Capítulo 13

Salí con cautela de la sala de medios, esperando encontrar a Derek acechando tras la esquina, listo para saltar.

El retumbar de su voz me hizo dar un respingo, pero procedía del comedor, donde preguntaba a la señora Talbot cuándo estaría la doctora Gill dispuesta a verlo. Me apresuré a entrar en el aula. Aún no habían terminado con las matemáticas, y la señora Wang me hizo un gesto con la mano para que ocupase un asiento junto a la puerta.

Cuando por fin terminó la clase, Derek entró en la sala con paso pesado. Me esforcé por hacer como si no existiera. Rae me hizo un gesto señalando el pupitre a su lado y yo salí disparada a ocuparlo. Derek no miró en mi dirección en ningún momento; se limitó a tomar asiento junto a Simon, bajaron las cabezas y oí sus voces mientras hablaban.

Simon rió. Me esforcé por escuchar lo que le decía Derek. ¿Le estaba hablando a Derek de su «broma»? ¿O es que yo me estaba volviendo paranoica?

* * *

La jornada escolar terminó después de la clase de gramática. Derek desapareció con Simon y yo seguí a Rae hasta el comedor, donde hicimos los deberes.

Apenas era capaz de llevar a cabo el análisis sintáctico de una oración. Era como descifrar una lengua extranjera.

Yo veía fantasmas. Fantasmas de verdad.

Quizá todo esto fuese distinto para alguien que ya creyese en fantasmas, pero yo no creía.

Mi formación religiosa se limitaba a visitas esporádicas a la iglesia y la catequesis, con amigos, y un breve período en un colegio cristiano cuando mi padre no logró matricularme en una escuela privada. Pero yo creía en Dios y en la vida después de la muerte del mismo modo que creía en la existencia de sistemas solares que jamás había visto…, esa aceptación natural de su existencia aunque no hubiese pensado demasiado a fondo en los detalles.

Si existían los fantasmas, ¿significaba eso que no había Cielo? ¿Estábamos todos condenados a vagar por la Tierra por los siglos de los siglos, como sombras, esperando encontrar alguien que nos pueda ver u oír y…?

Eso, ¿y qué? ¿Qué querían los fantasmas de mí?

Pensé en la voz del sótano. Sabía lo que quería ésa… Una puerta abierta. Así que ese espíritu había vagado durante años y, al final, cuando encontró a alguien que pudiese oírlo, su petición trascendental fue: «Hola, ¿podrías abrirme la puerta?».

¿Y qué pasaba con Liz? Eso debí de soñarlo. De no ser así… Nunca podría sacármelo de la cabeza.

Sin embargo, una cosa sí era cierta. Necesitaba saber más, y si las pastillas me impedían ver y oír a los fantasmas con claridad, entonces tendría que dejarlas.

* * *

—Eso no va a pasarte a ti.

Me aparté de la ventana de la sala de estar cuando Rae entró.

—Lo que le pasó a Liz, que te trasladen; eso no va a pasarte a ti —se sentó en el sofá—. Eso es lo que te preocupa, ¿verdad? ¿Por qué no has dicho ni diez palabras en todo el día?

—Lo siento, yo sólo…

—… Flipé.

Asentí. Eso era cierto, aunque no se debiese a lo que ella pensaba. Me senté en una de las mecedoras.

—Como te dije la otra noche, Chloe, hay un truco para salir de aquí —bajó la voz—. ¿En qué piensas? ¿En sus etiquetas? Limítate a sonreír y decir que sí. Di: «Sí, doctora Gill. Lo que usted diga, doctora Gill. Yo sólo quiero ponerme mejor, doctora Gill». Hazlo y estarás siguiendo a Peter por esa puerta de ahí cualquier día de éstos. Ambas lo queremos, así que ya te pasaré la factura por mi consejo.

Me esforcé por sonreír. Por lo que había visto hasta entonces, Rae era la paciente modelo, entonces, ¿por qué estaba allí todavía?

—¿Cuánto tiempo es la estancia media? —pregunté.

Se reclinó sobre el sofá.

—Un par de meses, creo.

—¿M-meses?

—Peter estuvo acá más o menos ese tiempo. Tori un poco más. Derek y Simon llevan unos tres meses.

—¿Tres meses?

—Creo que sí. Pero podría estar equivocada. Liz y yo éramos las nuevas antes de que llegases. Tres semanas cada una, yo llevaba unos días más que ella.

—A m-mí me dijeron que sólo serían un par de semanas.

Se encogió de hombros.

—Entonces, supongo que en tu caso es diferente; afortunada de ti.

—¿O querían decir que dos semanas es el tiempo mínimo?

Estiró un pie para darme en la rodilla.

—No te pongas tan triste. La compañía es buena, ¿no?

Logré esbozar una sonrisa.

—Alguna.

—No estás para bromas, ¿eh? Ahora que Peter y Liz se han marchado, nos hemos quedado con Frankenstein y las divas. Y, hablando de divas, la reina Victoria está recuperada…, en sentido relativo.

—¿Y eso?

Bajó la voz otro punto.

—Ha estado atiborrada de fármacos e ida de todo. —En ese momento debí de parecer alarmada, pues se apresuró a añadir—: Ah, eso no es normal. No se lo hacen a nadie excepto a Tori, y es porque ella lo quiere. Es la reina de las pastillas. Si no las recibe a su hora, las pide. Una vez, era fin de semana, se acabaron y tuvieron que avisar a la doctora Gill para que reabasteciese la caja y, bueno, chica… —Negó con la cabeza—. Tori corrió a nuestra habitación, cerró con llave y aseguró que no volvería a abrir hasta que alguien le llevase su medicación. Después se puso a cotorrear con su madre y se organizó todo ese revuelo. Su madre conoce a la gente que dirige la Residencia Lyle. Pero, bueno, sea como sea, hoy está dopada, así que no debería darnos ningún problema.

Cuando la señora Talbot se acercó a nosotras para llamarnos a cenar, me di cuenta de que no le había dicho nada a Rae de cómo había seguido su recomendación y buscado al conserje muerto.

* * *

Tori se reunió con nosotros para cenar…, al menos en cuerpo. Pasó la comida ensayando para interpretar un papel en la próxima película de zombis, sin expresión en el rostro y llevando el tenedor a la boca con movimientos mecánicos, a veces incluso sin llevar comida. Tuve sentimientos encontrados en los que se enfrentaban la compasión por su estado y los escalofríos que me producía.

Yo no era la única en sentir inseguridad. Rae se tensaba con cada bocado, como si esperase que la «vieja Tori» saltase a escena y la atacase por la comida. Simon intentó animoso entablar conversación conmigo y planteó preguntas tímidas, respecto al estado de Tori, como si temiera que sólo estuviese simulando su situación, buscando despertar la compasión de los demás.

Después de aquella comida interminable, todos nos marchamos contentos por ir a ocuparnos de nuestros quehaceres… Rae y yo nos dedicamos a fregar y los chicos a recoger la basura y separarla en las bolsas de reciclaje. Luego Rae tuvo que trabajar en un proyecto y la señora Wang avisó a las enfermeras de que quería que lo hiciese sin ayuda.

Así que yo, después de decirle a la señorita Van Dop que regresaría de inmediato, fui directa a la habitación para recoger mi iPod. Al abrir la puerta me encontré una nota doblada en el suelo.

Chloe,

Tenemos que hablar. Reúnete conmigo en la lavandería a las 7.15.

Simon

Doblé la nota en cuatro partes. ¿Había metido Derek a Simon en esto cuando no me cabreé con él porque me llamó nigromante? ¿Esperaba que le diese a su hermano una respuesta más satisfactoria?

¿O acaso Simon quería retomar nuestra conversación en la cocina, cuando me preguntaron por Liz? Quizá no fuese yo la única en preocuparme por ella.

* * *

Bajé apenas dieron las siete y empleé un tiempo extra a la caza de fantasmas, merodeando por la lavandería, escuchando y mirando. La única vez que quise ver un fantasma, no lo vi.

¿Podía contactar con él? ¿O era un canal de sentido único y tendría que esperar hasta que alguno decidiese hablar conmigo? Quería probar llamando en voz alta, pero Derek ya me había sorprendido hablando sola. No iba a correr ese riesgo con Simon.

Por tanto, me limité a deambular por allí y mi mente se situó de manera automática detrás de la cámara.

—… Aquí… —susurró una voz tan baja y seca que sonaba como el viento a través de pasto muy crecido—… Habla con…

Una sombra se alzó sobre mi hombro. Me preparé para ver una visión horrorosa mientras miraba… el rostro de Derek.

—¿Siempre estás así de nerviosa? —preguntó.

—¿D-de dónde has salido?

—De arriba.

—Estaba esperando por un… —me detuve y estudié su expresión—. Fuiste tú, ¿verdad? Hiciste que Simon enviase…

—Simon no envió nada. Sabía que no ibas a venir por mí, pero, ¿por Simon? —echó un vistazo a su reloj—. Por Simon has llegado incluso antes de tiempo. Entonces, ¿la has buscado?

Así que se trataba de eso.

—¿Te refieres a esa palabra? Nec… —fruncí los labios, probándolos—. ¿«Nigromante»? ¿Así es como lo dices?

Desechó el aspecto lingüístico con un gesto. Carecía de importancia. Se apoyó contra la pared intentando parecer despreocupado, incluso falto de interés. La flexión de sus dedos traicionaba su impaciencia por oír mi respuesta. Por ver mi reacción.

—¿La buscaste? —volvió a preguntar.

—Lo hice. Y, bueno, no sé exactamente qué decir.

Restregó las manos sobre los vaqueros, como si las estuviese secando.

—Vale, entonces lo investigaste y…

Volvió a restregar sus vaqueros y después cerró las manos. Cruzó los brazos. Los descruzó. Miré a mi alrededor, sonsacándolo, haciendo que se inclinase hacia delante, que casi saltase de impaciencia.

—Entonces… —dijo.

—Bueno, tengo que admitir… —tomé una profunda respiración—. Yo no estoy muy metida en los juegos de ordenador.

Sus ojos se convirtieron en dos rendijas e hizo una mueca.

—¿Juegos de ordenador?

—Sí, juegos de ordenador, juegos de rol en línea. He jugado alguna vez, pero no eran de esa clase de la que hablas.

Me miró, cauteloso, como si sospechase que yo, sin duda, debería encontrarme en una institución para chavales de verdad majaretas.

—Pero, bueno, si estáis metidos en el ajo —le dediqué una sonrisa brillante—, entonces sí que les pienso dar una oportunidad.

—¿Darles?

—A los juegos. Juegos de rol, ¿no? No creo que el nigromante sea el mío, pero de todos modos te agradezco la sugerencia.

—Sugerencia… —dijo despacio.

—Sí, que yo escoja al nigromante, por eso hiciste que lo buscase, ¿no?

Sus labios se separaron y puso los ojos en blanco al comprender.

—No, no quería decir…

—Supongo que molaría jugar con un personaje capaz de levantar a los muertos, pero, verás, es sólo que no es para mí, ya sabes. Un poco demasiado siniestro. Demasiado emo, ¿sabes? Preferiría ser el mago.

—Yo no estaba…

—Vale, entonces, ¿no tengo que ser el nigromante? Gracias. De verdad que agradezco el tiempo que te has tomado para hacerme sentir bienvenida. Ha sido tan dulce…

Al fijar en él una sonrisa empalagosa, comprendió, al fin, que le estaba tomando el pelo. Se oscureció su semblante.

—No te estaba invitando a ningún juego, Chloe.

—¿No? —abrí los ojos de par en par—. Entonces, ¿por qué me mandaste a esas páginas de los nigromantes? A fotos de chiflados levantando ejércitos de zombis medio podridos, ¿así es como te diviertes, Derek? ¿Asustando a los nuevos? Pues bien, ya te has divertido, así que, si vuelves a acorralarme o tenderme una trampa en el sótano…

—¿Tenderte una trampa? Intentaba hablar contigo.

—No —levanté la mirada hasta fijarla en la suya—. Intentabas asustarme. Hazlo otra vez y se lo diré a las enfermeras.

Al componer las frases en mi cabeza, éstas sonaron fuertes y desafiantes… La chica nueva plantando cara al matón. Pero al decirlas parecí una mocosa mimada amenazando con chivarse.

Los ojos de Derek se endurecieron como si fuesen esquirlas de cristal verdoso y su rostro se crispó con una mueca apenas humana, llenándose con una ira tan poderosa que me hizo retroceder tambaleándome, apartándome de su camino para salir disparada escaleras arriba.

Me agarró. Sus dedos se cerraron como un cepo alrededor de mi antebrazo. Apretó tan fuerte que chillé, dislocándome un hombro al perder pie. Me soltó y caí al suelo.

Se inclinó hacia mí.

—Chloe…

Retrocedí antes de que pudiese tocarme. Dijo algo que no oí. Tampoco lo miré. Sólo corrí hacia las escaleras.

No paré hasta llegar a mi habitación. Después me senté sobre la cama con las piernas cruzadas. Me ardía el hombro. Al levantar la manga, vi una marca roja por cada uno de sus dedos.

Me quedé mirándolas. Nunca antes me habían hecho daño. Mis padres nunca me habían pegado. Nunca me dieron un azote, ni me amenazaron con hacerlo. Y tampoco era la clase de chica que se lía a puñetazos, ni siquiera a arañazos. Bueno, alguna vez me habían empujado, había sufrido un zarandeo o recibido un codazo, pero… ¿Que me agarrasen y tirasen al suelo, lanzándome al otro lado de una sala?

Bajé la manga de un tirón. ¿De qué me sorprendía? Derek me había puesto nerviosa desde nuestro primer encuentro, en la despensa. Debería haber subido en cuanto supe que fue él quien envió la nota. Si hubiese intentado detenerme habría chillado. Pero no, yo tenía que mantenerme en calma, ser inteligente, ponerle un cebo.

Sí, yo no tenía ninguna prueba excepto unas marcas en mi brazo que ya estaban desapareciendo. Incluso en el caso de que aún las tuviese cuando se las enseñara a las enfermeras, Derek podría decir que yo me había servido de subterfugios para llevarlo al sótano, después aluciné y él tuvo que agarrarme por el brazo para controlarme. Después de todo, yo tenía diagnosticado un cuadro de esquizofrenia. Las alucinaciones y la paranoia formaban parte del paisaje.

Tenía que manejarlo sola.

Debía manejarlo sola.

Siempre tuve una vida protegida. Y siempre supe que eso implicaba la falta de experiencia vital. Pero necesitaba ser escritora de guiones y ésa era mi oportunidad para comenzar.

Me ocuparía del asunto yo sola. Aunque, para hacerlo, necesitaba saber exactamente a qué me enfrentaba.

* * *

Llevé a Rae aparte.

—¿Todavía quieres ver los expedientes de Simon y Derek? —pregunté.

Asintió.

—Entonces te ayudaré a conseguirlos. Esta noche.