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Los soles gemelos de Marvilia ya habían salido enteros sobre el horizonte, iluminando a contraluz el perfil de Marvilópolis con los rayos dorados del alba. En el patio del palacio, los girasoles plantados alrededor del monumento a los caídos en la guerra bostezaban y se sacudían el rocío. Dodge, completamente despierto pese a haber pasado la noche en vela, estaba de pie ante la tumba de su padre.

—En todo lo que hago, padre, aspiro siempre a estar a tu altura. Sé que mi conducta afecta a tu buen nombre y, pese a mis errores, espero que estés orgulloso de mí.

La planta de la Otra Vida, que crecía en el mantillo de la tumba del juez Anders —cuya flor era una reproducción perfecta del amado guardia—, se meció en su tallo.

—Pero esta idea de que debo tener siempre presente el lugar que me corresponde en relación con mi reina… —Dodge prosiguió—: Quiero a Alyss, padre. ¿Por qué la obliga su posición a mostrar preferencia hacia los pretendientes de linaje noble, que no han hecho nada más que ganar la lotería del nacimiento? No voy a dejar de escuchar a mi corazón sólo porque no se considere decoroso que un guarda esté enamorado de su reina. Espero que lo comprendas.

Por primera vez aquella mañana, Dodge miró directamente a la complicada flor de la planta de la Otra Vida; los pétalos traslapados que formaban los pómulos que le eran tan familiares, las pestañas de pistilos. Incluso las flores de los ojos reflejaban fielmente el color de los iris del juez Anders, azul turquesa.

—Te echo de menos, papá.

Sonó poco convincente, inadecuado. Eran palabras a las que se les había asignado la tarea imposible de expresar la tragedia de una familia. «Te echo de menos».

Se secó los ojos. Los girasoles se sorbían la nariz, conmovidos, y uno de ellos elevó la voz en una canción, una melodía que evocaba en cierto modo la hermosa melancolía de la pérdida, de la supervivencia frente a lo que parece un dolor insoportable.

—Dame la sabiduría y el valor para enfrentarme al futuro, venga lo que venga —rezó Dodge.

Las cocinas y los pasillos de servicio eran un hervidero de rumores sobre la deserción de Somber, pero Alyss, a solas en la suite real del palacio, había dejado de espiarlo. Había averiguado muy poco a través de sus observaciones a distancia del bonetero, en las que, invariablemente, lo veía participando en alguna actividad lúdica con el rey de Confinia, aparentemente no demasiado preocupado por la seguridad de Molly.

«Eso significa que o Molly está a salvo o él está haciendo lo más conveniente para cerciorarse de que lo esté. No voy a darlo por perdido, y menos teniendo en cuenta que puso en peligro su vida tantas veces para defender la de mi madre y también la mía».

Su madre, Alyss contempló el espejo que colgaba sobre la jofaina cincelada a mano.

«Dijiste que siempre estarías junto a mí, al otro lado del cristal».

—Debo de estarme equivocando de espejos —dijo Alyss en voz alta. En uno de los salones, se acomodó en una silla flotante. Se puso el legajo de cartas de Dodge en el regazo, y sacó la primera de ellas:

Alyss:

Hoy habrías cumplido catorce años si estuvieras viva. Feliz cumpleaños. Ahora mismo no estoy demasiado enfadado por lo que nos ha pasado, no sé por qué. Seguro que Jacob diría que es porque es imposible estar enfadado todo el tiempo, pero no tiene razón. Mañana, o a lo mejor incluso antes, volveré a sentir toda la rabia y todo el dolor. De forma absoluta, corroyéndome por dentro. Creo en mi rabia y en mi dolor. Los necesito para sobrevivir durante el tiempo suficiente para matar al Gato. Después de eso, me da igual lo que pase. Sobre todo ahora que tú y padre ya no estáis.

Las cartas no tenían fecha; era imposible saber en qué orden las había escrito Dodge. Alyss eligió al azar.

Mi mejor amiga:

No puedo vivir de acuerdo con los principios de la Imaginación Blanca, ni siquiera según el código de honor de los guardias que mi padre y yo tanto respetábamos. Intenta entenderlo. No es que no crea en ellos, sino que no puedo darme el lujo de creer. El Gato debe morir, y morirá. De todos modos, Marvilia no es una ciudad a la que le importen los códigos de honor. Si yo me guiase por un código, mis actos se volverían previsibles. El enemigo se aprovecharía de ello y acabaría conmigo. No existe tal cosa como una muerte honrosa. La muerte es la muerte. Pero tiene gracia que la supervivencia y la venganza requieran las mismas condiciones: la ausencia de códigos de honor, de principios supuestamente elevados y de compasión. ¿Me reconocerías a estas alturas, Alyss? Evito los espejos, pues no quiero ver mi imagen reflejada.

Otra carta tenía manchas que podían ser de té o algo peor.

Alyss:

Hay quienes aún me consideran joven, pero me siento tan viejo como Jacob después de todo lo que he pasado. Esta mañana, temprano, una sección de alysianos cayó en una emboscada cuando llevaba provisiones al cuartel general. Yo iba con ellos. Creía estar acostumbrado a ver sangre, pero cuando es la de tus amigos… Hoy he perdido a unos cuantos. ¿Qué clase de vida llevo, cuyo único propósito es quitarles la vida a otros? No quiero creer que haya cambiado tanto. Quiero creer que, en algún lugar, debajo de toda esta ira, sigue estando el Dodge Anders a quien solías tomarle el pelo por su admiración hacia los guardias y los boneteros, y que se sentía absolutamente aturdido de merecer las atenciones de alguien como tú, heredera de un reino y guardiana de mi corazón.

Le resbalaban lágrimas por las mejillas. Alyss plegó las cartas y las devolvió al legajo. «Se supone que las reinas no deben llorar tan a menudo como lo hago yo, y menos aún las reinas guerreras, pero ¿cómo puedo…?».

—Alyss.

Echó una ojeada al espejo en la pared tras ella: nada salvo los reflejos que cabía esperar. En el espejo colgado sobre la jofaina tampoco vio otra cosa que los reflejos de siempre.

—Debes de haberte equivocado —dijo una voz masculina—. No la veo.

—No me he equivocado. Ella está aquí.

Las voces, que eran las de sus padres, parecían proceder de una polvera abierta que estaba en una mesa arrimada a la pared.

—Cuando los hijos son adultos —reflexionó Nolan—, quieren tener el menor trato posible con sus padres. Ay de nosotros, cuya hija nos considera una visión lamentable.

Alyss se acercó a la mesa y vio el rostro de su madre, que ocupaba casi todo el espejo de mano de la polvera.

—No os considero una visión lamentable —repuso.

La cara de Nolan apareció de golpe en el cristal.

—¡Alyss!

—Padre. Os echo de menos a los dos todos los días. Llevo tanto tiempo mirando mi propio reflejo, con la esperanza de veros, que empiezo a aborrecer mi aspecto.

—¡Imposible! —exclamó Nolan—. Eres preciosa. Y tengo entendido que un apuesto guardia opina lo mismo.

Alyss bajó la vista a su falda, con timidez.

—Pareces cansada —señaló Genevieve.

—Estoy bien.

—Incluso en momentos de crisis, debes descansar.

—Estoy bien, mamá.

Nolan salió del campo visual a causa de un empujón, y el rostro de Genevieve volvió a llenar el espejo de mano.

—Alyss —le dijo con ternura—, siento mucho que estas enormes responsabilidades hayan recaído sobre ti.

—No es culpa tuya, mamá. Te asesinaron.

—Pero tal vez debería haberme preparado mejor contra el ataque de Roja. Hay veces que desearía que hubieses nacido sin un don especial, en el seno de una familia marviliana común y corriente. Es una debilidad por mi parte, lo sé, desear un pasado imposible. ¿Qué habría sido de Marvilia si no fueras quién eres?

—Tengo más debilidades de las que crees, madre. Últimamente pienso con frecuencia que mis sacrificios, los sacrificios de todos, no han valido la pena.

—No puedes desentenderte de los dones con los que naciste. Te debes a tu reino, por encima de todo.

—Procurar el máximo bienestar posible al mayor número posible de ciudadanos —añadió Nolan, apretujándose junto a su esposa para que Alyss lo viera—. No puedes poner en peligro a Marvilia para salvar a uno solo de ellos, aunque se trate de tu guardia favorito.

—¿Desde cuándo llevar la corona implica que se me diga lo que no puedo hacer? —farfulló Alyss. Sin embargo, al ver que su madre se disponía a sermonearla, se apresuró a agregar—: ¿No estaríais más cómodos en un espejo más grande? ¿Qué os parece el que está junto a las sillas flotantes?

Genevieve sacudió la cabeza, y su sien topó con la de su marido.

—Estamos bien.

—La mar de cómodos —convino Nolan—. ¿Notáis ese olor? —Las ventanas de su nariz se ensancharon para aspirar el aroma dulce y terroso que había penetrado en la habitación.

—Significa que es hora de que nos vayamos —suspiró Genevieve.

La pareja se volvió de espaldas a Alyss y se alejó caminando de la mano hacia el fondo del espejo, encogiéndose en la distancia hasta desaparecer por completo. El olor se había vuelto acre. Una nube de humo azul entró flotando desde la alcoba, donde Alyss encontró a la oruga azul enroscada confortablemente en torno a su narguile, en un extremo de la cama de Alyss.

—Azul —dijo Alyss—, es un honor para mí contar con tu compañía, y sólo desearía que hubieses venido más a menudo, pues de ese modo no interpretaría tu visita como un mal augurio.

—Ejem, ejem, ejem —barbotó Azul, exhalando una vaharada que formó en el aire la palabra «Vaya». Le dio unas caladas a su pipa de agua durante un rato, y el suave «peh, peh, peh» de sus labios era el único sonido que se oía en la habitación—. Yo, una oruga de tamaño descomunal, te revelaré algo sobre ti misma que aún no sabes —dijo al cabo. Su boca despidió otra nube que por unos instantes adoptó la apariencia de una mariposa antes de transformarse en un batiburrillo de imágenes: Roja forcejeando con un cristal en forma de llave de cerrajero, con Jacob a su lado…, o no, se trataba sólo de un ejemplar de la especie de los preceptores; el rey Arch dándole un tirón al bigote de una oruga incolora; Roja empuñando un cetro cubierto de polvo y carcomido por el tiempo. Entonces la nube volvió a convertirse en una mariposa, que plegó las alas y…

Alyss se despertó. Apenas percibía un toque de dulzor en el aire. Azul se había ido, y Dodge estaba sentado al borde de su cama.

—¿Hueles eso? —le preguntó ella.

Él asintió.

—Una oruga ha estado aquí.

Alyss se incorporó, irritada.

—Y si Azul tenía algo que comunicarme, ¿por qué no me lo ha dicho directamente? ¿Por qué complica las cosas con todas esas escenas y símbolos inexplicables? No me extraña que muchos marvilianos crean que los oráculos no sirven para nada.

—Pero tú no crees eso, Alyss. ¿Qué te ha mostrado?

A pesar de las advertencias de sus padres, a pesar de que estaba de acuerdo con Dodge sobre la imposibilidad de protegerlo de sus propios impulsos destructivos…

«No quiero contárselo». No, porque, en el mejor de los casos, el aviso de la oruga significaba que Roja pronto regresaría a Marvilia. O que ya había regresado.

—Me ha dicho que me revelaría algo sobre mí misma y luego he visto al rey Arch intentando arrancarle un bigote a una oruga. —Intentó localizar a Roja con el ojo de su imaginación, pero como no sabía dónde buscar, era como llamar al azar a una puerta de Marvilópolis y esperar que le abriese su tía.

—¿Eso es todo? —preguntó Dodge.

—Sí.

—Debemos informar a Jacob y al general —dijo él, poniéndose de pie. Pero antes de marcharse, se detuvo en la puerta y transmitió la noticia que lo había llevado a la suite en un principio—: Ninguno de los naipes soldado que vigilan el estanque de las Lágrimas se ha puesto en contacto con el alto mando. No contestan las llamadas de sus comunicadores especulares. Han enviado al caballo y la torre al estanque, y pronto tendremos noticias de ellos.

Roja. O sea que Dodge sabía que ella le había mentido y se estaba preparando para un enfrentamiento. Ella quería explicárselo —¿explicarle qué, exactamente?—, pero no encontraba las palabras, y su mentira quedó flotando pesadamente en el aire entre ellos, como niebla.