ESTUVO A PUNTO de lograrlo. Le faltó muy poco. Entró justo como tenía que hacerlo, pensó Case. La actitud correcta; era algo que él podía presentir, algo que podría haber notado en la pose de otro vaquero inclinado sobre una consola, los dedos volando por el tablero. Ella lo tenía: el sentido, los movimientos. Y lo había juntado todo para entrar. Lo había juntado todo alrededor del dolor en la pierna, y había marchado escaleras abajo, hacia las habitaciones de 3Jane, como si ella fuese la propietaria: el codo del brazo de la pistola en la cadera, el antebrazo extendido, la muñeca relajada, balanceando el cañón del arma con el estudiado descuido de un duelista del período de la Regencia.
Fue una actuación. Fue como la culminación de toda una vida de mirar películas de artes marciales, de las baratas, las que Case había mirado de niño. Durante unos segundos, supo Case, ella fue todos los héroes duros: Sony Mao en los viejos vídeos de Shaw, Mickey Chiba, todo el linaje hasta Ixe y Eastwood. Caminaba tal como hablaba.
Lady 3Jane Marie-France Tessier-Ashpool se había tallado la copia de una vivienda rural, en la superficie interior del casco de Straylight, demoliendo el laberinto de paredes que había heredado. Vivía en una habitación tan ancha y profunda que sus confines se perdían en un horizonte invertido, el suelo escondido por la curvatura del huso. El techo era bajo e irregular, de la misma roca falsa de las paredes del corredor. Aquí y allá, dispersos en el suelo, había fragmentos de paredes recortadas, reminiscencias de poca altura de lo que había sido un laberinto. Había una piscina rectangular turquesa, a diez metros del pie de la escalinata; los focos que iluminaban el agua desde abajo eran la única fuente de luz del apartamento. Por lo menos, así le pareció a Case cuando Molly dio el último paso. La piscina arrojaba sobre el techo cambiantes glóbulos de luz.
Estaban esperando junto a la piscina.
Él había sabido que los reflejos de ella estaban preparados, afinados para el combate por los neurocirujanos pero aún no los había experimentado durante el simestim. Fue un efecto similar al de una cinta de grabación que corre a media velocidad, una danza lenta y deliberada, ajustada a la coreografía del instinto asesino y años de entrenamiento. Fue como si con una sola mirada ella hubiera reconocido a los tres: el niño, de pie sobre el trampolín alto de la piscina, la muchacha que sonreía a su copa de vino, y el cadáver de Ashpool, el ojo izquierdo vacío, negro y corrupto, coronando una sonrisa de bienvenida. Llevaba puesto el albornoz marrón. Tenía los dientes muy blancos.
El niño se zambulló. Estilizado, bronceado, de perfecto estilo. La granada dejó las manos de Molly antes de que él tocara el agua. Case reconoció el objeto cuando rompió la superficie del agua, un poderoso núcleo explosivo, envuelto en diez metros de alambre de acero fino y frágil.
La pistola gimió cuando ella disparó un huracán de dardos explosivos a la cara y el torso de Ashpool, y éste desapareció en un hilo de humo que se alzó del respaldo de la silla vacía esmaltada de blanco.
El cañón giró, apuntando a 3Jane, en el momento en que estalló la granada: un simétrico pastel de bodas que surgió del agua, se quebró y volvió a caer. Pero el error ya había sido cometido.
Hideo ni siquiera llegó a tocarla. La pierna de Molly se aflojó, doblándose.
En el Garvey, Case aulló de dolor.
—Tardaste bastante tiempo —dijo Riviera, mientras le revisaba los bolsillos. Las manos de Molly desaparecieron, metidas hasta las muñecas en una esfera de color negro mate—. En Ankara vi un asesinato múltiple —dijo, los dedos arrancando cosas de la chaqueta de ella—. Lo hicieron con una granada. En una piscina. La explosión pareció muy débil, pero todos murieron enseguida, por el impacto hidrostático. —Case sintió que ella movía los dedos, probando. El material de la bola cedía como una espuma. El dolor de la pierna era muy intenso, imposible. Una mancha roja oscureció la escena—. En tu lugar, no los movería. —El interior de la bola pareció apretarse un poco—. Es un juguete sexual que Jane compró en Berlín. Si los mueves demasiado, te los aplasta. Una variante del material del suelo. Supongo que tiene que ver con las moléculas. ¿Te duele mucho?
Molly gruñó.
—Parece que te lastimaste la pierna. —Los dedos de Riviera encontraron el chato paquete de drogas en el bolsillo izquierdo de los tejanos—. Vaya. La última entrega de Alí, y justo a tiempo.
La cambiante masa de sangre empezó a retorcerse.
—Hideo —dijo otra voz, una voz de mujer—, está desmayándose. Dale algo. Para eso, y para el dolor. Es muy llamativa, ¿no crees, Peter? Estas gafas, ¿están de moda en el sitio de donde ella viene?
Manos frescas, tranquilas, con la precisión de un cirujano. El pinchazo de una aguja.
—No lo sé —dijo Riviera—. Nunca he visto su hábitat natural. Ellos llegaron y me sacaron de Turquía.
—El Ensanche, sí. Tenemos negocios allí. Y una vez enviamos a Hideo. En realidad, fue mi culpa. Yo había dejado entrar a alguien, un ladrón. Se llevó la terminal de la familia. —Rio—. Le facilité la entrada. Para molestar a los otros. Era un muchacho bonito, mi ladrón. ¿Está despertándose, Hideo? ¿No tendrías que darle más?
—Si le doy más morirá —dijo otra voz.
La maraña de sangre desapareció revelando un vacío negro.
La música regresó, cornos y piano. Música de baile.
C A S E : : : : :
: : : : : D E S C O
N E C T A : : : : :
Imágenes centelleantes de las palabras danzaron sobre los ojos y el fruncido ceño de Maelcum cuando Case se quitó los trodos.
—Gritaste, hombre, hace un rato.
—Molly —dijo Case, la garganta seca—. Está malherida. —Tomó una botella de plástico blanco del borde de la red de gravedad y bebió un sorbo de agua sin gas—. No me gusta nada como van las cosas.
El pequeño monitor Cray se encendió. El finlandés, contra un fondo de basura retorcida y comprimida.
—A mí tampoco. Tenemos un problema.
Maelcum se levantó, pasó sobre la cabeza de Case, giró, y miró por encima del hombro.
—¿Quién es ése, Case?
—Sólo una imagen, Maelcum —dijo Case, cansado—. Un tipo que conozco del Ensanche. Es Wintermute que habla. Se supone que la imagen hará que nos sintamos más cómodos.
—Bobadas —dijo el finlandés—. Como le dije a Molly, éstas no son máscaras. Las necesito para hablar con vosotros. Porque no tengo lo que llamaríais una personalidad. Pero todo eso no es más que mear al viento, Case, porque, como te acabo de decir, tenemos un problema.
—Habla entonces, Mute —dijo Maelcum.
—Para empezar, la pierna de Molly está inutilizada. No puede caminar. Según lo habíamos pensado, ella tenía que entrar, quitar a Peter del camino, sacarle la palabra mágica a 3Jane, ir hasta la cabeza, y decirla. Ahora eso no puede ser. Así que quiero que vosotros vayáis tras ella.
Case miró fijamente la cara en la pantalla.
—¿Nosotros?
—¿Y quién más?
—Aerol —dijo Case—. El tipo que está en el Babylon Rocker; el amigo de Maelcum.
—No. Tienes que ir tú. Tiene que ser alguien que entienda a Molly, que entienda a Riviera. Y Maelcum para protegerte.
—Tal vez olvidas que estoy en medio de un programita, aquí. ¿Recuerdas? Me hiciste venir para eso…
—Case, escucha de una vez. Queda poco tiempo. Muy poco. El verdadero enlace entre tu consola y Straylight es una banda lateral transmitida por el sistema de navegación del Garvey. Llevaréis el Garvey hasta un puerto muy privado que os indicaré. El virus chino ya ha penetrado en la trama del Hosaka. Ahora en el Hosaka sólo hay virus. Cuando acopléis, el virus entrará en internase con el sistema de seguridad de Straylight y anularemos la banda lateral. Llevarás tu consola, el Flatline y a Maelcum. Encontrarás a 3Jane, harás que te diga la palabra, matarás a Riviera, tomarás la llave que tiene Molly. Puedes seguir el programa si conectas tu consola al sistema de Straylight. Yo me encargaré. Hay un enchufe en la parte posterior de la cabeza, detrás de un panel con cinco circones.
—¿Matar a Riviera?
—Matarlo.
Case parpadeó a la representación del finlandés. Sintió que Maelcum le apoyaba la mano sobre el hombro.
—Oye. Olvidas algo. —La rabia volvió a crecer en él, y una especie de júbilo—. Enloqueciste. Destruiste los controles del sistema de amarre cuando liquidaste a Armitage. El Haniwa nos tiene bien amarrados. Armitage frió el otro Hosaka y la estructura principal se fue con el puente, ¿verdad?
El finlandés asintió.
—Case, hombre —dijo Maelcum suavemente—, el Garvey es un remolque.
—Correcto —dijo el finlandés, y sonrió.
—¿Te estás divirtiendo, en el ancho mundo que nos rodea? —preguntó la estructura cuando Case volvió a conectar—. Me imaginé que sería Wintermute, que quería tener el gusto de…
—Sí. Ya lo creo. ¿El Kuang está bien?
—Perfecto. Un virus asesino.
—De acuerdo. Hay algunos problemitas, pero nos encargaremos de ellos.
—¿Tienes ganas de contarme, quizás?
—No tengo tiempo.
—Bueno, muchacho, no te preocupes por mí. De todos modos, ya estoy muerto.
—Vete a la mierda —dijo Case, y regresó a Molly, borrando la uña de borde roto que era la risa del Flatline.
—Ella soñaba con un estado que tenía muy poco que ver con la conciencia individual —estaba diciendo 3Jane. Tenía un gran camafeo en la mano y lo extendió hacia Molly. El perfil tallado era muy parecido al suyo—. Una felicidad animal. Creo que la evolución del cerebro anterior le parecía una especie de paso al costado. —Retiró el camafeo y lo examinó, inclinándolo para que reflejara la luz desde distintos ángulos—. Sólo en determinados estados de ánimo, un individuo, un integrante del clan, llegaría a conocer los aspectos más dolorosos de la autoconciencia…
Molly asintió. Case recordó la inyección. ¿Qué le habían dado? El dolor seguía presente, pero era como un apretado foco de impresiones entremezcladas. Lombrices de neón retorciéndosela en el muslo, el contacto con arpillera, el olor a krill frito… La mente de Case rechazaba todo esto. Si evitaba concentrarse en el dolor, las impresiones se trasladaban, se transformaban en el equivalente sensorial de un monótono ruido de fondo. Si era capaz de hacer eso a su sistema nervioso, ¿cuál podía ser su estado de ánimo?
La visión de Molly era anormalmente clara y brillante, aún más precisa que de costumbre. Las cosas parecían vibrar, como si las personas y los objetos estuviesen sintonizados a frecuencias mínimamente distintas. Tenía las manos en el regazo, todavía presas en la bola negra. Estaba sentada en una silla al borde de la piscina, la pierna apoyada sobre un almohadón de piel de camello. 3Jane se había sentado frente a ella, en otro almohadón, acurrucada dentro de un enorme djellabá de lana cruda. Era muy joven.
—¿Dónde fue? —dijo Molly—. ¿A inyectarse la droga?
3Jane se encogió de hombros bajo los pliegues de la pálida y pesada túnica. Quitó un mechón de pelo que le caía sobre los ojos.
—Me dijo cuándo tenía que dejarte entrar —explicó—. No me quiso decir por qué. Todo tiene que ser un misterio. ¿Nos hubieras hecho daño?
Case sintió que Molly vacilaba.
—Lo hubiera matado. Hubiera intentado matar al ninja. Luego se suponía que tenía que hablar contigo.
—¿Por qué? —preguntó 3Jane, guardando el camafeo en uno de los bolsillos interior del djellabá—. ¿Y para qué? ¿Y de qué?
Molly parecía estar estudiando los altos y delicados huesos, la boca ancha, la estrecha nariz aguileña. Los ojos de 3Jane eran oscuros y curiosamente opacos.
—Porque lo odio —dijo por fin—, y el porqué de eso es simplemente mi forma de ser, lo que él es y lo que yo soy.
—Y el espectáculo —dijo 3Jane—. Yo vi el espectáculo.
Molly asintió.
—¿Pero Hideo?
—Porque ellos son los mejores. Porque uno de ellos mató a un compañero mío, una vez.
3Jane se puso muy seria. Alzó las cejas.
—Porque yo tenía que ver cómo era —dijo Molly.
—¿Y luego hubiéramos hablado, tú y yo? ¿Así? —El pelo oscuro era muy lacio, separado en el medio, recogido en un moño de plata opaca—. ¿Quieres que hablemos ahora?
—Sácame esto —dijo Molly, levantando las manos cautivas.
—Tú mataste a mi padre —dijo 3Jane, sin ningún cambio en la voz—. Estaba observando en los monitores. Los ojos de mi madre: así los llamó.
—Él mató a la muñeca. Se parecía a ti.
—Le gustaban los gestos grandilocuentes —dijo 3Jane, y Riviera apareció junto a ella, radiante por las drogas, en el ilusionista traje de convicto que había llevado en la terraza del hotel.
—¿Se están conociendo? Es una chica interesante, ¿verdad? —Pasó junto a 3Jane—. No va a funcionar, ¿sabes?
—¿No, Peter? —Molly logró sonreír.
—Wintermute no será el primero en cometer la misma equivocación. Subestimarme. —Se acercó al borde cerámico de la piscina, hasta una mesa de laca blanca, y se sirvió agua mineral en un pesado vaso de cóctel—. Habló conmigo, Molly. Supongo que habló con todos nosotros. Contigo, y con Case, y con la parte de Armitage que pudiera hablar. En realidad, no puede entendernos, ¿sabes? Tiene sus informes, pero no son más que estadísticas. Tú puedes ser un animal estadístico, querida, y Case no es más que eso, pero yo tengo una cualidad que por su propia naturaleza no puede ser cuantificada. —Bebió.
—¿Y cuál es, precisamente, esa cualidad, Peter? —preguntó Molly, con la voz apagada.
Riviera rebosaba de alegría.
—La perversidad. —Regresó a donde estaban las dos mujeres, agitando el agua que quedaba en el denso y profundamente tallado cilindro de cristal, como si disfrutase del peso del objeto—. La capacidad de disfrutar del acto gratuito. Y he tomado una decisión, Molly, una decisión totalmente gratuita.
Ella esperó, mirándolo.
—Oh, Peter —dijo 3Jane, con el tono de exasperación cariñosa que se reserva habitualmente para los niños pequeños.
—No te enterarás de la palabra, Molly. Él me lo contó, ¿entiendes? 3Jane conoce el código, por supuesto, pero tú no lo sabrás. Ni tampoco Wintermute. Mi Jane es una chica ambiciosa, dentro de su perversión. —Volvió a sonreír—. Tiene planes para el imperio de la familia, y un par de inteligencias artificiales dementes, por más extraño que pueda parecerte el concepto, serían sólo un obstáculo. Bien. Llega Riviera a ayudarla, ¿ves? Y Peter dice: quédate como estás. Pon los discos de swing favoritos de tu papaíto y deja que Peter conjure una banda para acompañarlos, una pista de bailarines, un velatorio para el rey Ashpool. —Bebió el último trago de agua mineral—. No, no nos servirías, papaíto, no nos servirías. No ahora que Peter regresó a casa. —Y luego, con la cara rosada por la cocaína y la meperidina, golpeó fuertemente el vaso contra la lente implantada en el ojo izquierdo de Molly, destrozando la escena en un mar de sangre y luz.
Maelcum estaba tendido en el techo de la cabina cuando Case se quitó los trodos. Alrededor de la cintura el sionita llevaba un cabestrillo de nailon sujeto a los paneles laterales con cuerdas gruesas y almohadillas de succión de goma gris. Se había sacado la camisa y estaba trabajando en un panel central con una rara llave de gravedad cero; los gruesos resortes vibraban mientras desprendía otro hexágono. El Marcus Garvey gemía y se sacudía con la tensión de la gravedad.
—El Mute nos lleva al puerto —dijo el sionita, poniendo la cabeza hexagonal en una bolsa que llevaba en la cintura—. Maelcum se encarga de pilotar el aterrizaje; pero necesitamos las herramientas.
—¿Las guardas ahí? —Case se estiró para mirar y vio los músculos, como cuerdas, que abultaban en la espalda bronceada.
—Ésta —dijo Maelcum, sacando un largo paquete de polivinilo negro de detrás del panel. Volvió a colocar el panel, fijándolo con una cabeza hexagonal mientras el paquete negro flotaba hasta la popa. Abrió con los pulgares las válvulas de vacío de las almohadillas del cinturón, y se liberó, recuperando la cosa que había sacado.
Tomó impulso y fue hacia Case, pasando por encima del tablero —en la pantalla pulsaba un diagrama verde de acoplamiento— y se apoyó en el marco de la red de gravedad. Bajó y abrió el paquete, rompiendo la cinta adhesiva con una uña gruesa y quebrada.
—Un tipo en China aseguró que de esto sale la verdad —dijo, desenvolviendo un arcaico y aceitado Remington, el cañón recortado a pocos milímetros de la maltrecha caja delantera. La caja del hombro había sido reemplazada por una culata de madera forrada con una cinta de color negro o mate. Maelcum olía a sudor y a ganja.
—¿Es la única que tienes?
—Claro, hombre —dijo, limpiando el aceite del cañón negro con una tela roja, la envoltura de polivinilo negro en la otra mano, apretada alrededor de la culata—. Yo y yo, la marina rastafari, créelo.
Case volvió a ponerse los trodos. No había vuelto a utilizar el catéter de Texas; por lo menos, en la Villa Straylight podría orinar tranquilo, aunque fuese por última vez.
Conectó.
—Oye —dijo la estructura—, el viejo Peter está loco del todo, ¿eh?
Ahora ellos parecían parte del hielo de la Tessier-Ashpool. Los arcos esmeralda se habían ensanchado y unido, transformándose en una masa sólida. En los planos del programa chino de alrededor predominaba el color verde.
—¿Ya estamos cerca, Dixie?
—Muy cerca. Te necesitaré muy pronto.
—Escucha, Dix. Wintermute dice que el Kuang ha invadido todo el Hosaka. Voy a tener que desconectaros a ti y a mi consola, llevaros hasta Straylight y volver a conectaros al programa de seguridad. Luego activaremos el programa desde adentro, por la red de Straylight.
—Maravilloso —dijo el Flatline—. Nunca me gustó hacer algo sencillamente si era posible hacerlo patas arriba.
Case conectó el simestim y volvió a Molly.
Y se encontró dentro de la oscuridad de Molly, una sinestesia que daba vueltas, donde el dolor era un sabor a hierro viejo, un aroma de melón, las alas de una polillla que le rozaban la cara. Molly estaba inconsciente, y él no tenía acceso a sus sueños. Cuando el chip óptico destelló, un aura envolvió los caracteres alfanuméricos, cada uno de ellos con un tenue halo rosado.
07:29:40.
—Esto me hace muy infeliz, Peter. —La voz de 3Jane parecía llegar desde una distancia hueca. Molly puede oír, se dijo Case, y enseguida se corrigió. La unidad de simestim estaba aún intacta: podía sentirla hundida en las costillas de Molly. Los oídos de ella registraban las vibraciones vocales de 3Jane. Riviera dijo algo breve y poco claro—. Pero yo no —dijo ella—, y no me divierte. Hideo traerá una unidad médica desde cuidados intensivos; aunque esto requiere un cirujano.
Hubo un silencio. Case escuchó claramente el agua que lamía los lados de la piscina.
—¿Qué era lo que le contabas, cuando regresé? —Ahora Riviera estaba muy cerca.
—Acerca de mi madre. Ella me lo pidió. Creo que había tenido un shock, además de la inyección de Hideo. ¿Por qué le hiciste eso?
—Quería ver si se romperían.
—Una se rompió al menos. Cuando despierte, si despierta, podremos ver el color de sus ojos.
—Es extremadamente peligrosa. Demasiado peligrosa. Si yo no hubiera estado aquí para distraerla, para hacer aparecer a Ashpool y distraerla, y a mi Hideo para que arrojara su pequeña bomba, ¿dónde estarías tú? En manos de ella.
—No —dijo 3Jane—. Estaba Hideo. Me parece que no entiendes del todo a Hideo. Ella sí, evidentemente.
—¿Quieres beber algo?
—Vino. Del blanco.
Case desconectó.
Maelcum estaba inclinado sobre los controles del Garvey, tecleando órdenes para una secuencia de acoplamiento. En la pantalla central del módulo había un cuadrado rojo: el muelle de Straylight. El Garvey era un cuadrado algo mayor, verde, que se reducía lentamente, moviéndose de un lado a otro de acuerdo con las órdenes de Maelcum. A la izquierda, una pantalla más pequeña mostraba un gráfico esquelético del Garvey y el Haniwa a medida que se acercaban a la curvatura del huso.
—Tenemos una hora, viejo —dijo Case, quitando del Hosaka la cinta de fibra óptica. Las baterías de apoyo de la consola funcionarían durante noventa minutos, pero la estructura del Flatline supondría un gasto adicional. Trabajó con rapidez; mecánicamente, sujetando la estructura al fondo de la Ono-Sendai con cinta microporosa. El cinturón de trabajo de Maelcum pasó flotando junto a él. Lo cogió, desprendió los dos trozos de cuerda, y las almohadillas de succión rectangulares y grises, y enganchó entre sí los dientes de las pinzas. Sostuvo las almohadillas contra los costados de la consola y movió con el pulgar la palanca de succión. Con la consola, la estructura y la correa improvisada suspendidas frente a él, se puso la chaqueta de cuero, verificando el contenido de los bolsillos. El pasaporte que Armitage le había dado, el chip bancario registrado bajo el mismo nombre, el chip de crédito que había obtenido cuando llegó a Freeside, dos dermos de betafenetilamina que le había comprado a Bruce, un fajo de nuevos yens, media caja de Yeheyuan, y el shuriken. Arrojó el chip de Freeside por encima del hombro, y oyó cómo chocaba contra el ventilador ruso. Iba a hacer lo mismo con la estrella de acero, pero el chip de crédito rebotó, lo golpeó en la nuca, salió disparado y pasó junto al hombro izquierdo de Maelcum. El sionita interrumpió la operación de pilotaje y lo miró, enojado. Case vio el shuriken y se lo puso en el bolsillo de la chaqueta; oyó que el forro se rasgaba.
—Te estás perdiendo al Mute, hombre —dijo Maelcum—. El Mute dice que está arreglando para nosotros el sistema de seguridad. El Garvey va a acoplarse como si fuera otra nave, una que están esperando que llegue de Babilonia. El Mute nos transmite códigos.
—¿Vamos a llevar puestos los trajes?
—Demasiado pesados. —Maelcum se encogió de hombros—. Quédate en la red hasta que te avise. —Tecleó una secuencia final en el módulo y se aferró a las gastadas anillas rosadas que había a cada lado del tablero de navegación. Case vio que el cuadro verde se reducía por última vez, unos pocos milímetros, y se ponía sobre el cuadrado rojo. En la pantalla pequeña, el Haniwa bajó la proa para evitar la curva del huso, y ya no se movió. El Garvey colgaba todavía del yate, como una larva. El remolque se sacudió y retumbó. Dos estilizados brazos aparecieron y rodearon la estilizada forma de avispa. Straylight expulsó un tentativo rectángulo amarillo que describió una curva, tanteando más allá del Haniwa, en busca del Garvey.
Oyeron que algo raspaba la proa, más allá de las temblorosas frondas de arcilla.
—Hombre —dijo Maelcum—, recuerda la ley de la gravedad. —Una docena de pequeños objetos golpearon el suelo simultáneamente, como atraídos por un imán. Case se quedó sin aliento cuando sus órganos internos fueron empujados y dispuestos de otro modo. La consola y la estructura le habían caído dolorosamente sobre las piernas.
Ahora estaban sujetos al huso, rotando con él.
Maelcum extendió los brazos y movió los hombros para aliviar la tensión. Se sacó la bolsa que le sujetaba los mechones y sacudió la cabeza.
—Vamos, hombre, ya que dices que el tiempo es precioso…