Roja estaba en la sala medieval del palacio de Cristal, recostada en un banco de piedra y hojeando distraídamente Alicia en el País de las Maravillas mientras ejercitaba su imaginación; alrededor de ella varias Rojas de Corazones traslúcidas ejecutaban flexiones de rodillas, de espalda y estiramientos de los tendones, pero se desvanecieron en la nada cuando el Gato entró saltando con un gran saco de arpillera al hombro. Sin soltar apenas un maullido, el asesino felino desato el saco y tiro su contenido a los pies de su ama. De él cayó un hombre que se quedó mirando en derredor con los ojos muy abiertos, encogido, como si temiese que lo golpearan. Al ver a Roja, se abrazó las rodillas contra el pecho para ocupar el menor espacio posible, y se puso a murmurar una plegaria incesante.
—¿Eres Lewis Carroll? —le preguntó Roja.
—S… soy Charles D… D… Dodgson.
A Roja le tembló un párpado, cosa que, como bien sabía el Gato, preludiaba la violencia. El sicario le dio a Dodgson un golpecito en el cogote con la pata.
—Explícate —le ordenó.
El profesor de matemáticas del colegio universitario de Christ Church se frotó la cabeza y contestó haciendo un mohín.
—Soy Ch… Charles D… Dodgson, también conocido como L… Lewis C… Carroll, autor del libro que tiene usted… en la mano.
—¿No eres capaz de decir la verdad ni cuando se trata de tu nombre? —dijo Roja—. Me parece perfecto. —Lo rodeó, estudiando como para asegurarse de que aquel ser apocado que tenía ante sí era realmente el responsable de inmortalizar a su sobrina en la Tierra, y le preguntó—: ¿Sabes quién soy?
—¿Una mujer algo borrosa con un d… disfraz e… espantoso?
Roja, que se lo tomo como un cumplido, se pavoneó como una dama en un baile.
—Es horroroso, ¿verdad? —Varias rosas salieron serpenteando de la espesura del vestido y orientaron sus flores dentudas hacia Dodgson—. Soy Roja de Corazones. ¿Te habló de mí mi sobrina?
—No conozco a s… su sobrina.
Roja se rió.
—Señor Dodgson, creo que ya ha quedado claro que eres un mentiroso consumado, tanto en persona como… —dio una palmada a la cubierta de Alicia en el País de las Maravillas—… por escrito. Es por tu talento por el que te he hecho venir. Tu talento y tu desafortunada decisión de escribir un libro sobre Alyss de Corazones, que, desgraciadamente para ti por partida doble, se ha hecho célebre en este insulso mundo. Pero no me mientas hombrecillo insignificante. Has conocido a mi sobrina, y yo no toleraré que ella me haga sombra ni en Marvilia, ni en la Tierra, ni en ningún otro sitio. Vas a escribir un libro sobre mí, Dodgson. Me inmortalizaras, tal como has hecho con Alyss. Y más vale que se vendan más ejemplares de mi libro que de esa sarta de tonterías que garabateaste sobre ella.
—P… pero si no sé nada sobre usted.
—Empezarás por escribir todo lo que mi sobrina te haya contado sobre su vieja y querida tía Roja. Lo demás… te lo inventas. —Roja se dirigió entonces a sus lugartenientes, que estaban alineados contra una pared, aguardando el momento que pudiesen serle útiles—. Señor Van der Skülle, llévate a este mi biógrafo a la sala griega, donde vivirá hasta que su manuscrito cuente con mi visto bueno. Encontrarás en la habitación los utensilios de escritura que necesitas —le dijo a Dodgson—. Quizá te percatarás de que, en cuanto entres en la sala, aparecerán gruesos barrotes en puertas y ventanas, pero no te preocupes. Sólo estarán allí para impedir que huyas.
Poco después de que Van der Skülle se llevara a empujones al reverendo Dodgson de la habitación…
—He encontrado uno, Su Malignidad Imperial —anunció Vollrath tras entrar en la sala, sin aliento—. Está cerca de aquí, en Cockspur Street.
Roja se volvió hacia sus lugartenientes.
—Sacrenoir, te dejo al mando hasta que regresemos. Por lo que respecta a los reclutas, debes alistar sólo a lo peor de lo peor, lo que, para mis fines, es lo mejor. Alistaire, Siren, venid con nosotros.
Fuera, en Cockspur Street, los peatones se dispersaron como ratas nerviosas cuando apareció Roja con Vollrath, el Gato, Alistaire Poole y Siren Hecht a la zaga.
—¡Allí! —dijo Vollrath, señalando un charco situado en un lugar donde no tenía por qué haber charcos: tras el escaparate de una papelería.
Sin vacilar o aminorar el paso, Roja hizo añicos el cristal, entró en el escaparate de la papelería y se dejó caer en el charco.
¡Sfuuush!
La corriente la succiono hacia abajo y la hizo desaparecer de la vista. Vollrath, el Gato, Alistaire y Siren la siguieron de inmediato. Si aquel descenso por las aguas multidimensionales que amenazaba con reventar los tímpanos del viajero afectaba a Roja, no se le notaba en absoluto. Tenía el rostro impasible, inexpresivo, y los ojos bien abiertos mientras se hundía a toda velocidad, cada vez más hondo.
Entonces llegó el breve momento de suspensión en las profundidades oscuras, y después la gravedad inversa del portal comenzó a surtir efecto, empujando hacia arriba a Roja y a sus subalternos con velocidad creciente hasta que…
¡Splush! ¡Fablash! ¡Splashaaa!
Salieron disparados del estanque de las Lágrimas hacia el cielo abierto, y casi al instante empezaron a llover cartas daga en torno a ellos y disparos de pistolas de cristal, que pasaban zumbando junto a sus cabezas. Antes de que Roja cayese de nuevo al agua, giró en el aire, con los brazos extendidos hacia los lados lanzando esferas generadoras con la punta de los dedos.
¡Huabuuuushkkkch! ¡Ba-ba-buuuuuzzzzchkchtt!
Se oyó el silbido del último disparo del enemigo. Los naipes soldado que vigilaban el estanque de las Lágrimas ya no existían.
—Sabrán que estamos aquí —dijo Vollrath, flotando en agua.
—No, no lo sabrán. —Por medio de su imaginación, Roja había desviado hacia el vacío todos los mensajes de advertencia que los soldados habían intentado transmitir al general Doppelgänger a través de sus comunicadores especulares.
Una vez en tierra firme, el Gato le siseó al estanque y se sacudió la detestable humedad de su pelaje. Roja, ahora que estaba en la misma dimensión que el Corazón de Cristal, se sentía más fuerte que en mucho tiempo. Gesticuló violentamente, y el sonido de fondo no tan lejano que Alistaire y Siren habían estado oyendo ceso de golpe.
—El bosque Susurrante —dijo el Gato.
—Aquí nadie va a susurrar sobre mí —declaró Roja—. Alyss no se enterará de mi regreso hasta que yo haya recorrido mi laberinto Especular, y para entonces más vale que Sacrenoir haya reunido en la Tierra el ejército que necesito para combatir contra ella y sus tropas, o me encargaré de que sus esqueletos hagan de él un tentempié de medianoche.
—Pero sabrán que hemos venido —insistió Vollrath.
Roja lo miro como si quisiera arrancarle la lengua de la cabeza.
—Las orugas —le aclaró el erudito—. Como pueden ver tanto el pasado como el futuro, sabrán que hemos venido y por qué.
El Gato se alisó los bigotes.
—En la época en que Su Malignidad Imperial detentó el poder por última vez —rememoró—, nos ordenó que acabáramos con esos gusanos trasnochados, pero cada vez que lo intentábamos, se lo veían venir y se escabullían hacia donde sea que se esconden los gusanos trasnochados para ponerse a salvo.
—Detesto la verdad —escupió Roja—, pero el Gato la está diciendo. ¿Por qué iban las orugas a quedarse sentadas y dejar que yo me acerque a ellas después de lo que he hecho? —le preguntó a Vollrath.
—¿No creéis en sus profecías? —inquirió el erudito, sorprendido. ¿Cómo era posible que un miembro de la familia de Corazones, que durante generaciones se había guiado por las profecías, no creyese en ellas?
—No me interesan las orugas ni sus predicciones —respondió Roja—. Que crea o no en ellas será irrelevante cuando esté en posesión del Corazón de Cristal.
—No si la profecía tiene que ver con el hecho de que consigáis o no el Corazón de Cristal —apuntó Vollrath con humildad.
—Cállate, preceptor. Para que estés más tranquilo, te diré que sí creo que si alguien puede decirme dónde está el Jardín de los laberintos Inacabados, ésas son las orugas. Y ahora responde a mi pregunta: ¿cómo asegurarnos de que me dejarán acercarme a ellas?
Vollrath se estrujó las meninges de albino en busca de una respuesta, frotando entre sí las orejas como las manos de un terrícola preocupado. Las seis orugas de Marvilia estaban al servicio del Corazón de Cristal, la fuente de energía de toda creación. En su mayor parte, se mantenían al margen de intrigas palaciegas o rivalidades políticas, y sólo se implicaban si creían que el Corazón de Cristal corría peligro. No les importaba mucho quién poseyera el cristal, siempre y cuando dejara que este irradiara libremente la imaginación, el impulso creativo y la inventiva a la Tierra y otros mundos.
—La última vez que gobernasteis —quiso saber Vollrath—, no intentasteis interrumpir de alguna manera el flujo de energía del Corazón de Cristal, ¿verdad?
—¡Por supuesto que no, insensato! No me serviría de nada poner en riesgo su poder.
—Bien —dijo Vollrath alegremente y en voz lo bastante alta para que las clarividentes orugas tomaran buena nota de ello—. Entonces, mientras prometáis no destruir o dañar el cristal, ni perturbar en modo alguno su flujo cuando hayáis recuperado el poder, estoy seguro de que las orugas accederán a recibiros. ¿Lo prometéis?
—Lo prometo —dijo Roja, echando humo.
—Excelente. —Por si no bastase con esto para garantizar la presencia de las orugas, y consciente de que sólo había una cosa a la que los oráculos no podían resistirse, Vollrath añadió—. ¡Cuando vayamos a verlas, llevaremos con nosotros muchas tartitartas!
El Gato oyó quebrarse una ramita tras ellos y dio media vuelta rápidamente, listo para saltar.
—¡En Roja confío! ¡El camino de Roja es el buen camino!
El Valet de Diamantes, que había echado el cuerpo a tierra en el instante en que Roja había emergido del estanque, había logrado sobrevivir al bombardeo desatado por ella mientras naipes soldado caían sin vida a diestro y siniestro. En cuanto hubo reconocido a los seres que nadaban hacia la orilla, había bajado corriendo para encontrarse con ellos.
—¡Allí donde va Roja, yo la sigo! —exclamó con un saludo marcial y salió de un arbusto cercano para acercarse a Su Malignidad Imperial.
—Salvo cuando eso implica saltar al Corazón de Cristal —gruñó Roja.
—No deberíamos dejar testigos —dijo el Gato.
—No, no deberíamos —convino Roja, y acto seguido, Gato derribó al Valet con una pata.
—Dejádmelo a mí —pidió Alistaire Poole con una sonrisa, extrayendo el escalpelo y la sierra para huesos de su maletín.
—No, a mí. —Siren Hecht abrió la boca, lista para utilizar el arma de su voz.
—¡Esperad! —gritó el Valet—. ¡Su Malignidad Imperial por favor! ¿Queréis matar al marviliano que más os puede ayudar?
Roja hizo una seña para indicarles al Gato, a Alistaire y Siren que aguardaran un momento.
—¿Qué le hace pensar a esa cabeza tuya de gordinflón que necesito ayuda de nadie? —inquirió.
El Valet se puso en pie con dificultad.
—Su Malignidad Imperial, no he podido evitar oíros cuando habéis salido a la orilla. Mentiría si afirmara que entiendo vuestras palabras sobre jardines y laberintos incompletos, pero os he oído decir también que consideráis que vuestro ejército en la Tierra no es lo bastante numeroso para luchar contra el de la reina Alyss…, es decir, vuestra sobrina traicionera. Sin embargo, yo puedo engrosar vuestras filas a reventar con las tribus de Confinia, las tropas más temibles que pueden encontrarse en este mundo…, aparte de los boneteros. Y los vitróculos. Y tal vez algunas piezas de ajedrez y…
—Continúa —lo conminó Roja.
—Bueno, si las veintiuna tribus de Confinia aunasen sus fuerzas contra Arch, su ejército no podría repeler el ataque. Pero los clanes no lo atacaran mientras él sea rey, pues los mantiene enemistados entre sí, haciéndoles creer mentiras que él les vende como información privilegiada y alimentando el odio de unos contra otros.
—Por eso lo respeto.
—Sí, pero yo convenceré a las tribus de que se unan bajo vuestras órdenes y se alcen contra Arch. Le diré que habéis prometido repartir Confinia entre ellos a partes iguales (cosa que podéis hacer o no, como gustéis) si ellos se enfrentan a las fuerzas marvilianas como vuestro ejercito. Podríais ser reina de Marvilia y de Confinia.
Roja se quedó callada, pensativa.
El Valet echo una mirada nerviosa a la relumbrante sierra de Alistaire.
—Y, esto… os he oído decir que queréis ir a ver a las orugas —prosiguió—, pero si lo deseáis, puedo introduciros de extranjis en Confinia sin que Alyss o su gente os descubra… Conozco un guardia que se deja untar la mano. Sé dónde se encuentra acampado en estos momentos el séquito real de Arch, y el viaje desde allí hasta el valle de las Setas no es muy largo.
—Tengo poderes suficientes para entrar en Marvilia sin tener que recurrir al soborno —repuso Roja con desdén.
—Por supuesto. Sólo quería decir que… —Cada vez más desesperado, el Valet se puso a gimotear—: ¡Señora mía! Como fruto de un plan para arrebatarle el poder a Alyss, el rey Arch traicionó a mis padres, que han sido enviados a las minas de Cristal. ¡Estoy en la ruina, sin amigos y sin pelucas! Sólo tengo una razón para quedarme en este mundo, un principio moral por el que regir mi vida: destrozarle la vida a Arch, tal como ha hecho él con mi familia.
—¿Por qué no lo has dicho antes? Sólo por ese motivo, dejaré que intentes llevar a cabo tu plan.
El Gato, que nunca había apreciado mucho al Valet de Diamantes, puso cara de resignación.
—Aun así, sigo dudando que seas capaz de convencer a las tribus de que luchen bajo mis órdenes —observó Roja.
—Y mi única motivación para vivir será demostrar que vuestras dudas son infundadas, Su Malignidad Imperial.
—Esperemos que lo consigas. —Roja se volvió hacia los demás con un ademán que supuestamente era de campechanía, y dijo—: Ya lo veis, no tengo reparos en ayudar a un pobre desdichado venturado a encontrar un nuevo propósito en la vida… siempre y cuando me beneficie, claro está.
Al día siguiente, el Valet de Diamantes salió al frente de Roja y su comitiva de las sombras de los acantilados de Glif, en Confinia. El campamento real de Arch se divisaba a una distancia media.
—Os dejaré sola para que os presentéis al rey —dijo el Valet haciendo una reverencia ante Roja—. Más vale que no me vea.
—Te doy exactamente siete ciclos de la luna de Turmita para que lleves a término tu plan —le informó Roja—. Si valoras el estado de conciencia, no falles.
—Cuando volvamos a encontrarnos, las tribus de Confinia estarán a vuestra disposición —prometió el Valet, y, tras hacer unas cuantas reverencias más, se marchó a toda prisa.
Roja lo observó alejarse de vuelta hacia los acantilados Glif. Luego se volvió y, seguida por Vollrath, el Gato, Alistaire y Siren…
—Venid —dijo mientras echaba a andar hacia el campamento de Arch—. Es hora de visitar a alguien a quien consideraba mi amigo, en la época en que me interesaba tener amigos.