Cuando los dinosaurios dominaban la Tierra

Se encontraron en el salón de actos del edificio para visitantes, de dos pisos de alto e íntegramente hecho de vidrio, con vigas maestras y soportes anodizados, pintados de negro y a la vista. Grant encontró que eso era una exhibición de alta tecnología.

El salón de actos era pequeño y lo dominaba un Tyrannosaurus rex robot, que se balanceaba amenazadoramente a la entrada de un sector de exposición rotulado CUANDO LOS DINOSAURIOS DOMINABAN LA TIERRA. Más adelante había otras exhibiciones: ¿QUÉ ES UN DINOSAURIO? y EL MUNDO DEL MESOZOICO. Pero las exposiciones no estaban completas. Había alambres y cables por todo el suelo. Gennaro trepó al escenario y habló con Grant, Ellie y Malcolm; su voz resonaba ligeramente en la sala.

Hammond estaba sentado atrás, con las manos enlazadas sobre el pecho, en gesto de irritación.

—Estamos a punto de iniciar un recorrido por las instalaciones —anunció Gennaro—. Estoy seguro de que el señor Hammond y su personal les habrán de mostrar el aspecto más agradable de todo. Antes de que vayamos, quiero recordarles el motivo por el que estamos aquí y lo que yo necesito decidir antes de que partamos. Básicamente, como ya se habrán dado cuenta, esta es una isla en la que a los dinosaurios, creados por manipulación genética, se les permite desplazarse en un medio similar a un parque, constituyendo una atracción turística. La atracción no está abierta a los turistas todavía, pero lo estará dentro de un año.

»Ahora, la pregunta que les quiero formular es sencilla: ¿es esta isla segura? ¿Es segura para los visitantes, y tiene a los dinosaurios de forma segura?

Gennaro apagó las luces del salón y dijo:

—El motivo de que lo pregunte es que existen dos elementos de prueba con los que tenemos que enfrentarnos. Antes que nada, está la identificación, hecha por el doctor Grant, de un dinosaurio, previamente desconocido, en tierra firme costarricense. A este dinosaurio sólo se lo conoce por un fragmento parcial. Se lo encontró en julio de este año, después de que, al parecer, mordiera a una niña norteamericana en una playa. El doctor Grant les podrá brindar más detalles después. Solicité que el fragmento original, que está en un laboratorio de Nueva York, se lo enviasen aquí por avión, de modo que ustedes y el doctor Grant puedan inspeccionarlo directamente. Mientras tanto, hay un segundo elemento de prueba.

»Costa Rica tiene un servicio médico excelente y moderno, y hace el seguimiento de toda clase de datos. A comienzos de marzo hubo informes de lagartijas que mordían a bebés que estaban en la cuna… y también, me permito añadir, ancianos que estaban profundamente dormidos. Estas mordeduras de lagartija se denunciaron esporádicamente en aldeas costeras, desde Ismaloya hasta Puntarenas. Después de marzo, ya no hubo denuncias de mordeduras de lagartijas. Sin embargo este primer gráfico del Servicio de Salud Pública de San José, que muestra la mortalidad infantil en los pueblos de la costa oeste durante este año.

»Me permito atraer su atención sobre dos características de este gráfico. Primero, la mortalidad infantil es baja en los meses de enero y febrero; después aparece un pico; después vuelve a bajar en abril. Pero, desde mayo en adelante, es elevada, llegando a julio, el mes en que la niña norteamericana fue mordida. El Servicio de Salud Pública cree que ahora hay algo que está relacionado con la mortalidad infantil, y que los trabajadores de las villas costeras no denuncian. La segunda característica es la enigmática presencia de picos bisemanales, lo que parece sugerir que está actuando algún tipo de fenómeno alterante.

Se volvieron a encender las luces.

—Muy bien —dijo Gennaro—. Esas son las pruebas que deseo que se me expliquen. Ahora, ¿hay alguna…?

—Nos podemos ahorrar muchas molestias —interrumpió Malcolm—. Se lo explicaré ahora. Ante todo, es muy probable que algunos animales hayan escapado de la isla.

—¡Oh, grandioso! —gruñó Hammond, desde atrás.

—Y segundo, doy por casi seguro que el gráfico del Servicio de Salud Pública no se relaciona con animal alguno que se haya escapado.

—¿Cómo lo sabe? —preguntó Grant.

—Observarán que el gráfico exhibe una alternancia entre picos altos y bajos. Eso es característico de muchos sistemas complejos. Por ejemplo, el agua que gotea de un grifo si se abre un poquito, se obtendrá un goteo constante, drip, drip, drip. Pero si se abre un poquito más, de modo que haya un poco de turbulencia en el flujo de agua, entonces se obtendrán gotas grandes y pequeñas en forma alternada: drip dripdrip drip… Algo así. Ustedes mismos lo pueden intentar. La turbulencia produce alternancia, es su característica. Y resultará un gráfico de alternancia como éste, correspondiente a la difusión de una nueva enfermedad en una comunidad. Eso significa, sencillamente, que está actuando una dinámica caótica.

—¿Pero por qué dice que no la producen los dinosaurios que hayan podido escapar? —preguntó Grant.

—Porque tiene características no lineales —repuso Malcom—. Se necesitan centenares de dinosaurios escapados para ocasionarlas. Y no creo que centenares de dinosaurios hayan escapado. De modo que infiero que algún otro fenómeno, como una nueva variedad de gripe, está produciendo las fluctuaciones que se ven en el gráfico.

—¿Pero usted cree que escaparon dinosaurios? —quiso saber Gennaro.

—Probablemente, sí.

—¿Por qué?

—Por lo que ustedes están intentando hacer aquí. Mire, esta isla es un intento de volver a crear un ambiente natural proveniente del pasado. De crear un mundo aislado en el que seres extinguidos puedan vagar con libertad. ¿Es correcto?

—Sí.

—Pero, desde mi punto de vista, tal empresa es imposible. Los aspectos matemáticos son tan evidentes que no hace falta calcularlos. Es, casi, como si yo le preguntara a usted si, sobre ingresos de mil millones de dólares, hay que pagar impuestos. A usted no le sería necesario extraer su calculadora para comprobarlo; sabría que se deben pagar impuestos. Y, de manera análoga, sé, con pruebas abrumadoras, que no se puede duplicar la Naturaleza de esta manera, o tener la esperanza de aislarla con éxito.

—¿Por qué no?

—¿Qué le hace pensar que sí puede? —preguntó Malcolm, verdaderamente perplejo.

—Bueno, hay zoológicos…

—Los zoológicos no vuelven a crear la Naturaleza —refutó Malcolm—. En absoluto. Hablemos con claridad. Los zoológicos toman la Naturaleza que ya existe y la modifican muy poca cosa, para hacer rediles de contención para animales. Aun así, esas modificaciones mínimas fallan a menudo: los animales escapan con regularidad. Pero un zoológico no es el modelo de parque. Este parque está intentando algo mucho más ambicioso que eso. Algo que está mucho más emparentado con la construcción de una estación espacial en la Tierra.

Gennaro hizo un gesto de negación con la cabeza.

—No le entiendo.

—Bueno, es muy sencillo. Salvo por el aire, que fluye con libertad, todo lo que hay en este parque se hizo con el propósito de que permaneciera aislado. Nada entra, nada sale. Los animales que se conservan aquí nunca se han de mezclar con los ecosistemas más grandes de la Tierra. Nunca han de escapar.

—Y nunca lo han hecho —resopló Hammond.

—Tal aislamiento es imposible —intervino Malcolm, con tono categórico—. Simplemente no se puede conseguir.

—Se puede. Se está haciendo continuamente.

—Discúlpeme —insistió Malcolm—, pero no tiene ni idea de lo que está diciendo.

—¡Pedazo de mocosito arrogante! —estalló Hammond. Se puso en pie y salió del salón.

—Señores, señores… —pidió Gennaro.

—Lo siento —dijo Malcolm—, pero el quid de la cuestión sigue existiendo. Lo que denominamos «Naturaleza» es, en verdad, un complejo sistema, de sutileza muy superior a lo que estamos dispuestos a admitir. Hacemos una imagen simplificada de la Naturaleza y después la arruinamos, metiendo la pata. No soy ecologista, pero hay que entender lo que no se entiende. ¿Cuántas veces hay que explicar cuál es la cuestión? ¿Cuántas veces deberemos ver las pruebas? Construimos la presa de Asuán y afirmamos que va a revitalizar el país. En vez de eso, destruye el fértil delta del Nilo, produce infecciones con parásitos y hace fracasar la economía egipcia. Construimos…

—Discúlpeme —interrumpió Gennaro—. Pero creo oír el helicóptero. Ésa es, probablemente, la muestra para que el doctor Grant la estudie. —Empezó a salir del salón. Todos los demás le siguieron.

Al pie de la montaña, Gennaro gritaba para cubrir el ruido del helicóptero. Las venas le sobresalían en el cuello:

—¿Usted hizo qué? ¿Invitó a quién?

—Cálmese —dijo Hammond.

Gennaro aulló:

—¿Está usted completamente loco?

—Vamos, vamos —contestó Hammond, irguiéndose con dignidad—. Creo que tenemos que tener algo claro.

—No —rebatió Gennaro—. No, usted va a tener algo claro: este no es un maldito paseo social. Esta no es una excursión de fin de semana…

—Esta es mi isla —repuso Hammond—, y puedo invitar a quien yo desee.

—Esta es una investigación formal de su isla, porque los inversores tienen la sospecha de que está fuera de control. Creemos que este es un lugar muy peligroso y…

—No la va a clausurar, Donald…

—Lo haré si tengo que hacerlo…

—Este es un lugar seguro —insistió Hammond—, no importa lo que ese condenado matemático esté diciendo…

—No lo es…

—Y demostraré su seguridad…

—Y yo quiero que los vuelva a poner en ese helicóptero —dijo Gennaro.

—No puedo. Ya partió. —Y en verdad, el sonido de los motores se estaba desvaneciendo.

—¡Maldita sea! —masculló Gennaro—. ¿No ve que está arriesgando innecesariamente…?

—Ah, ah —dijo Hammond—. Sigamos con esto más tarde. No quiero inquietar a los niños.

Grant se dio vuelta y vio a dos niños que bajaban por la ladera, guiados por Ed Regis. Había un chico con gafas, de unos once años, y una niña algunos años menor, quizá de siete u ocho años de edad, con el rubio cabello metido bajo una gorra de béisbol del equipo de los Gigantes, y un guante de béisbol que le colgaba del hombro mediante una tira de cuero. Los dos chicos bajaron con agilidad el sendero que salía desde el helipuerto, y se detuvieron a cierta distancia de Gennaro y Hammond.

En voz baja, con un susurro, Gennaro dijo:

—Cristo.

—Vamos, deje de preocuparse —lo instó Hammond—. Los padres se divorcian y quiero que pasen un fin de semana divertido aquí.

La niña hizo un saludo, agitando la mano.

—Hola, abuelito. Aquí estamos.