¿Derek estaba tratando de asustarme? Apenas unos días antes habría respondido que sí, sin dudarlo, pero entonces sabía que sólo era honesto. Lo había oído, así que lo largaba sin intentar suavizar el golpe, pues semejante idea ni siquiera se le pasaría por la cabeza.
Sin embargo, eso me hizo decidirme aún más para, al menos, obtener respuesta a una pregunta en cuanto la enfermera asomase la cabeza para anunciar que se apagasen las luces.
—¿Señora Talbot?
—Dime, cariño —respondió, volviendo a mirar dentro de la habitación.
—¿Todavía no podemos llamar a Liz? Me gustaría mucho hablar con ella para contarle lo de la última noche.
—No hay nada que contar, querida. Liz es quien se siente fatal por eso, asustada, si prefieres esa expresión. Estoy segura de que podrás llamarla durante el fin de semana.
—¿En esta semana?
Se metió en la habitación, cerrando la puerta a su espalda.
—Los otros médicos me dijeron que Liz está teniendo ciertas dificultades para adaptarse.
Rae se incorporó en su cama.
—¿Cuál es el problema?
—Se llama estrés postraumático. Su última noche aquí fue muy dura para ella. Los médicos de su nuevo hospital no quieren que la recuerde.
—¿Y qué pasa si no le hablo de ella?
—Incluso charlar contigo se lo recordaría, cariño. Dijeron que el domingo ya estaría bien. La semana que viene a más tardar.
Me atenazaron los dedos del miedo.
«Ahora no, cariño».
«Quizá el fin de semana que viene».
«Quizá la semana que viene».
«Quizá nunca».
Eché un vistazo a Rae, pero en su lugar vi a Liz sentada al borde de la cama, moviendo los dedos de los pies, haciendo bailar a sus jirafas de color naranja y púrpura.
Liz muerta.
El fantasma de Liz.
Aquello era ridículo, por supuesto. Aun en el caso de que pudiese soñar una razón por la cual la Residencia Lyle quisiese matar chavales, ¿qué pasaba con sus padres? Aquellos no eran niños de la calle o fugados de casa. Tenían padres que se darían cuenta de su desaparición. Se darían cuenta y les importaría.
«¿Estás segura? ¿Qué pasa con los padres de Rae? Tan atentos, siempre llamándola y pasando a visitarla. ¿Y el padre de Simon y Derek? ¿Quién era, el Hombre Invisible?»
Rodé sobre un costado y me tapé las orejas con la almohada, como si eso pudiera ahogar la voz.
Entonces recordé lo que Simon me había dicho antes. Proyección astral. Había una raza de sobrenaturales que podían abandonar sus cuerpos y viajar. ¿Los nigromantes también podían ver a esos espíritus fuera de sus cuerpos vivos? Hubiese apostado a que sí, pues el espíritu es la parte que abandonaba el cuerpo en la muerte o durante un viaje astral.
Así que eso era lo que era Liz. Una… ¿Cómo lo llamó? Chamán. Había hecho una proyección astral hasta la residencia y yo la había visto. Eso podría explicar por qué podía verla y oírla a ella y no a los fantasmas. También podría explicar los fenómenos extraños. Liz los causaba proyectándose sin darse cuenta, y por eso lanzaba las cosas por ahí.
Ésa tenía que ser la respuesta. Tenía que serlo.
* * *
—Toma —susurró Derek, apretando un tarro en mi mano. Después de clase me había llevado a un lado y entonces nos encontrábamos a los pies de la escalera de los chicos—. Llévate esto a la habitación y escóndelo.
—Esto es… un tarro.
Gruñó, exasperado porque yo fuese tan espesa como para no comprender la tremenda importancia de esconder un tarro vacío en mi habitación.
—Es para tu orina.
—¿Para mi qué?
Puso los ojos en blanco, y algo parecido a un gruñido se deslizó entre sus dientes al inclinarse más cerca de mi oído.
—Orina. Pis o como quieras decirlo. Para las pruebas.
Levanté el tarro a la altura de los ojos.
—Creo que me darán algo más pequeño.
Esta vez sí que gruñó. Lanzó una rápida mirada a su alrededor antes de detenerse en seco y hacerme una señal con la mano para llevarme a los escalones. Los subió de dos en dos, llegando al descansillo en un abrir y cerrar de ojos. Después me fulminó con la mirada, porque yo las subía con parsimonia.
—Hoy ya has tomado tus medicinas, ¿verdad? —susurró.
Asentí.
—Entonces utiliza este tarro para guardarla.
—¿Guardarla…?
—Tu orina. Si mañana les das algo de la de hoy, parecerá que aún sigues tomando tus medicinas.
—¿Quieres que la vaya…, repartiendo? ¿En los botes de muestra?
—¿Tienes una idea mejor?
—Pues, no, pero… —levanté el bote y me quedé mirándolo.
—Vamos, por el amor de Dios. Guarda el pis. O no lo guardes. A mí me da igual.
Simon se asomó en la esquina, enarcando las cejas.
—Chicos, iba a preguntaros qué estabais haciendo pero, al oír eso, creo que paso.
Derek me espantó escaleras abajo. Guardé el tarro en mi mochila. La verdad es que prefería no utilizarlo, pero el hecho de que me diese vergüenza la idea de almacenar orina sólo demostraba que yo era la cría asustadiza que él esperaba que fuese.