Mi mano rozó algo tirado entre la suciedad. La caja de cerillas.
La recogí y tanteé la tapa con muy poca habilidad. Saqué un fósforo y después le di la vuelta a la caja buscando con los dedos la tira de lija. Allí estaba.
—Ayuda. Ayuda. A mí.
Me eché hacia atrás, pateando y pisando para apartarme. Se me cayó la cerilla. Me detuve y pasé la mano sobre la mugre, en su busca.
«¡Saca otra!»
Lo hice. «Encuentra otra vez la tira de lija». Sujeté el fósforo entre los dedos y…, me di cuenta de que no sabía cómo encenderlo. ¿Por qué iba a saberlo? En el campamento, sólo los monitores encendían las fogatas. Jamás había fumado un cigarrillo. Y no compartía la fascinación por las velas que tienen otras chicas.
«Debes de haberlo hecho antes, alguna vez».
Era probable, pero no lo recordaba…
«¿Y qué más da? Lo has visto en las películas, ¿verdad? ¿Qué dificultad puede tener?»
Volví a sujetar la cerilla, golpeé… y se dobló con el impacto. Saqué otra. ¿Cuántas había? No muchas… Era la misma caja que Rae había empleado la primera vez que le guardé las cerillas.
En esta ocasión la sujeté más abajo, cerca de la cabeza. Golpeé. Nada. Golpeé otra vez y la cabeza del fósforo produjo una llamarada que me chamuscó las puntas de los dedos, pero no lo solté. La llama ardía con buen brillo, pero daba muy poca luz. Podía verme la mano, pero más allá… se extendía la oscuridad.
No, había algo a mi derecha moviéndose sobre el polvo. Sólo pude adivinar una forma oscura, arrastrándose hacia mí. Era grande y larga. Algo se extendía. Parecía un brazo con manchas irregulares, con la mano casi blanca y sus largos dedos brillando sobre la tierra.
Las manos avanzaban arañando la suciedad para llevar después el cuerpo tras ellas. Podía ver sus ropas, ropas desgarradas. El olor a suciedad y algo frío y húmedo atestó mi nariz.
Levanté la cerilla más arriba. La cosa levantó su cabeza. Me miraba una calavera de la que colgaba carne renegrida y costras de pelo sucio. Unas cuencas vacías se giraron en mi dirección. Tenía la mandíbula abierta y sus dientes tableteaban como si intentase hablar, emitiendo sólo un horrible gruñido gutural.
—Socorro. Ayúdame.
Chillé dentro de la mordaza, tan fuerte que creía que iba a estallarme la cabeza. Y entonces acabó de salir lo que aún hubiese en mi vejiga. Tiré la cerilla. El fósforo chisporroteó en el suelo y después se apagó, pero no antes de que pudiese ver una mano huesuda avanzando hacia mi pierna y un segundo cadáver deslizándose detrás del primero.
Durante un segundo me quedé allí sentada, casi sufriendo convulsiones a causa del miedo. Mis chillidos eran poco más que bramidos. Entonces esa mano se cerró alrededor de mi pierna, pude sentir el frío de sus huesos mientras jirones de ropa destrozada se frotaban contra mi piel desnuda. Incluso aún sin poder verlo, fui capaz de visualizar la imagen en mi mente, y esa imagen fue suficiente para detener los chillidos en mi garganta y hacerme revivir.
Me liberé, pateando, agitando los pies en cuanto hicieron contacto, y oí un sonido seco, roto. Después, al escabullirme, oí a alguien pronunciando mi nombre, diciéndome que parase.
Intenté arrancarme la mordaza, pero mis dedos temblorosos todavía no lograban encontrar el borde. Lo dejé y repté tan rápido como pude hasta que los tintineos, golpes sordos y siseos furibundos fueron haciéndose lejanos.
—¡Chloe! Para —una figura oscura se elevó sobre mí, iluminada por una luz mortecina—. Soy…
Pateé con tanta fuerza como pude. Hubo un siseo de dolor y una maldición.
—¡Chloe!
Unos dedos se cerraron alrededor de mis brazos. Me agité. Otra mano me sujetó por la misma extremidad y tiró, desequilibrándome.
—Chloe, soy yo, Derek.
No sé qué hice después. Creo que debí desmayarme, pero, si lo hice, prefiero no recordarlo así. Sí recuerdo cómo me arrancaban la mordaza y después oí aquellos horribles golpes sordos y los esfuerzos por avanzar.
—Ha-ha-hay…
—Gente muerta, lo sé. Debieron haberlos enterrado aquí abajo. Los has levantado sin querer.
—L-le-levantados…
—Luego hablaremos. Ahora mismo necesitas…
Volvieron a sonar los golpes sordos, y entonces pude verlos en mi mente, arrastrando sus cuerpos por el pasadizo. El roce de sus ropas y su carne reseca. Los tableteos y chasquidos de sus huesos. Y sus espíritus atrapados dentro, atrapados en sus cadáveres…
—¡Concéntrate, Chloe!
Derek agarró mis antebrazos, inmovilizándome, acercándome a él lo suficiente para que pudiese ver el blanco destello de sus dientes al hablar. De un lugar a su espalda procedía la débil luz que viese antes. Había dejado la puerta abierta, lo justo para que entrase la luz necesaria para dibujar nuestras siluetas.
—No te harán daño. No son los zombis devoradores de cerebros que ves en las películas, ¿de acuerdo? Sólo son cuerpos muertos cuyos espíritus han regresado a ellos.
¿Sólo cuerpos muertos? ¿Con los espíritus otra vez en su interior? ¿Yo había hecho que la gente, los fantasmas, volviese a recuperar su cuerpo? Pensé en cómo debería ser regresar a un cuerpo descompuesto, estar atrapado allí…
—Y-y-yo tengo que hacerlos regresar.
—¡Ajá! Ésa es la idea general.
La presión quitó fuerza al sarcasmo de sus palabras y, cuando pude parar de temblar, sentí la tensión corriendo por su interior, vibrando a lo largo de sus manos mientras agarraba mis brazos; entonces supe que se esforzaba por mantenerse en calma. Me pasé las manos por la cara. El hedor de la mugre me atestó la nariz.
—D-de acuerdo, entonces, ¿cómo hago para obligarlos a volver?
Silencio. Levanté la mirada.
—¿Derek?
—Yo…, yo no sé —se sacudió la tensión haciendo girar sus hombros y después la brusquedad regresó a su voz—. Tú los invocaste, Chloe. Cualquier cosa que hayas hecho, deshazla. Dale la vuelta.
—Yo no hice…
—Sólo inténtalo.
Cerré los ojos.
—Regresad. Regresad a vuestra vida después de la muerte. Yo os libero.
Repetí las palabras, concentrándome con tanta intensidad que el sudor me resbaló por el rostro. Sin embargo, los golpes sordos continuaban acercándose. Más cerca. Y más.
Cerré los ojos y me situé en una película, encarnando a una joven y estúpida nigromante que necesita hacer volver a los espíritus al mundo de los muertos. Me esforcé en visualizar los cadáveres. Me vi llamando a sus fantasmas, liberándolos de sus vínculos terrenales. Me imaginé sus espíritus elevándose…
—Socorro. Socorro.
Se me secó la garganta. La voz sonaba justo a mi espalda. Abrí los ojos.
Derek soltó un juramento y sus manos se apretaron alrededor de mis antebrazos.
—Mantén los ojos cerrados, Chloe. Limítate a recordar que no te harán daño.
Un dedo huesudo me tocó el codo. Di un salto.
—No pasa nada, Chloe. Aquí estoy. Sigue a lo tuyo.
Mientras me obligaba a permanecer inmóvil, las puntas de aquellos dedos tantearon mi brazo, deslizándose a lo largo de él, golpeando, palpando, probando como haría un ciego con un elefante. El hueso me arañó la piel. Un susurrante traqueteo cuando el cadáver se acercó más. Su olor…
«Visualiza».
¡Ya lo hago!
«¡No de esa manera!»
Cerré los ojos… cosa absurda, pues no podía ver nada con ellos abiertos, pero hacía que me sintiese mejor. Los dedos se deslizaron y golpearon mi espalda, tirando de mi camisa. El cadáver emitía una serie de ruidos guturales, como si intentase hablar.
Apreté los dientes con fuerza y lo bloqueé. No resultaba fácil, sabiendo qué era lo que me estaba tocando, presionando contra mi costado…
«¡Ya es suficiente!»
Me concentré en su lugar en la respiración de Derek. Respiraciones profundas y lentas a través de su boca mientras procuraba mantenerse en calma.
Respiraciones profundas. Respiraciones profundas. Encuentra un punto de paz. Un lugar donde crear.
Poco a poco, los sonidos, tactos y olores del mundo real se difuminaron. Cerré los ojos con fuerza y me dejé ir en caída libre a través de mi imaginación. Me concentré en los cuerpos, imaginándome sacando a sus espíritus, liberándolos como si fuesen palomas enjauladas aleteando en busca de la luz del sol.
Repetí las imágenes… liberando espíritus, deseándoles el bien, disculpándome mientras los situaba en su sendero. Apenas podía oír la voz de Derek diciéndome que lo estaba haciendo bien, pues todo parecía flotar en un ensueño al borde de la conciencia. El mundo real estaba allí, donde yo reparaba mi error, haciendo volver…
—Se han ido, Chloe —susurró.
Me detuve. Todavía podía sentir los dedos huesudos, entonces por mi pierna, y un cuerpo apoyado contra el mío, pero no se movía. El cadáver cayó en cuanto me sacudí a los costados; una cáscara vacía desmoronándose a mis pies.
Derek dejó salir una larga y profunda respiración, agitando las manos al aire. Un momento después, como si se le acabase de ocurrir, me preguntó si me encontraba bien.
—Viviré.
Otra estremecedora y profunda respiración. Después miró el cuerpo.
—Supongo que tenemos algo de trabajo por hacer.