Capítulo 18

Al llegar a la puerta posterior casi siego a Tori.

—¿Te has divertido sacando la basura? —preguntó.

Miré hacia atrás a través de las recargadas cortinas para ver a Simon cerca del cobertizo. Podría haber dicho que me había estado ayudando o, mejor aún, señalar que Derek también estaba allí si miraba con más atención.

Sin embargo, no veía la razón.

Derek me culpaba por meterlo en problemas. Simon me culpaba por meter a Derek en problemas.

Si Tori iba a culparme por acercarme a su no-novio, que así fuese. No podía gastar energía en preocuparme.

* * *

Rae pasó la tarde en silencio. Los comentarios de Tori respecto a la falta de visitas de sus padres parecían haberla hundido. Durante el recreo tuvimos permiso para ir al piso de arriba antes de reanudar las clases y llevar el resto de fotos a nuestra habitación.

—Gracias por ayudarme con esto. Sé que no tengo que sacarlas ahora mismo, pero si dejo alguna de éstas Tori es capaz de tirarlas y decir que pensaba que ya no las quería.

Miré la foto principal, una con una niña rubia de unos tres años de edad y un niño algo mayor, que parecía un indio americano.

—¡Qué bonitos! ¿Son los hijos de tu niñera?

—No, mis hermanos menores.

Estoy segura de que mi rostro se puso rojo como la grana al tartamudear una disculpa.

Rae rió.

—No tienes de qué preocuparte. Soy adoptada. Mi madre era jamaicana, o eso me dijeron; sólo una niña cuando me tuvo, por eso me entregó. Ésta es de mis padres —dijo, señalando a una pareja de raza caucásica en la playa—. Y ésa es mi hermana, Jess. Tiene doce años —indicó, refiriéndose a una niña hispana poniendo caras para la cámara con el pato Donald. Y después hizo un gesto hacia un niño pelirrojo y solemne—. Ése es mi hermano, Mike. Tiene ocho. Una familia multicultural, como puedes ver.

—¿Cinco hijos? ¡Qué pasada!

—Jess y yo somos adoptadas. Los otros son de acogida. A mi madre le gustan los niños —hizo una pausa—. Bueno, al menos en teoría.

Fuimos a mi habitación. Cogió las fotos de mis manos y las colocó sobre su nuevo tocador.

Al apartar a un lado su Nintendo DS, sus dedos tamborilearon sobre el plástico arañado.

—¿Sabes cómo son los niños cuando consiguen un juguete nuevo? Durante semanas, e incluso meses, es el más genial, el mejor y más fascinante chisme que han tenido y no pueden dejar de hablar de eso. Lo llevan a todas partes. Y después, un día, anuncian a bombo y platillo algún otro juguete nuevo. Al viejo no le pasaba nada, sólo que ya no era tan nuevo y genial. Pues bien, así es mi madre —se dio la vuelta y caminó hasta la cama—. Para ella son juguetes, no niños.

—Ah.

—Son tremendos de pequeños. Cuando crecen…, ya no tanto —Rae se sentó en la cama y negó con la cabeza—. Claro, quizás esté siendo demasiado dura con ella. Ya sabes cómo es. Cuando eres pequeña tu madre mola tanto que no hace mal nada, y entonces creces —se detuvo, sonrojándose—. No, supongo que no sabrás cómo es, ¿verdad? Lo siento.

—No pasa nada —me senté en mi cama.

—¿Tu padre no ha vuelto a casarse?

Negué con la cabeza.

—¿Quién cuida de ti?

Mientras bajábamos para volver a clase, le hablé de tía Lauren y de la interminable sucesión de criadas; la hice reír con mis impresiones y se olvidó de todo… Al menos por un rato.

* * *

Aquella tarde, durante la terapia con la doctora Gill, mi actuación fue digna de un Oscar. Admití que, como había dicho ella, yo había creído que podía estar viendo fantasmas. Y entonces, tras aceptar su diagnóstico y dejar que mis medicinas surtiesen efecto, comprendía que había sufrido alucinaciones. Era esquizofrénica. Necesitaba ayuda.

Se lo tragó por completo.

Todo lo que me quedaba por hacer era mantener la actuación durante una semana, o algo así, y sería libre.

* * *

Al finalizar las clases, Rae y yo hicimos los deberes juntas en la sala de medios audiovisuales. Simon pasó por la puerta un par de veces y pensé que quizá quisiese hablar conmigo, pero desapareció escaleras arriba en cuanto asomé la cabeza por la puerta.

Mientras trabajaba pensé acerca del jirón de bruma en el patio. Si Derek no lo hubiese visto también, podría haberla confundido con un fantasma.

¿Por qué había hecho callar a Simon? ¿Era Simon quien, de alguna manera, causaba mis «alucinaciones»? ¿Se trataba de algún tipo de efectos especiales?

Claro, eso explicaba los fantasmas vistos en la escuela…, proyecciones holográficas preparadas por alguien a quien no conocía. Eso es.

Pero allí pasaba algo.

O, como mínimo, eso es lo que Derek quería que creyese.

Al negarse a dar una explicación, y hacerlo bien notorio, Derek quería que hiciese justo lo que estaba haciendo entonces… Volverme loca preguntándome qué no me había dicho. Quería que fuese a él, le suplicase respuestas, para así poder herirme y atormentarme aún más.

No había manera de que Simon o Derek hubiesen creado los fantasmas de la escuela, pero esa bruma podía ser un efecto fácil de lograr. Quizá lo hubiese hecho Derek. Por eso Simon había protestado y Derek lo hizo callar.

¿Le tendría Simon miedo a su hermano? Simulaba protegerlo, y actuaban como los mejores colegas pero, ¿qué alternativa tenía? Estaba unido a Derek hasta el regreso de su padre.

¿Dónde estaba su padre?

¿Por qué había matriculado en la escuela a Simon y Derek con nombres falsos?

Incluso, ¿por qué estaba allí Simon, si ni siquiera tenía expediente?

Demasiadas preguntas. Necesitaba comenzar a encontrar respuestas.

* * *

Estábamos limpiando la mesa después de cenar cuando la señora Talbot entró en el comedor junto a un hombre al que presentó como doctor Davidoff, presidente de la junta que administraba la Residencia Lyle. Él, con sólo un ralo círculo de pelo y una nariz grande y afilada, era tan alto que parecía como si hubiese de estar continuamente inclinado para oír mejor. Entre el penacho y la nariz ofrecía un incómodo parecido a un buitre, con la cabeza baja y los ojos redondos y brillantes tras sus gafas.

—Ésta debe ser la pequeña Chloe Sanders —resplandeció con la falsa calidez, habitual en un individuo de mediana edad, sin hijos, y que nunca se había parado a pensar que a una chica de quince años pudiese no gustarle que se refiriesen a ella como la «pequeña» Chloe Sanders.

Me dio una cautelosa palmada en la espalda.

—Me gusta tu pelo, Chloe. Mechas rojas. Es muy molón.

Había dicho «molón» como yo al decir una palabra en español de cuya pronunciación no estoy segura.

A su espalda, Rae puso los ojos en blanco y se situó frente a él.

—¿Qué tal, doctor D?

—Rachelle, ah, no, lo siento. Es Rae, ¿verdad? ¿Te mantienes apartada de los líos?

Rae dibujó un sonrisa desenfadada, la acostumbrada para los adultos a quienes tenía que hacer la pelota.

—Siempre, doctor D.

—Ésa es mi chica. Y, ahora, Chloe, la doctora Gill me ha dicho que hoy has hecho un gran adelanto. Está muy contenta con tu progreso, en lo rápido que te has acomodado a la rutina terapéutica y aceptado tu diagnóstico.

Traté de no morirme de vergüenza. Él tenía buena intención, pero ser un buen paciente no era algo por lo que una quisiese recibir una felicitación pública. Sobre todo cuando Derek había dejado de comer y observaba.

«Ahora sal corriendo, tómate tus medicinas y sé una buena chica».

El doctor Davidoff prosiguió.

—Normalmente, no me reúno con los jóvenes hasta que llevan aquí al menos una semana pero, como estás mejorando rápido, Chloe, no quería esperar más. Estoy seguro de que estás impaciente por volver con tus amigos y a la escuela lo antes posible.

—Sí, señor —copié la desenfadada sonrisa de Rae, sin hacer caso de la dura mirada de Derek.

—Entonces ven y charlaremos en el despacho de la doctora Gill.

Me puso la mano en el hombro para llevarme fuera.

Tori se puso frente a nosotros.

—Hola, doctor Davidoff. Ese nuevo medicamento que me ha recetado está funcionando de maravilla. Me está yendo muy bien.

—Eso es bueno, Victoria.

Le dio una palmada en el brazo con aire ausente y me sacó de allí.

* * *

La sesión fue parecida a la primera que tuve con la doctora Gill, completando mis antecedentes. ¿Quién era Chloe Sanders? ¿Qué le había pasado? ¿Cómo se sentía al respecto?

Estoy segura de que podría haber averiguado todo eso a través de las notas de la doctora Gill; además, ella se había quedado hasta tarde aquel día para estar presente, pero todo aquello se parecía más a una peli de polis, cuando la detective interroga al sospechoso haciendo las mismas preguntas que ya había formulado el último tipo. Lo importante no era la información, sino cómo la daba. ¿Cuál era mi reacción emocional? ¿Qué detalles extra añadía esta vez? ¿Qué había dejado?

A pesar de su falsa calidez, la realidad era que el doctor Davidoff era el supervisor de la doctora Gill; es decir, se encontraba allí para controlar su trabajo.

La doctora Gill estaba sentada, rígida, tensa e inclinada hacia delante mirándome con los ojos entrecerrados, como apurada por atrapar cada una de mis palabras, de mis gestos, como un estudiante temeroso de perderse el tema clave de un examen. El doctor Davidoff se tomó su tiempo, relajándose sobre la silla de la doctora Gill, charlando conmigo antes de que comenzásemos.

Al preguntarme si había sufrido alguna alucinación desde que estaba allí, le dije que sí, que había visto una mano incorpórea la segunda mañana y oído una voz algo más tarde, ese mismo día. No hice ninguna mención a lo sucedido el día anterior, pero dije, con toda honestidad, que durante la jornada que nos ocupaba todo había ido bien.

Capeé la sesión sin un rasguño. Al final me dijo que estaba haciéndolo: «Bien, realmente bien». Después me dio una palmada en la espalda y me llevó fuera de la habitación.

* * *

Al pasar frente a la puerta abierta de la sala de medios audiovisuales, eché un vistazo dentro. Derek estaba frente al ordenador, de espaldas a mí, jugando a lo que parecía un juego de estrategia. Simon también estaba metido en un juego, en su Nintendo DS, despatarrado de costado sobre la mecedora con las piernas colgando de un brazo.

Entonces se dio cuenta de mi presencia, se estiró y apartó los labios como para disponerse a llamarme.

—Si vas a picar algo, tráeme una Coca-Cola —dijo Derek, con la atención fija en la pantalla—. Ya sabes dónde están escondidas.

Simon se detuvo, mirándonos a él y a mí. Su hermano le estaba dando la excusa perfecta para escabullirse y poder así hablar conmigo pero, aun así, dudaba como si lo interpretase como un montaje o una prueba. No había modo de que Derek supiese que yo estaba allí, a su espalda. Sin embargo, Simon se repantigó sobre su asiento.

—Si quieres una Coca-Cola, ve por ella.

—Yo no te pedí que me trajeses una. Dije que si ibas a ir.

—No, no voy a ir.

—Pues dilo. ¿Se puede saber qué te pasa hoy?

Continué caminando vestíbulo abajo.

* * *

Encontré a Rae en el comedor, con sus deberes esparcidos sobre la mesa.

—Tú tienes una DS, ¿verdad? —pregunté.

Ahá. Aunque sólo el juego de Mario Karts. ¿La quieres usar?

—Por favor.

—Está en mi tocador.

* * *

Volví a pasar frente a la puerta de la sala de medios audiovisuales. Los chicos aún estaban allí, como si no se hubiesen movido desde la última vez. De nuevo Simon levantó la mirada. Señalé la DS de Rae e hice un gesto. Él mostró una amplia sonrisa y me dedicó una discreta señal con los pulgares hacia arriba.

Entonces quedaba encontrar un lugar dentro de su alcance… Yo tenía una DS en casa, y sabía que era capaz de contactar con alguien situado en un radio de unos quince metros. La sala de medios se encontraba encajonada entre el vestíbulo principal y el aula de clase, ambos fuera del límite de conexión. Pero también se encontraba bajo el baño. Así que subí, inicié PictoChat y rogué que pudiese conectarme con Simon.

Pude.

Empleé el lápiz digital para escribir un mensaje: ¿quieres hablar?

Él trazó un signo de contacto y después escribió una «D» seguida por un dibujo que, un momento después, interpreté como un ojo. Sí, quería hablar, pero Derek lo estaba vigilando.

Antes de poder contestar envió otro. «D 8?», una caja con la palabra «jabón» escrita en ella y rodeada de burbujas. Me llevó un momento, pero al final lo interpreté como «Derek se dará una ducha a eso de las ocho».

Lo borró y escribió un ocho seguido de la palabra «patio». Reúnete con él fuera, a las ocho.

Le devolví la señal de contacto.