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Arch había descubierto hacía tiempo que su mejor defensa consistía en protegerse contra lo que él haría si fuera su propio adversario. De haber estado en la situación de Somber —que se había llevado una gran impresión al encontrarse con Weaver y cuya hija estaba prisionera—, Arch habría tomado la misma decisión del bonetero; él también se habría unido a la tribu. No obstante, se recordó el rey a sí mismo, este acto por parte de Somber no debía interpretarse como una muestra de lealtad auténtica.

Si él hubiera sido Somber, lo habría hecho con el fin de ganar tiempo para averiguar lo máximo posible sobre el paradero de Molly y para ponerse al día con Weaver. Haría todo lo que le ordenaran hasta el momento en que estuviera en condiciones de llevar a cabo el rescate de Molly. Convencido de que Somber tramaba lo que él imaginaba, Arch no dejaba al bonetero ir a ningún sitio sin vigilancia. Somber comía con Ripkins y Blister y dormía en un catre en la misma jaima que ellos.

En las ocasiones en que le concedían permiso para charlar con Weaver, siempre había un ministro de inteligencia cerca, observando, escuchando. ¿Era imprudente dejar que el bonetero conversara con Weaver? Arch no creía que lo fuera. Por el contrario, el afecto que él mismo le había mostrado a Weaver y la «amistad» que había surgido como consecuencia podían confundir a Somber, socavar su firme lealtad hacia el clan de Corazones hasta que, en aras de la seguridad de su familia, acabara por aceptar a Arch como su rey. Somber podría pasar de fingir fidelidad hacia él a profesársela de verdad.

—¿Sabes qué es esto? —preguntó Arch. Levantó el hilo de seda en alto, sujetándolo tirante entre sus manos. El hilo destellaba bajo la luz. Si el bonetero sabía qué era, no lo dijo—. Es seda producida por una de las seis orugas oráculo de Marvilia —explicó Arch—. Me parece que ésta (cuesta distinguirlo en esta luz) es de color naranja. Sé que estás familiarizado con las cualidades de la seda de oruga, Somber, así que es inútil que intentes disimular.

—Mi chistera está hecha en parte de esa seda.

—Así es. Tu chistera contiene hilos de las orugas azul y morada, que son los que le confieren sus propiedades extraordinaria como arma. Como ves, sé cosas que no esperabas que supiera. La hiladora que enseñó a los boneteros a fabricar sus sombreros de ese modo… ¿cómo se llamaba?

—La señorita Hado.

—La señorita Hado, eso es. Pobre señorita Hado. Cuando Roja tomó el control de Marvilia, no duró mucho más tiempo que la reina Genevieve. Sin embargo, pese a la determinación de Roja de borrar a los boneteros de la faz del mundo, fue algo descuidada a la hora de deshacerse de sus sombreros. Si hubieras conseguido eludir a los vitróculos después del golpe de Estado de Roja, Somber, podrías haber visitado a los numerosos contrabandistas de Marvilia y comprado los sombreros de tus colegas de la Bonetería asesinados. Eso sí, habrías tenido que darte prisa, pues no habrías sido el único comprador. La oferta de sombreros de la Bonetería, que nunca había sido muy abundante, se volvió cada vez más limitada a medida que algunos marvilianos los deshilaban, tratando de descubrir cómo funcionan los hilos de oruga. Supongo que nadie lo consiguió, pues de lo contrario ya lo sabríamos.

—Sin duda vos lo conseguisteis, Majestad —dijo Somber—, pues de lo contrario yo no estaría aquí.

Arch jugueteó con su hilo de oruga, enrollándoselo en un dedo y desenrollándolo.

—No me sonsacarás más información de la que estoy dispuesto a revelarte. Te la suministraré poco a poco, en cantidades pequeñas, del mismo modo que vuestras orugas segregan la seda por su hilera. Te diré lo mínimo imprescindible para que realices la tarea que te encargaré. Y ahora, veamos, ¿qué otra cosa te sorprendería que yo supiera?

Al intentar colegir los detalles del plan de Arch, Somber había llegado a la conclusión de que, en efecto, había sido una casualidad. Arch no habría podido traer a Weaver a Confinia como parte de la trama que estaba urdiendo. Para ello, el rey habría debido estar al tanto de la relación entre Weaver y él antes de que ella se marchara del cuartel general de los alysianos en el bosque Eterno con rumbo al Pico de la Garra. Habría tenido que convencer a Weaver de que abandonase a Molly en el campamento y emprendiese un viaje peligroso hasta el Pico de la Garra, o bien saber de antemano no sólo que ella tenía la intención de hacer eso, sino cuándo pensaba hacerlo. Y, por muy astuto que fuera Arch, ninguna de estas alternativas era factible. Ripkins se había topado con Weaver en el Pico de la Garra, y Arch, al enterarse de quién era, había cultivado una relación con ella por si algún día pudiera resultarle útil. Y era obvio que ese día había llegado.

—Sé —prosiguió Arch— que el emplear seda de oruga para tejer un sombrero de bonetero, la mezcla de colores y la cantidad que se utiliza de cada color son determinantes para dar sus propiedades especiales a la prenda. Sé que el tipo de punto con que se entretejen los hilos es igual de importante. En otras palabras, las combinaciones diferentes de seda de oruga producen armas diferentes. Por ejemplo, cuando coges un poco de hilo verde y un ovillo de hilo amarillo del tamaño de un guijarro y los entrelazas con punto de mariposa, más vale que tengas un recipiente revestido de circonio donde meterlo, pues habrás obtenido algo no muy distinto de lo que inutilizo recientemente el Continuo de Cristal de Marvilia. También sé que a cada uno de los boneteros se les enseño a fabricar su propio sombrero, pues se creía que debíais dar a luz, por así decirlo, el arma que se convertiría en una prolongación de vosotros mismos.

—Vuestros conocimientos están a la altura de vuestra autoridad, Majestad —lo alabó Somber.

—Y todos los sombreros de la Bonetería estaban formados por un par de tramos de hilo de oruga, como máximo. Con frecuencia eran de un solo color, ¿no es cierto?

—Hasta donde yo sé, sí. Mi experiencia se limita a la confección de mi chistera.

—Somber, ¿y si te dijera que tengo seda suficiente de las seis orugas oráculo de Marvilia para tejer sombreros de la Bonetería durante generaciones?

Somber no dijo nada, esperando que Arch respondiera a su propia pregunta. ¿No pretendería que el bonetero más destacado de su época se quedara sentado fabricando chisteras para las fuerzas de Confinia?

—¿Estáis seguro de que no son falsos, Majestad? —preguntó al fin.

—Estoy seguro.

Se miraron por unos instantes en silencio.

—No me has preguntado cómo he llegado a acumular tanta seda de oruga, Somber.

—No es asunto mío, Majestad. Mi deber es hacer lo que ordenéis, demostraros mi lealtad y conseguir con ello la libertad de mi hija.

—No sé por qué insistes en creer que la libertad de tu hija está en mis manos —replicó Arch con el entrecejo fruncido—. Queda una cosa por hacer para que ADELA esté en perfecto estado operativo. Pronto cumplirás tu función, Logan, y entonces sabremos hasta dónde llega tu lealtad hacia mí.

La jaima de los guardaespaldas era una casa típica de solteros confinianos: en los catres había edredones de piel de unicornio, y todos los muebles eran de aleación de plata y cuero de diferentes animales. Buena parte del espacio dentro de la tienda estaba ocupado por una matriz de entretenimiento equipada con cabina de realidad virtual, holopantallas de 360 grados, un traje-mando y suficientes botones, diales e interruptores para marear al más experto en tecnología.

Somber estaba lavándose frente a la jofaina, preparándose para salir por la noche, mientras Ripkins lo observaba, repantigado en su catre con los pies cruzados y las manos entrelazadas tras la cabeza.

—¿Seguro que no tiene amigas? —lo pinchó Ripkins, poniendo los pies en el suelo e inclinándose para coger la chistera de Somber, que descansaba inocentemente sobre el catre del bonetero. Examinó su forro como un mercero inspeccionando el género de un competidor—. Porque yo daría lo que fuera por encontrar una relación profunda y duradera como la que tienes con Weaver. ¿Tú no, Blister?

Blister, sentado ante la mesa entre recipientes de comida para llevar y platos sucios, pellizco la última hoja de una rama de olivo que sobresalía de un jarrón hasta matarla.

—No —respondió.

—¿Qué tal estoy? —preguntó Ripkins, poniéndose la chistera de Somber en la cabeza.

El bonetero se volvió rápidamente y le asestó un manotazo al ala del sombrero, de modo que voló de la cabeza de Ripkins a la suya.

—Me sienta mejor a mí. —Se tiró de las solapas de la chaqueta, enderezó los hombros y se volvió hacia la salida para marcharse.

—Te conviene saber —dijo Blister— que fuimos bastante blandos contigo en el Cubil del Vicio.

—¿Ah, sí? —dijo Somber—. Qué irónico, porque yo fui bastante blando con vosotros. —Dicho esto, el bonetero salió de la jaima a la noche de Confinia.

Weaver lo esperaba fuera de la taberna Sala Viviente, así llamada porque sus mesas y sillas estaban tan vivas como los clientes. Somber levantó la guardapuerta para dejar pasar a Weaver y…

—Ah, los Logan —saludó su mesa habitual cuando entraron—. ¿Dónde desean que me coloque esta noche? Tenemos algo de espacio junto al bufé de halcones múgiles.

Los muebles de la Sala Viviente, hechos de cortezas de hidropónicas que se daban en las zonas pantanosas de Confinia, utilizaban las raíces desnudas que tenían en la punta de las patas para desplazarse, y las sumergían en tinas de agua cuando no estaban atendiendo a los clientes. Dos sillas se acercaron. Una de ellas, cruzándose con otros muebles enfrascados en tareas parecidas, llevó a Somber al bufé de la ribera, que ofrecía trece especies diferentes de pescados del río Bookie, mientras la otra silla transportó a Weaver a la barra de ensaladas. Después se reunieron ante la mesa habitual, que se había apostado cerca del bufé de halcones múgiles.

—¿Han avanzado en su intento de recuperar a su hija? —preguntó la mesa.

—No lo suficiente —respondió Weaver dirigiendo a Somber una mirada significativa.

—Siento mucho oír eso —dijo la mesa—, pero estoy segura de que las cosas saldrán bien, sobre todo si el rey Arch les ayuda. Bien, ¿qué desean beber?

Somber y Weaver se zambulleron de nuevo en el tráfico de sillas que iban de un lado a otro, para llenar sus copas. Cuando regresaron a su mesa, ésta guardó silencio, respetando su derecho a intimidad mientras cenaban. Sin embargo, Weaver parecía decidida a proteger su propia intimidad y se comió su ensalada, pausadamente, hasta dejar al fin el tenedor en el plato con un ruido metálico.

—Sé que has estado haciendo todo lo posible y que los ganmedas plantean exigencias absurdas…

Una expresión de sorpresa cruzó el rostro de Somber.

—Arch me mantiene informada —explicó Weaver—. El caso es que sé que no estás tan acostumbrado a negociar como a… a pelear, pero creo que al menos deberíamos pedir pruebas diarias de que Molly está bien, ¿tú no? Precisamente porque las exigencias de los ganmedas son tan exorbitantes.

—Me encargaré de ello —aseveró Somber, sin atreverse a decirle que los únicos ganmedas que había visto eran un par de sastres de Arch y que, de momento, no había entablado negociaciones con nadie, a menos que contara como negociación su entrevista reciente con Arch. De modo que, mientras Weaver, esforzándose por estar animada, le hablaba con orgullo de la madurez y la belleza de Molly, y de lo felices que serían cuando los tres viviesen juntos por fin como una familia, el bonetero se encerró en sus pensamientos.

Suponiendo que Ripkins se había topado con Weaver por casualidad en el Pico de la Garra, la pregunta era qué estaba haciendo allí el guardaespaldas. ¿Espiar el puesto fronterizo cercano? Era posible, pero no probable, ya que había muchos otros puestos marvilianos de igual o mayor importancia estratégica para Arch.

—¿Por qué sacudes la cabeza, Somber? —preguntó Weaver—. ¿No quieres contemplar siquiera la posibilidad de establecer nuestra residencia en Confinia? Sé que tienes responsabilidades para con la reina Alyss y la Bonetería, pero podríamos vivir aquí parte del año, ¿no?

—Tal vez.

Somber supuso que tenía algo que ver con ADELA, que Ripkins había acudido al Pico de la Garra para preparar la puesta en funcionamiento de esta arma. Él mismo no había visto nada fuera de lo normal durante la temporada que pasó en el Pico de la Garra, pero, por otra parte, tampoco había estado alerta por si veía seda de oruga. Pero ¿por qué pensaba en eso siquiera? No estaba en situación de partir en misión de reconocimiento al Pico de la Garra; incurriría en la ira de Arch y pondría en peligro la vida de Molly.

—Lo siento —decía Weaver—. No es mi intención quejarme ni echarte la bronca, es sólo que… estoy muy preocupada por Molly. Nuestra hermosa y pequeña Molly.

—Lo sé —dijo Somber—. Lo sé. Yo también.

No tenía elección. Debía quedarse allí, atrapado entre su deber para con su familia y su deber para con el reino, incapaz por el momento de cumplir con ninguno de los dos.