Me caí de su cama, golpeando el suelo con tal fuerza que sentí el dolor subiendo por mi columna vertebral. Cuando me incorporé a gatas, la cama de Liz estaba vacía, y el edredón hundido sólo allí donde me había sentado.
Lancé un lento vistazo por el dormitorio. Liz se había ido.
¿Ido? Ella nunca había estado allí. La habían trasladado la noche antes. Yo no soñé esa parte…, el gel capilar todavía goteaba del techo.
Apreté las palmas de mis manos contra los ojos y retrocedí hasta tocar la cama, sentándome en ella y tomando una profunda inspiración. Un momento después abrí los ojos. Las pegajosas hebras del sueño aún se enredaban en mi cerebro.
Había estado soñando.
No, no lo había soñado. No había imaginado cosas, sino sufrido una alucinación.
La doctora Gill estaba en lo cierto. Tenía esquizofrenia.
Pero, ¿y si no la tenía? ¿Qué pasa si Rae acertaba y yo veía fantasmas de verdad?
Agité la cabeza con fuerza. No, aquello era un razonamiento alocado. Eso significaría que Liz estaba muerta. Y eso era una locura. Yo sufría alucinaciones y debía aceptarlo.
Rebusqué bajo mi colchón, saqué la pastilla que había guardado allí la noche anterior y la tragué en seco. El rechazo me hizo sentir náuseas.
Tenía que tomar mis medicinas. Tomarlas y mejorar o me trasladarían a una verdadera institución mental, como a Liz.
* * *
Sólo Rae se reunió conmigo para desayunar. Tori aún estaba en su habitación y las enfermeras parecían conformes con haberla dejado allí.
Picoteé mis cereales, escogiendo los trozos de Cheerios de uno en uno para dar la impresión de que estaba comiendo. Continuaba pensando en cuánto se había asustado Liz. Aterrada por ser enviada fuera. Después hablando de su sueño, atada a la plancha, incapaz de respirar…
Una alucinación. En la vida real no suceden cosas así.
Y, además, en la vida real las adolescentes no pueden hacer que los botes estallen y las fotos salgan volando de las paredes…
—¿Señorita Van Dop? —dije cuando ella se acercó a preparar la mesa del desayuno para los chicos—. Respecto a Liz…
—Ella está bien, Chloe. Ha ido a un lugar mejor.
Esas palabras me causaron un estremecimiento, mi cuchara golpeó contra el tazón.
—Me gustaría hablar con ella, si puedo —dije—. No tuve la oportunidad de despedirme. O de darle las gracias por ayudarme el primer día.
El rostro severo de la señorita Van Dop se suavizó.
—Necesita hacerse al nuevo lugar, pero la llamaremos dentro de unos días y entonces podrás hablar con ella.
¿Lo ves? Liz estaba bien, y yo era una paranoica.
Paranoia. Otro síntoma de la esquizofrenia. Aparté una sensación de desmayo.
La enfermera se volvió para marcharse.
—¿Señorita Van Dop? Lo siento, yo…, esto…, ayer hablé con la señora Talbot acerca de enviarle un correo electrónico a una amiga. Me dijo que para eso debía hablar con usted.
—Basta con que emplees el programa de correo para redactar el mensaje y pinches en enviar. Quedará en la bandeja de salida hasta que teclee la contraseña.
* * *
Llegaron las indicaciones de mi escuela, así que, después de desayunar, me duché y vestí mientras los chicos comían y luego fui a clase con Rae.
Tori se quedó en su habitación, y las enfermeras se lo permitieron. Eso me sorprendió, pero supuse que se debía a su disgusto por Liz. Entonces la recordé diciéndome que Tori estaba allí porque era depresiva. Un par de años atrás, en el campus de arte dramático, oí hablar a los tutores acerca de una alumna que era depresiva. Siempre parecía estar o muy contenta o triste de verdad, sin término medio.
Con Tori ausente, yo era la única alumna de noveno grado. Peter estaba en octavo; y Simon, Rae y Derek en décimo. Eso no parecía importar demasiado. Supuse que todos asistiríamos a la misma aula escolar. Compartíamos una sala con ocho pupitres y todos trabajábamos en tareas separadas mientras la señora Wang andaba por allí, ayudándonos e impartiendo breves lecciones en voz baja.
Quizás el saber que la señora Wang fue en parte responsable del traslado de Liz influyó en mi opinión sobre ella, pero parecía una de esas profesoras que se desenvuelven con dificultad en su trabajo, mirando el reloj y esperando que concluya la jornada… O llegue un empleo mejor.
No conseguí hacer mucho trabajo aquella mañana. No podía concentrarme, no podía dejar de pensar en Liz, en lo que había hecho y lo que le había pasado.
Las enfermeras no parecieron en absoluto sorprendidas por los daños de nuestra habitación. Liz solía hacer esas cosas, como lo del lápiz. Se enfadaba y arrojaba cosas.
Pero ella no había tirado ninguna de aquellas cosas. Yo había visto fotografías volando de la pared mientras ella no se encontraba ni siquiera cerca.
¿Lo había visto?
Si era esquizofrénica, ¿cómo se supone que voy a saber qué es lo que de verdad estoy viendo u oyendo? Y, si la paranoia es otro síntoma, ¿cómo podía siquiera confiar en mi propia intuición si me decía que a Liz le había pasado algo malo?
* * *
Rae estuvo en terapia con la doctora Gill durante la primera parte de la mañana. A su regreso pasé el resto de la clase impaciente porque llegase la hora del recreo y pudiese hablar con ella. No acerca de Liz y mis temores. Sólo hablar con ella. Charlar sobre la clase, la película de anoche, el tiempo…, cualquier cosa que pudiese sacarme a Liz de la cabeza.
Por desgracia, tuvo problemas con una ficha de trabajo y la señora Wang le hizo quedarse durante el recreo. Por tanto, le prometí traerle un tentempié y salí de clase con paso cansado y me dirigí a la cocina sentenciada a pasar una o dos horas más encerrada en mi propia mente con Liz pululando por allí.
—¿Qué hay? —al llegar al vestíbulo Simon trotó acercándose a mí—. ¿Estás bien? Esta mañana pareces muy callada.
Me las arreglé para componer una sonrisa.
—Siempre estoy callada.
—Sí, pero después de lo de anoche tienes una excusa. Quizá no hayas dormido mucho, ¿eh?
Me encogí de hombros.
Simon se encaminó a la puerta de la cocina. Una mano apareció por encima de mi cabeza y la sujetó, abriéndola. Esta vez no respingué, sólo lancé un vistazo a mi espalda y murmuré un buenos días a Derek. No respondió.
Simon se fue a la despensa. Por su parte, Derek se quedó en la cocina, observándome. Volvía a estudiarme, otra vez, con esa intensa y espeluznante mirada suya.
—¿Qué? —no pretendía resultar grosera, pero la palabra brotó seca de mis labios.
Derek se acercó a mí y yo retrocedí tambaleándome… Entonces comprendí que él se disponía a coger la cesta de frutas, y yo estaba en su camino. Me ardieron las mejillas mientras me apresuraba a retirarme farfullando una disculpa. También la pasó por alto.
—Entonces, ¿qué sucedió anoche? —preguntó mientras cogía un par de manzanas con su manaza.
—¿Su-su-sucedió?
—Despacio.
Mi rostro ardió aún más…, entonces de ira. No me gustaba cuando los adultos me decían que hablase despacio. Pero viniendo de otro chaval era aún peor. Era grosero y contenía cierta dosis de condescendencia.
Simon salió de la despensa, llevando en su mano una caja de barras de cereales.
—Deberías comer una manzana —le dijo Derek—. Eso no es…
—Estoy bien, tronco.
Le tiró una barra de cereales a Derek y después me tendió la caja. Cogí dos con un «gracias» y di media vuelta para irme.
—Quizás ayude hablar de ello —dijo Simon a mi espalda.
Di la vuelta. Simon desenvolvía su barra apartando la mirada, intentando parecer despreocupado. Derek no se molestó. Se recostó contra la encimera dándole mordiscos a su manzana, con su mirada fija en mí, expectante.
—¿Y bien? —preguntó Derek mientras yo me mantenía en silencio. Hizo un gesto indicándome que me apresurase a llegar a los detalles más morbosos.
Nunca fui dada al cotilleo. Quizá no fuese eso lo que querían… Quizá sólo tuviesen curiosidad, e incluso preocupación. Pero me sentía como si fuese a chismorrear, y Liz merecía algo mejor.
—Rae me espera —dije.
Simon avanzó un paso levantando una mano como para detenerme. Después miró a Derek. No comprendí la mirada que se intercambiaron, pero hizo que Simon retrocediese, me dijese adiós y se ocupase en desenvolver el resto de su barra.
La puerta aún se estaba cerrando cuando Simon susurró:
—Algo pasó.
—Descarao.
Dejé que se cerrase la puerta, y me quedé allí. Derek dijo algo más, pero el grave tono de su voz se tragó las palabras.
—No sé —dijo Simon—. No deberíamos…
—¿Chloe?
Giré sobre mis talones mientras la señora Talbot entraba en el vestíbulo procedente de la sala de estar.
—¿Está Peter por aquí? —preguntó. Su ancha cara resplandecía.
—Pues… Está en clase, creo.
—¿Puedes decirle que necesito verlo en la sala de estar? Tengo una sorpresa para él.
Lancé un vistazo hacia la puerta de la cocina, pero los chicos se habían ido en silencio. Asentí a la señora Talbot y me alejé deprisa.
* * *
Los padres de Peter habían venido para llevarlo a casa.
Él sabía que iba a suceder pronto, pero quisieron darle una sorpresa, así que hubo una pequeña fiesta completada con una tarta. Una tarta de zanahoria baja en grasa, orgánica, sin pesticidas, fertilizantes ni azúcar. A continuación sus padres subieron al piso superior y le ayudaron a hacer las maletas mientras Simon, Derek y Rae regresaban a clase, y yo tenía terapia con la doctora Gill.
Veinte minutos después vi, desde la ventana del despacho, el monovolumen de sus padres retroceder marcha atrás por el camino y desaparecer calle abajo.
Una semana más y yo haría lo mismo. Sólo tenía que dejar de pensar en Liz y los fantasmas y concentrarme en salir.