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En una calle de las afueras de la ciudad donde solían jugar algunos niños de Marvilia, unos naipes soldado a quienes el enemigo superaba en número y en armas se vieron salvados de un bombardeo de cartas daga por un escudo que hacía rebotar los proyectiles hacia los vitróculos que los lanzaban…

En un safari-park de la Ferania Ulterior donde muchas familias pasaban sus vacaciones, una sección de peones logró defenderse de varios miembros de tribus confinianas con la ayuda de los cañones que se recargaban y disparaban esferas generadoras automáticamente…

En unos caminos de senderismo que discurrían por el bosque Eterno, unos guerreros fel creel que estaban a punto de eliminar a dos manos enteras de naipes soldado de pronto acabaron tragados por la tierra que tenían bajo los pies, que los succionó hacia profundidades desconocidas…

Dando apoyo a sus tropas desde la cámara de cristal, Alyss había conseguido evitar durante más de un cuarto de hora lunar que las fuerzas de Roja conquistaran nuevas posiciones. Sin embargo, notaba que la fatiga empezaba a apoderarse de ella, incluso estando tan cerca del Corazón de Cristal. La invasión de Marvilópolis por el ejército de Roja parecía tan inevitable como el paso de las estaciones.

«No puedo mantener este ritmo. No puedo estar en todas partes a la vez».

—¡El estanque de las Lágrimas, Alyss! —gritó Jacob.

Ella enfocó el estanque con el ojo de su imaginación: de dos en dos y de tres en tres, unas figuras salían disparadas a su superficie.

«¿Esas cosas son… esqueletos?».

Lo eran. Innumerables esqueletos nadaban hacia la orilla junto con su amo Sacrenoir y otros seres de carne y hueso y malas intenciones. Salieron a tierra y atacaron a todos los naipes soldado y piezas de ajedrez que estaban a la vista: otra batalla, una emboscada contra los sentidos y las energías de Alyss.

Apuntó con su cetro al Corazón de Cristal y cercó a los mercenarios terrícolas con una barrera idéntica a la que hasta hacía muy poco separaba su reino del de Confinia; las torres que emitían unas ondas sonoras capaces de freírle los órganos internos a quien intentara atravesarlas. Pero entonces los escurpidores que habían acorralado a unos guerreros catabrac en un escaque negro del desierto Damero se desintegraron en el acto. Los guerreros se abrieron paso a tiros entre una mano de naipes Cinco y avanzaron hacia la capital.

Roja, enterada de la llegada de Sacrenoir mientras se dirigía hacia Marvilópolis en su vehículo de tres ruedas, soltó una risotada cuando divisó con su visión remota la barrera con que Alyss pretendía contener a Sacrenoir y a los demás. Cuanto más se acercaba al Corazón de Cristal, más notaba que se fortalecían sus poderes. Obstruyó los respiraderos de las torres de la barrera; las ondas sonoras crepitaron y se apagaron. Alyss materializó otra barrera, pero Roja taponó sus respiraderos con la misma rapidez. Alyss hizo aparecer una tercera barrera, pero esta vez, al notar la mirada de la reina fija en ella, Su Malignidad Imperial dijo en voz alta, como maniobra de distracción:

—Veamos cómo está mi amigo el guardia. —A continuación, dirigió sus energías a una granja de Marvilia, donde Dodge, tras requisar un maspíritu, galopaba a través de un viñedo de gobiguvas hacia el bosque Eterno, pues le habían notificado que el Gato había sido visto allí, diezmando naipes soldado con zarpazos formidables.

Desde el comienzo de las hostilidades, a Alyss le reconfortaba pensar que Dodge y el Gato estaban muy lejos el uno del otro, pero la estratagema de Roja dio resultado. Alyss se dejó distraer y centró su visión imaginativa en Dodge, que había descabalgado de su maspíritu y estaba desenvainando la espada de su padre, avanzando a grandes zancadas hacia…

—¡Jacob —gritó Alyss—, dile a Dodge que el Gato que ve no es real! ¡Es una réplica!

El preceptor repitió el mensaje varias veces a través del micrófono de su mesa, pero Dodge no respondió. Si el Gato era un doble, lo descubriría por sí mismo. El Gato sonreía de oreja a oreja, sin retroceder un ápice, mientras Dodge corría hacia él apuntándole con la espada a la garganta.

¡Bonk!

Un balde voló por el aire y golpeó al guardia en el hombro. Antes de que pudiera recuperarse, otro balde apareció de pronto por el lado opuesto. ¡Clonc! Aturdido, Dodge blandió la espada para defenderse de una azada que una mano invisible le había tirado.

Roja.

Alyss materializó a su vez cubos y aperos de labranza para estrellarlos contra los de su tía. Pero unas cuantas de las materializaciones de Roja alcanzaron su objetivo y golpearon a Dodge en la cabeza, los brazos, las piernas y el abdomen, provocándole frustración y rabia, mientras el Gato, intacto, se reía. Al intentar proteger a Dodge, Alyss descuidó lo que había estado haciendo valiéndose de la imaginación en otros frentes. Sacrenoir y el resto del ejército terrícola de Roja pasaron con toda facilidad por entre las torres obstruidas de su barrera. En otras partes del reino, las hordas de Roja castigaban a las fuerzas de Alyss y se aproximaban a Marvilópolis.

Alyss se dio cuenta de su error. Pero fue entonces, cuando empezaba a temerse que Roja fuera imparable, que entendió con claridad el mensaje de Azul.

«Exponte a la derrota, o serás derrotada. Coquetea con la derrota».

Se quedó de pie frente al Corazón de Cristal y con el cetro en la mano, sin hacer nada.

—¡Alyss! —gritó Jacob—. ¡A-lyss!

«Debo coquetear con la derrota para evitar la victoria de Roja».

Por encima de ella y del centro de la ciudad, la telaraña de hilo de oruga era mucho más intrincada. Alyss corrió a la mesa de control e inició una transmisión destinada a los generales.

—Dejen que Roja avance —les ordenó—. Pero asegúrense de que los soldados finjan resistencia. De lo contrario, ella sospechará.

—¿Dejar que Roja avance? —croó el general Doppel.

—Con el debido respeto, Majestad —dijo el general Gänger—, ¡eso es una locura!

—¡Háganlo!

Con Jacob revolviéndose inquieto a su lado, y sin dejar de defender a Dodge —que todavía no había asestado un solo golpe a la réplica del Gato— de los objetos que le lanzaba Roja, Alyss observó los monitores de la mesa de control. En las calles de las afueras de Marvilópolis aparecieron los primeros de sus naipes soldado en retirada, luchando con poco brío y corriendo a refugiarse cada vez que se les presentaba la ocasión. Las tropas de Roja se aproximaban desde todas las direcciones. La misma Roja avanzaba tras los guerreros que se habían abierto camino luchando por el bosque Eterno, en lo alto de su vehículo de tres ruedas con Arch y su preceptor como compañeros de viaje.

Bip, bip, bip, bip. La voz de Somber sonó a través de los altavoces de la mesa de control.

—Reina Alyss, he entretejido el hilo verde, como me habéis indicado. El patrón está casi completo.

—Mantente a la espera de mi orden para completarlo, Somber.

Las fuerzas de Roja estrechaban el cerco en torno al palacio a marchas forzadas, rompiendo escaparates, haciendo explotar medios de transporte, acribillando las fachadas de los edificios con disparos de pistolas de cristal y cartas daga.

—¿Estás segura de que esto es aconsejable, Alyss de Corazones? —preguntó Jacob, pero parecía estar hablando para sí, y Alyss no respondió.

—Más cerca —murmuraba ella mientras Roja avanzaba—. Más cerca.

Unas manzanas más, e invadirían el palacio mismo. El ejército de Roja ya se dirigía por el bulevar de Corazones hacia las puertas del palacio. Aun así, Alyss esperó. Roja enfiló el bulevar. Tres manzanas de distancia, dos, una…

—¡Ya, Somber!

En el Pico de la Garra, el bonetero ató el último cabo suelto de hilo de oruga tal como indicaba el diagrama que Arch le había dado y…

¡BUUUUUUUUUUUUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUUU​UUUMMMMM! ¡BUUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUUU​UUUU​UUUUM! ¡BUUUU​UUUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUMMMMM! ¡BUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUUU​UUU​UUMMMM! ¡BUU​UUU​UUUMMM!

Daba igual lo que fuera cada uno: reina, preceptor, guardia, general, exprincesa mala, rey depuesto y maquinador, pieza de ajedrez, soldado, mercenario o civil. Para ADELA, todos eran iguales, igual de vulnerables a la nube de energía en forma de seta invertida que ella había creado, y, durante un rato, cuya duración sería siempre un dato desconocido en los anales de Marvilia, fue como si la vida hubiese sido exterminada en la capital.