La hora de irse a la cama en la Residencia Lyle era las nueve de la noche, con la orden de luces apagadas y silencio en vigor una hora más tarde, cuando las enfermeras se retiraban.
Cada parte del piso superior tenía un dormitorio asignado para cada enfermera. Liz había dicho que no existía ninguna puerta que uniese las dependencias de los chicos con las nuestras pero, según Rae, había una entre las habitaciones de las enfermeras que les proporcionaba un acceso rápido a todo el piso superior en caso de emergencia.
Así que, mientras Rae juraba que la señora Talbot tenía un sueño rápido y profundo, teníamos que tener cuidado con la señorita Van Dop. Colarnos demasiado rápido podía ser arriesgado. Rae puso la alarma de su cronómetro deportivo a las dos y media y nos fuimos a dormir.
* * *
A las dos y media la residencia estaba tranquila y serena. Demasiado tranquila y demasiado serena. Cualquier crujido en la madera del suelo retumbaba como un cañonazo y, en una casa antigua, crujen la mayoría de las tablas.
Rae me siguió hasta la cocina, donde cogimos dos cartones de zumo del frigorífico y los colocamos en la encimera. Después abrí la puerta de la alacena, encendí la luz y regresé al vestíbulo dejando ambas puertas entreabiertas.
El despacho de la doctora Gill se encontraba en el ala oeste, cerca de las escaleras que daban a las dependencias de los chicos. Rae había examinado la cerradura una semana antes. Sólo era una cerradura de llave corriente, nada más duro que cualquiera de esas que puedes abrir con una moneda. O eso decía ella. Yo nunca tuve una razón para forzar una cerradura doméstica…, probablemente porque no tenía hermanos. Así que observé y tomé nota. Todo ayudaba a ganar experiencia mundana.
En cierta ocasión, Rae había visto a la doctora Gill sacar su expediente durante una de sus sesiones y, por tanto, sabía dónde estaban guardados. El despacho estaba provisto de una impresora todo-en-uno, lo cual facilitaba las cosas. Me quedé de guardia. La única complicación surgió mientras ella fotocopiaba las páginas, pues el buuu-shhhh del monitor del escáner era lo bastante fuerte para ponerme nerviosa. No obstante, los expedientes tenían que ser breves porque, cuando miré dentro de la oficina, mi amiga ya los estaba devolviendo al archivador y las copias estaban hechas.
Me pasó dos hojas dobladas por la mitad y después devolvió el expediente al cajón. Retrocedimos saliendo de la sala y, mientras ella volvía a pasar el pestillo de la cerradura, el inconfundible sonido de una tabla del suelo nos congeló a las dos. Pasó un largo momento de silencio. Después hubo un nuevo crujido. Alguien estaba bajando por la escalera de los chicos.
Nos marchamos de allí con el ruido amortiguado de nuestros pies descalzos corriendo por el vestíbulo. Atravesamos como rayos la puerta entreabierta de la cocina y después entramos en la alacena.
—Vamos —apunté—, coge cualquier cosa.
—No encuentro las barritas de arroz inflado. La semana pasada sé que aún quedaban algunas.
—Es probable que los chicos… —Me callé y después siseé—: Alguien viene. ¡Apaga la luz!
Le dio al interruptor, a la vez que yo entornaba la puerta hasta dejar apenas una rendija. Mientras miraba por la abertura, Derek se detuvo a la puerta de la cocina. Dejó la luz apagada y miró a su alrededor; la luz de la luna entraba por la ventana creando un resplandor en su rostro. Su mirada barrió la cocina y se detuvo a descansar sobre la puerta de la despensa.
La abrí de un empujón y salí.
—¿Quieres una galleta? —ofrecí, levantando una caja.
Me miró y, por un instante, me vi otra vez en el sótano volando por los aires. Mi sonrisa se esfumó y posé la caja en sus manos.
—Estamos picando algo —dijo Rae.
Él continuaba mirándome con los ojos entornados.
—Tomaré el zumo —añadió.
Derek lanzó un vistazo a los cartones que habíamos dejado sobre la encimera. Prueba de que sólo estábamos asaltando la despensa. Tal había sido mi plan, y me había parecido inteligente, pero, cuando su mirada volvió hacia mí, vi que no se lo tragó.
Avancé un paso. Por un segundo no se movió y todo lo que pude oír fue su respiración, sintiendo su enorme talla allí erguida.
Se hizo a un lado.
Al pasar cogió un paquete de galletas de la caja y lo sostuvo en el aire.
—Olvídate de éstas.
—Está bien. Gracias.
Yo cogí otra y corrí al vestíbulo, con Rae a mi espalda. Derek nos siguió fuera, pero se encaminó en dirección contraria, hacia la parte de los chicos. Volví a mirar hacia el vestíbulo al volverme para subir las escaleras. Él se había detenido frente a la puerta del despacho de la doctora Gill y se quedó mirando la puerta.
* * *
Nos tumbamos en la cama durante un cuarto de hora con la luz apagada, tiempo suficiente para que Derek le hablase a las enfermeras de nosotras o se fuese a dormir. Mis dedos no hacían más que restregar las hojas que llevaba sujetas en la cintura elástica del pijama. Al final Rae se lanzó a mi cama con una linterna en la mano.
—Estuvo cerca —dijo.
—¿Crees que se lo dirá a las enfermeras?
—Qué va. Buscaba algo para comer. No osará chivarse.
Así que a Derek se le ocurrió levantarse para buscar algo que llevarse al estómago mientras nosotras allanábamos el despacho de la doctora Gill, ¿no? No me gustaba nada esa coincidencia, pero seguro que la impresora no había hecho ruido suficiente para que él la oyese desde el piso de arriba.
Saqué las hojas y las desplegué sobre el colchón.
—Ésa es la de Derek —susurró Rae al encender la linterna.
Aparté la segunda hoja y se la tendí.
—¿Quieres la de Simon?
Negó con la cabeza.
—Ésa es la segunda hoja de Derek. No había ninguna de Simon.
—¿No pudiste encontrarla?
—No, no había ninguna. Los separadores del archivador estaban marcados con nuestros nombres, y también cada una de las carpetas de expedientes. No había ni separador ni expediente de Simon.
—Eso es…
—Raro, lo sé. Quizá lo guarden en otro lugar. De todos modos, querías el de Derek, así que supuse que no debía perder tiempo buscando el de Simon. Y ahora veamos en qué está metido Frankenstein —llevó el rayo de luz al principio de la página—. Derek Souza. Fecha de nacimiento. Bla, bla, bla…
Llevó la luz al siguiente apartado.
—Vaya. Una agencia de atención infantil lo trajo a la Residencia Lyle. No se menciona al padre del que siempre están hablando. Si la protección de menores está en el ajo, entonces puedes apostar a que no se trata del padre del año. Ah, aquí está, diagnóstico… Desorden de personalidad antisocial —soltó una risotada—. ¿De verdad? Venga, dime algo que no sepa. ¿Eso es una enfermedad de verdad? ¿Ser un gañán? ¿Qué clase de medicinas te dan para eso?
—Sean las que sean, no funcionan.
Mostró una amplia sonrisa.
—Eso es verdad. No me extraña que lleve aquí tanto tiempo…
La luz del vestíbulo se encendió con un chasquido, y Rae se hundió en su cama dejando la linterna atrás. La apagué al oír cerrarse la puerta del servicio. Al hacer un amago de lanzarla en su dirección, Rae negó con la cabeza, se estiró hacia mí y susurró:
—Acaba con eso. ¿Has encontrado algo interesante? Dímelo por la mañana.
Quienquiera que hubiese ido al baño, Tori o la señora Talbot, parecía tardar una eternidad. Cuando sonó la cisterna, Rae ya estaba dormida. Esperé unos minutos, después encendí la linterna y leí.
El nudo de miedo en mi estómago crecía según iba leyendo cada frase. Un desorden de personalidad antisocial no tenía nada que ver con ser un patán. Se refería a alguien que mostraba una absoluta falta de consideración por los demás, incapacidad para experimentar empatía…, para ponerse en el lugar de otra persona. El desorden se caracterizaba por un comportamiento violento y arranques de ira, lo cual empeoraba las cosas. Si uno no comprende que está hiriendo a alguien, ¿qué te haría dejar de hacerlo?
Pasé a la segunda página, una etiquetada con la palabra «antecedentes».
La realización de la prueba rutinaria respecto a los antecedentes de D.S. ha resultado ser una ardua tarea. No ha podido encontrarse una partida de nacimiento ni cualquier otra clase de documento identificativo. Es probable que existan, pero la falta de información concreta en su vida temprana hace imposible una investigación adecuada. Según D.S. y su hermano de acogida S.B., Derek llegó a vivir con ellos a la edad aproximada de cinco años. D.S. no recuerda, o se niega a compartir, los detalles de su vida anterior a ésta, aunque sus respuestas indican que quizá fuese criado en un centro institucional.
El padre de Simon, Christopher Bae, parece haber asumido de facto la tutoría de D.S., aunque no existe registro formal de adopción ni de acogida. Los muchachos fueron matriculados en la escuela como Simon Kim y Derek Brown. Se desconoce la razón de estos nombres falsos.
Los archivos escolares sugieren que los problemas de conducta en el caso de Derek comenzaron a manifestarse en el séptimo grado. Nunca fue un niño extrovertido y alegre, fue haciéndose cada vez más huraño y su aislamiento se puntuaba con estallidos de ira injustificada, a menudo culminados con estallidos de violencia.
Estallidos de violencia…
Las marcas en mis brazos me causaban un dolor punzante y los froté de modo inconsciente con un gesto de dolor.
No hay una documentación adecuada de incidentes, haciendo imposible un completo estudio forense de la progresión del desorden. D.S. parece haber evitado la expulsión u otras medidas disciplinarias serias hasta que en un altercado, descrito por un testigo como «una pelea de patio de colegio como cualquier otra», D.S. atacó con violencia a tres jóvenes con una ira alimentada, según la sospecha de la policía, por alguna sustancia química. Una explosión de adrenalina también podría explicar el extraordinario despliegue de fuerza descrito por el testigo. Cuando intervinieron los agentes del orden, uno de los jóvenes sufría fracturas en la columna. Los especialistas temen que jamás vuelva a caminar.
La página mecanografiada a espacio sencillo continuaba con detalles de sus antecedentes, pero las palabras comenzaron a desvanecerse y todo lo que pude ver fue el suelo pasando muy rápido cuando Derek me arrojó al otro lado de la lavandería.
Fuerza extraordinaria…
Estallidos de violencia…
Quizá nunca vuelva a caminar…
Habían trasladado a Liz por tirar lápices y botes de gel capilar, ¿y mantenían a Derek? ¿A un tipo enorme con un historial de ira violenta? ¿Con un desorden de conducta que implicaba su nulo interés por a quién hería o con cuánta gravedad?
¿Por qué no me había avisado nadie?
¿Por qué no estaba encerrado?
Guardé las páginas bajo el colchón. No necesitaba leer el resto. Sabía lo que pondría. Que estaba bajo medicación. Que estaba rehabilitándose. Que estaba cooperando y no había mostrado signos de violencia durante su estancia en la Residencia Lyle. Que su condición estaba bajo control.
Alumbré mi brazo con la linterna. Las marcas de los dedos estaban adquiriendo un tono púrpura.