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Después de dejar a Roja, el Valet de Diamantes había avanzado trabajosamente y resollando hasta el primer campamento que encontró en su camino.

—¡Vuestro jefe! —les había dicho a los miembros de la tribu gnobi que holgazaneaban por allí—. ¡Es importante que hable con vuestro jefe de inmediato! ¡Vuestra libertad futura depende de ello!

Los gnobi, cuando no los incitaban a la violencia, eran un pueblo perezoso, el clan menos nómada de Confinia. Como no habían percibido una amenaza inmediata a su libertad en la persona del Valet de Diamantes, habían reaccionado a su impaciencia con su característica apatía.

—La jaima de Myrval está en algún sitio en esa dirección —le había señalado uno de ellos con un gesto vago de la mano.

—Sigue el sonido de los ronquidos y lo encontrarás —le había indicado otro.

Pero en el campamento se oían unos cuantos ronquidos, y el Valet tuvo que despertar a varios civiles de su siesta antes de avistar la única tienda de campaña con un estandarte ondeando en lo alto y dos varones que echaban un sueñecito en unos taburetes junto a su entrada.

—Guardias —había dicho para sus adentros.

Había pasado por entre los guardias dormidos y, en el recibidor de la jaima, había descubierto a otros cinco guardias traspuestos, dos repantigados en sillas, dos acurrucados sobre esteras y uno roncando de pie. El Valet se había topado nada menos que con un festival de ronquidos, un concierto de silbidos al inspirar, resoplidos al espirar y refunfuños ininteligibles. Pero, por encima de todos estos ruidos, se oían, procedentes de la habitación del fondo, los alaridos de un galimatazo enfermo. El Valet se había dirigido hacia allí y había visto una figura solitaria dormida en un catre.

—¡Myrval! —le había llamado, inseguro, lo que había ocasionado que el durmiente soltara un gruñido y se volviese hacia la pared.

—Soy un emisario de Roja de Corazones, que fue y será reina de Marvilia —había dicho el Valet, sacudiendo al jefe gnobi para despertarlo—. Me ha enviado con una propuesta que puede garantizar la paz y la libertad para la tribu de los gnobi, para todas las tribus de Confinia. Pero es…

—Que detalle que la Señorita de Corazones piense en nosotros —había murmurado Myrval antes de cerrar los ojos de nuevo.

—Debemos organizar una reunión entre los jefes de las tribus para tratar los detalles de la propuesta de mi señora Roja, una cumbre.

—Organiza lo que quieras. No tengo nada en contra de diecinueve de los otros veinte jefes, pero Gerte, que manda en la tribu de los onu, insultó a mi hija. Es una abominación, y jamás me reuniré con él a menos que se disculpe.

El Valet estaba a punto de prometerle esto y cualquier cosa, cuando Myrval bostezó.

—Los gnobi y los onu están al borde de la guerra.

El Valet se había encontrado con problemas similares al entrevistarse con los otros jefes tribales, cada uno de los cuales había mencionado a otro con quien se negaba a reunirse salvo en el campo de batalla. Varios de ellos se habían ofendido además porque el Valet no se había presentado físicamente en su campamento para solicitar que acudieran a la cumbre, pues lo consideraban una señal de favoritismo hacia los gnobi. Pero el Valet de Diamantes había desplegado al máximo sus dotes de persuasión. Habiendo convencido por fin a los veintiún jefes de que hablasen entre sí, se encontraba ahora en una de las jaimas de juntas de Myrval, sentado con el propio Myrval a su izquierda, frente a un brasero encendido en torno al cual había varias pantallas en las que aparecían los rostros de los otros jefes.

—Lo que ya os he dicho a cada uno por separado —comenzó el Valet— lo repetiré ahora que estamos juntos. El rey Arch os mantiene sojuzgados gracias a las animadversiones que fomenta para que siempre estéis en guerra entre vosotros. Lo hace con el fin de evitar que aunéis vuestras fuerzas para plantarle cara, pues sabe que su poderío militar no bastaría para derrotaros si formaseis una coalición contra él.

—Eso es una locura —dijo el jefe sirk—. Ayer mismo, un espía de confianza me reveló que los fel creel se están concentrando detrás de las colinas blancas, preparando un ataque contra nosotros.

—¡Ésa es vuestra justificación para el ataque que mi espía de confianza dice que estáis planeando! —grito el jefe de los fel creel.

—No planeábamos ningún ataque hasta que nos enteramos del que planeabais vosotros.

—¡Lo mismo digo!

—Esto demuestra lo que os decía —interrumpió el Valet—. Es obvio que ninguno de vosotros atacaría al otro de no ser por la «información» secreta que habéis recibido. La tribu de los sirk podría seguir ocupándose de sus asuntos en paz, y los fel creel también.

—¡Cierto! —dijeron los jefes sirk y fel creel.

—Pero la información que ambos recibisteis era falsa —explicó el Valet—. Procedía directamente del rey Arch, cuyo objetivo era convertiros en enemigos acérrimos. Del mismo modo, la «información» que filtraron a los catabrac sobre una emboscada inminente por parte de los shifog era falsa, al igual que el informe recibido por los shifog según el cual los catabrac estaban acumulando armas para aniquilarlos.

Los jefes catabrac y shifog, sorprendidos, se pusieron a murmurar; ninguno de ellos había mencionado esos informes a nadie salvo a los miembros más discretos de su clan.

El Valet se dirigió al jefe gnobi:

—Myrval, te aseguro que Gerte de la tribu de los onu nunca ha dicho que tu hija parezca hecha de excrementos de maspíritu ni que su personalidad sea tan repugnante como su físico. Yo estaba presente cuando el rey Arch se sacó de la manga esa desagradable calumnia.

Myrval se quedó callado. Todos los jefes tribales se lanzaba miradas furtivas entre sí, sin saber muy bien que creer.

—Tal vez esté diciendo la verdad —admitió el jefe maldoide.

—¿Cómo si no iba a saber las palabras exactas del insulto? —dijo Myrval—. Nunca se las he repetido a nadie, ni siquiera a Gerte, pues suponía que se acordaba de su vil injuria.

—Me alegra comprobar que ahora gozo de mayor credibilidad entre vosotros —dijo el Valet—. Y ahora, como enviado de Roja de Corazones, quiero proponeros que os unáis bajo sus órdenes para combatir contra Arch. El rey sería derrotado y, a cambio de ayudaros a tomar el control de Confinia para que la gobernéis entre todos en igualdad de condiciones, Roja sólo os pide que libréis bajo su mando otra guerrita de nada, contra las fuerzas de Alyss de Corazones, para que pueda recuperar el trono de Marvilia.

—Con perdón —dijo Myrval—, ahora que nos has revelado los métodos de Arch, ¿por qué habríamos de ponernos al servicio de Roja si podemos luchar contra Arch sin su ayuda?

—Porque, para hacer frente a Arch por vuestra cuenta —respondió el Valet— tendréis que elegir un líder entre vosotros. Es sólo una suposición, pero creo que habría más de una pequeña discusión para decidir cuál de vosotros es el más capacitado para dirigir a los otros. Con Roja al mando, todos seréis iguales.

—Con Roja al mando, todos seremos iguales —repitió el jefe maldoide, animado.

—Roja de Corazones no es conocida precisamente por cumplir su palabra —objetó el jefe de la tribu awr—, pero aun suponiendo que aceptemos esta propuesta, y ella deje Confinia en nuestras manos, como promete, tendríamos que lidiar con ella como reina de Marvilia. Sería una vecina peligrosa.

—Gobernó Marvilia durante trece años sin causarle demasiados problemas a Arch —dijo el Valet—. Os exhorto a no desaprovechar esta oportunidad de conquistar una libertad auténtica.

—¿Y por qué de pronto muestra Roja tanto interés por nuestra libertad? —inquirió el jefe kalamán.

—Su Malignidad Imperial está interesada ante todo en recuperar la corona. La forma más sencilla de conseguirlo es contrataros como ejército de mercenarios. Por fortuna, el acuerdo puede ser tan ventajoso para vosotros como para ella.

—Nos gustaría discutir el asunto en privado —dijo el jefe glebog.

—Por supuesto. —El Valet se puso de pie para marcharse—. Pero dejad que os diga una cosa más antes de dejaros para que toméis vuestra decisión. Si aceptáis la propuesta de Roja, afrontaréis la incertidumbre de un futuro que estará en vuestras manos, al menos en parte. Pero si la rechazáis, os condenaréis a seguir como hasta ahora, sin otra libertad que la de guerrear unos contra otros mientras Arch viva. —El Valet salió de la tienda mientras sus palabras, las más sabias que había pronunciado en la vida, quedaban flotando en el aire, tras él.