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Alyss y sus consejeros estaban reunidos en la sala de guerra del palacio. Ella se revolvía inquieta en su asiento mientras Dodge y los demás intentaban descifrar lo que creían que era la totalidad del mensaje de Azul.

—Dijo que te revelaría algo sobre ti —dijo Jacob, pensativo—, pero tú no aparecías en las imágenes que te mostró.

Alyss asintió.

—Qué curioso.

—No me gusta —comento el general Doppelgänger, y empezó a pulsar botones en el panel de control del comunicador especular que llevaba sujeto al antebrazo con una correa.

¡Zzzz! ¡Flink! ¡Zzzz! ¡Flink!

La boquilla del cinturón de municiones del general proyectó en al aire imágenes en directo de naipes Diez destinados en puestos militares fronterizos de todo el reino. No había señales de que se avecinasen problemas, informó cada teniente, ni nada fuera de lo normal. Pero de pronto un naipe Diez en la Ferania Ulterior reparó en Jacob.

—¿Ya ha llegado, señor Noncelo? Sabía que los preceptores se desplazaban con rapidez, pero no tanta.

—¿De qué está hablando? —preguntó Jacob.

—Hace sólo un cuarto de hora lunar, le he visto caminar a toda prisa hacia la barrera. He supuesto que iba en una peregrinación académica a Confinia, pues se dirigía directamente al paso fronterizo 15-b.

Las orejas de Jacob ejecutaron una danza de perplejidad en lo alto de su cabeza.

—¿Y… estaba solo?

—No me he fijado demasiado en los demás. Como es usted tan blanco, resalta contra el fondo de enredaderas de la Ferania Ulterior, ¿sabe?

—Sí. Sí, no cabe duda —dijo Jacob con aire ausente.

—Majestad. —El naipe Diez le dedicó una reverencia a Alyss—. General. —El soldado hizo un saludo militar, y la comunicación finalizó.

—Esto empieza a darme mala espina —dijo el preceptor.

—¿Empieza? —se mofó Dodge.

El comunicador especular del general emitió un pitido. Doppelgänger pulsó un botón en el teclado, y una imagen del caballo blanco se formó frente a él.

—General, todos los soldados que vigilan el estanque han muerto —informó el caballo.

Dodge se levantó en el acto y comenzó a comprobar el estado de sus armas; el cargador de su pistola de cristal, el gatillo de su AD52.

—¿Hay algún rastro del Gato? —preguntó—. ¿Marcas de arañazos o algo por el estilo?

—Es difícil determinar qué es exactamente lo que los ha matado.

Bip, bip, bip. El general apretó de nuevo una tecla de su comunicador, y la torre blanca apareció junto al caballo.

—Escuchen —dijo la torre.

Al cabo de un momento, el general frunció el entrecejo.

—No oigo más que el silencio.

—Sí, y eso que estoy en el bosque Susurrante —dijo la Torre—. Todas las bocas que hay aquí están cerradas con pegamento.

Jacob estaba tirándose de una oreja, con la frente tan alargada como una sábana hecha un rebujo.

—En el orden de todo aquello que es concebible —dijo— es posible que otro villano sea el culpable de las muertes junto al estanque, pero seríamos unos irresponsables si no nos pusiéramos en lo peor. Y con ello me refiero al retorno de Roja.

—Cuando tú vas, yo vuelvo, Jacob. —Dodge estaba revisando sus reservas de cartuchos de dagas y granadas de serpientes—. ¿Cuál es el plan, general?

—No es fácil prepararse adecuadamente cuando no sabemos dónde está el frente. O el enemigo.

—Todo Marvilia es el frente —replicó Dodge—. La enemiga podría aparecer en cualquier lugar y en cualquier momento. —Tuvo cuidado de no mirar a Alyss, a diferencia de Jacob, que mantenía la vista clavada en ella, casi como si, con su agudo sentido del oído, alcanzara a percibir su creciente inquietud.

«Una reina responsable probablemente buscaría a Roja con su imaginación. Por otro lado, una reina responsable no habría dejado que sus consejeros creyeran que les había descrito sin omisiones el mensaje de Azul».

Las palabras de sus padres le pesaban en la conciencia: su deber era procurar el máximo bienestar posible al mayor número posible de ciudadanos; no podía poner Marvilia en peligro para salvar a uno solo de ellos.

«Debo reconocer la verdad. Por el reino. Por mí».

—Creo —dijo Alyss de pronto— que me gustaría volver a contaros lo que me mostró Azul.

El desconcierto asomó al rostro de Dodge y al del general, mientras que dio la impresión de que Jacob ya se lo temía.

—¿Y bien? —dijo.

—Azul me aseguró que ella, una oruga de tamaño descomunal, me revelaría algo sobre mí que yo aún no sabía. Estoy casi segura de que éstas eran sus palabras exactas. Me enseñó a Arch tirando del bigote a una oruga incolora, pero antes… —sus ojos se posaron en Dodge— me mostró a Roja.

—¿Por qué no lo has dicho antes, Alyss? —preguntó Jacob.

—No lo sé. —Ahora ella y Dodge se miraban con fijeza—. Ha sido un error no deciros nada.

—Bueno, ¿y qué os enseñó de Roja? —inquirió el general Doppelgänger.

Dodge había apartado la vista para ponerse bien la correa de la pistolera del muslo, pese a que ya la llevaba bien puesta.

—La vi manipular torpemente un cristal en forma de llave —contestó Alyss—. Estaba con un preceptor. Y la vi empuñando algo que parecía un cetro muy antiguo y maltratado.

Jacob soltó un gruñido.

—Es peor de lo que pensaba —dijo—. Mucho, mucho peor. Alyss, no he podido permitirme el lujo de darte una educación tan completa como si hubieses crecido en tiempos de paz. Tuve que resumir o incluso saltarme algunos puntos más delicados de la teoría monárquica, así como ciertos datos históricos que esperaba que fuesen irrelevantes. Entre ellos había detalles relacionados con los laberintos especulares. Falté a mi deber de explicarte todos los pormenores sobre ellos, o, mejor dicho, todo cuanto se sabe. Pero ahora veo que mi negligencia fue resultado de las ilusiones que yo mismo me había hecho. Llegué a creer que, si no mencionaba la posibilidad, si la pasaba por alto, nunca seria real.

—¿La posibilidad de qué, Jacob? Nadie tiene la menor idea de lo que hablas.

—Estaba convencido de que si Roja regresaba con una forma reconocible, nunca lo descubriría por sí misma. No contaba con que ella pudiera juntarse con alguien de mi especie y que de hecho llegara a aprender algo. Pero, si suponemos que Roja ha vuelto, me temo que el preceptor al que el naipe Diez confundió conmigo era en realidad Vollrath, un colega mío seducido por la Imaginación Negra que tuvo que lanzarse al estanque de las Lágrimas. Siempre sospeché que estaba causando problemas en la Tierra, y la advertencia que te ha hecho Azul lo deja muy claro: si Roja no ha logrado aún entrar en su laberinto Especular, debe de estar a punto. Sin duda el preceptor le ha hablado de ello. Ella conseguirá su cetro, y gracias a él se volverá más fuerte.

—No lo entiendo —dijo Alyss—. Yo ya he recorrido el laberinto.

—¿Qué importancia tiene nada de esto? —le preguntó Dodge a Jacob—. Roja ha regresado, y no vamos a rendirnos ante ella, pase lo que pase. Mientras no subestimemos su capacidad para sembrar el caos y provocar matanzas…

—Tal vez sea imposible que no la subestimemos, por lo inmenso que puede llegar a ser su poder. Alyss, te lo explicaré todo, pero debemos confirmar si Roja está o no en Marvilia, y si la imagen que Azul te mostró de Roja con su cetro procede del futuro o del pasado. Si es del futuro, todavía se puede evitar. Si es del pasado…, prefiero no imaginarlo. ¿General?

—Lo veremos en pantalla en cualquier momento, Jacob.

Doppelgänger había activado los holocristales incrustados en las torres de energía de la barrera en el paso fronterizo 15-b. Imágenes en directo tanto de Confinia como de la Ferania Ulterior aparecieron en las pantallas de la sala de guerra.

—¿Qué es eso? —pregunto Dodge al percibir un movimiento a lo lejos en territorio confiniano.

Por medio de los mandos, el general Doppelgänger hizo que el holocristal ampliara la imagen, y allí, junto a un afloramiento de roca, como esperando a alguien, estaban un macho y una hembra que no pertenecían a ninguna tribu confiniana conocida. Podrían ser marvilianos. Claro que también podrían ser terrícolas. La tercera figura, sin embargo, con sus largas orejas y tez traslúcida, era inconfundible.

—Ése —señaló Jacob— es Vollrath.

En ese momento, el único asesino felino de Roja salió de detrás de una roca.

—El Gato —musitó Dodge. Había creído que estaba preparado, pero al ver a aquel que había matado a su padre, algo borroso, como si estuviese al otro lado de una ventana grasienta, los deseos que había expresado respecto al control de sus emociones le parecieron vacíos, falsos.

—¿Dodge? —dijo Alyss, observando la mano con que sujetaba la empuñadura de la espada de su padre. Le temblaba—. ¿Dodge?

Pero él ya no estaba allí con ella. En su mundo sólo cabían dos seres: él mismo y el Gato.