A la mañana siguiente, cuando me llamaron a una reunión con los doctores, realicé el mejor control de daños que pude. Afirmé que de verdad había dejado atrás el estadio de «veo gente muerta» y aceptado mi situación, pero que me había despertado por la noche oyendo una voz que me llamaba al ático. Estaba confusa, embriagada de sueño, soñando con ver fantasmas, no viéndolos de verdad.
Ni la doctora Gill ni el doctor Davidoff llegaron a valorar como merecía tal apreciación.
Después llegó la tía Lauren. Fue como cuando tenía once años, pillada mirando a hurtadillas las notas de los exámenes, azuzada por los nuevos compañeros de clase a los que estaba ansiosa por impresionar. Que me llevasen al despacho del director ya había sido bastante malo; pero la decepción plasmada en el rostro de tía Lauren me hirió más que cualquier castigo.
Aquel día vi esa misma decepción, y no me dolió menos.
Al final, logré convencerlos a todos de que había sido un pequeño revés, pero fue como lo del pastorcillo gritando que viene el lobo. La próxima vez que afirmase haber mejorado tardarían más en creerme. A partir de entonces ya no habría atajos para salir de allí.
—Vamos a necesitar que nos proporciones muestras de orina durante la próxima semana —dijo la doctora Gill.
—Pero eso es ridículo —intervino tía Lauren—. ¿Cómo sabemos que no iba sonámbula y soñaba? No puede controlar sus sueños.
—Los sueños son la ventana del alma —citó la doctora Gill.
—Eso se dice de los ojos —replicó tía Lauren, con brusquedad.
—Cualquiera versado en psiquiatría le puede confirmar que es válido para los sueños —la voz de la doctora Gill parecía equilibrada, pero sonaba como si estuviese harta de habérselas con padres y tutores que cuestionaban sus diagnósticos y defendían a sus chicos—. Aun en el caso de que Chloe sólo sueñe con ver fantasmas, eso indica que su subconsciente no ha aceptado su situación. Tenemos que controlarla mediante pruebas de orina.
—No comprendo —dije—. ¿Por qué necesito hacer pruebas de orina?
—Para asegurar que estás recibiendo la dosis adecuada a tu talla, toma de alimentos y otros factores. Es un equilibrio delicado.
—Yo no creo… —comenzó a decir tía Lauren.
El doctor Davidoff se aclaró la garganta. La tía Lauren apretó los labios hasta formar una línea delgada y comenzó a quitar pelusa de su falda de lana. Rara vez retrocedía en una discusión, pero aquellos médicos tenían la clave de mi futuro en sus manos.
Yo ya sabía lo que se disponía a decir. Las pruebas de orina no eran para medir mi dosis. Querían asegurarse de que tomase mis pastillas.
* * *
Al haberme perdido las clases de la mañana, me asignaron labores de cocina. Estaba poniendo la mesa, perdida en mis reflexiones, cuando una voz dijo:
—Estoy detrás de ti.
Giré sobre mis talones y vi a Derek.
—No puedo ganar —dijo—. Te asustas como una gallina.
—Entonces, ¿si te acercas de extranjis y te anuncias me sobresaltará menos que si me das una palmada en el hombro?
—Yo no voy de extranjis…
Negó con la cabeza, cogió dos bollos de la panera y después distribuyó los demás para ocultar su robo.
—Sólo quería decir que si Simon y tú queréis hablar no necesitáis hacerlo a mi espalda. A menos que tú lo desees.
—Nosotros sólo…
—Sé lo que estabais haciendo. Simon me lo ha dicho. Buscas respuestas. He intentado dártelas durante todo este tiempo. Sólo tienes que preguntar.
—Pero tú dijiste…
—Esta noche, a las ocho en nuestra habitación. Dile a la señora Talbot que te quedarás conmigo para repasar mates.
—Vuestro lado es zona prohibida. ¿Acaso va a dejarme subir ahí, sola y con un chico?
—Tú dile sólo que es para las mates. No pondrá pegas.
«Porque el chico tiene un problema con las mates», supuse.
—¿Y eso estará… bien? Se supone que tú y yo…
—Dile a Simon que esté allí. Y habla con Talbot, no con Van Dop.