Regreso

—¡Oh, maldición! —exclamó Harding—. ¡Pero miren!

Estaban sentados en el jeep de Harding, con la vista clavada más allá del rítmico ruido de los limpiaparabrisas: iluminado por el fulgor amarillo de los faros, un gran árbol caído bloqueaba el camino.

—Tienen que haber sido los rayos —dijo Gennaro—. ¡Condenado árbol!

—No podemos pasar por el lado —observó Harding—. Será mejor que avise a John Arnold, en control. —Levantó el micrófono y dio vuelta al cursor de los canales de frecuencia—: Hola, John. ¿Estás ahí, John?

Se oyó un chasquido; después, nada, salvo una estática sibilante.

—No entiendo —se asombró—. Las líneas de radio parecen estar fuera de servicio.

—Debe de haber sido la tormenta —opinó Gennaro.

—Eso supongo —dijo Harding.

—Pruebe con los Cruceros de Tierra —sugirió Ellie.

Harding abrió los demás canales, pero no hubo respuesta.

—Nada —dijo—. Es probable que ya estén en el campamento y fuera del alcance de nuestro equipo. No creo que debamos quedarnos aquí. Pasarán horas antes de que mantenimiento mande una cuadrilla para mover ese árbol.

Apagó la radio y puso el jeep en marcha atrás.

—¿Qué va a hacer? —preguntó Ellie.

—Regresar al desvío y meterme por el camino de mantenimiento. Por fortuna, hay un segundo sistema de caminos: un camino para visitantes y otro para los cuidadores de los animales, los camiones que llevan el alimento, y demás. Regresaremos por el de mantenimiento. Es un poco más largo. Y no tan pintoresco, pero puede que lo encuentren interesante: si la lluvia cesa, tendremos una visión de algunos de los animales durante la noche. Deberemos de estar de vuelta en cosa de treinta, cuarenta minutos… si no nos perdemos.

Hizo que el jeep diera la vuelta en medio de la noche, y enfiló hacia el sur.

Los relámpagos destellaban, y todos los monitores de la sala de control tenían la pantalla negra.

Arnold estaba sentado en el borde de su asiento, con el cuerpo rígido y tenso. «Jesús, no ahora. No ahora». Eso era lo que faltaba: que con la tormenta todo dejara de funcionar. Todos los circuitos principales de corriente estaban protegidos contra los cambios de tensión, claro está, pero Arnold no estaba seguro de los módems que Nedry estaba usando para la transmisión de sus datos; la mayor parte de la gente no sabía que era posible volar todo un sistema mediante un módem: la pulsación de los relámpagos crecía dentro del ordenador, a través de la línea telefónica, y ¡bang!, no había ya consola principal. Ya no había RAM. Ni archivos. Ya no había ordenador.

Las pantallas titilaron. Y entonces, una por una, se volvieron a encender.

Arnold suspiró, y se desplomó en su asiento.

Una vez más, se preguntó dónde había ido Nedry. Hacía cinco minutos había enviado guardias para que le buscaran por el edificio. El gordo bastardo probablemente estaba en el cuarto de baño, leyendo una revista de historietas. Pero los guardias no habían vuelto ni habían comunicado.

Cinco minutos. Si Nedry estuviera en el edificio, ya le deberían de haber encontrado.

—Alguien se ha llevado el maldito jeep —dijo Muldoon, cuando volvió a entrar en la sala—. ¿Ha podido hablar con los Cruceros de Tierra?

—No los puedo localizar en la radio —contestó Arnold, sacudiendo su pequeña unidad portátil—. Tengo que usar esto, porque la consola principal no funciona. Está bajo, pero tendría que funcionar. He probado en los seis canales. Sé que tienen radio en los coches, pero no responden.

—Eso no es bueno —opinó Muldoon.

—Si quiere ir, tome uno de los vehículos de mantenimiento.

—Lo haría —repuso Muldoon—, pero todos están en el garaje este, a más de un kilómetro de aquí. ¿Dónde está Harding?

—Supongo que está de regreso.

—Entonces, en su camino de vuelta, recogerá a la gente de los Cruceros.

—Supongo que sí.

—¿Alguien le ha dicho a Hammond que los niños no han vuelto aún?

—¡Claro que no! —dijo Arnold—. No quiero que ese hijo de puta esté dando vueltas por aquí, gritándome. Todo está bien, por el momento. Los Cruceros están simplemente varados por la lluvia. Pueden sentarse un rato, hasta que Harding los traiga de vuelta. O hasta que encontremos a Nedry y hagamos que ese pedazo de bastardo vuelva a conectar los sistemas.

—¿No los puede volver a encender?

—Lo he estado intentando. Pero Nedry le hizo algo al sistema. No puedo imaginar qué, pero si tengo que ir al código, será cuestión de horas. Necesitamos a Nedry. Tenemos que encontrar a ese hijo de puta de inmediato.