Capítulo 30

Derek y yo nos dirigimos juntos hacia el vestíbulo en cuanto los doctores nos despidieron. Intenté andar con un poco de parsimonia, frotando una mancha imaginaria en mi camisa, para darle tiempo a caminar por delante de mí y evitar así cualquier situación embarazosa. Se plantó delante de mí, con los brazos cruzados y sus dedos apretando los bíceps con impaciencia.

Recordé cómo me había rescatado. Debía estar agradecida. Pues bien, aunque… No sé. Me dolía la cabeza y aún me escocía el rechazo de mi tía. Además, también me escoció que no se opusiera a mi ofrecimiento a ser trasladada. No quería, pero así era.

—¿Qué es lo que estás sacudiendo? —susurró.

—Una mancha.

—No hay mancha.

Me enderecé, estirando la camisa hacia abajo y ajustándomela.

—Eso es porque la he limpiado.

Intenté rebasarlo, pero no cedió.

—Tenemos que hablar —murmuró.

—¿De verdad crees que es una buena idea?

—También estará Simon —dijo—. Cinco minutos. En la parte de atrás.

* * *

En realidad, no creía muy prudente que se me viese por ahí con Derek, aunque Simon estuviese presente. Así que, cinco minutos después, estaba en la sala de medios, tumbada en el confidente y escuchando mi iPod, intentando perderme en la música.

Di un respingo cuando una sombra pasó sobre mi cabeza.

Allí estaba Rae, con las manos extendidas.

—Quédate ahí, sólo soy yo.

Me quité los auriculares.

Ella dejó su sudadera sobre una silla.

—Entonces, ¿qué ha pasado?

—No lo que piensa todo el mundo.

—Bien, no me digas.

Se sentó frente a mí, sobre sus pies, con una manta sobre el regazo, acomodándose, esperando la verdadera historia. Me conocía desde hacía menos de una semana, pero sabía que yo no había estado tonteando con Derek en el nicho de ahí abajo.

—Te lo contaré luego —murmuré—, cuando estemos en nuestra habitación.

—Pero me lo contarás, ¿verdad?

Asentí.

—Vale, entonces, ¿cómo te ha ido?

Le hablé de la reunión con los doctores y con tía Lauren.

—Es diferente cuando es un desconocido quien cree que has hecho algo que no has hecho. No te conocen. Pero, ¿y si es alguien que debería conocerte? ¿Alguien que creías que te conocía? —sacudí la cabeza.

—Claro, yo también tuve mi ración de eso. En la escuela, si hacía alguna travesura, me encerraban en el despacho del orientador y éste me soltaba el sermón sobre las tentaciones de la calle y la importancia de asistir a la escuela. Era como para decirle: «Oiga, perdone, ¿pone en mi expediente que alguna vez me haya acercado a una banda? ¿Y eso de que no creo en la importancia de la escuela? Mis calificaciones son de notable y nunca me he saltado una clase… Así que vaya a echarle el sermón a otro».

Estrechó la almohada contra su pecho.

—Me digo que vale, que mola… Ellos no me conocen. Pero la misma historia me pasaba en casa con mi madre. Cada vez que reñíamos, me recordaba lo de mi amiga Trina. Se escapó a los catorce, se mezcló con una banda y la mataron en un tiroteo desde un vehículo. Hola, ¿hay alguien en casa? ¿Qué tiene que ver eso conmigo? Hay una razón por la que Trina y yo dejamos de ser amigas. Yo no soy así.

—Tienen buena intención, supongo. Pero escuece.

—Lo peor de eso… —Entonces levantó la mirada por encima de mi cabeza—. ¿Qué quieres?

Derek dio un rodeo para situarse frente a mí y tocó la esfera de su reloj.

—¿No dije cinco minutos?

—Sí, eso es. Y yo dije que no era una buena idea.

—Necesitamos hablar contigo.

Rae comenzó a levantarse.

—¿Tengo que llamar a las enfermeras?

Le hice un gesto para que permaneciese sentada y después me dirigí a Derek.

—No.

Hundió las manos en los bolsillos de sus vaqueros, se echó hacia atrás sobre sus talones y dijo:

—Simon quiere hablar contigo.

—¿Simon tiene pies? —preguntó Rae—. ¿Y lengua? ¿Quién eres? ¿Su fiel San Bernardo que se tambalea por ahí llevando los mensajes del amo?

Derek giró sobre sus talones, dándole la espalda a Rae.

—¡Chloe! —hubo una nota de ruego en su voz que hizo vacilar mi determinación—. Chloe, po… —mantuvo la o, alargándola y, por un segundo, creía que de verdad iba a decir por favor; si lo hubiese hecho habría cedido, a pesar de mis reservas respecto a que nos viesen juntos. Pero después de un instante, interrumpió la sílaba y se fue muy ofendido.

—Adiós —le dijo Rae a su espalda—. Siempre es un placer hablar contigo —luego se volvió hacia mí—. Me contarás de qué va todo esto, ¿verdad?

—Te lo prometo. Entonces, ¿cómo fue lo de la piscina?

—Pues vale, de acuerdo. Estuvo bien salir, pero no hubo mucha diversión. Simon hace largos y yo apenas chapoteo como los perros, así que anduvimos por separado. Ninguna novedad. Aunque tienen un buen tobogán, y…

Volvió a mirar a mi espalda e hizo un asentimiento de advertencia.

—¿Qué hay? —saludó Simon.

Se sentó en el brazo del confidente. Me aparté para dejarle sitio, pero como Rae estaba en el otro lado, no pude ir muy lejos y su cadera me rozaba el hombro.

—Y-yo… —comencé.

—No quiero salir ahí fuera —dijo, terminando la frase por mí—. Eso mola. Los dos podremos escondernos de Derek aquí dentro. Veamos cuánto tiempo tarda en encontrarnos.

—Os voy a dejar… —comenzó a decir Rae, levantándose de un salto.

—No, quédate —indicó Simon—. No quiero interrumpir.

—No interrumpes. Pero oigo a unas tareas clamando mi nombre, así que me piro.

Me aparté en cuanto se marchó. Simon se deslizó hasta situarse a mi lado. Le cedí mucho espacio, pero él se mantenía muy cerca, sin tocarnos pero casi. Yo tenía la mirada puesta en el hueco entre él y yo, tres escasos centímetros de sofá desnudo, y la tenía ahí fija porque no sabía qué hacer, qué decir.

El horror vivido en aquel bajo pasadizo me había estado rondando, amortiguado por la impresión, la confusión y el agotamiento por tratar con los doctores y tía Lauren, pero entonces que el colchón comenzaba a deshilacharse, sentía su peso y regresaban los recuerdos.

—Me siento fatal —dijo—. Por lo de Tori. Sabía que estaba enfadada por vernos juntos, por eso se lo puse claro; pero creo que sólo lo empeoré.

—No es culpa tuya. Ella tiene problemas.

Una pequeña y seca carcajada.

—Pues claro, eso es un modo de decirlo. —Un minuto después me lanzó un vistazo—. ¿Estás bien?

Asentí.

Se inclinó, nuestros hombros se rozaban y su aliento calentaba mi oreja.

—Si me hubiese pasado a mí, yo no estaría nada bien. Me habría vuelto loco de miedo.

Hundí la cabeza, y un mechón de mi cabello cayó hacia delante. Estiró su mano libre hacia mí, como para apartármelo, pero se detuvo. Se aclaró la garganta, pero no dijo nada.

—Fue bastante interesante —comenté un momento después.

—Apuesto a que sí. Es la clase de cosa que mola ver en las pelis, pero en la vida real… —nuestros ojos se encontraron—. No demasiado, ¿eh?

Asentí.

—No demasiado.

Se retorció, recostándose contra la esquina del sofá.

—Entonces, ¿cuál es tu peli de zombis preferida?

Solté una carcajada y el peso se alivió mientras la risa bullía en mi boca. Sentí cómo se asentaban mis pensamientos, ordenándose en un lugar donde les podía sacar sentido. Había intentado olvidar lo sucedido, dejarlo atrás, ser fuerte, ser dura, ser como Derek. ¿Levantar a los muertos? Tampoco es para tanto, se les manda volver, los entierras de nuevo y ya está. Por favor, que me pasen el siguiente problema.

Sin embargo, no podía. Continuaba viéndolos, oliéndolos, sintiendo su tacto. Mi instinto se paralizó con el recuerdo, y después pensé en lo que les había hecho, en su horror. En ese momento, el mejor modo que tenía de manejar el asunto era poner algo de distancia. No olvidarlo… Sólo apartarlo un poco con imágenes más seguras procedentes del celuloide.

Así que hablamos de pelis de zombis, debatimos y discutimos los méritos de las películas que, según su clasificación en la cartelera, ninguno de los dos debería haber visto.

—Ésa tenía los mejores efectos especiales —dijo Simon—. Sin lugar a dudas.

—Seguro; si haces que vuelen por los aires bastantes cosas, puedes disimular fallos en la trama lo bastante grandes para que las atraviese un camión.

—¿Trama? Es una peli de zombis…

Para entonces se encontraba despatarrado en el suelo, después de haberse colocado ahí para hacer una demostración de una pobre «escena de muerte» zombi. Yo me quedé en el sofá, mirándolo desde arriba.

—Déjame adivinar —dijo—. Vas a escribir la primera peli de zombis independiente premiada en Sundown.

—Sundance. Y, no. Si tuviese que dirigir una película independiente —tuve un estremecimiento—… Mejor que me pegases un tiro ahora.

Mostró una amplia sonrisa y se sentó en el suelo.

—Apoyo eso. El cine artístico no me va. Y no es que vaya a dirigir ni escribir ninguna película. Entonces, ¿qué es lo que quieres hacer? ¿Escribir o dirigir?

—Ambas cosas, si puedo. Escribir el guión es donde se encuentra la historia, pero si quieres ver cómo esa historia cobra vida tienes que ser director, porque en Hollywood el director es el rey. ¿Los guionistas? A esos apenas los pilla el radar.

—Entonces, el director está en la cima.

—No, ahí está el estudio. El director es el rey. El estudio es Dios. Y ellos sólo quieren algo que puedan vender, algo que se ajuste a sus cuatro pequeños cuadrantes.

—¿Cuadrantes?

—Los cuatro grupos demográficos más importantes. Chicos y chicas divididos entre jóvenes y viejos. Rellena los cuatro y tendrás un éxito en los videoclubs… Y un estudio muy feliz. Sin embargo, eso no va a suceder con una peli de zombis, por mucho que mole.

Se dio la vuelta, colocándose boca abajo.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Puede que esté clavada en Buffalo, pero estaba conectada. Tenía suscripciones a Variety, Creative Sceenwriting, un análisis de las curvas industriales, participaciones en blogs… Si pretendo meterme en este oficio, tengo que saber cómo funciona el negocio. Cuanto antes, mejor.

—Vamos… Yo todavía no sé qué quiero ser.

—Puedo contratarte para que hagas todos mis efectos de bruma.

Rió y después miró a mi espalda.

—¿Qué hay, tronco? ¿Ya has tomado bastante el fresco?

—Quería hablar contigo —Derek desvió la mirada para incluirme—. Con vosotros dos.

—Entonces pilla una silla. La conversación va de pelis de zombis —Simon me lanzó una mirada—. ¿Todavía hablábamos de pelis de zombis?

—Creo que sí.

—¿Pelis de zombis? —preguntó Derek, despacio, como si hubiese oído mal. Su rostro se ensombreció y bajó la voz—. ¿Habéis olvidado los dos lo que pasó hoy?

No. Por eso estamos hablando sobre el tema —Simon lanzó una sonrisa en mi dirección—. O algo así.

Derek bajó la voz otro punto.

—Chloe está en peligro. En un peligro serio. ¿Y estáis haciendo el haragán, rajando sobre los zombis?

—¿Haciendo el haragán? ¿Rajando? Buena elección de términos. Muy evocadores. ¿Tratas de decir algo? Sé perfectamente bien qué sucedió y qué puede significar para Chloe. Pero no es que el cielo vaya a caer sobre nuestras cabezas si no lo discutimos a cada minuto, Chicken Little —se estiró—. Y en este preciso instante, creo que podríamos emplear algo de tiempo sólo en relajarnos.

—¿Relajación? De eso tienes bastante, ¿verdad? —Derek se acercó a Simon y se situó por encima de él—. En realidad, eso es casi todo lo que haces.

Me puse en pie.

—Y-yo mejor voy a ver si Rae necesita ayuda.

Simon se sentó.

—Espera. Casi hemos terminado aquí —después se dirigió a Derek—. ¿Verdad?

—Claro. Venga, vete. Tómatelo con calma. Estoy seguro de que nuestro padre aparecerá por esa puerta de un momento a otro y nos rescatará. ¿Y si estuviese en problemas? ¿Y si necesitase ayuda? Bueno, pues sería una pena, porque eso requeriría un esfuerzo y tú estás muy ocupado…, relajándote.

Simon se levantó de un salto. Derek se quedó donde estaba. Se enfrentaron cara a cara un instante, y después Simon me empujó con suavidad hacia la puerta.

—Vamos.

Como dudé, vocalizó un mudo «por favor» y entonces asentí y nos fuimos.