El perímetro del palacio estaba vigilado por piezas de ajedrez, se habían enviado contingentes de naipes soldado a puntos estratégicos de Marvilópolis, y los puestos fronterizos de todo el reino estaban en estado de alerta. En la sala de guerra del palacio, las pantallas que mostraban a Vollrath, el Gato y los dos desconocidos parpadearon como si hubiera una bajada de tensión momentánea. Antes del parpadeo, Vollrath y los demás estaban a la vista; después, habían desaparecido.
—Los encontraré —dijo Alyss, y, enfocando con el ojo de la imaginación el afloramiento de roca en el que el enemigo se encontraba hacía unos instantes, escrutó la zona del territorio confiniano que lo rodeaba. Cuando los localizó, se hallaban mucho más lejos de lo que ella había imaginado, avanzando velozmente en un vehículo que no le resultaba familiar, pues Roja acababa de crearlo: una máquina de tres ruedas ideada para moverse por terreno accidentado. Su tía iba sentada encima y detrás de los demás en un asiento similar a un trono, empuñando un báculo coronado por un corazón que había muerto hacía tiempo.
—Los veo —anunció—. Roja va con ellos. Lleva su cetro.
—Deberíamos atacar antes de que ella nos ataque a nosotros —apremió Dodge.
—¿Atacar Confinia? —El general no parecía tenerlas todas consigo.
—Tendríamos que lidiar con Arch, no sólo con Roja —señaló Jacob.
—Apostaría a que ya estamos lidiando con él.
—¿Se está alejando de Marvilia? —murmuró Alyss.
Internándose en Confinia a toda velocidad, con su cabellera de lana de acero ondeando al viento, Roja se volvió, y a Alyss le dio la impresión de que la miraba directamente, como si notase que el ojo imaginativo de su sobrina la observaba. Curvó las comisuras de sus labios en una mueca de desprecio, blandió su cetro y, en la sala de guerra del palacio de Corazones, Alyss dio un respingo, sobresaltada; el ojo de su imaginación se había quedado en blanco.
—¿Qué ocurre? —preguntó Jacob.
—Ha bloqueado mi visión.
—Eso no es bueno —murmuró el general, dividiéndose en dos—. Nada bueno —dijeron los generales Doppel y Gänger y cada uno de ellos introduciendo coordenadas en sus comunicadores de cristal para ordenar que se desplegasen tropas junto a la barrera fronteriza.
Alyss intentó centrar de nuevo el ojo de su imaginación en su tía. Captó imágenes fugaces de Roja en un valle y en una colina. Luego cayó en la cuenta de que había cientos de ellas: Roja en su vehículo de tres ruedas atravesando una llanura; Roja en su vehículo de tres ruedas dando tumbos por una cuesta pronunciada y rocosa; varias Rojas desperdigadas en los acantilados de Glif; un número incalculable de Rojas a ambas orillas del río Bookie; innumerables Rojas desfilando por el lado confiniano de la barrera fronteriza.
—¡Estamos recibiendo informes! —exclamaron los generales Doppel y Gänger.
—Ha hecho aparecer dobles de sí misma —dijo Alyss—. Cientos de ellos, o quizá más. Desde esta distancia, es imposible para mí saber cuál es la auténtica. Tendría que atacarlas a todas a la vez.
Materializó un tambor erizado por cada Roja que veía. Los proyectiles pasaban a través de las Rojas falsas sin hacerles el menor daño, pero la de verdad tendría que contraatacar para sobrevivir. Las armas volaban rápidamente hacia sus objetivos y los atravesaban. A todos.
—No lo entiendo. ¿Ninguna de ellas es real?
—¿Cómo es posible? —Dodge estaba furioso—. ¿Dónde puede haberse metido?
Alyss no tenía respuesta, y Jacob se encogió de orejas como disculpándose por su ignorancia. Los generales Doppel y Gänger gritaban a través de sus comunicadores especulares:
—¡La barrera fronteriza misma es la línea del frente!
—¡Nuestros soldados de la frontera están detrás de la línea del frente!
Jacob se puso en pie de un salto.
—Te acompañaré a la cámara de cristal, Alyss. Allí tu imaginación será más poderosa.
—Genial —dijo Dodge—. Así que si por casualidad Roja la localiza con el ojo de su imaginación, sabrá dónde está el Corazón de Cristal.
—Y si Alyss no puede vencer a Roja ni aun estando cerca del cristal, posibilidad que debemos tener en cuenta dada la fuerza que Roja está demostrando, dará igual que intentemos ocultárselo.
Dodge, convencido por estas palabras o simplemente resignado a lo peor, se dirigió hacia la puerta.
—Lucharé junto a mis hombres. —Se encontraba a medio camino del pasillo cuando…
—¡Espera!
Alyss estaba allí de pie, con una mirada suplicante y preocupada. Pero ¿qué suplicaba? Nada de lo que dijera impediría que él se marchara; es más, no debía decirle nada, y ella lo sabía.
Regresó hacia ella, pero sólo por un momento.
—Te perdono, Alyss. Te perdono por mentirme. No está mal eso, ¿no? Un guardia perdonando a su reina. —La besó—. Por favor, mantente a salvo. Yo intentaré hacer lo mismo.
Giró sobre sus talones y se alejó. Alyss dejó que Jacob se la llevara de la sala.