Con su motor eléctrico zumbando, el cochecito corrió por el oscuro túnel subterráneo. Grant conducía, con el pie oprimiendo el pedal hasta el suelo. El túnel carecía de rasgos distintivos, salvo por algún ocasional respiradero de la parte superior que, provisto de persianas para proteger contra la lluvia, permitía que entrara poca luz. Pero Grant observó que había deyecciones blancas de animales, endurecidas hasta formar costras, en muchos sitios: evidentemente, muchos animales habían estado allí.
Sentada al lado de él en el coche, Lex dirigió la linterna hacia la parte de atrás, donde estaba el velocirraptor:
—¿Por qué tiene problemas para respirar?
—Por el tranquilizante que le inyecté al dispararle.
—¿Se morirá?
—Espero que no.
—¿Se pondrá bien?
—Sí.
—¿Por qué lo llevamos? —volvió a preguntar Lex.
—Para demostrarle a la gente del centro que los dinosaurios realmente se están reproduciendo.
—¿Cómo sabe que se están reproduciendo?
—Porque es joven —dijo Grant—. Y por otras razones.
—¿Es un dinosaurio bebé? —preguntó Lex, atisbando a lo largo del haz de la linterna.
—Sí. Ahora, dirige la luz hacia delante, ¿quieres? —Tendió la muñeca hacia la niña, para que ella viera el reloj:
—¿Qué dice?
—Dice… diez y quince.
—Bien.
—Eso significa que sólo tenemos cuarenta y cinco minutos para ponernos en contacto con el barco —recordó Tim.
—Debemos de estar cerca —dijo Grant—. Calculo que en este preciso momento debemos estar casi en el centro de visitantes. —No estaba seguro, pero percibía que el túnel estaba yendo suavemente hacia arriba, conduciéndolos de vuelta a la superficie, y…
—¡Uau! —gritó Tim.
Irrumpieron a la luz de la mañana con sorprendente velocidad. Había soplado una leve bruma, que oscurecía de modo parcial el edificio que se alzaba directamente por encima de ellos.
Enseguida Grant vio que era el centro de visitantes. ¡Habían llegado justo frente al garaje! ¡Habían llegado!
—¡Viva! —gritó Lex—. ¡Lo logramos! ¡Viva!
Empezó a saltar en el asiento, mientras Grant estacionaba el coche en el garaje. A lo largo de una de las paredes había apiladas jaulas para animales. Pusieron el velocirraptor en una de ellas, con un cuenco con agua. Después, fueron a la escalera y empezaron a subir hacia la entrada de la planta baja del centro de visitantes.
—¡Me voy a comer una hamburguesa! ¡Y patatas fritas! ¡Batido de chocolate con leche! ¡No más dinosaurios! ¡Viva!
—Llegaron al vestíbulo y abrieron la puerta.
Y se quedaron en silencio.
En el vestíbulo del centro de visitantes, las puertas de vidrio estaban hechas añicos y había una fría bruma gris en la cavernosa sala principal. Un cartel en el que se leía CUANDO LOS DINOSAURIOS DOMINABAN LA TIERRA colgaba de uno solo de los goznes, crujiendo al viento. El gran tiranosaurio robot estaba patas arriba, con sus tuberías y entrañas metálicas expuestas. Fuera, a través del vidrio, se veían hileras de palmeras, formas imprecisas en la niebla.
Tim y Lex se acurrucaron contra el escritorio metálico del guardia de seguridad. Grant había tomado la radio del guardia y estaba probando todos los canales:
—Hola, habla Grant. ¿Hay alguien ahí? Hola, habla Grant.
Lex tenía la mirada fija en el cuerpo del guardia, tendido en el suelo hacia la derecha. No podía verle más que las piernas y los pies. Grant le había dicho que no mirara, después de ir al otro lado del escritorio para tomar la radio del cinturón del guardia.
—Hola, aquí Grant. Hola.
Lex estaba inclinada hacia delante, asomándose para ver por encima del borde del escritorio. Grant la sujetó por la manga:
—Eh, deja eso.
—¿Está muerto? ¿Qué es eso que hay en el suelo? ¿Sangre?
—Sí.
—¿Por qué no es roja?
—Eres una morbosa —acusó Tim.
—¿Qué quiere decir «morbosa»? No lo soy.
La radio chasqueó:
—¡Dios mío! —se oyó una voz—. ¿Grant? ¿Eres tú?
Y después:
—¿Alan? ¿Alan? —Era Ellie.
—Estoy aquí —contestó Grant.
—¡Gracias a Dios! ¿Estás bien?
—Estoy muy bien, sí.
—¿Qué pasa con los niños? ¿Los has visto?
—Tengo a los chicos conmigo. Están bien.
—¡Gracias a Dios!
Lex estaba deslizándose hacia el otro lado del escritorio. Grant le dio una palmada en el tobillo:
—Vuelve aquí.
La radio chasqueó:
—¿… dónde están?
—En el vestíbulo. En el vestíbulo del edificio principal.
Por la radio oyeron a Wu decir:
—¡Dios mío! Están aquí.
—Alan, escucha —dijo Ellie—. Los raptores se han escapado.
—¡Oh!
—Pueden abrir las puertas —dijo Wu—. Pueden estar en el mismo edificio que vosotros.
—Grandioso. ¿Dónde estáis vosotros? —preguntó Grant.
—Estamos en el pabellón.
—¿Y los demás? ¿Muldoon, todos los demás?
—Hemos perdido a algunos de ellos. Pero a todos los demás los tenemos en el pabellón.
—¿Funcionan los teléfonos?
—No. Todo el sistema está apagado. No funciona nada.
—¿Qué podemos hacer para que el sistema vuelva a funcionar?
—Hemos estado intentándolo.
—Tenemos que volver a ponerlo en funcionamiento —dijo Grant—, de inmediato. Si no lo hacemos, dentro de media hora los velocirraptores llegarán a tierra firme.
Empezó a explicar lo del barco, cuando Muldoon le interrumpió:
—No creo que usted lo entienda, doctor Grant: aquí no nos queda ni media hora.
—¿Cómo es eso?
—Algunos de los raptores nos siguieron. Tenemos dos en el techo ahora.
—¿Y qué hay con eso? El edificio es inexpugnable.
Muldoon tosió:
—Parece que no lo es. Nunca se pensó que los animales llegaran hasta el techo. —La radio chasqueó—: … Tiene que haber plantado un árbol demasiado próximo a la cerca. Los velocirraptores pasaron por encima de ella y llegaron hasta el techo. De todos modos, se suponía que los barrotes de acero del tragaluz estarían electrificados pero, claro está, la corriente está cortada. Los animales están abriéndose camino a mordiscos a través de los barrotes del tragaluz.
—¿Abriéndose camino mordiendo los barrotes? —se asombró Grant. Frunció el entrecejo, tratando de imaginarlo—. ¿A qué velocidad?
—Sí —dijo Muldoon—. Tienen una presión de mordida de seis mil ochocientos diez kilos por pulgada cuadrada. Son como hienas: pueden morder y hacer un agujero en el acero y… —La transmisión se perdió un instante.
—¿A qué velocidad? —repitió Grant.
—Deduzco que disponemos de otros diez, quince minutos antes de que se abran camino del todo y entren por el tragaluz en el edificio. Y una vez que estén dentro… Ah, un momento, doctor Grant.
La radio cesó la transmisión con un clic.
En el tragaluz que había sobre la cama de Malcolm, los velocirraptores habían masticado el primero de los barrotes de acero. Uno de los animales había aferrado el extremo del barrote y tirado de él con fuerza, doblándolo hacia atrás. Después, puso su poderosa pata trasera sobre el tragaluz; bruscamente, el vidrio se hizo añicos y los brillantes pedazos cayeron sobre la cama de Malcolm, que estaba debajo. Ellie extendió el brazo y quitó de las sábanas los fragmentos más grandes.
—¡Dios, qué feos son! —exclamó Malcolm, mirando hacia arriba.
Ahora que el vidrio estaba roto, podían oír los resoplidos y gruñidos de los raptores y el chirrido de sus dientes en el metal mientras mordían los barrotes. Había secciones adelgazadas de color plateado, en los sitios que habían masticado y su saliva espumosa había salpicado las sábanas y la mesilla de noche.
—Al menos, no pueden entrar aún —trató de tranquilizarse Ellie—. No hasta que hayan roto otro barrote.
—Si Grant pudiera llegar de alguna manera al cobertizo de mantenimiento… —suspiró Wu.
—¡Al infierno! —gruñó Muldoon, que se desplazaba por la habitación cojeando con su tobillo dislocado—. No puede llegar ahí lo suficientemente rápido. No puede dar la corriente suficientemente rápido. No como para detener esto.
—No —confirmó Wu, negando con la cabeza.
Malcolm tosió:
—Sí. —Su voz era suave, casi un jadeo.
—¿Qué dijo? —preguntó Muldoon.
—Sí —repitió Malcolm—. Puede…
—¿Puede qué?
—Distracción… —Se encogió, presa del dolor.
—¿Qué clase de distracción?
—Vayan a… la cerca…
—¿Sí? ¿Y qué hacemos?
Malcolm sonrió débilmente:
—Saquen… las manos a través de ella.
—¡Oh, Cristo! —exclamó Muldoon, dándose vuelta.
—Espere un momento —dijo Wu—. Tiene razón: sólo hay dos raptores aquí, lo que significa que hay cuatro más, por lo menos, ahí fuera. Podríamos salir y crear una distracción.
—¿Y después qué?
—Y después Grant tendría libertad para ir al edificio de mantenimiento y encender el generador.
—¿Y después volver a la sala de control y hacer que arranque el sistema?
—Exactamente.
—No hay tiempo —objetó Muldoon—. No hay tiempo.
—Pero sí podemos atraer a los raptores aquí abajo —dijo Wu—, quizás hasta alejarlos de ese tragaluz… Podría funcionar. Vale la pena intentarlo.
—Un cebo —dijo Muldoon.
—Exactamente.
—¿Quién va a ser el cebo? Yo no sirvo: mi tobillo está fuera de combate.
—Yo lo haré —se ofreció Wu.
—No —se opuso Muldoon—. Usted es el único que sabe qué hacer con el ordenador. Necesita hablar con Grant durante el proceso de puesta en marcha del sistema.
—Entonces, lo haré yo —decidió Harding.
—No —intervino Ellie—. Malcolm le necesita. Lo haré yo.
—Demonios, no estoy de acuerdo —dijo Muldoon—. Tendría velocirraptores rodeándola por todas partes, velocirraptores en el techo…
Pero la joven ya se estaba inclinando, atándose los cordones de sus zapatillas de carrera.
—Pero no se lo digan a Grant —recomendó—, lo pondría nervioso.
El vestíbulo estaba silencioso, lleno de una niebla fría que les rodeaba. La radio permanecía silenciosa. Tim se inquietó:
—¿Por qué no nos hablan?
—Tengo hambre —recordó Lex.
—Están tratando de hacer planes —explicó Grant.
La radio chasqueó:
—Grant, ¿está usted habla …nry Wu, ¿está usted ahí?
—Estoy aquí.
—Escuche —dijo Wu—: desde el sitio en el que está, ¿puede ver la parte de atrás del edificio para visitantes?
Grant miró por las puertas posteriores de vidrio, hacia las palmeras y la niebla.
—Sí.
—Las palmeras…
—Sí.
Lex se deslizaba para darle la vuelta al escritorio.
Wu dijo:
—Hay un sendero que pasa por las palmeras y llega al edificio de mantenimiento: ahí es donde están el equipo de alimentación de corriente y los generadores. Creo que vio usted el edificio de mantenimiento ayer.
—Sí —contestó Grant. Aunque quedó momentáneamente perplejo: ¿fue ayer cuando miró dentro del edificio? Parecía que hubieran transcurrido años.
—Ahora, escuche —continuó Wu—: creemos que podemos hacer que todos los velocirraptores bajen aquí, junto al pabellón, pero no estamos seguros. Así que tenga cuidado, denos cinco minutos.
—Está bien —dijo Grant.
—Puede dejar a los chicos en el autoservicio; allí deberán de estar bien. Llévese la radio cuando vaya.
—Está bien.
—Apáguela antes de salir, de modo que no haga ruido alguno en el exterior. Y llámeme cuando llegue al edificio de mantenimiento.
—Está bien.
Grant apagó la radio. Lex regresó deslizándose.
—¿Vamos al autoservicio? —susurró.
—Sí —contestó Grant.
Se levantaron y empezaron a caminar a través de la bruma que flotaba en el vestíbulo.
—Quiero una hamburguesa —susurró Lex.
—No creo que haya electricidad para cocinar.
—Entonces, helado.
—Tim, tendrás que quedarte con ella y cuidarla.
—Lo haré.
—Tengo que irme un rato —anunció Grant.
—Lo sé.
Se desplazaron hasta la entrada del restaurante. Al abrir la puerta, Grant vio mesas cuadradas para comer y sillas; más allá, puertas batientes. Cerca de donde estaban él y los niños, había una máquina registradora y un estante con goma de mascar y golosinas.
—Muy bien, chicos. Quiero que os quedéis aquí, pase lo que pase. ¿Entendido?
—Déjenos la radio —pidió Lex.
—No puedo. La necesito. Quedaos aquí. Sólo estaré fuera unos cinco minutos. ¿Está bien?
—Está bien.
Grant cerró la puerta.
Tim se sintió orgulloso y responsable, cuando la puerta se cerró. El restaurante quedó completamente a oscuras. Lex le aferró la mano:
—Enciende las luces —dijo.
—No puedo. No hay electricidad. —Pero sacó sus lentes para visión nocturna.
—Eso está bien para ti. ¿Y qué hay de mí?
—Cógeme la mano. Buscaremos algo para comer.
La guió hacia delante. En verde fosforescente, Tim vio las mesas y sillas. Hacia la derecha, la registradora, en verde refulgente, y el estante con goma de mascar y golosinas. Se apoderó de un puñado de barritas de chocolate.
—Te dije que quería helado, no dulces —protestó Lex.
—Tómalos de todos modos.
—Helado, Tim.
—Está bien, está bien.
Tim se metió las barritas en el bolsillo y guió a Lex hacia la parte más interna del comedor. La niña le tiró de la mano.
—No puedo ver nada —dijo.
—Camina conmigo. Coge mi mano.
—Entonces ve más despacio.
Detrás de las mesas y sillas había un par de puertas de vaivén con ventanitas redondas. Probablemente conducían a la cocina. Tim empujó una de las puertas para abrirla, y la mantuvo abierta de par en par.
Ellie Sattler salió por la puerta principal hacia el pabellón, y sintió la helada bruma en la cara y las piernas. El corazón le golpeaba el pecho, aun cuando sabía que estaba completamente segura detrás de la cerca. Directamente adelante, vio los pesados barrotes en medio de la niebla.
Pero no podía ver mucho más allá de la cerca. Otros dieciocho metros antes de que el paisaje se volviera blanco lechoso. Y no veía raptores por parte alguna. De hecho, los jardines y los árboles estaban casi sobrenaturalmente silenciosos.
—¡Eh! —gritó en la niebla, a modo de ensayo.
Muldoon se inclinó contra el marco de la puerta.
—Dudo que eso sirva —comentó—. Tiene que hacer ruido.
Se acercó cojeando, en la mano llevaba una varilla de acero proveniente de la construcción que se estaba haciendo dentro.
Golpeó la varilla contra los barrotes, como si fuera un gong para llamar a comer.
—¡Venid por ella! ¡La cena está servida!
—Muy divertido —dijo Ellie. Echó una nerviosa mirada hacia el techo: no vio raptores.
—No entienden el inglés —sonrió Muldoon—. Pero imagino que perciben la idea general…
Todavía estaba nerviosa, y encontró fastidioso el humor de Muldoon. Miró hacia el edificio de visitantes, envuelto en la niebla. Muldoon reinició el golpeteo sobre los barrotes. En el límite de su campo visual, casi perdido en la niebla, Ellie vio un animal descolorido como un fantasma. Un velocirraptor.
—Primer cliente —dijo Muldoon.
El raptor desapareció, una sombra blanca, y después volvió, pero no se acercó más y pareció extrañamente indiferente al ruido que provenía del pabellón. Ellie estaba empezando a preocuparse: a menos que pudiera atraer a los velocirraptores al pabellón, Grant estaría en peligro.
—Hace usted demasiado ruido —dijo Ellie.
—¡Mil demonios! —repuso Muldoon.
—Bueno, lo hace.
—Conozco estos animales…
—Está borracho. Déjeme manejar esto.
—¿Y cómo va a hacerlo?
Ellie no le respondió y fue hacia el portón:
—Dicen que los raptores son inteligentes.
—Lo son. Por lo menos, tan inteligentes como los chimpancés.
—¿Tienen buena capacidad auditiva?
—Sí, excelente.
—A lo mejor conocen este sonido —dijo Ellie, y abrió el portón: las bisagras metálicas, herrumbradas por la bruma constante, chirriaron sonoramente. Ellie lo cerró otra vez, abriéndolo con otro chirrido. Lo dejó abierto.
—Yo no haría eso —aconsejó Muldoon—. Y si lo hace, déjeme traer el lanzador.
—Traiga el lanzador.
Muldoon lanzó un quejido, recordando:
—Gennaro tiene los proyectiles.
—Bueno, entonces tenga los ojos bien abiertos. —Y pasó por el portón, fuera de los barrotes. El corazón le latía con tanta fuerza que apenas podía sentir los pies en la tierra. Se alejó de la cerca, y le pareció que el vallado desaparecía en la niebla con aterradora velocidad. Pronto se perdió a espaldas de ella.
Como esperaba Muldoon empezó a gritarle con la agitación del borracho:
—¡Maldición, nena, no haga eso! —vociferó.
—No me llame «nena» —respondió, también a gritos.
—¡La llamaré como malditamente se me ocurra! —gritó Muldoon.
—Usted no tiene pelotas —dijo Ellie.
—¿Que no tengo pelotas? —barbotó—. ¿Que no tengo pelotas? Linda manera de hablar para usted, una fina joven liberada. La erudita de los barrios bajos…
No le estaba escuchando. Se daba vuelta con lentitud, el cuerpo tenso, vigilando por todos lados. Ahora estaba a dieciocho metros de la cerca, por lo menos, y podía ver, más allá del follaje, la bruma arrastrada por el viento, como una lluvia leve. Se mantuvo alejada del follaje. Los músculos de piernas y hombros le dolían por la tensión. Sus ojos se esforzaban por ver.
—¿Me oye, maldición? —vociferaba Muldoon.
«¿Hasta qué punto son hábiles estos animales? —se preguntó Ellie—. ¿Lo suficiente como para cortarme la retirada?».
No había mucha distancia de regreso a la cerca, no en realidad…
Atacaron.
No hubo sonido alguno.
El primer animal se lanzó a la carga desde el follaje que había en la base de un árbol, a la izquierda: saltó como un resorte y Ellie se volvió para correr. El segundo atacó desde el otro lado, con la clara intención de atraparla mientras corría, y saltó en el aire, con las garras listas para atacar; la joven se lanzó como un corredor de pista y campo y el animal se estrelló contra la tierra. Ahora, Ellie corría a la máxima velocidad, sin atreverse a mirar hacia atrás, jadeante, viendo los barrotes de la cerca emerger de la neblina, viendo a Muldoon abrir el portón de par en par, viéndole tender la mano, gritarle, aferrarle el brazo y tirar de ella con tanta fuerza que la levantó en vilo y la hizo caer al suelo.
Ellie se dio vuelta a tiempo para ver primero uno, después dos, después tres animales chocar contra la cerca y gruñir.
—¡Buen trabajo! —gritó Muldoon. Ahora se burlaba de los animales, gruñéndoles en respuesta, y eso los enfurecía. Se lanzaban contra la cerca, saltando delante, y uno de ellos casi consiguió pasar por encima.
—¡Cristo, ése estuvo cerca! ¡Estos hijos de puta pueden saltar!
La joven se puso en pie, mirándose las raspaduras y magulladuras, la sangre que le corría por la pierna. Todo lo que pudo pensar fue: tres animales aquí. Y dos en el techo. Eso quería decir que faltaba uno, que estaba en alguna parte.
—¡Vámonos, ayúdeme! —dijo Muldoon—. ¡Mantengámoslos interesados!
Grant dejó el centro de visitantes y avanzó con rapidez, adentrándose en la bruma. Halló el sendero que había entre las palmeras y lo siguió hacia el norte. Allá delante, la estructura del cobertizo de mantenimiento surgió de la niebla.
Por ninguna parte aparecía puerta alguna que él alcanzara a ver. En la parte de atrás, oculto por la vegetación plantada ex profeso, vio un muelle de hormigón para la carga de camiones. Ayudándose con manos y pies, trepó hasta topar con una persiana enrollable vertical de acero; estaba cerrada con llave. Volvió a bajar el muelle de un salto y siguió rodeando el edificio. Más adelante, hacia su derecha, vio una puerta común y corriente. Se mantenía abierta mediante un zapato de hombre que la trababa.
Grant entró y entornó los ojos en la oscuridad. Prestó atención: no oyó nada. Levantó la radio y conectó.
—Aquí Grant —informó—, estoy dentro.
Wu alzó la mirada hacia el tragaluz: los dos velocirraptores seguían escudriñando la habitación de Malcolm, pero parecían estar confundidos por los ruidos del exterior. El genetista fue hasta la ventana del hotel: fuera, los tres velocirraptores seguían cargando contra la cerca. Ellie corría de un lado a otro, protegida por los barrotes. Pero los animales ya no parecían estar tratando en serio de atraparla: ahora casi parecían estar jugando, alejándose de la cerca, dando una vuelta, alzándose sobre las patas traseras y gruñendo, para después volver a caer sobre las cuatro patas, volver a girar en círculo y, por último, embestir. Su conducta había asumido la distintiva característica de una exhibición, más que de un ataque en serio.
—Como pájaros —comentó Muldoon—; están haciendo una representación teatral.
Wu asintió con la cabeza:
—Son inteligentes. Ven que no la pueden alcanzar. No lo están intentando de veras.
La radio chasqueó:
—… dentro.
Wu aferró la radio:
—Repítalo, doctor Grant.
—Estoy dentro.
—¿Doctor Grant, está usted en el edificio de mantenimiento?
—Sí. Quizá deba usted llamarme Alan.
—Muy bien, Alan. Si está usted exactamente dentro de la puerta este, verá muchos caños y tuberías.
—Sí.
—Muy bien. —Wu cerró los ojos, haciéndose la representación mental de lo que había allí—. Inmediatamente delante hay un gran pozo empotrado, situado por debajo en el centro del edificio, que llega dos pisos por debajo de la tierra: ahí abajo puede usted ver montones de cañerías y varios cilindros anaranjados grandes.
—Sí.
—Hacia su izquierda hay una pasarela metálica con barandillas.
—La veo.
—Vaya por la pasarela.
—Ya voy por ella.
Débilmente, la radio transmitía el sonido metálico de las pisadas de Grant sobre el metal.
—Cuando haya recorrido unos seis o nueve metros, quizá, verá otra pasarela que va hacia la derecha. —La veo.
—Vaya por esa pasarela.
—Entendido.
—Cuando siga su marcha, llegará a una escalera de mano situada a su izquierda: esa escalera desciende por el pozo.
—La veo.
—Baje por la escalera.
—Está oscuro.
Hubo un prolongado silencio. Wu se pasó los dedos por el empapado cabello. Muldoon frunció tensamente el entrecejo.
—Muy bien, ya he bajado la escalera —anunció Grant.
—Bien —dijo Wu—. Ahora, directamente delante de usted debe de haber dos grandes tanques amarillos con la indicación «Flammable», en inglés.
—Dicen inflamable, y después hay algo escrito abajo, también en español.
—Ésos son. Ésos son los dos depósitos de combustible para el generador. Uno de ellos se ha agotado, y por eso tenemos que cambiarlo por el otro. Si mira debajo de los depósitos, verá una tubería blanca que sale de ellos.
—¿Una de unos diez centímetros de diámetro, de cloruro de polivinilo?
—Sí. PVC. Siga esa tubería hacia atrás.
—Entendido. Lo estoy siguiendo… ¡Auch!
—¿Qué ha pasado?
—Nada. Me he dado un golpe en la cabeza.
Se produjo un silencio.
—¿Está usted bien?
—Sí, muy bien. Tan sólo… me lastimé la cabeza. Estúpido.
—Manténgase siguiendo el caño.
—Bien, bien —asintió Grant. Su voz denotaba irritación—. Muy bien. La tubería entra en una caja grande de aluminio, con purgas de aire en los costados. Dice «Honda». Parece ser el generador.
—Sí. Ese es el generador. Si va usted hacia el costado verá un panel con dos botones.
—Los veo: ¿amarillo y rojo?
—Así es. Apriete el amarillo primero y, mientras lo mantiene apretado, oprima el rojo.
—Entendido.
Hubo otro momento de silencio. Duró casi un minuto. Wu y Muldoon se miraron.
—¿Alan?
—No funcionó —dijo Grant.
—¿Ha mantenido apretado el amarillo, primero, y después apretó el rojo?
—Sí —afirmó Grant. Parecía molesto—. He hecho exactamente lo que usted me ha dicho.
Se produjo un zumbido y, después, un clic, clic, clic muy rápido; después, el zumbido se detuvo y ya no hubo nada más.
—Pruebe otra vez.
—Ya lo he hecho. No funciona.
—Está bien, un momento. —Wu frunció el entrecejo—. Por lo que me dice, parece que el generador está tratando de ponerse en marcha, pero no puede por algún motivo. ¿Alan?
—Aquí estoy.
—Dé la vuelta y vaya a la parte de atrás del generador, al lugar en el que entra la tubería de plástico.
—Entendido. —Silencio; después, Grant dijo—: La tubería entra en un cilindro negro, que parece una bomba de combustible.
—Así es —dijo Wu—. Eso es lo que es, precisamente: es la bomba de combustible. Busque una valvulita en la parte superior.
—¿Una válvula?
—Tiene que sobresalir por la parte superior, con una aletita metálica de la que usted puede girar.
—La he encontrado, pero está al lado, no arriba.
—Está bien. Dele la vuelta hasta abrirla.
—Está saliendo aire.
—Bien. Espere hasta…
—… ahora está viniendo un líquido. Gasolina, creo. Tiene olor a gasolina.
—Bien. Cierre la válvula. —Wu se volvió hacia Muldoon, sacudiendo la cabeza en gesto de negación. Dijo—: La bomba no estaba cebada. ¿Alan?
—Sí.
—Vuelva a intentar con los botones.
—Entendido. ¿Amarillo y, después, rojo?
—Sí.
Un instante después, Wu oyó los débiles carraspeo y tartajeo del generador al empezar a girar y, después, el resoplido corto y continuo, cuando estuvo plenamente activo.
—Está encendido —dijo Grant.
—¡Buen trabajo, Alan! ¡Buen trabajo!
—¿Ahora, qué? —preguntó Grant. Parecía desanimado—: Las luces ni siquiera se han encendido.
—Vuelva a la sala de control y le diré cómo disponer los controles en forma manual.
—¿Eso es lo que tengo que hacer ahora?
—Sí.
—Bien. Le llamaré cuando llegue.
Se produjo un siseo final y, después, silencio.
—¿Alan?
La radio estaba muerta.
Muldoon miró su reloj:
—Quedan veinte minutos —dijo.
Tim pasó por las puertas de vaivén hasta la parte de atrás del comedor y entró en la cocina: vio una mesa grande de acero inoxidable en el centro; una cocina grande con muchos hornillos, a la izquierda y, más allá, grandes cámaras frigoríficas. Tim empezó a abrir las cámaras, en busca del helado.
Cuando abría cada cámara salía humo hacia el aire cargado de humedad.
—¿Cómo es que la cocina está encendida? —dijo Lex, soltándole la mano.
—No lo está.
—Todas tienen llamitas azules.
—Son llamas piloto.
—¿Qué son llamas piloto? —En su casa tenían una cocina eléctrica.
—No importa —dijo Tim, abriendo otra cámara—. Pero eso quiere decir que puedo cocinar algo.
En ésta encontró toda clase de cosas, envases de cartón con leche, pilas de hortalizas, un estante con chuletas, pescado…, pero nada de helado.
—¿Todavía quieres helado?
—Ya te lo he dicho, ¿no?
La cámara frigorífica siguiente era enorme, toda ella de acero inoxidable, con un gran tirador horizontal. Tiró de él, hasta abrirla por completo, y vio una cámara de congelación: era toda una habitación con una temperatura de muchos grados bajo cero.
—Timmy…
—¿No puedes esperar un momento? —dijo, fastidiado—. Estoy tratando de encontrar tu helado.
—Timmy… hay algo aquí.
Lex estaba susurrando y, por un instante, las dos últimas palabras no se percibieron. Entonces, Tim se apresuró a salir del congelador, viendo el borde de la puerta orlado con humo verde brillante. Su hermana estaba en pie más allá, al lado de la mesa de acero: mirando en dirección a la puerta de la cocina.
Tim oyó un siseo bajo, como el de una serpiente muy grande. El sonido subía y bajaba con suavidad. Era apenas audible; hasta podría haber sido el viento pero, de algún modo, Tim supo que no lo era.
—Timmy —musitó su hermana—, tengo miedo…
El niño se arrastró hacia la puerta de la cocina y miró hacia fuera.
En el oscurecido comedor vio el ordenado patrón rectangular verde conformado por las tablas de las mesas. Y, moviéndose con suavidad entre ellas, silencioso como un fantasma, salvo por el escape siseante de la respiración, había un velocirraptor.
En la oscuridad del cuarto de mantenimiento, Grant avanzó a tientas, palpando las cañerías, para regresar donde estaba la escalera de mano. Le resultaba difícil acertar con el camino y, por alguna razón, encontraba que el ruido del generador le desorientaba. Llegó a la escalera y empezó a descender, cuando se dio cuenta de que en el cuarto había algo más, además del ruido del generador.
Se detuvo, escuchando.
Era un hombre que gritaba.
Parecía la voz de Gennaro.
—¿Dónde está usted? —gritó Grant.
—Por aquí: en el camión.
Grant no podía ver camión alguno. Entornó los ojos para ver en la oscuridad. Observó con el rabillo del ojo: vio formas verde brillante, que se movían. Después, vio el camión y se volvió hacia él.
Tim sintió que el silencio era escalofriante.
El velocirraptor medía un metro ochenta de alto, y era muy musculoso, aunque sus fuertes patas y su cola quedaban ocultas por las mesas. Tim sólo le podía ver el fornido torso superior, los dos antebrazos tensamente dispuestos a lo largo del cuerpo, las garras que colgaban. Pudo ver el moteado iridiscente del lomo. El velocirraptor estaba alerta: mientras avanzaba, miraba de un lado a otro, volviendo la cabeza con movimientos espasmódicos y bruscos, como los de un ave.
Una gigantesca, silenciosa, ave de rapiña.
El comedor estaba a oscuras pero, en apariencia, el raptor podía ver lo suficientemente bien como para esquivar las mesas. Avanzaba sin pausa. De vez en cuando se inclinaba, bajando la cabeza hasta ponerla fuera de la visual, por debajo de las mesas. Tim oyó el sonido de un olfateo rápido. Después, la cabeza volvía a emerger de manera repentina, alerta, sacudiéndose atrás y adelante como la de un pájaro.
Tim observó hasta que estuvo seguro de que el velocirraptor se dirigía hacia la cocina. ¿Les estaba siguiendo el rastro? Todos los libros decían que los dinosaurios tenían un mal sentido del olfato, pero este parecía arreglárselas muy bien. De todos modos, ¿qué sabían los libros? Aquí se encontraba la verdad.
Yendo hacia él.
Tim se zambulló de vuelta en la cocina.
—¿Hay algo ahí fuera? —preguntó Lex.
Tim no respondió. La metió de un empujón bajo una mesa de la esquina, detrás de un gran cubo de desperdicios. Se inclinó muy cerca de su hermana y susurró con furia:
—¡Quédate aquí! —Y después corrió hacia la cámara frigorífica.
Realmente no sabía si eso iba a funcionar, pero agarró un puñado de bistecs fríos y fue presuroso hacia la puerta. En silencio, colocó el primero de los bistecs, después retrocedió unos pasos y colocó el segundo…
A través de las antiparras, vio a Lex curioseando por el lado del cubo. Con la mano le ordenó que retrocediera. Colocó el tercer bistec, y el cuarto, penetrando cada vez más en la cocina.
El siseo era más intenso y, en ese momento, la mano provista de garras aferró la puerta, y la cabezota escudriñó con cautela lo que tenía alrededor.
Tim se detuvo.
El velocirraptor vaciló en la entrada de la cocina.
Tim permaneció semiagachado, en la parte de atrás de la cocina, cerca de la pata más alejada de la mesa de acero. Pero no había tenido tiempo de esconderse: cabeza y hombros todavía le sobresalían por encima de la mesa. Estaba claramente expuesto a la mirada del velocirraptor.
Lentamente, Tim bajó el cuerpo, hundiéndose debajo de la mesa… El velocirraptor volvió la cabeza con movimientos cortos y espasmódicos, hasta quedar mirando directamente a Tim.
Éste quedó paralizado. Todavía estaba expuesto, pero pensó: «No te muevas».
El velocirraptor permanecía inmóvil en el vano de la puerta.
Olfateando.
«Está más oscuro aquí —pensó Tim—: no puede ver bien. Eso lo vuelve cauteloso».
Pero podía percibir el olor a moho del gran reptil y, a través de las lentes, lo vio bostezar en silencio, tirando hacia atrás su largo hocico, exhibiendo hileras de dientes afilados como navajas.
El velocirraptor volvió a fijar la mirada hacia delante, moviendo la cabeza de un lado a otro. Los enormes ojos giraban dentro de las órbitas óseas.
Tim sintió que su corazón galopaba. De algún modo, resultaba peor verse enfrentado a un animal como ése en una cocina que en selva abierta: el tamaño, los movimientos rápidos, el olor acre, la respiración sibilante…
«Quizá no venga», pensó.
Visto de cerca era un animal mucho más aterrador que el tiranosaurio, que era enorme y poderoso, pero no particularmente astuto. El velocirraptor tenía el tamaño de un hombre, y estaba claro que era rápido e inteligente: Tim temía los escrutadores ojos casi tanto como los dientes afilados.
El velocirraptor olfateó. Dio un paso hacia delante… ¡avanzando directamente hacia Lex! ¡Le debía de oler, seguramente! El corazón de Tim dio un vuelco. El animal se detuvo. Se inclinó con lentitud.
Encontró el bistec.
Tim quería agacharse, para mirar debajo de la mesa, pero no se atrevió a moverse: se mantuvo inmóvil, semiacuclillado, escuchando la ruidosa masticación.
El dinosaurio se lo estaba comiendo. Con huesos y todo.
Después alzó la esbelta cabeza y miró a su alrededor. Olfateó. Vio el segundo bistec. Avanzó con rapidez. Se inclinó.
Silencio.
No se lo estaba comiendo.
La cabeza volvió a subir. Tim tenía las piernas acalambradas, pero no se movió.
¿Por qué el animal no se comía el segundo bistec? Muchas ideas le relampaguearon en la mente: no le gustaba el sabor, no le gustaba que estuviera frío, no le agradaba el hecho de que la carne no estuviera viva, olía la trampa, olía a Lex, olía a Tim, veía a Tim…
El velocirraptor se desplazó muy deprisa ahora: encontró el tercer bistec, hundió la cabeza, volvió a mirar hacia arriba, y prosiguió su marcha.
Tim contuvo la respiración: el dinosaurio ahora estaba a unos pocos metros de distancia. Tim pudo ver las pequeñas contracciones que se producían en los músculos de los flancos. Percibió las incrustaciones de sangre seca en las garras de la mano. Pudo ver el fino diseño de estrías que había dentro del patrón moteado, y los pliegues de la piel del cuello, por debajo de la mandíbula.
El velocirraptor olfateó. Movió la cabeza espasmódicamente y miró a Tim de hito en hito: el niño casi jadeó por el miedo; su cuerpo se puso tenso, rígido. Observaba mientras el ojo de reptil se movía, explorando la habitación. Otro olfateo.
«Me atrapó», pensó Tim.
Entonces la cabeza giró con otro movimiento brusco, para mirar hacia delante, y el animal siguió su camino, hacia el quinto bistec. Tim pensó: «Lex por favor no te muevas, por favor no te muevas por lo que sea que haga, por favor no…»
El velocirraptor olió el bistec y siguió adelante. Ahora se encontraba ante la puerta del congelador. Tim pudo ver el vaho saliendo en volutas, abarquillándose a lo largo del suelo mientras iba hacia las patas del animal. Una de las enormes patas armadas con garras se alzó; después volvió a bajar, en silencio. El dinosaurio vacilaba. «Demasiado frío —pensó Tim—. No se va a meter ahí, es demasiado frío, no va a entrar, no va a entrar, no va a entrar…».
El dinosaurio entró.
La cabeza desapareció; después, el cuerpo; después, la rígida cola.
Tim saltó como un resorte, lanzando el peso de su cuerpo contra la puerta de acero inoxidable, cerrándola de golpe… ¡Se cerró sobre la punta de la cola! ¡La puerta no se cerraba! El velocirraptor rugió, un aterrador sonido bajo. Inadvertidamente, Tim dio un paso atrás: ¡la cola había desaparecido! ¡Cerró la puerta otra vez y la oyó trabarse! ¡Cerrada!
—¡Lex! ¡Lex! —gritaba. Oía al animal golpeando la puerta, lo sentía lanzándose contra el acero. Tim sabía que en la parte de dentro había un tirador plano de acero, y que si el raptor lo golpeaba, abriría la puerta: tenían que echarle el cerrojo.
—¡Lex!
Lex estaba junto a él:
—¿Qué quieres?
Tim estaba apoyado con todo su peso contra el tirador horizontal de la puerta, manteniéndola cerrada.
—¡Hay un pasador! ¡Un pasador pequeño! ¡Consigue el pasador!
El velocirraptor rugía como un león, el sonido llegaba amortiguado por el espeso acero. Chocaba con todo su cuerpo contra la puerta.
—¡No puedo ver nada! —gritó Lex.
La espiga se balanceaba debajo del tirador de la puerta, pendiente de una cadenita de metal.
—¡Está ahí mismo!
—¡No puedo verlo! —aulló la niña, y fue entonces cuando Tim se dio cuenta de que su hermana no utilizaba las lentes.
—¡Búscala al tacto!
Vio la manita que se tendía hacia arriba, tocando su propia mano, buscando a tientas el pasador y, al tener a su hermana tan próxima, pudo sentir cuan asustada estaba, la respiración entrecortada en cortos jadeos de pánico, mientras palpaba en busca del pasador, y el velocirraptor se arrojaba contra la puerta y la abría —Dios, la abría—, pero el animal no lo esperaba y ya se había retirado hacia atrás para hacer otro intento y Tim volvió a cerrar de un portazo. Lex, arrastrándose sobre manos y piernas, tendió la mano en la oscuridad:
—¡Lo tengo! —gritó, aferrando el pasador en el puño crispado, y lo empujó a través del agujero. El pasador volvió a resbalar al suelo.
—¡Desde arriba, ponlo desde arriba!
La niña volvió a cogerlo, levantándolo sobre la cadena, balanceándolo sobre el tirador, y lo hizo bajar. Dentro del agujero.
Trabada.
El velocirraptor rugió. Tim y Lex se apartaron de la puerta, mientras el animal se volvía a lanzar contra ella con todo su peso. Ante cada impacto, las bisagras de la pesada puerta de acero crujían, pero aguantaban. Tim no creía que el animal pudiese abrirla.
El raptor estaba encerrado.
Tim lanzó un largo suspiro:
—Vámonos —dijo.
Tomó de la mano a Lex y corrieron.
—Debería haberlos visto —dijo Gennaro, mientras Grant le guiaba para salir del edificio de mantenimiento.
—Los vi.
—Debía de haber unas dos docenas. Compis. Tuve que arrastrarme para entrar en el camión, para poder alejarme de ellos. Cubrían todo el parabrisas. Simplemente agachados, esperando como buitres. Pero escaparon cuando llegó usted.
—Son carroñeros —dijo Grant—; no atacan nada que se esté moviendo o que parezca fuerte. Atacan cosas muertas, o casi muertas. En todo caso, cosas que no se muevan.
Subían por la escalera, regresando a la puerta de entrada.
—¿Qué le pasó al raptor que le atacó a usted? —preguntó Grant.
—No lo sé.
—¿Se fue?
—No lo vi. Se alejó, creo que porque estaba herido. Creo que Muldoon le disparó en la pata, y estaba sangrando mientras estuvo aquí. Después… no sé. A lo mejor volvió a salir. A lo mejor murió aquí. No lo vi.
—Y, a lo mejor, todavía está aquí —dijo Grant. Le echó un vistazo al reloj.
Quedaban dieciséis minutos.
Desde las ventanas del pabellón, Wu miraba a los raptores que estaban más allá de la cerca: todavía parecían estar jugando, llevando a cabo ataques fingidos contra Ellie. Esa conducta se mantenía hacía largo tiempo, y a Wu se le ocurrió que podría ser demasiado tiempo. Y eso le tenía perplejo, porque casi parecía como si los animales estuvieran tratando de retener la atención de Ellie, del mismo modo que ella trataba de retener la de ellos.
La conducta de los dinosaurios siempre había sido un aspecto de menor importancia para Wu. Y con razón: la conducta era un efecto de segundo orden del ADN, como el arrollamiento de las proteínas. Realmente no se podía predecir la conducta, y realmente no se podía controlar, salvo en formas muy toscas, como la de hacer a un animal dependiente de una sustancia de su dieta, al retirar una enzima. Pero, en general, los efectos relativos a la conducta sencillamente estaban más allá del alcance del entendimiento: no se podía ver la secuencia del ADN y predecir la conducta. Era imposible.
Y eso había hecho del trabajo de Wu con el ADN algo puramente empírico: cuestión de parchear aquí y allá, como un artesano moderno podría reparar un antiguo reloj de péndulo. Había que lidiar con algo surgido del pasado, algo hecho con materiales antiguos y obedecía a reglas antiguas. No se podía tener la certeza de por qué funcionaba del modo en que lo hacía; y ya había sido reparado y modificado muchas veces por las fuerzas de la evolución en el transcurso de eones. Así que, al igual que el artesano que hace un ajuste y después ve si el reloj funciona mejor, Wu hacía un ajuste y después veía si los animales se conducían mejor. Y únicamente trataba de corregir los aspectos más obvios de la conducta: las embestidas incontroladas contra las cercas eléctricas o el frotamiento de la piel contra troncos, hasta quedar en carne viva. Ésas eran las conductas que le llevaban de vuelta al tablero de dibujo.
Y los límites de su ciencia le habían dejado con una misteriosa sensación en cuanto a los dinosaurios del parque: nunca estaba seguro, nunca realmente seguro, en absoluto, de si la conducta de los animales era históricamente exacta o si no lo era. ¿Se estaban conduciendo como lo habían hecho en el pasado? Era una pregunta no respondida y, en última instancia, incontestable.
Y aunque Wu nunca lo admitiría, el descubrimiento de que los dinosaurios se estaban reproduciendo representaba una tremenda ratificación de su obra. Un animal que se reproducía era demostrablemente eficaz, y de manera fundamental: quería decir que Wu había montado todas las piezas en forma correcta; que había recreado un animal de millones de años de antigüedad, y que lo había hecho con tal precisión que ese ser hasta se podía reproducir.
Pero, así y todo, al mirar a los raptores de ahí fuera, le preocupaba la persistencia de la conducta: los velocirraptores eran inteligentes, y los animales inteligentes se aburrían con rapidez. Los animales inteligentes también hacían planes, y…
Harding salió al pasillo, saliendo de la habitación de Malcolm:
—¿Dónde está Ellie?
—Todavía fuera.
—Es mejor que la haga entrar. Los raptores abandonaron el tragaluz.
—¿Cuándo? —preguntó Wu, yendo hacia la puerta.
—Hace unos minutos —contestó Harding.
Wu abrió la puerta del frente.
—¡Ellie! ¡Adentro, ahora!
La joven le miró, perpleja.
—No hay problema, todo está bajo control…
—¡Ahora!
Ellie negó con la cabeza.
—Sé lo que estoy haciendo —dijo.
—¡Ahora, Ellie, maldición!
Muldoon fue hacia la puerta, saltando sobre su pierna sana. No le gustaba que Wu estuviera ahí, con la puerta abierta, y estaba a punto de decírselo, cuando vio una sombra descender desde lo alto, y de inmediato se dio cuenta de lo que ocurría: el raptor había saltado desde el techo. Y, en ese momento, Wu fue literalmente arrancado de la puerta y Muldoon vio a Ellie que gritaba. Llegó hasta la puerta y miró hacia fuera, para ver que Wu estaba tendido de espaldas, el cuerpo ya abierto por un profundo tajo atestado por la enorme garra, y el animal estaba tirando la cabeza hacia atrás en forma espasmódica, tironeando de los intestinos de Wu, aun cuando Wu todavía estaba vivo, estirando todavía débilmente los brazos para quitarse de encima la cabezota: se lo comía mientras todavía estaba vivo. Y, en ese momento, Ellie dejó de gritar, empezó a correr a lo largo del interior de la cerca y Muldoon cerró la puerta con violencia, aturdido por el horror. ¡Todo había sucedido tan deprisa!
—¿Saltó desde el techo? —preguntó Harding.
Muldoon asintió con la cabeza. Fue hacia la ventana, miró hacia fuera y vio que los tres velocirraptores que estaban fuera de la cerca se alejaban corriendo. Pero no seguían a Ellie.
Estaban volviendo hacia el centro de visitantes.
Grant llegó hasta el borde del edificio de mantenimiento y escudriñó lo que tenía delante, en la niebla: podía oír los gruñidos de los raptores, y parecían estar acercándose. Ahora podía ver sus cuerpos, pasando frente a él: iban hacia el centro de visitantes.
Miró a Gennaro, que estaba atrás.
Gennaro sacudió la cabeza, negando.
Grant se inclinó para acercársele y le musitó al oído:
—No hay alternativa. Tenemos que establecer contacto con ese barco dentro de quince minutos. —Y Grant se puso en marcha entre la niebla.
Después de un instante, Gennaro lo siguió.
Ellie no se detuvo a pensar. Cuando los velocirraptores cayeron dentro de la cerca para atacar a Wu, ella se limitó a dar la vuelta y correr, lo más rápido que podía, hacia el extremo opuesto del pabellón. Había un espacio de cuatro metros y medio entre la cerca y el pabellón. Ellie corrió, sin oír si los animales la perseguían: sólo oía su propia respiración. Dio vuelta a la esquina, vio un árbol que se alzaba al costado del edificio y saltó, agarrándose a una rama y, con su propio impulso, osciló hacia arriba. No sintió pánico sino una especie de regocijo cuando perneó para impulsarse, vio sus piernas ascender frente a su cara y las flexionó sobre una rama que estaba más arriba, tiró violentamente los talones hacia atrás, tensó los músculos abdominales y se elevó con rapidez.
Ya estaba a unos cuatro metros del suelo, los velocirraptores todavía no la seguían y estaba empezando a sentirse muy bien, cuando vio el primer animal al pie del árbol: tenía la boca cubierta de sangre y de las comisuras le colgaban pedazos de carne desgarrada. Ellie siguió subiendo con rapidez, poniendo una mano sobre la otra, apenas consiguiendo un punto de apoyo y avanzando, y casi podía ver la parte superior del edificio. Volvió a mirar hacia abajo.
Los dos raptores estaban trepando al árbol.
Sintió escalofríos, porque ahora estaba al nivel del techo, podía ver la grava sólo a un metro de distancia y las pirámides de los tragaluces sobresaliendo sólo de la bruma. Había una puerta en el techo: podía entrar por ella. Con un solo esfuerzo para impulsarse, se lanzó por el aire y cayó con todo el cuerpo sobre la grava. No con mucho garbo, se raspó la cara pero, de alguna manera, su única sensación era de alborozo, como si fuera una especie de juego en el que estuviera interviniendo, un juego que intentaba ganar. Corrió hacia la puerta que llevaba al hueco de la escalera. Detrás de ella podía oír a los raptores sacudiendo las ramas del árbol: todavía estaban en el árbol.
Alcanzó la puerta y dio vuelta al pomo.
La puerta estaba cerrada con llave.
Pasaron unos instantes antes de que el significado de eso penetrara a través de su euforia: la puerta estaba cerrada con llave. Estaba en el techo y no podía bajar. La puerta estaba cerrada.
Golpeó en la puerta con los puños cerrados, presa de ira y frustración y, después, corrió hacia el extremo opuesto del techo, con la esperanza de ver una manera de llegar abajo, pero únicamente estaba el contorno verde de la piscina, que se discernía entre la flotante bruma. Alrededor de la piscina, había suelo de hormigón; tres, cuatro metros de hormigón: demasiado como para cruzarlos de un salto. No había otros árboles por los que descender. No había escaleras. No había salida de emergencia.
Nada.
Ellie dio la vuelta y vio a los velocirraptores saltando con facilidad al techo. Corrió hacia el otro lado del edificio, con la esperanza de que hubiese otra puerta, pero no la había.
Los animales se le acercaban con lentitud, acosándola, deslizándose en silencio entre las pirámides de vidrio. Ellie miró hacia abajo: el borde de la piscina estaba a tres metros de distancia.
Demasiado lejos.
Los raptores estaban más cerca, empezaban a separarse e, ilógicamente, pensó: «¿No es así siempre?: algún pequeño error lo echa todo a perder». Todavía se sentía aturdida, todavía sentía alborozo y, por alguna razón, no podía creer que esos animales la pudieran atrapar, no le resultaba posible creer que su vida terminase de esa manera. No parecía posible. Estaba envuelta en una especie de protectora jovialidad. Sencillamente no creía que eso estuviera ocurriendo.
El velocirraptor gruñó. Ellie retrocedió, desplazándose hacia el extremo opuesto del techo. Tomó una bocanada de aire y, después, corrió a toda velocidad hacia el borde. Mientras avanzaba ágilmente hacia el borde, vio la piscina y supo que estaba demasiado lejos, pero pensó «qué demonios», y saltó hacia el vacío.
Con un golpe punzante, se sintió envuelta por el frío: estaba debajo del agua. ¡Lo había logrado! Emergió, miró hacia el techo, y vio a los velocirraptores que la miraban. Y supo que, si ella había podido hacerlo, los animales podían hacerlo también. Chapoteó en el agua y pensó: «¿Pueden nadar los velocirraptores?». Pero estaba segura de que podían. Era probable que pudieran nadar como cocodrilos.
Los reptiles se apartaron del borde del edificio. Y, en ese momento, oyó a Harding que gritaba, ¿Sattler? y se dio cuenta de que el veterinario había abierto la puerta del techo. Y de que los raptores iban tras él.
Con premura saltó de la piscina, trepando por el borde con piernas y brazos, y corrió hacia el pabellón.
Harding había subido a la terraza, saltando los escalones de dos en dos, y había abierto violentamente la puerta sin pensar:
—¡Sattler! —gritó. Y entonces se detuvo. Entre las pirámides del techo había bruma. Los velocirraptores no estaban a la vista.
—¡Sattler!
Estaba tan preocupado por Sattler que pasaron unos instantes antes de que se diera cuenta de su error. «Debería poder ver los animales», pensó. Al momento siguiente, el antebrazo armado con garras se abatió violentamente desde detrás de la puerta, alcanzándolo en el pecho, causándole un dolor desgarrador, y tuvo que hacer un máximo esfuerzo para echarse atrás y cerrar la puerta sobre ese brazo. Desde abajo oyó a Muldoon que gritaba:
—¡Está aquí, la chica ya está dentro!
Desde el otro lado de la puerta, el velocirraptor gruñó y Harding volvió a cerrarla con violencia, las garras retrocedieron y Harding cerró la puerta con metálico retumbar y se sentó tosiendo en el suelo.
—¿A dónde vamos? —preguntó Lex. Estaban en el segundo piso del centro de visitantes. Un pasillo con paredes de vidrio recorría todo el edificio.
—A la sala de control —dijo Tim.
—¿Dónde está eso?
—Por aquí abajo, en alguna parte. —Tim miró los nombres impresos en las puertas, a medida que pasaban frente a ellas. Éstas parecían ser oficinas: GUARDAPARQUE… SERVICIOS PARA HUÉSPEDES… GERENTE GENERAL… INTERVENTOR…
Llegaron hasta un tabique de vidrio con un letrero:
Había una ranura para una tarjeta de seguridad, pero Tim simplemente empujó la puerta y la abrió.
—¿Cómo es que se ha abierto?
—No hay corriente —dijo él.
—¿Por qué vamos a la sala de control? —preguntó Lex.
—Para encontrar una radio. Necesitamos llamar a alguien.
Más allá de la puerta de vidrio, el pasillo seguía. Tim recordaba ese sector; lo había visto con anterioridad, durante la excursión. Lex trotaba a su lado. A la distancia oyeron el gruñido de los raptores; los animales parecían estar acercándose. Después, Tim los oyó embestir ruidosamente contra el vidrio de la planta baja.
—Están ahí fuera… —susurró Lex.
—No te preocupes.
—¿Qué están haciendo aquí?
—No te preocupes ahora.
SUPERVISOR DEL PARQUE… OPERACIONES… CONTROL PRINCIPAL…
—Aquí —dijo Tim.
Abrió la puerta de un empujón. La sala de control principal era como la había visto antes: en el centro de la sala había una consola con cuatro sillas y cuatro monitores. La habitación estaba completamente a oscuras, salvo por los monitores, todos los cuales exhibían una serie de rectángulos de color.
—Bien; ¿dónde hay una radio? —dijo Lex.
Pero Tim lo había olvidado todo sobre la radio. Avanzó, contemplando las pantallas del ordenador: ¡las pantallas estaban encendidas! Eso solamente podía significar…
—La corriente tiene que haber vuelto…
—¡Ajjj! —dijo Lex, desplazando el cuerpo.
—¿Qué?
—He puesto el pie en la oreja de alguien.
Tim no había visto un cuerpo cuando entraron. Miró hacia atrás y vio que únicamente había una oreja tirada en el suelo.
—Esto es verdaderamente repugnante —dijo la niña.
—No importa. —Tim se volvió hacia los monitores.
—¿Dónde está lo que falta? —insistió ella.
—No importa eso ahora.
Escudriñó de cerca el monitor: había hileras de rótulo de color en la pantalla:
PARQUE JURÁSICO - PUESTA EN MARCHA DEL SISTEMA | ||||||
PUESTA EN MARCHA AB(0) |
PUESTA EN MARCHA CN/D |
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Principal Seguridad |
Principal Monitores |
Principal Instrucciones |
Principal Eléctrico |
Principal Hidráulico |
Principal Maestro |
Principal Zoolog. |
Poner Rejillas NL |
Vista VBB |
Acceso TNL |
Calefacción/ Refrigeración |
Interfaz Plegar Puerta |
Alr SAAG |
Almacena- miento/ Reparaciones |
Cerraduras Críticas |
TeleComs. VBB |
Restaurar/ Invertir |
Ilum. Emergencia |
Principal IIGAS/VLD |
Interfaz Común |
Principal Estado |
Franquia Control |
DRS TeleCom |
Principal Plantillas |
Paráms. FNCC |
Pel. Explosión Incendio |
Principal Esquemáticos |
Seguridad/ Salud |
—Es mejor que no te metas, Timmy —dijo Lex.
—No te preocupes, no lo haré.
Tim ya había visto antes ordenadores complicados, como los que estaban instalados en los edificios en los que trabajaba su padre. Esos ordenadores lo controlaban todo, desde los ascensores y la seguridad hasta los sistemas de calefacción y refrigeración. Básicamente, tenían el aspecto de este, un montón de rótulos de colores pero eran más simples. Y casi siempre había un rótulo de ayuda, si hacía falta aprender cómo actuaba el sistema. Pero aquí no vio nada semejante. Volvió a mirar, para estar seguro.
Pero, en ese momento, vio algo más: cifras que titilaban y cambiaban en el extremo superior izquierdo de la pantalla. Rezaban 10.47.22. Entonces, se dio cuenta de que era la hora. ¡Eran las 10:47! Sólo quedaban trece minutos antes de que el barco… Pero ahora estaba más preocupado por la gente del pabellón.
Hubo un restallar de estática. Se volvió y allí estaba Lex, con una radio, haciendo girar los botones y diales.
—¿Cómo funciona? —dijo—. No puedo hacer que funcione.
—¡Dámela!
—¡Es mía! ¡Yo la encontré!
—¡Dámela, Lex!
—¡Yo lo usaré primero!
De repente, la radio chasqueó:
—¡Qué demonios está pasando! —dijo la voz de Muldoon.
Sorprendida, Lex la dejó caer al suelo.
Grant se agazapó, poniéndose en cuclillas entre las palmeras. A través de la bruma que había delante pudo ver a los velocirraptores saltando y gruñendo y golpeando con la cabeza contra el vidrio del centro de visitantes. Pero, entre gruñidos, se quedaban en silencio y levantaban la cabeza, como si estuvieran escuchando algo distante. Y después producían sonidos parecidos a gemiditos.
—¿Qué están haciendo? —preguntó Gennaro.
—Parece que están tratando de meterse en el restaurante.
—¿Qué hay en el restaurante?
—Dejé a los chicos allí…
—¿Pueden romper ese vidrio?
—No lo creo, no.
Grant observaba y, ahora, oyó el chasquido de una radio lejana, y los reptiles empezaron a brincar con mayor agitación. Uno después de otro, comenzaron a saltar cada vez más alto, hasta que, por fin, Grant vio que el primero de ellos saltaba ágilmente hasta el balcón del segundo piso y, desde ahí, entraba en el centro de visitantes.
En la sala de control, en el segundo piso, Tim arrebató la radio que Lex había dejado caer. Apretó el botón:
—¡Hola! ¡Hola!
—¿…s tú, Tim? —Era la voz de Muldoon.
—Soy yo, sí.
—¿Dónde estás?
—En la sala de control. ¡Ha vuelto la corriente!
—Eso es grandioso, Tim —dijo Muldoon.
—Si alguien me dice cómo encender el ordenador, lo haré.
Se produjo un silencio.
—¡Hola! —dijo Tim—. ¿Me oyen?
—Bien, tenemos un problema con eso —contestó Muldoon—; nadie de los que estamos aquí sabe cómo hacerlo. Cómo encender el ordenador.
—¿Qué, está bromeando? ¿Nadie sabe hacerlo? —Le parecía increíble.
—No. —Pausa—. Creo que es algo relativo a la rejilla principal. Encendiendo la rejilla principal…
—¿Sabes algo sobre ordenadores, Tim?
Éste contempló la pantalla. Lex le dio unos empujoncitos suaves:
—Dile que no, Timmy —le dijo.
—Sí. Algo. Sé algo —contestó Tim.
—Ya que estás ahí lo podrías intentar. Aquí nadie sabe qué hacer. Sé que Grant no sabe nada de ordenadores.
—Muy bien. Lo intentaré. —Apagó la radio y miró con fijeza la pantalla, estudiándola.
—Timmy —dijo Lex—, tú no sabes qué hacer.
—Sí lo sé.
—Si lo sabes, entonces hazlo.
—Un momento.
—No sabes —insistió Lex.
—Lo haré, sí.
Para empezar, acercó la silla al teclado y apretó las teclas del cursor: ésas eran las teclas que desplazaban el cursor de la pantalla. Pero no sucedió nada. Después, apretó otras teclas: la pantalla siguió sin cambios.
—¿Y bien? —dijo Lex.
—Algo anda mal —dijo Tim, frunciendo el entrecejo.
—Simplemente no sabes, Timmy.
Tim examinó el ordenador otra vez, mirándolo cuidadosamente: el teclado tenía una hilera de teclas de función en la parte de arriba, exactamente igual que el teclado normal de un ordenador personal, y el monitor era grande y daba imagen en colores. Pero el alojamiento del monitor era algo fuera de lo común: Tim miró los bordes de la pantalla y vio muchos puntitos tenues de luz roja.
Luz roja orlando todo el borde de la pantalla… ¿Qué podría ser eso? El niño movió el dedo hacia la luz y vio el suave fulgor rojo en la piel.
Tocó la pantalla y oyó una señal electrónica corta y penetrante:
PARQUE JURÁSICO - PUESTA EN MARCHA DEL SISTEMA | ||||||
PUESTA EN MARCHA AB(0) |
PUESTA EN MARCHA CN/D |
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Principal Seguridad |
Principal Monitores |
Principal Instrucciones |
Principal Eléctrico |
Principal Hidráulico |
Principal Maestro |
Principal Zoolog. |
Poner Rejillas NL |
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Calefacción/ Refrigeración |
Interfaz Plegar Puerta |
Alr SAAG |
Almacena- miento/ Reparaciones |
Cerraduras Críticas |
TeleComs. VBB |
Restaurar/ Invertir |
Ilum. Emergencia |
Principal IIGAS/VLD |
Interfaz Común |
Principal Estado |
Franquia Control |
DRS TeleCom |
Principal Plantillas |
Paráms. FNCC |
Pel. Explosión Incendio |
Principal Esquemáticos |
Seguridad/ Salud |
Ya tiene acceso
Haga su selección de pantalla principal
Un instante después, la caja con el mensaje desapareció y volvió a encenderse la pantalla original.
—¿Qué ha pasado? —interrogó Lex—. ¿Qué has tocado? Has tocado algo.
«¡Claro! —pensó Tim—: había tocado la pantalla». ¡Era una pantalla sensible al tacto! Las luces rojas que había alrededor de los bordes tenían que ser sensores infrarrojos. Tim nunca había visto una pantalla así, pero había leído algo sobre ellas en revistas. Tocó RESTAURAR/INVERTIR.
Instantáneamente, la pantalla cambió. Obtuvo un nuevo mensaje:
HAGA SU SELECCIÓN DE PANTALLA PRINCIPAL
EL ORDENADOR AHORA ESTÁ AJUSTADO
A través de la radio oyeron el sonido de los velocirraptores gruñendo:
—Quiero ver —dijo Lex—. Debes intentar con VISIÓN.
—No, Lex.
—Bueno, pues yo quiero VISIÓN —insistió—. Veamos VISIÓN. —Y, antes de que Tim le pudiera sujetar la mano, Lex apretó VISIÓN.
La pantalla cambió:
SUBRUTINAS-VISIÓN OBSERVACIÓN AMBIENTAL INTERFAZ CON TELEVISIÓN |
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CLC REMOTO VÍDEO-H |
CLC REMOTO VÍDEO-P |
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Intervalo Monitor |
Fijar | Mantener | Intervalo Monitor |
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Control Monitor |
Automático | Manual | Control Monitor |
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Hacer Óptima Rotación Secuencia |
AO(19) | DD(33) | Hacer Óptima Rotación Secuencia |
||
Especificar Cámara Distante |
Secuencia Instrucciones |
Parámetros Imagen RVN |
—Uh, uh —dijo Lex.
—¡Lex, termina con eso!
—¡Mira! ¡Funcionó! ¡Ja!
Por toda la sala, los monitores mostraron rápidamente vistas lejanas cambiantes de diferentes partes del parque. La mayoría de las vistas eran de un gris brumoso debido a la niebla exterior, pero una mostraba el exterior del pabellón, con un velocirraptor en la terraza; y después otra cambió a una imagen con brillante luz del día, en la que se veía la proa de un barco, luz de día intensa…
—¿Qué fue eso? —exclamó Tim, inclinándose hacia delante.
—¿Qué?
—¡Esa imagen!
Pero la vista ya había cambiado y, ahora, estaban viendo el interior del pabellón, una habitación tras otra y, en ese momento, Tim vio a Malcom, acostado en una cama…
—Detenlo —dijo Lex—. ¡Quiero verlos!
Tim tocó la pantalla en varias partes y obtuvo submenús. Después, más submenús.
—Espera —indicó Lex—. La estás confundiendo…
—¡Por qué no te callas! ¡Tú no sabes nada de ordenadores!
Ahora, en la pantalla tenía una lista de los monitores: uno de ellos estaba señalado como PABELLÓN SAFARI: LV2-4. Otro era REMOTO CUBIERTA BARCO (VND). Tim apretó la pantalla varias veces.
Las imágenes de televisión aparecieron en monitores distribuidos por la sala: uno mostraba la proa del barco de suministros y el océano delante de ella. A la distancia, Tim vio tierra: edificios a lo largo de una costa, y un muelle. Reconoció el muelle porque el día anterior había volado sobre él con el helicóptero: era Puntarenas. Era el puerto de destino.
El barco parecía estar próximo a atracar.
Pero fue la pantalla siguiente la que atrajo la atención de Tim; la que mostraba el techo del pabellón Safari, envuelto en bruma gris: la mayoría de los velocirraptores se escondía detrás de una de las pirámides de vidrio, pero subían y bajaban la cabeza como corchos en el agua, por lo que aparecían en pantalla.
Y después, en el tercer monitor, pudo ver el interior de una habitación: Malcolm estaba tendido en una cama y Ellie en pie a su lado. Ambos miraban hacia arriba. Mientras observaban, Muldoon entró en la habitación y se unió a ellos, mirando hacia arriba con expresión de inquietud.
—Nos ven —dijo Lex.
—No lo creo.
La radio crepitó. En la pantalla, Muldoon levantó la radio hasta sus labios y dijo:
—¿Hola, Tim?
—Aquí estoy —contestó Tim.
—No tenemos mucho tiempo —anunció Muldoon con tono aburrido—. Es mejor que consigáis conectar esa rejilla.
Y después, Tim oyó gruñir a los raptores y vio una de las largas cabezas aparecer por el vidrio, entrando brevemente por la parte superior de la imagen.
—¡Date prisa, Timmy! —urgió Lex.
Tim volvió a la pantalla.