Capítulo 16

Cada vez que me iba quedaba atrapada en ese extraño lugar entre el sueño y la vigilia, donde mi mente vagaba recorriendo los recuerdos del día, confundiéndolos y tergiversándolos. Volvía al sótano, Derek me agarraba del brazo y me tiraba al otro lado de la sala. Después me despertaba en el hospital, con la señora Talbot a mi lado diciéndome que jamás volvería a caminar.

Hundí la cabeza bajo mi almohada en cuanto sonó en la puerta la llamada para despertarnos.

—¿Chloe? —la señora Talbot abrió la puerta—. Hoy tienes que vestirte antes de bajar.

Se me encogió el estómago. Entonces, sin Liz ni Peter, ¿habían decidido que desayunásemos todos juntos? No podía enfrentarme a Derek. Simplemente, no era capaz.

—Tu tía vendrá a las ocho para llevarte a desayunar fuera. Tienes que estar preparada para cuando llegue.

Aflojé mi tremendo agarre alrededor de la almohada y me levanté.

* * *

—Estás muy enfadada conmigo, ¿verdad, Chloe?

Dejé de remover mis huevos revueltos por el plato y levanté la mirada. La preocupación nublaba la cara de tía Lauren. Unas medias lunas oscuras debajo de cada ojo indicaban que no había dormido lo suficiente. Un rato antes no me había percatado de esas marcas, ocultas bajo su maquillaje hasta que estuvimos bajo los fluorescentes del local de Denny.

—¿Enfadada por qué?

Una risa breve.

—Bueno, no lo sé. Quizá porque te haya dejado tirada en una residencia de terapia con unos cuantos desconocidos y haya desaparecido.

Posé el tenedor.

—No me «dejaste tirada». La escuela insistió en que fuese allí y la residencia en que papá y tú estuvieseis fuera mientras me adaptaba. No soy una niña. Comprendo lo que está pasando.

Suspiró. El ruido fue lo bastante alto para que se oyese por encima del bullicio del atestado restaurante.

—Tengo un problema —continué—. Tengo que aprender a manejarlo, y eso no es culpa tuya, ni de papá.

Se inclinó hacia delante.

—Tampoco tuya. Eso también lo comprendes, ¿verdad? Es una situación médica. No hiciste nada para provocarla.

—Lo sé —dije mordisqueando mi tostada.

—Tu comportamiento en todo esto es muy maduro. Estoy orgullosa de ti.

Asentí y continué masticando. Entre mis dientes crujían las semillas de la mermelada de frambuesa.

—Ah, tengo algo para ti —rebuscó en su bolso y sacó una bolsa para bocadillos. Dentro estaba mi colgante de rubí—. Las enfermeras llamaron desde la residencia y dijeron que lo echabas de menos. Tu papá se olvidó de cogerlo en el hospital cuando te fuiste.

Lo cogí, tanteando la conocida forma del colgante a través del plástico, después se lo devolví.

—Tendrás que guardármelo, no me permiten tener joyas en la residencia.

—No te preocupes. He hablado con las enfermeras, les dije lo importante que es para ti y han aceptado permitir que lo tengas.

—Gracias.

—Aunque asegúrate de llevarlo puesto. No queremos que vuelva a perderse.

Saqué el collar de la bolsa y me lo puse. Sabía que era una superstición absurda, pero me hizo sentir mejor. Aliviada, supongo. Un recuerdo de mi madre, algo que había llevado durante muchos años y sin el cual me sentía un poco extraña.

—No puedo creer que tu padre lo dejase en el hospital —dijo, negando con la cabeza—. Sólo Dios sabe si volvería a recordarlo, sobre todo ahora que otra vez está viajando por ahí.

Sí, mi padre se había marchado. Me había llamado al móvil de la tía Lauren para decirme cómo tuvo que salir para Shanghái la noche antes debido a un viaje de negocios urgente. Ella estaba furiosa con él, pero yo no podía saber hasta qué punto llegaba la situación viviendo en esa residencia de terapia para grupos reducidos. Él ya había dispuesto tener un mes libre para cuando saliese, y a mí, la verdad, me gustaría que lo hiciese.

Mi tía habló de su plan acerca de un viaje a Nueva York «sólo para chicas» en cuanto me soltasen. No tuve las agallas de decirle que prefería, simplemente, ir a casa, ver a mi padre y salir con mis amigas. Regresar a mi vida habitual era la mejor celebración tras la salida de la Residencia Lyle que cabía imaginar.

Mi vida habitual…

Pensé en los fantasmas. ¿Alguna vez mi vida volvería a ser normal? ¿Alguna vez yo volvería a ser normal?

Mi mirada vagó por el paisaje de rostros. ¿Había allí algún fantasma? ¿Cómo lo sabría?

¿Qué pasaba con el chico del fondo que vestía una camiseta de un grupo de Heavy Metal y que parecía recién salido del programa de VH1 Yo amo los 80? ¿O la anciana de largo cabello gris y una camisa teñida con el método ese de atarla antes del tinte? ¿O incluso el tipo trajeado esperando a la puerta? A menos que alguien chocase con ellos, ¿cómo podría saber si eran fantasmas esperando, sencillamente, a que los identificase?

Bajé la vista hacia el zumo de naranja.

«Oh, hay un plan, Chloe. Pásate el resto de tu vida evitando el contacto visual».

—Entonces, ¿cómo te estás adaptando? ¿Te llevas bien con los muchachos?

Sus palabras fueron como una bofetada recordándome que tenía problemas más importantes que los fantasmas.

Ella sonreía, la pregunta pretendía ser una broma. Por supuesto que me llevaba bien con los chavales. Puede que no fuese la chica más extrovertida del mundo, pero no se me podía contar entre las que se meten en líos o causan problemas. Al levantar la mirada, su sonrisa se esfumó.

—¿Chloe?

—¿Hmmm?

—¿Hay algún problema con los otros chicos?

—N-no, todo está b-b-b… —mis dientes chasquearon cuando cerré la mandíbula de golpe. Para cualquiera que me conociese bien, mi tartamudeo era como un medidor de estrés. No tenía sentido decir que todo estaba bien si ni siquiera podía pronunciar la mentira.

—¿Qué pasa? —sus manos empuñaron el cuchillo y el tenedor como si estuviese preparada para emplearlos contra quien fuese el responsable.

—No es na…

—No me digas que no es nada. Al preguntarte por los demás chicos, parecías a punto de vomitar.

—Son los huevos. Les he echado demasiada salsa picante. Con los chavales todo va bien —sus ojos me atravesaron, y supe que no iba a librarme sólo con eso—. Se trata de uno, nada más, pero no es gran cosa. Una no puede llevarse bien con todo el mundo, ¿no?

—¿Quién es? —apartó los cubiertos con gesto cauteloso, acercándolos a la cafetera—. No me pongas los ojos en blanco, Chloe. Estás en esa residencia para descansar, y si alguien te está molestando…

—Puedo arreglármelas.

Relajó el fortísimo agarre alrededor de los cubiertos y alisó su mantelillo.

—No se trata de eso, cari. De momento ya tienes bastantes cosas de las que preocuparte. Dime quién es ese chico y me aseguraré de que no vuelva a molestarte nunca más.

—Él no me mo…

—Así que es un chico. ¿Cuál? Hay tres… No, ahora sólo quedan dos. Es el chaval grandote, ¿no? Lo vi esta mañana. Intenté presentarme, pero se alejó. Darren, Damian…

Me refrené antes de corregirla. Ya me había ganado por la mano haciéndome admitir que se trataba de un chico. La verdad es que deseaba que, por una vez, escuchase mis problemas, quizás incluso que me ofreciese algún consejo y no saltase a intentar arreglarlo todo.

—Derek —dijo—. Ése es su nombre. Cuando esta mañana no me hizo ni caso, la señora Talbot se limitó a decir que así era él. Un zafio. ¿Tengo razón?

—Es… Bueno, no es muy amistoso. Pero está bien. Como dije, una no puede llevarse bien con todo el mundo y, además, los otros parecen buenos. Una de las chicas es algo creída, como mi compañera de habitación en las colonias del año pasado. ¿Te acuerdas de ella? La que…

—¿Qué te hizo el Derek ése, Chloe? —preguntó, negándose a que la distrajese—. ¿Te tocó?

—N-no, p-por supuesto que n-no.

—Chloe —su voz se afiló. Mi tartamudeo me había traicionado—. Esto no es algo que debas ocultar. Si hizo algo inapropiado, juro que…

—No se trata de nada de eso. Estábamos hablando, intenté alejarme, me agarró del brazo y…

—¿Te agarró?

—Durante un segundo, o algo así. Eso fue lo que me asustó. Exageré un poco.

Se inclinó hacia delante.

—Tú no exageraste. Estás en tu derecho de protestar y quejarte de cualquiera que te ponga una mano encima sin tu consentimiento, y…

Y así continuó durante todo el desayuno, dándome una charla acerca de «tocamientos inapropiados» como si tuviese cinco años. No sabía por qué estaba tan molesta. Ni se me ocurrió enseñarle los moratones. Aunque, cuanto más le argumentaba, más se enfadaba y, por tanto, comencé a pensar que quizá no se tratase en realidad de que un chico me molestase o me agarrase del brazo. Estaba enfadada con mi padre por haberse ido y con mi escuela por haberme enviado a esa residencia de terapia. Y, como no podía ir a por ellos, había encontrado algo que sí podía atacar; un problema que podía solucionarme.

* * *

—Por favor, no —le dije mientras aún estábamos en el coche, marchando al ralentí por el camino de entrada a la residencia—. No hizo nada. Por favor. Ya es bastante difícil…

—Y por eso no voy a ponértelo más difícil, Chloe. No voy a causar problemas, voy a solucionarlos —sonrió—. Medicina preventiva.

Me acarició la rodilla. Suspiró y apagó el motor mientras yo miraba por la ventanilla.

—Te prometo que seré discreta. He aprendido cómo manejar problemas de este tipo con delicadeza, pues lo último que necesita una víctima es que se la acuse de chivata.

—Yo no soy una vic…

—Derek jamás sabrá quién se quejó. Ni siquiera las enfermeras sabrán que me has dicho una palabra. Voy a plantear mi preocupación con cuidado, basándome en mis observaciones profesionales.

—Sólo dame un par de días…

—No, Chloe —dijo con firmeza—. Voy a hablar con las enfermeras y, si fuese necesario, con los administradores. No hacerlo sería una irresponsabilidad por mi parte.

Me volví hacia ella con la boca abierta para replicar, pero ya había salido del coche.

* * *

A mi regreso, Tori estaba de vuelta. De vuelta a clase y de vuelta a su actitud.

Si yo hubiese preparado el guión de la escena me habría tentado presentar una inversión de personajes. La joven ve a su única amiga apartada de ella en parte por una insidiosa observación que había hecho. Cuando sus compañeros de piso acudieron para intentar animarla en su decaimiento con su apoyo y preocupación, comprende que no ha perdido a su única amiga y jura ser una persona más amable y atenta.

No obstante, en la vida real la gente no cambia de la noche a la mañana.

Tori comenzó su primera clase informándome de que estaba sentada en el asiento de Liz, y que sería mejor que no actuase como si ella no fuese a volver. Después nos siguió a Rae y a mí al vestíbulo.

—¿Tuviste un buen desayuno con tu tiíta? Tus padres están muy ocupados para atenderte, supongo.

—Estoy segura de que mi madre habría venido. Pero le resulta algo difícil al estar muerta y todo eso.

Un buen revés como respuesta. Tori ni pestañeó.

—Entonces, ¿qué hiciste para haber ganado ya un pase, Chloe? ¿Fue tu recompensa por ayudarles a librarse de Liz?

—Ella no… —comenzó a decir Rae.

—Como si tú fueses mejor, Rachelle. Ni siquiera pudiste esperar a que se enfriase la cama de Liz antes de que fueses a planchar la oreja con tu nueva coleguita. Entonces, Chloe, ¿cuál es tu tratamiento especial?

—No es especial —replicó Rae—. Tu madre te saca todo el tiempo. En el caso de Chloe se trata, probablemente, de una recompensa por su buen comportamiento. En el tuyo, es porque tu madre forma parte del cuerpo directivo.

A nuestra edad, «buen comportamiento» no es, precisamente, un objetivo por el que luchar. Pero la expresión de Tori se endureció y su rostro se crispó como si Rae la hubiese insultado.

—¿Ah, sí? —dijo—. Pues nosotros no vemos a tus padres viniendo por aquí, ¿verdad, Rachelle? ¿Cuántas veces te han visitado o llamado desde que estás aquí? Veamos… Oh, eso es, cero —hizo una «O» con el índice y el pulgar—. Y no tiene nada que ver con mal comportamiento. Simplemente, no les importa.

Rae la empujó hacia la pared. Tori exhaló un chillido desgarrador.

—¡Me ha quemado! —gritó, frotándose el hombro.

—Te he empujado.

La señora Wang salió del aula a toda prisa, seguida por Simon y Derek, que se habían quedado un rato más para comentar una tarea.

—Rae me ha quemado. Tiene cerillas o algo así. Mire, mire… —Tori estiró hacia abajo el cuello de su camiseta.

—Déjate la ropa puesta, Tori —terció Simon, llevándose las manos a los ojos—. Por favor.

Derek dejó salir un ruido grave y sordo cuyo sonido hacía sospechar una carcajada.

Rae levantó las manos.

—Ni cerillas, ni mecheros, ni nada en mis mangas…

—Veo una marca roja muy ligera, Tori, como si te hubiese empujado.

—¡Me quemó! ¡Tóquela! Ha vuelto a esconder cerillas. Regístrela. Haga algo.

—¿Y qué tal si hicieses algo tú, Tori? —dijo Simon, rebasándonos con paso rápido—. Algo así como vivir tu vida.

Tori se giró, no hacia él, sino hacia Rae, y avanzó un paso antes de ser agarrada por la señora Wang. Las enfermeras llegaron corriendo.

Eh, Tori había vuelto.