuñando. La fiebre le dificultaba concentrarse en ese rompecabezas.
—Sobrenatural —respondió el fantasma—. Lyle. Hechicero.
Eso hizo que Derek se detuviese cuando lo dije.
—¿El tipo que construyó este lugar era un hechicero?
—Magia negra. Alquimista. Experimentaba. Sobrenaturales.
Un escalofrío recorrió mis brazos y los crucé.
—¿Crees que así murieron esas personas del sótano? ¿Que ese hechicero, Lyle, experimentó con ellos?
—¿Cómo sabe tanto acerca de ese tipo? —preguntó Derek—. Te siguió hasta aquí, ¿verdad?
—Todos saben —replicó el fantasma—. En Buffalo. Todos sobrenaturales. Sabían donde vivía. Y mantenían lejos. O no.
Derek negó con la cabeza.
—Todavía no sé cómo nada de eso se relaciona con nosotros.
—Quizá —contestó el fantasma—. Quizá no. Necesitas preguntar.
Derek siseó un taco y golpeó una pared con la mano lo bastante fuerte para sobresaltarme. Me acerqué a él.
—Vete a la cama. Es probable que tengas razón. Estoy seguro de que no es nada…
—No estoy diciendo eso. Sólo digo… Un hechicero construyó este lugar hace sesenta años; hay sobrenaturales enterrados aquí, en el sótano, y ahora aquí estamos tres chicos sobrenaturales. La institución de terapia se llama así por él. ¿Tiene algún sentido? ¿O sólo se llama así por el tipo que la construyó? Me parece demasiado para ser una coincidencia, sólo que no logro establecer una relación.
—Yo puedo ocuparme de esto. Vuelve…
—No, tiene razón. Necesitamos preguntar —levantó la mano metiéndola bajo la camiseta y se rascó la espalda—. Me siento hecho una mierda, y eso me pone de mal humor. Pero necesitamos hacer esto.
El fantasma nos siguió hasta el pasadizo bajo.
—¿Cómo puedo evitar lo que hice antes? —pregunté—. ¿Devolviéndolos a sus cuerpos?
Silencio. Conté hasta sesenta y dije:
—Hola. ¿Todavía estás aquí?
—Estate tranquila. Concentrada. Pero ve despacio. Suave. Tu poder. Demasiado fuerte.
—¿Mis poderes son demasiado fuertes?
No pude suprimir una sonrisa. Puede que no estuviese segura de si quería ese poder, pero molaba oír eso de estar por encima del nigromante medio. Como hacer un test de inteligencia y descubrir que eres más listo de lo que pensabas.
—Tu edad. Nunca deberías haber podido…
Silencio. Esperé paciente para oír la siguiente palabra. Y esperé.
—Hola.
Comenzó de nuevo, palabra por palabra.
—Demasiado pronto. Demasiada cantidad. Demasiado…
Una pausa aún mayor.
—Algo va mal —dijo, al fin.
—¿Mal?
Derek reptó saliendo de entre las sombras, donde había observado en silencio.
—¿Qué está diciendo?
—Algo acerca de mis poderes. Que están… Mal.
—Demasiado fuerte —dijo el fantasma—. Antinatural.
—¿Antinatural? —susurré.
Los ojos de Derek destellaron.
—No lo escuches, Chloe. Entonces, eres poderosa. Genial. Estás bien, así que ve despacio.
El fantasma se disculpó. Dio unas cuantas instrucciones y dijo que estaría observando «desde el otro lado», por si acaso su presencia hubiese acelerado mis poderes antes de tiempo. Regresaría, si llegase a necesitarlo. Me hizo una última advertencia acerca de intentarlo con demasiado empeño y se marchó.