Dodge, que no solía entretenerse con recuerdos del pasado, estaba en su habitación de guardia examinando los pocos objetos que había rescatado del palacio anterior: un retrato de su padre que él había dibujado cuando tenía ocho años, un broche abollado que había pertenecido a su madre y un legajo de cartas que Dodge había escrito durante el reinado de Roja, pero que nunca había enviado.
Colocó el retrato en un lugar destacado de la repisa de la chimenea, trasladó la mesa del comedor delante del hogar encendido y puso en ella dos juegos de cubiertos y una jarra de zumo de alatierna. Ahora no le quedaba más que esperar.
—No se me da bien eso de esperar —dijo Dodge en voz alta.
Se había ofrecido voluntario a ir en busca de los de Diamantes, y Alyss había hecho caso omiso de él. Delante de todo el mundo. Para Dodge era importante que ella entendiera un par de cosas. Paseó la vista una vez más por la habitación, esperando encontrar algún otro preparativo que hacer, pero todo estaba en orden.
Bip, bip, bip, bip, bip.
Su comunicador especular sonó con la señal convenida. En cualquier momento, Alyss pasaría por el pasillo en dirección a los aposentos reales. Dodge se alisó las mangas de su chaqueta de guardia e irguió la espalda para ofrecer el aspecto más oficial posible. Caminó hasta la puerta y salió al pasillo.
—Reina Alyss, mis guardias han descubierto algo que creo que deberíais ver.
El rostro de ella se había relajado al verlo, pero frunció el ceño enseguida y apretó los labios, en tensión.
—Hemos encontrado pruebas de actividades sospechosas en el palacio —dijo Dodge.
—¿Qué clase de actividades?
—Tal vez os interese pasar por aquí y verlo por vos misma. Pido disculpas por adelantado por haceros entrar en la habitación de un guardia.
La guió a sus aposentos. El retrato infantil del juez Anders, los cristales de fuego en la chimenea, la mesa elegantemente dispuesta: Alyss parpadeó, desconcertada.
—¿Qué es todo esto?
—Me imagino, Majestad, que se trata del desayuno, pero no estaré seguro hasta que lo probemos.
Fue entonces cuando ella comprendió.
—Dodge —murmuró.
Un guardia entró con un par de recipientes tapados, los depositó sobre la mesa y se retiró. Dodge le acercó una silla a Alyss y, cuando ella se sentó, asumió el papel de anfitrión galante.
—En la fuente número uno —dijo— tenemos, si no me equivoco, tu plato favorito: el estofado misterioso del chef Blanchard, que he de reconocer que es delicioso, aunque no sepamos qué contiene. —Levantó la tapa del recipiente para servir, y una vaharada de vapor se elevó hacia el techo—. En la fuente número dos —le quitó la tapa al segundo plato haciendo un floreo—, tenemos pasteles semicocidos con virutas de chocolate.
—Mmmmm.
Dodge trasladó uno de los pasteles al plato de Alyss, le puso un cucharón de estofado y llenó su vaso con zumo de alatierna. Acto seguido, se sirvió y se sentó.
—¿Todo esto los has preparado tú? —preguntó Alyss.
—No he dejado siquiera que la morsa me ayude. Y se moría de ganas de ayudar.
—Todo es muy bonito, Dodge. Y está riquísimo.
Él la observó cortar un trozo de pastel con el canto del tenedor y llevárselo a la boca. Tenía ojeras, unas medias lunas perfiladas que hacían bulto en la parte inferior de sus cuencas oculares.
—¿Estás cansada?
—Casi siempre lo estoy.
Él asintió. Aún no había tocado su comida.
—Alyss, ¿te acuerdas de cuando éramos…? Creo que yo tenía nueve años, así que tú debías de tener seis, y jugábamos a guardias y doncellas.
—Me acuerdo perfectamente.
—Inventábamos muchos juegos, ¿verdad?
—Me gustaban más que la realidad… hasta ahora.
—Bueno… Creo que ya tienes edad suficiente para saber la verdad, Alyss. Solía dejarte ganar.
—¡Ja! Creías que cuando ganaba de verdad, era porque hacía trampa y usaba el poder de mi imaginación.
—Porque eso es lo que hacías.
Ella sonrió.
—Si te hace ilusión pensar eso…
Dodge removió el estofado en su plato.
—Además de acercarme a ti, el propósito de esos juegos era mejorar mis habilidades de combate para poder protegerte cuando hiciera falta, como correspondía a un guardia de palacio. Por eso tiene gracia que ahora seas tú quien intenta protegerme a mí.
La miró y ella se quedó inmóvil, con el vaso zumo de alatierna en los labios.
—¿A qué te refieres? —preguntó Alyss.
—Sobreviví a los trece años de tu ausencia con rabia y deseos de venganza en el corazón; incluso es posible que esos sentimientos me mantuviesen con vida. Preferiría que no me dominaran esas pasiones, pero no puedes esperar liberarme de ellas interponiéndote entre el Gato y yo.
Alyss guardó silencio y fijó la vista en los cristales de fuego del hogar.
—¿Crees que me precipité al atribuir a Roja el ataque de los vitróculos? —preguntó Dodge.
—Sí.
—Pues se ha confirmado que los vitróculos están fabricados en Confinia. Tal vez sí que saqué una conclusión precipitada. En ese caso, fue un error y lo reconozco. Hago lo posible por evitar que la venganza de prisa a mis actos, Alyss, pero… No sé. No puedo asegurarte qué es lo que haré si vuelvo a ver al Gato. Sólo sé que si he de superar mis ansias de venganza, debo ser yo quien lo haga, no tú ni nadie más.
—Lo siento.
—No te disculpes, es sólo que… todo el mundo sabe que yo estaba furioso tras el asesinato de mis padres. Pero había también… algo más. Llegué a creer que me pasaría la vida solo.
—Dodge, lo…
—No había por qué compadecerme por ello —se apresuró a decir él—. Las cosas eran así y punto. Pero cuando me enteré de que estabas viva… —Sacudió la cabeza—. No tienes idea de lo que suponía vivir bajo el régimen de Roja, Alyss. Era insoportable.
—Todos hemos soportado cosas que no habíamos imaginado.
—Casi todo en la vida es insoportable. Es insoportable y, sin embargo, lo soportamos. Eso es lo que creo. Pero ahora mismo, Alyss, estando aquí contigo, no es lo que siento.
Ella había estado esforzándose por no llorar casi desde el momento en que había puesto un pie en las habitaciones de Dodge, pero ya no era capaz de contenerse.
—Quizás un día —dijo—, cuando Molly esté a salvo y reine una paz que permita al reino gobernarse solo, podamos hacer un viaje juntos. Ir a algún lugar tranquilo. No hay motivo para no hacerlo, ¿verdad?
Dodge se abstuvo de decir lo que sabía con certeza: el reino jamás se gobernaría solo; siempre habría alguna emergencia que requeriría de la reina. Siempre las había habido. Y él sabía que Alyss lo sabía.
—Eres la reina y puedes hacer lo que te plazca —dijo en cambio. Del bolsillo interior de su chaqueta sacó su legajo de cartas y se lo tendió a Alyss por encima de la mesa—. Ten. Para ti.
—¿Qué son?
—Cartas que te escribí durante el reinado de Roja cuando creía que habías muerto. No son muchas. No gozaba de tranquilidad suficiente para escribir.
Alyss se quedó mirando el legajo.
—Todavía creo que es posible que Roja esté implicada —dijo Dodge—. Sería típico de ella hacer algo que no nos esperaríamos, como aliarse con Arch. ¿Qué harás con los de Diamantes?
—Ordenaré que los mantengan vigilados.
Dodge se levantó de su silla y se le acercó.
—Basta de temas desagradables. ¿Te ha gustado el desayuno?
—Me ha encantado —aseguró ella, alzando el rostro hacia él.
—Bien. Espero que sepas perdonar que un simple guardia se tome estas confianzas, pero… —Se inclinó y la besó en los labios.
—Podría hacer que te expedienten por eso —comentó ella, sonriendo.
—Sí, podrías.
La levantó, atrayéndola hacia sí, y la beso de nuevo. Todavía tenía los labios contra los de ella cuando Jacob Noncelo, cuatro generales Doppel y otros tantos generales Gänger irrumpieron en la habitación.
Dodge se apartó de su reina y se puso firme.
—¡Se ha ido! —gritaron los Doppel—. ¡Somber se ha ido!
—¿Cómo que se ha ido? ¿Adónde?
—Creemos que se dirige hacia Confinia… —empezaron los Gänger.
—… para rescatar a Molly la del Sombrero —terminaron los Doppel.
—Él no haría eso —replicó Alyss.
—Todos los naipes soldado que patrullan la barrera fronteriza han sido puestos sobre aviso —dijo Jacob—, pero no estoy seguro de que eso sirva de mucho.
Cuanto más reflexionaba Alyss sobre ello, más probable le parecía: Somber había ido en busca de su hija, contraviniendo sus órdenes expresas. «Hice bien en no enviarlo a él. Sus emociones empiezan a imponerse sobre su voluntad».
Jacob, Dodge y los generales aguardaban instrucciones, Alyss recorrió rápidamente la barrera fronteriza con el ojo de su imaginación, buscando a Somber, hasta que…
Allí estaba; saliendo de entre los árboles del bosque Eterno y acercándose a la barrera con zancadas decididas. Los civiles que tenían que pasar por la aduana, ocupados con su equipaje y sus pasaportes, no repararon en él hasta que se llevó las dos manos a la mochila y —¡fli-flink! ¡fli-flink, fli-flink, fli-flink!— prendió a los naipes soldado al suelo como si fueran especímenes expuestos ante un gigante curioso, con cuchillas clavadas en el uniforme pero no en la piel. El bonetero pasó la mano sobre uno de los tableros de mando que había en todos los puestos fronterizos oficiales; una abertura del tamaño de una puerta se formó en la impenetrable trama de ondas sonoras que separaba Marvilia del reino de Arch. Sin reducir el ritmo, Sombre Logan la atravesó y pasó al otro lado.