46

Era bella. Era poderosa. ADELA era todo lo que un déspota habría podido pedirle a un arma. Aunque tal vez la desolación que sembró no fue, por lo que respecta a la destrucción o al número de víctimas, tan masiva como podría haber sido, las pérdidas fueron inmensas…, sobre todo para Roja, que fue de los primeros en volver en sí. Encontró su cetro, que la explosión le había arrancado de las manos, y miró en torno a sí algo atontada. No había ni rastro de su vehículo de tres ruedas. Sus tropas —y las de su sobrina— yacían desperdigadas e inconscientes ante ella en posturas de lo más diversas.

A un cuarto de manzana de distancia, Arch y el Gato despertaron poco a poco. Arch reconoció los efectos de ADELA pero no entendía qué había sucedido. El impacto fue menor que si Somber hubiese activado a ADELA siguiendo sus instrucciones. Aun así, el arma sin duda había dado el resultado previsto en quienes poseían el don de la imaginación. ¿No había desaparecido el vehículo de tres ruedas de Roja? Todas sus materializaciones debían haberse desvanecido. Sin embargo, Arch ignoraba hasta qué punto había afectado el arma a Roja. Tendría que tomarse su tiempo, para observar y aprender. No era la imprudencia lo que lo había llevado a convertirse en rey de Confinia. No quería dar al traste con su oportunidad de recuperar la corona por obrar con precipitación.

Se acercó a Roja y le dijo:

—Alyss debe de haber absorbido más energía del cristal.

Roja resopló con desprecio. Pero ¿una energía capaz de arrasar ejércitos enteros de una sola sentada? Buscó a Alyss con el ojo de su imaginación, pero era como si se hubiese quedado ciega y no veía más que oscuridad. En realidad, al despertar apenas había notado ese cosquilleo…

Intentó materializar un medio de transporte, pero no consiguió hacer aparecer ni un volante. Probó con algo más pequeño, más simple: una rosa. No apareció ninguna. Trató de materializar lo que incluso una niña con un mínimo de talento habría considerado un juego de niños: una tartitarta. De nuevo, su intento fracasó.

Había perdido sus poderes. Ya no tenía imaginación.

¿Cómo iba a enfrentarse a su sobrina sin imaginación? Mataría a Alyss por haberle hecho esto. Le daría una muerte lenta, dolorosa. Pero ahora no. No, primero tenía que recobrar su fuerza, embeberse de energía, y luego…

Arch la estaba esperando. Ella hizo una mueca para disimular el pánico.

—¡Traed a los ripios!

De su caravana de asistentes, el aturdido cuidador de ripios salió arrastrando los pies con tres jaurías de las no menos aturdidas bestias.

—La cabeza como olla de grillos y todavía medio dormidos —corearon los animales—. Nos sentimos indispuestos, mejor dadnos un hueso.

—¡A callar! —rugió Roja—. Debéis rastrear a Vollrath, Sacrenoir, Alistaire, Siren y los jefes tribales que sigan con vida. Decidles que nos volvemos a Confinia. Deben saber que lo de hoy ha sido un simulacro del ataque auténtico que pronto lanzaremos sobre este mi reino. Andando.

Los collares se abrieron, y los sesenta ripios se alejaron trotando en distintas direcciones. Roja se acercó con paso decidido a un maspíritu que pugnaba por ponerse en pie. La bestia, que aún no se había recuperado del impacto de ADELA, estuvo a punto de caer al suelo cuando Roja montó sobre su lomo.

El Gato se transformó en un gatito y saltó para sentarse en el regazo de su ama.

—¡Arch! —Roja le apuntó con el cetro como si pretendiera asestarle un golpe con la imaginación.

—Ya voy, Su Malignidad Imperial —dijo Arch, divertido, y se encaramó a la silla de montar, tras ella.

Roja espoleó al maspíritu, que trotó con Roja y Arch a cuestas, llevándolos hacia Confinia y hacia un futuro que en modo alguno tendría cabida para los dos.