Me subí a las escaleras, abrí la puerta de un empujón y miré dentro… Una oscuridad negra como boca de lobo. Me aparté y miré a Tori desde lo alto.
—Rae tenía una linterna. Necesitamos traerla.
Un suspiro de exasperación.
—¿Dónde está?
—No lo sé. Creía que sabrías…
—¿Por qué iba yo a saber dónde guarda la gente sus linternas? ¿Crees que deambulo por ahí de noche? ¿O que leo libros guarros bajo las sábanas? Limítate a ir… —sus labios se curvaron formando una sonrisa desdeñosa—. Vale, está bien. Tienes miedo a la oscuridad, ¿verdad?
—¿Dónde has oído…?
Tiró de la pernera de mi pantalón.
—Baja, cría. Yo abriré el camino… Y ahuyentaré a todos esos fantasmas malos.
—No. Ya estoy aquí. Déjame un rato para que mis ojos se habitúen.
¿Dónde está Rae y sus cerillas cuando una las necesita? Alto. Cerillas. Las tiró por aquí. Palpé alrededor, pero el suelo de tierra disimulaba la caja de fósforos.
—Hola —dijo Tori—. ¿Ya estás petrificada de miedo? Muévete o apártate de mi camino.
Comencé a avanzar.
—Ve a la izquierda —dijo Tori, mientras reptaba detrás de mí—. Estamos casi a medio camino del muro.
Habíamos recorrido unos siete metros más o menos cuando indicó:
—Tuerce a la derecha. ¿Ves ese pilar?
Bizqueé y pude ver un puntal de apoyo.
—Pues está justo detrás.
Me arrastré hasta la columna y comencé a palpar alrededor de su base.
—Detrás, no alrededor. ¿Es que no puedes hacer nada? Anda, déjame a mí.
Se estiró hasta mi brazo, cerró su mano alrededor de mi muñeca y tiró, desequilibrándome.
—¡Oye! —dije—. Eso…
—¿Duele? —sus dedos se cerraron con más fuerza. Al intentar zafarme, me dio un rodillazo en el vientre que me dobló por la mitad—. Chloe, ¿sabes en cuántos líos me has metido? Llegas aquí, haces que echen a Liz, me robas a Simon y arruinas mi oportunidad de salir. Bueno, ahora tú estás a punto de salir. Un billete de ida para el hoyo de los chiflados. Fíjate sólo en cómo te asusta la oscuridad.
Levantó una forma rectangular de bordes irregulares. ¿Era un ladrillo roto? Lo balanceó, sentí una explosión de dolor en la coronilla y salí despedida hacia delante, probando el sabor del polvo antes de que todo se volviese negro.
* * *
Me desperté unas cuantas veces, atontada; algo en lo más profundo de mí gritaba «¡tienes que levantarte!» antes que otra parte, soñolienta y confusa, susurrase «sólo son las pastillas, otra vez», y regresaba a la inconsciencia.
* * *
Al final recordé que no estaba tomando las píldoras y me desperté. Salí al sonido de una respiración forzada. Allí yacía, aún con la mente embotada y el corazón desbocado mientras intentaba gritar «¿hay alguien ahí?». Pero mis labios no se movían.
Me sacudí como una loca, incapaz de levantarme, incapaz de mover ninguno de mis brazos, apenas capaz de respirar. Después, al pugnar por tomar aire, comprendí de dónde venía aquella respiración forzada. De mí.
Me obligué a quedarme quieta, a calmarme. Había algo apretándose alrededor de mis mejillas, tirándome de la piel al moverme. Cinta. Tenía una mordaza en la boca.
Mis manos estaban atadas a la espalda y mis piernas…, bizqueé en la oscuridad, tratando de ver mis pies, pero, con la puerta cerrada y sin que pudiese entrar ninguna luz, no pude ver nada. Al mover las piernas pude sentir cómo algo cerca de los tobillos las mantenía juntas. Estaba atada.
¡Ese putón zumbado!
Jamás pensé que pudiese dedicar semejante lindeza a alguien, pero con Tori no había otra cosa que se adecuase.
No sólo me había engatusado para meterme en aquel espacio angosto y hecho perder el conocimiento de un ladrillazo, sino que, además, me había atado y amordazado.
Estaba como una cabra. Estaba completamente chiflada.
«Bueno, coleguilla, por esa razón está encerrada en este lugar. Trastorno mental. Lee el prospecto, Chloe. Tú eres la idiota que se olvidó».
Y entonces, allí estaba, encerrada, atada y amordazada en la oscuridad, esperando a que alguien me encontrase.
«¿Te encontrará alguien?»
Por supuesto. No irían a dejarme allí para pudrirme.
«Es probable que hayas estado inconsciente durante horas. Quizás hayan dejado de buscar. Quizá crean que te has escapado».
No importaba. Una vez Tori se hubiese divertido bastante, y cobrado su venganza, encontraría el modo de hacer saber a alguien dónde me encontraba.
«¿Lo haría? Está majareta, recuérdalo. Todo lo que le importa en realidad es librarse de ti. Quizá decida que es mejor si nadie te encuentra. Unos cuantos días sin agua…»
Para ya.
«Creerán que alguien allanó la residencia. Ató a la pobre Chloe y la dejó en aquel angosto agujero. Eso sería una buena historia; la última historia de Chloe».
«Es ridículo. Me encontrarán. Con el tiempo. Pero no voy a quedarme aquí tumbada y esperar el rescate».
Me volví de espalda e intenté emplear las manos para incorporarme. Como no pude encontrar dónde asirme, me puse de costado doblándome y retorciéndome hasta incorporarme de rodillas.
Ahí estaba. Al fin había avanzado cosa de tres centímetros. Podía llegar al otro lado del estrecho túnel, golpear la puerta y llamar la atención de alguien. Sería un avance lento, pero…
—¿Chloe?
La voz de un hombre. ¿El doctor Davidoff? Intenté responder, pero sólo pude articular un zumbido apagado.
—… Tu nombre… Chloe.
Reconocí la voz al acercarse. Se me erizó el vello de los brazos. Era el fantasma del sótano.
Me preparé y miré a mi alrededor, aun sabiendo mientras lo hacía que no podría ver nada en aquella negrura.
Aquella oscuridad completa.
—… Relájate… Vienen por ti…
Me deslicé hacia delante y me di de bruces contra el puntal. Sentí un estallido de dolor detrás de mis ojos, que se llenaron de lágrimas. Al bajar la cabeza, haciendo un gesto de dolor, di con el cráneo en el poste y caí de lado.
«Levántate».
¿De qué servía? Apenas era capaz de moverme. No podía ver adónde iba. Estaba muy oscuro.
Levanté la cabeza pero, por supuesto, no vi nada. Podría haber fantasmas a mi alrededor, por todas partes…
«¡Ay, vamos, déjalo ya! Son fantasmas. No pueden hacerte nada. No pueden “venir por ti”».
—… Llámalos… Debes…
Cerré los ojos y me concentré en mi respiración. En ninguna otra cosa excepto en la respiración, bloqueando esa voz.
—… ayudarte…, escucha…, esta casa…
A pesar de lo aterrada que estaba, en el momento en que oí las palabras «esta casa» dichas con tanto apremio, tuve que escuchar.
—… Bien… Relájate… Concéntrate…
Luché contra mis ataduras, tratando de incorporarme.
—No, tranquila… Vienen por ti… Aprovecha el tiempo… Establece contacto… Yo no puedo… Debes saber… Su historia… Con urgencia…
Me tensé por el esfuerzo al intentar distinguir algo más, tratando de entenderlo. «¿Relájate y concéntrate?» Me sonaba a lo que había propuesto Rae. Había funcionado mientras estuve con ella, al menos lo bastante para que viese algo.
Cerré los ojos.
—… Bien… Relájate… Llama…
Cerré los ojos con fuerza y me imaginé estableciendo contacto con él. Creé su imagen en mi mente. Visualicé tirar de él a través de aquel sitio. Me tensé hasta que mis sienes comenzaron a latir.
—… Pequeña… No tan…
Su voz se alzaba más fuerte. Hice un ovillo con las manos, deseando con todo mi ser atravesar la barrera, contactar con el muerto…
—¡No! —exclamó el fantasma—. ¡No hagas…!
Mi cabeza se levantó como un resorte, con los ojos abiertos a la oscuridad.
«¿Estás ahí?» Pensé las palabras, luego las dije y sonaron como un zumbido bajo la mordaza.
Me eché una bronca de dos minutos en completo silencio. Había presionado muy fuerte al fantasma, debí de dejarlo fuera de alcance.
Al final, el intervalo me concedió un momento para calmarme. Mi corazón había dejado su frenético golpeteo, e incluso la oscuridad no me parecía tan mala. Si pudiese avanzar despacio hasta la puerta y golpearla…
«Por cierto, ¿en qué dirección está la puerta?»
Sólo tenía que averiguarlo.
Comencé a desplazarme hacia una hebra de luz que era probable que se colase por el marco de la portilla. El suelo tembló y fui lanzada hacia delante.
Al enderezarme se movieron las ligaduras alrededor de mis manos, soltándose. Retorcí los brazos, separando las muñecas. El nudo de Tori estaba mal hecho, cualquiera que fuese.
«Niñas ricas», pensé. Eso es lo que hubiese dicho Rae.
Me solté las manos. Volvió el temblor al estirarme para liberar las piernas, más fuerte entonces, y hube de esforzarme para evitar caer.
¿Un terremoto?
No debería dudarlo, dada mi suerte. Esperé y luego comencé a intentar desatar la cuerda alrededor de mis pies. Estaba retorcida y anudada en varios sitios, como si ya tuviese hechos los nudos antes de que Tori la encontrase. En la oscuridad, encontrar el nudo adecuado para soltarla era…
Un crujido cortó mis pensamientos en seco. Sonó como si alguien anduviese por aquel mugriento suelo. Pero los fantasmas no hacían ruido al moverse. Escuché. Y volvió ese sonido deslizante, áspero, como si alguien derramase sobre la inmundicia un puñado de gravilla.
Tragué aire y continué manipulando el nudo.
«¿Y si hubiese una persona de verdad aquí abajo, conmigo, alguien que pudiese hacerme daño?»
Hubo un sonido rasposo a mi espalda y salté, desgarrándome un costado. La mordaza ahogó mi chillido mientras tanteaba en la oscuridad con el corazón latiendo tan fuerte que hubiese jurado poder oírlo.
«Tu-tun, tun-tun, tun-tun».
«Esos no eran los latidos de mi corazón».
El sonido procedía de mi izquierda, demasiado suave para tratarse de pasos. Era como si las manos de alguien palpasen en la mugre. Como si alguien reptase hacia mí.
—¡Para!
Sólo pretendía pensar esa palabra, pero la escuché salir cortando mi garganta herida, ahogada por la mordaza. Los golpes cesaron y hubo un sonido gutural, como un gruñido.
«Dios mío, no había nadie conmigo allí abajo, había algo, un animal».
Un topo. El día antes Rae y yo habíamos visto un topo.
«¿Un topo? ¿Gruñendo? ¿Haciendo un ruido lo bastante fuerte para que se oyese en toda la estancia?»
Sólo quédate quieta. Si te quedas quieta no podrá encontrarte.
«¡Eso pasa con los tiburones! Idiota, son los tiburones y los dinosaurios los que no pueden detectarte si estás quieta. ¡Esto no es Parque Jurásico!»
Una risa histérica gorgoteó en mi garganta. Me la tragué, retorciendo el sonido hasta un gimoteo. Aquellos golpes sordos se hicieron más fuertes, acercándose, acentuados entonces por un nuevo ruido. Un… chasquido.
Clic-clac-clic-clac.
¿Qué era eso?
«¿Vas a quedarte ahí sentada para averiguarlo?»
Empecé con la mordaza, pero no podía sujetar la cinta, así que desistí y volví a tentar la cuerda alrededor de mis pies. Las puntas de mis dedos se movían sobre ella tan rápido que cortó mi piel. Me detenía en cada nudo y buscaba los cabos; al no encontrarlos, continué hasta…
Allí estaba. Un cabo suelto.
Me empleé en el nudo, tirando de un lado, después tirando del otro, buscando el que pudiese deshacerlo. Dediqué toda mi concentración en el asunto, bloqueando los sonidos.
Estaba intentando pasar los dedos bajo una sección de nudo cuando algo traqueteó a mi derecha. Un susurro y después un tintineo.
Un espeso olor a moho atestó mi nariz. Después unos dedos helados rozaron mi brazo desnudo.
Algo dentro de mí, sencillamente… salió. Una pequeña corriente húmeda corrió bajando por mi pierna, pero casi no la noté. Me quedé sentada, helada, obligándome a quedarme tan quieta y tensa que comenzó a dolerme la mandíbula.
Seguí el recorrido de la cosa que golpeaba, con sus tintineos y susurros, mientras parecía rodearme. Se elevó otro sonido. Un gemido largo y bajo. Mi gemido. Intenté pararlo, pero no pude, sólo fui capaz de arrebujarme allí, tan aterrada que mi mente se quedó en blanco, por completo.
Entonces volvió a tocarme. Por mi nuca pasaban cosas largas, secas y frías parecidas a dedos. Un sonido indescriptible, mezcla de palmada, crujido y roce, hizo que se me erizara todo el pelo del cuerpo. El sonido se repitió hasta que se convirtió en algo que ya no era un ruido sino una palabra. Una palabra destrozada de modo tan horrible que no podría haber salido de una garganta humana. Una palabra que se repetía sin cesar.
—Socorro. Socorro. Socorro.
Me lancé hacia delante, alejándome de esa cosa. Al tener todavía atados los tobillos, caí primero de bruces contra el piso, después avancé a cuatro patas, moviéndome tan rápido como pude hasta aquella lejana portezuela.
Un sonido siseante, sordo y parecido a un tintineo llegó desde el otro lado.
Después otro.
Ay, Dios, ¿dónde estaban? ¿Cuántos había allí?
«Eso no importa. ¡Vete y nada más!»
Me arrastré hasta llegar a la portezuela. Froté la madera con las puntas de los dedos. Empujé. No cedió.
Cerrada.
Retrocedí y volví a golpearla con el puño, chillando, sacudiéndola, gritando pidiendo auxilio.
Unos dedos fríos se cerraron alrededor de mi tobillo desnudo.