Los restos del público encopetado estaban apilados en el rincón, y los camareros estaban tardando más de lo habitual en limpiar, pues tenían que barrer el polvo en que se habían convertido los huesos de los muertos resucitados de Sacrenoir, y se paraban con frecuencia a mirar de soslayo a aquella mujer temible con su vestido de rosas dentudas y al pobre gato.
—¡A trabajar! —los reprendió Marcel—. ¿O queréis que maese Sacrenoir les dé a sus esqueletos a probar vuestra carne?
Los camareros intentaron concentrarse en sus escobas, pero apenas un minuto después, ya estaban lanzando miradas disimuladas al reservado junto al escenario, donde una nube escarlata flotaba sobre la mesa, con imágenes parpadeantes en su interior, mientras la mujer, taciturna, se las explicaba con pelos y señales a Vollrath y Sacrenoir.
—Lo que veis es el momento en que mi madre, con muy poco tino, me comunicó que yo no sería reina —se explayaba Roja.
En la nube, las imágenes proyectadas por su imaginación centellaban y desaparecían cómo relámpagos. Una versión de ella más joven y menos consumida por el rencor le estaba contestando con malos modos a la reina Theodora, a quien al parecer no le hacía gracia que le hablasen así, por lo que se marchó, dejando a su hija presa de un ataque de rabia inútil. La escena cambió y apareció Roja, avanzando por un pasillo en espiral. Estaba envejecida y demacrada por años de desdén, con la boca permanentemente torcida en un gesto de indignación.
—Ahí estoy yo, pudriéndome en el monte Solitario, mi hogar en el desierto Damero, una heredera de un reino reducida a heredera del insulto y la ignominia.
Se vio así misma salir a un balcón en lo alto del monte Solitario y arengar a los naipes soldado mercenarios y a los entusiastas de la Imaginación Negra congregados debajo.
—Ésos son los seres prácticamente inservibles a los que llamaba militares. Me constó un esfuerzo enorme forzarlos a integrar un ejército remotamente parecido al que merezco.
La escena cambió de nuevo. Los muros del palacio de Corazones se desmoronaban. Los soldados naipe de la reina de Genevieve caían como moscas, mientras Roja se paseaba por el campo de batalla sin sufrir el menor daño aquel día lejano en que había arrebatado el trono a su hermana. El gato, sentado junto a su ama en el reservado, se puso a ronronear. Pero entonces la nube reveló los aposentos privados de Genevieve y las cuchillas de la chistera de Somber que lo habían pillado por sorpresa y le habían costado una de sus vidas. Vio entonces lo que no había podido ver en su momento, cuando yacía muerto: Somber escapando por un espejo a con la Alyss de Corazones de siete años; Roja transformando su cetro en una guadaña y decapitando con ella a Genevieve.
—Mi sobrina huyó a través del estanque de las Lágrimas —les dijo Roja a Vollrath y Sacrenoir—, y por motivos que no vienen al caso, la di por muerta. —Las escenas siguientes se sucedieron con rapidez, como si ella empezara a impacientarse con el pasado—. Después de pasarme años moldeando Marvilia a mi capricho, como me corresponde por derecho de nacimiento, mi sobrina tuvo el descaro de emerger burbujeando del estanque de las Lágrimas, tras encontrar un charco portal que había descubierto aquí en la tierra.
Las espaciosas salas del monte Solitario cobraron forma en torno a la Alyss de Corazones de veinte años, ahora convertida en líder rebelde y vestida con el uniforme de tela basta de los alysianos. Tras una pared medio derruida, se alcanzaba a vislumbrar el Cristal de Corazones. Tía y sobrina estaban frente a frente, y entre ellas volaban cartas daga, esferas generadoras y arañas obús. De la punta del dedo de Alyss salió disparada una lanza de energía cuya punta enganchó a Roja, lo que permitió a la princesa estrellarla una y otra vez contra las paredes de la sala. Con un esfuerzo de la imaginación, Roja se liberó y se enfrentó a Alyss como una púgil carente del don de la imaginación que no tenía otro remedio que atacar físicamente a su rival. ¡Clang! Los cetros entrechocaron, y justo cuando la derrota de Roja parecía inminente, ella y el Gato hicieron lo que ningún marviliano se había atrevido a hacer: saltar al interior del Corazón de Cristal.
—Ese día yo estaba resfriada y no tenía tanto poder como de costumbre. De lo contrario, Alyss no habría salido tan bien librada —se justificó Roja, en el reservado, la última imagen se desvanecía. Sopló hacia la nube, que se alejó flotando hacia el interior de la cripta—. ¿Ha habido jamás algún soberano perverso que padeciese más que yo? Lo dudo.
—Circulan rumores de que se podría viajar a Marvilia a través de unos charcos determinados —dijo Vollrath—, pero hasta que habéis mencionado a Alyss, hace un momento, yo creía que nadie había comprobado la veracidad de eso rumores.
—¿Por qué habríais de hacerlo? ¿Qué os esperaba en la Marvilia de mi hermana sino una vida anónima en una sociedad incapaz de apreciar vuestro talento? Y eso mismo es lo que os esperaría ahora, mientras Alyss siga siendo reina. Pero vuestra salvadora ha llegado: yo. Por primera vez, los marvilianos condenados a vivir en este mundo de pacotilla cuentan con alguien lo bastante poderoso para guiarlos de regreso a su patria. Y, en recompensa por ayudarme a recuperar la corona, yo les permitiré vivir libres de los castigos que les impusieron los tribunales estrechos de miras de Marvilia.
—Sólo en esta ciudad conozco a cientos de personas que estarían ansiosas por ponerse a vuestros pies —dijo Sacrenoir.
Roja se apartó de la mesa de un empujón y se levantó.
—Llévame a ellos. O me juran lealtad, y, con un poco de suerte, sobreviven a mi guerra inminente contra las fuerzas de Alyss, o los mato en el acto.
—Vuestra impaciencia es una virtud —la alabó Vollrath, inclinando sus orejas hacia adelante en señal de súplica—, pero para que no llaméis demasiado la atención de los terrícolas, tal vez os interesaría contemplar la posibilidad de cambiar de atuendo. Ya resulta un tanto inconveniente que tengáis los contornos algo borrosos, pero es que además…, bueno, una toga de rosas animadas no está precisamente de moda en esta época.
—¿No te gusta mi vestido?
Los tallos de la prenda de Roja se alargaron hacia el preceptor, con las bocas de pétalos abriéndose y cerrándose amenazadoras.
—No se trata de eso, Su Malignidad Imperial. Los terrícolas no os entenderán. Al no entenderos, se asustarán y enviarán a sus insignificantes autoridades a apresaros.
—¡Ja!
—Fracasarán, naturalmente. Ése no es el problema, sino que tendréis que desperdiciar tiempo y energías en ellos en vez de concentraros en destruir a vuestra sobrina. Dudo que la mejor forma de lograr vuestro objetivo sea repartir vuestra fuerza en muchos frentes, pues, cuando llegue el momento de entablar batalla con Alyss, tal vez no estéis en el punto álgido de vuestro poder. Por lo que decís, me parece que no debemos subestimar a vuestra sobrina.
Si Vollrath se había graduado del Cuerpo de Preceptores era por algo.
—No me gusta cuando un razonamiento sólido se opone a mis deseos —siseó Roja.
—Os pido disculpas, Su Malignidad Imperial, y procuraré que no ocurra demasiado a menudo. Sin embargo, tal vez os interese también camuflar a este felino de aspecto más bien intimidador con el viajáis.
—El Gato tiene su propio camuflaje —contestó Roja, y le indicó al gato—: Enséñaselo.
El gato se encogió hasta transformarse en un gatito, maulló y luego volvió a su imponente forma humanoide.
—¡Qué ingenioso! —exclamó Sacrenoir con entusiasmo—. Su Malignidad Imperial, os buscaré una vestimenta adecuada entre la ropa de mi público reciente. Algo que no esté demasiado roto ni ensangrentado.
—No me molesta la sangre, siempre y cuando no sea mía.
El mago regresó con un vestido que llevaba las marcas de la muerte de su propietaria anterior: el encaje estaba desgarrado, y la seda, antes brillante, manchada con tierra y cosas peores.
—Os dejaremos sola mientras os vestís —dijo Vollrath, y corrió la cortina del reservado para dar a Roja algo de intimidad.
El gato saltó al pie del escenario y satisfizo su deseo repentino de lavarse. Los camareros interrumpieron sus tareas para mirarlo, aprovechando que Marcel estaba ocupado revisando los recibos de la noche con Sacrenoir. Y aunque Vollrath también tenía la vista fija en el Gato, apenas se fijó en la criatura. Estaba repasando en su mente todo lo que Roja había revelado sobre su historia, buscando en el relato detalles de los que pudiera servirse para hacerse más necesario a ojos de la maestra de Corazones y, por consiguiente, más merecedor de la recompensa. En lo que había oído faltaba un dato esencial. Se acercó al reservado y le habló a Roja a través de la cortina.
—Su Malignidad Imperial, para sacarme de mi ignorancia, ¿os importaría decirme cuándo vuestra madre os excluyó de la sucesión? ¿Fue antes o después de recorrer vuestro laberinto Especular?
—Antes —respondió Roja con la voz tensa—, pero habría podido recorrerlo hasta el final si hubiera tenido subalternos con la décima parte del intelecto de Jacob. Había conseguido la llave para el laberinto, pero nadie fue capaz de hacerlo funcionar.
Las orejas de Vollrath adquirieron el aspecto de seres pequeños acurrucados de frío.
—¿Dónde encontrasteis esta llave?
—Mis rastreadores se la quitaron directamente a Alyss de las manos. Es la única razón por la que estoy aquí. Si hubiera entrado en él también, ella no me habría vencido en el monte Solitario. Mis fuerzas se habrían incrementado tras recorrerlo, como le ocurrió a ella.
La ignorancia de Roja dejó pasmado el preceptor. ¿De verdad sabía tan poco sobre el proceso mediante el cual una princesa de Marvilia llegaba a ser reina?
—Ni siquiera es consciente de lo que no sabe —murmuró, y luego dijo en voz alta—: Su Malignidad Imperial, tal vez deberíamos hablar cara a cara, sin esta barrera de terciopelo entre nosotros. ¿Ya estáis decente?
—¡Yo nunca estoy decente!
La cortina se abrió de golpe, y allí estaba ella, un choque de contrastes: la palidez teñida de odio de su piel llena de imperfecciones y su cabello que semejaba espaguetis de alambre contrastaban con un vestido confeccionado para lucirse en salones suntuoso y que, a pesar de sus desgarrones y manchas de sangre conservaba cierta aura de delicadeza cremosa.
—Las prendas de las clases privilegiadas os favorecen —mintió Vollrath.
—Si estos trapos sirven para acelerar de alguna manera el proceso de reclutamiento de mis futuros soldados, los llevaré, pero si no…
Vollrath hizo una reverencia.
—Me someteré a vuestra ira.
—No tendrás elección.
Vollrath se inclinó de nuevo. Sabía cómo humillarse ante una alumna potencialmente lucrativa.
—Es hora de salir de esta tumba —anunció Roja—. Quiero ser presentada en la sociedad terrícola de forma no oficial. ¡Gato!
El Gato se convirtió otra vez en gatito y se restregó contra su pierna.
Ella lo levantó para ponérselo en el hombro, y él le clavó las uñas en la piel a fin de estabilizarse. Las punzadas de dolor suponían un alivio para esta suma sacerdotisa de la Imaginación Negra. Sacrenoir dio instrucciones a Marcel para que se deshiciera de los restos de su público, y, antorcha en mano, condujo a Roja y a Vollrath a la salida de la cripta teatro.
—Toda aspirante a reina posee un espejo en el que ella, y sólo ella, puede entrar —aleccionó Vollrath a Roja mientras avanzaban por una catatumba hacia el aire libre de París—. Puesto que vos erais candidata a suceder a vuestra madre, había un laberinto Especular destinado para vos que, con el fin de desarrollar al máximo vuestra imaginación y acceder al trono, debíais recorrer con éxito. No pudiste manejar la llave de laberinto Especular porque era la del laberinto de Alyss.
—¿El laberinto de Alyss?
—En efecto. Tal vez cuando mi viejo colega Jacob os preparaba como heredera a la corona, fue negligente con sus enseñanzas. No me sorprendería, aunque sin duda sorprendería a la mayoría de los marvilianos. Sólo unas pocas veces en la historia de Marvilia ha fracasado una princesa a la hora de recorrer su laberinto, pero vos sois la primera a quien han excluido de la sucesión. Sin embargo, por lo que respecta al destino de un laberinto Especular, el resultado debe ser el mismo.
—¿De qué fuerza o materia están hechos los laberintos? —quiso saber Roja.
—Ésa es una pregunta importante, y la respuesta está en aquellos que pueden manejar otra incógnita tal vez más urgente: ¿qué ocurrió con vuestro laberinto Especular después de que os excluyesen de la sucesión? Os aseguro que no dejó de existir, y que si consigues encontrarlo y recorrerlo…
Roja entendió. ¿Un laberinto destinado exclusivamente para ella, diseñado específicamente para desatar todo el poder de su imaginación? Alyss había adquirido una fuerza y una destreza admirables al recorrer el laberinto Especular. Aun así, ella, Roja, había estado a punto de derrotar a Alyss sin haber pasado por el suyo propio. El laberinto lo era todo. Ella enfilaría todos los caminos sin salida que hicieran falta para llegar al final, sin detenerse ante nada; se volvería invencible.
—Gánate tu derecho a vivir, preceptor. ¿Dónde puedo encontrar mi laberinto?
—En el Jardín de los Laberintos Inacabados, naturalmente. Por desgracia, no tengo la menor idea de donde está dicho jardín. Debéis preguntárselo a los oráculos de Marvilia.
—Las orugas —dijo Roja con desprecio mientras se acercaban a una escalera de piedras desiguales—. Aborrezco a las orugas.
Sacrenoir dejó caer su antorcha al suelo y le echó tierra encima con el pie para apagar las llamas. Un haz de luz inclinado iluminaba las escaleras desde lo alto. Roja fue la primera en subir a la calle. Sus ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la dureza del sol de la mañana, pero entonces…
—¿Qué es esto?
Mirase a donde mirase, veía parisinos envueltos en aureolas brumosas, algunas de ellas grises, otras de color morado oscuro como un cardenal, y otras emitían un fulgor blanquecino con mayor o menor intensidad.
—A los ojos de algunos marvilianos —explicó Vollrath—, los seres dotados de Imaginación Blanca brillan con una luz radiante, mientras que los que son dados a la Imaginación Negra desprenden un resplandor oscuro. Cuesta más percibir el resplandor oscuro de noche. Es muy práctico poder distinguir a amigos y enemigos desde lejos. El brillo oscuro nos facilitará la tarea de encontrar los soldados que buscáis. Deberíais ver la nube que flota en torno a vos, Su Malignidad Imperial. Me sorprende que resultéis visible a pesar de todo.
Roja se examinó a sí misma; sus brazos, sus pies. Todo le parecía igual que cuando había surgido del lienzo del pintor. No apreciaba ninguna aurora color cardenal.
—Los marvilianos no pueden ver su propio brillo —le aclaró Vollrath— por la misma razón por la que no suelen acertar al juzgar su propia conducta. No se ven como realmente son, sino como creen que son.
Roja se quedó mirando las nubes viandantes. El Gato, agitando la cola al aire, pasó con agilidad de su hombro derecho al izquierdo.
—No tenéis que vagar por toda la ciudad con nosotros, Su Malignidad Imperial —dijo Sacrenoir—. Dejad que Vollrath y yo reunamos a nuestros conocidos para que podáis pasarles revista en grupo. Esto os ahorrara trabajo y os dará tiempo para planificar la búsqueda de vuestro laberinto Especular.
—Una idea digna de mis enseñanzas —convino Vollrath—. Maestra de Corazones, creo que os fascinara la Sala de los Espejos del palacio de Versalles. ¿Por qué no visitáis los lugares interesantes que ofrece París?
—Porque, preceptor —resopló Roja—, antes prefería matarte.