El mayordomo morsa salía y entraba bamboleándose de la sala de reuniones del palacio con zumo de alatiernas y vino de escarujo, marvizcochos y todos los tentempiés que se le ocurrían para demostrar su alegría por el hecho de que Alyss regresara sana y salva de la batalla en los Jardines de Marvilonia.
—¿Has visto ya a Molly? —le susurró ella cuando él depositó en la mesa una bandeja con avenillas medio tostadas.
—Oh, no, mi reina. Todavía no tenemos noticia de ella.
Ella fijó la vista en la comida con el ceño fruncido. «Ya debería habérsele pasado el enfado. Si intenta preocuparme con su ausencia…».
—¿No os gustan las avenillas medio tostadas? —preguntó el mayordomo morsa, consternado.
—Sí que me gustan. —Hizo crujir una entre los dientes—. Morsa, ve a buscar a las familias nobles, por favor. Tenemos que hablar con ellas.
La criatura hizo una reverencia y se marchó bamboleándose de la sala.
Somber, Jacob, Dodge y el general Doppelgänger estaban mirando en una holopantalla la transmisión de una escaramuza: unos vitróculos hacían retroceder a unos peones de Marvilia con un fuego graneado de cartas daga y disparos de pistolas de cristal. Alyss alzó una mano y acarició el aire, como para palpar con suavidad las facciones de un rostro invisible. En la holopantalla, una réplica de ella, un señuelo, salió de detrás del puesto ambulante de un vendedor de tartitartas. Los vitróculos repararon en su presencia de inmediato y dejaron de hostigar a los peones para apuntar con sus armas al señuelo. Los peones aprovecharon la oportunidad para contraatacar con una andanada de esferas generadoras y…
¡Caruuush! ¡Bluuuum!
Unas bolas de fuego arrollaron a los vitróculos.
—Somber —dijo Alyss, haciendo desaparecer a su doble con un pase de la mano—, espero que los asuntos personales por los que nos dejaste ya estén resueltos.
Somber asintió… una vez.
—Te alegrará saber que la Bonetería se ha restablecido —dijo Jacob.
Pero Somber no parecía alegrarse ni tan sólo sentir curiosidad por saber cómo se había conseguido esto.
—Ahora bien —continuó el erudito—, no soy más que un viejo carcamal a quien no le vendría mal tomar un poco el sol, así que no concedáis mayor autoridad a mis palabras, pero considero que el reino tiene suerte de que un puñado de boneteros viviesen de incógnito entre la población durante la tiranía de Roja. Se les extirparon sus chips de identificación, se establecieron como civiles y no revelaron su verdadera identidad sino cuando Alyss ascendió al trono.
—¿No se unieron a la resistencia alysiana? —preguntó Somber.
—Algunos nos ayudaron a su manera —dijo el general Doppelgänger—, saboteando sutilmente varias directrices de Roja desde dentro, por así decirlo. Pero su tapadera como civiles era demasiado valiosa para ponerla en peligro. Nos parecía demasiado arriesgado que se unieran a nosotros abiertamente, tanto por la destrucción que podía sembrar Roja entre nosotros, como por el futuro de la Bonetería.
—No te ofendas, Somber —dijo Dodge—. Me alegro tanto como los demás de que hayas vuelto, pero ¿no es hora de que empecemos a ocuparnos de Roja?
—Ella no está detrás de estos ataques —aseveró Somber.
Dodge y los generales enmudecieron de sorpresa.
Las miradas de Jacob y Alyss se encontraron.
—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó el preceptor.
—Os lo demostraré. Reina Alyss, os ruego que creéis una doble vuestra en la calle Tyman… Yo vuelvo enseguida.
En menos de lo que un maspíritu menea el rabo tres veces, el bonetero apareció en la pantalla holográfica que mostraba un tramo desierto de la calle Tyman. Una réplica de Alyss se materializó junto a él. Sólo unos momentos después, una cuadrilla de vitróculos anunció su llegada con una descarga de esferas generadoras lanzadas con cañones portátiles.
¡IIIIBRKCHRKCH!
Entre el humo, las llamas y la lluvia de escombros, Somber se situó entre los atacantes y la doble de Alyss. Eran cinco vitróculos en total, pero sin duda no tardarían en aparecer más. Él activó las cuchillas de las muñecas y derribó las cartas daga lanzadas contra él con la misma velocidad con que los vitróculos las disparan. Dejó que los asesinos se acercaran hasta encontrarse a un cuarto de manzana, y entonces —¡fuap!— aplanó su chistera para transformarla en un molinete de hojas afiladas que arrojó hacia ellos. Arrancó a correr tras el arma, dio una serie de saltos mortales sin apoyarse en las manos, con los brazos extendidos a los lados y las cuchillas girando.
¡Zunk! ¡Zunk!
Las hojas de la chistera hirieron de muerte a dos vitróculos y siguieron volando, y los tres asesinos que quedaban sucumbieron a los ventiladores mortíferos de sus muñecas. El bonetero cerró sus brazaletes con un chasquido y atrapó en el aire las hojas de su chistera, que habían regresado a él como un bumerán, y, con un ágil movimiento de la mano, las devolvió a su forma más elegante de prenda para cubrir la cabeza. Le quitó el polvo al ala del sombrero con la manga de la chaqueta y se lo puso, encontró lo que buscaba entre las partes de los vitróculos muertos que había desperdigadas por el suelo y regresó a la sala de reuniones del palacio. Sostuvo en alto el brazo cercenado de un vitróculo para que todos lo vieran.
—Ésta es la razón por la que no creo que Roja sea la responsable.
Tras un largo silencio, Dodge se aclaró la garganta.
—Creo que hablo en nombre de todos si digo: ¿eing?
Somber les mostró la maraña de cables, músculos y tendones artificiales que el brazo llevaba dentro. Les enseñó las palabras impresas claramente en el hueso de polímero compuesto: «Fabricado en Duneraria, Confinia».
—Roja jamás habría dejado una prueba tan flagrante —observó el general Doppelgänger.
Somber asintió.
—Lo descubrí al ayudar a uno de nuestros puestos fronterizos a defenderse de un ataque.
—Lo único que significa eso es que Roja seguramente está colaborando con Arch —protestó Dodge.
—¿Desde cuándo ha colaborado ella con nadie? —le dijo Alyss—. Jacob, ¿qué piensas tú de todo esto?
—Alyss, pienso muchas cosas, en su mayor parte inaprensibles. Pero estoy de acuerdo con Somber y el general. Durante el tiempo que pasé con tu zafia tía, me percaté de que era extremadamente celosa de lo que consideraba suyo. Le preocupaba hasta un punto rayano en la locura que los alysianos copiaran alguno de sus diabólicos inventos. Se tomaba enormes molestias para borrar toda huella del proceso de fabricación en los productos acabados, ya fueran vitróculos u otras cosas, a fin de evitar que nuestros científicos llegasen a comprender su mecanis…
Se oyó un barullo de voces exaltadas procedentes del pasillo:
—¡Esperen, señoras y caballeros! ¡Por favor, debo anunciarles primero!
—¡Fuera de nuestro camino, cara de grasa de ballena; ya nos anunciaremos nosotros mismos!
Irrumpieron en la sala de reuniones la Dama y el Señor de Tréboles, la Dama y el Señor de Picas, y el angustiado mayordomo morsa, que los seguía batiendo las aletas, angustiado.
—Huyuyuy, lo siento mucho, venerada reina, pero es que han…
—Tranquilo, morsa —le dijo Alyss con suavidad.
—¿Estima adecuado nuestra reina poner en peligro sin necesidad la vida de las familias de mayor categoría de Marvilia? —barbotó el Señor de Tréboles—. ¿Acaso le divierte obligarlas a salir de sus mansiones cercadas y valladas para recorrer calles peligrosas, y más teniendo en cuenta que podría hablar con ellas por holopantalla? ¿No fue Jacob quien advirtió que, mientras durase el ataque contra la nación, los ciudadanos debían permanecer bajo techo para conservar la salud y la integridad física?
—¡Exigimos un tributo extraordinario en cristales por el peligro innecesario al que nos estáis exponiendo! —aulló el Señor de Picas.
«Yo no sería tan descortés ni siquiera con el ciudadano de menos categoría», pensó Alyss.
—Pero como miembros de mi gabinete —explicó con serenidad—, comparten conmigo la responsabilidad de garantizar la seguridad de Marvilia en el futuro. Sin duda convendrán ustedes conmigo en que estamos atravesando una crisis y los tiempos difíciles hacen aflorar lo mejor de ustedes. ¿Qué reina no querría tener a su lado a tan valiosos miembros del gabinete en momentos de necesidad? Perdónenme por haberlos hecho venir. No pensaba más que en mí misma y en otros. Pero, aunque sólo sea por amor a su rango, denme consejo. ¿Cómo creen que debemos responder a esta invasión?
—Pues… —dijo la Dama de Tréboles.
—¡Yo sé exactamente cómo debemos responder a ella! —exclamó su marido—. Ante todo, hay que decretar cuanto antes… ¡un decreto! ¡Todas las familias de la nobleza deben permanecer en casa y bien protegidas hasta que toda amenaza de violencia se haya disipado sin asomo de duda! Es fundamental que no nos ocurra nada inconveniente, pues el populacho se quedaría sin modelos a seguir.
—Hablando de modelos para la sociedad —dijo Alyss—, ¿dónde están el Señor y la Dama de Diamantes?
A la morsa le temblaron los bigotes.
—No he podido encontrarlos en su casa ni en ningún otro lado, Majestad. Les he dejado el recado.
«Demasiado casual para ser una coincidencia. Su ausencia no es ninguna casualidad».
Lo cierto es que Alyss no esperaba destellos de genialidad o de perspicacia militar por parte de las familias nobles. Los había mandado llamar al palacio para observarlos, para deducir de su actitud si sabían algo de los ataques. «Jurarían lealtad a Roja o a Arch o a quien fuera si creyesen que eso les beneficiaría en algo».
—Con sus sabios consejos demuestran que he acertado al hacerles venir —le dijo al Señor de Tréboles—. Quiero que los cuatro permanezcan en el palacio hasta que yo diga lo contrario. Estarán bien vigilados, de modo que no sufrirán daño alguno. Morsa, por favor, llévalos a sus aposentos.
El mayordomo pidió ayuda a seis guardias de palacio para convencer a los quejosos aristócratas de que lo siguieran por el pasillo. El general Doppelgänger se acercó al panel de control de cristal que había en la sala y que había empezado a reclamar atención.
—Estamos recibiendo una comunicación del rey Arch —dijo el general—. Quiere hablar con vos, reina Alyss. Asegura que es urgente.
—Entonces supongo que más vale escuchar lo que tiene que decirnos.
El general pulsó un botón en el panel de control, y el rey de Confinia, con su túnica y manto oficiales, apareció en la pantalla holográfica.
—Monarca de Corazones —saludó Arch con una leve inclinación de la cabeza—. Desearía que el motivo de esta comunicación fuese más agradable, pero me temo que los problemas que está viviendo vuestro reino son culpa mía.
—Es todo un detalle que lo reconozcáis —comentó Alyss.
—Presumo que ya habréis descubierto que el Frente para la Independencia de Ganmede ha secuestrado a Molly la del Sombrero y la retienen como presa política.
Hizo una pausa, para dejar que la noticia surtiera todo su efecto. Alyss intentó disimular su ignorancia al respecto; tan rígida como Somber, se limitó a asentir. Los demás, sin embargo, se pusieron a refunfuñar y a removerse en sus asientos.
—Los ganmedas, que creen que soy una parte neutral —prosiguió Arch—, me han pedido que haga de mediador. He accedido, pero sólo para ayudaros. No tengo del todo claro qué es lo que quieren, algo relacionado con municiones y su intención de separarse de Bajia, pero como prueba de que no desean hacerle daño a Molly y de que están dispuestos a negociar en buena fe por su liberación, me han hecho llegar esto.
Le mostró el diario que le habían entregado sus ministros. Se lo colocó plano en la palma de la mano izquierda y pulsó los costados con el pulgar y el dedo medio de la derecha. La cubierta se abrió de golpe y se materializó una imagen tridimensional de Molly, de frente a Alyss.
—Querida reina Alyss —dijo la imagen de la joven—, grabo este mensaje para comunicaros que estoy bien y que ya no tenéis que preocuparos por mí. Me he esforzado al máximo, pero… supongo que no merezco ser vuestra escolta. Y es que lo ocurrido en el Continuo de Cristal es culpa mía. La Dama de Diamantes me dio una cajita de madera para que os la entregara, asegurándome que se la había confiado la reina Genevieve. Me imaginé que estaba mintiendo, pero en lugar de contároslo a vos o a cualquier persona, que es lo que seguramente tendría que haber hecho, intenté dejar al descubierto la trama de la señora yo sola. Estaba enfadada con vos y quería demostrar… No, dejemos eso. ¿Qué más da lo que yo quisiera demostrar? Estaba dentro del Continuo cuando abrí la caja y ésta hizo explosión. Así que supongo que los marvilianos que dicen que los híbridos no son dignos de confianza tienen razón. Espero que nadie haya resultado herido de gravedad. Lo siento. Lo último que quería era decepcionaros.
La imagen de Molly parpadeó hasta desvanecerse.
—Y es en esto en lo que yo también tengo responsabilidad —dijo Arch, cerrando el diario con un chasquido—. Sin quererlo, he permitido que los Diamantes pongan en ejecución sus maquinaciones contra vos al ofrecerles el espacio y la confidencialidad para ello. El Señor de Diamantes pagó por adelantado el sueldo de sirvientes y el alquiler de una caravana de jaimas para dos ciclos lunares. Como se me informó de que su campamento era una fiesta constante, y no me interesa esa clase de frivolidad, opté por no visitarlo. Pero ahora sé que a mis ministros les habían facilitado información distorsionada y que el Señor de Diamantes y su esposa no habían organizado una celebración, sino un plan para destronaros e incluso asesinaros. La Dama de Diamantes se ha escondido en uno de nuestros refugios.
—Más vale que Molly no sufra el menor daño —dijo Alyss.
—Estoy de acuerdo —dijo el rey—. Debemos evitar una tragedia por todos los medios, y por eso os recomiendo que hagáis lo que os piden los ganmedas.
—¿Y qué es lo que piden?
—Que envíes a Somber Logan a la casa de juegos el Cubil del Vicio, en Ciudad Límite, que consideran territorio neutral. Concederle la autoridad para negociar en vuestro nombre por la liberación de Molly.
—¿Por qué Somber?
—Dada su dilatada experiencia en combate, creen que es menos probable que él ponga en peligro la vida de Molly con una tentativa de rescate. En cuanto a por qué tienen esta creencia, me parece que el propio Somber es el más indicado para responder a esa pregunta.
Alyss volvió rápidamente la mirada hacia Somber, pero el rostro del bonetero permaneció tan inescrutable como un bloque de cuarzo.
—Monarca de Corazones, de haber sabido antes que os invadirían —dijo Arch—, os habría ofrecido mi ayuda, como corresponde a un buen vecino. Mis ripios de la guerra están a vuestra disposición. No tenéis más que pedírmelos.
—Gracias, Arch, pero tenemos el ataque bajo control.
—Dado el poder de vuestra imaginación, no me sorprende. ¿Se trata de Roja?
—Por el momento no se ha confirmado ninguna hipótesis. ¿Cuándo esperan los ganmedas celebrar la reunión con Somber en Ciudad Límite?
—Justo dentro de un ciclo lunar. Si no llega a tiempo, darán por supuesto que no queréis negociar, y decidirán el destino de Molly en consecuencia.
Arch finalizó la transmisión sin despedirse, y la holopantalla volvió a mostrar en directo calles desiertas de Marvilópolis. La sala quedó en silencio salvo por el tintineo de las medallas del general Doppelgänger, que se frotaba la frente con preocupación.
—No crees que Arch sea un mediador inocente, ¿verdad? —preguntó Dodge.
—No.
—Dudo que a Arch le importe lo que Alyss sospeche mientras haga lo que él quiere —dijo Jacob.
—Preferiría ir yo —dijo Alyss, nerviosa.
El erudito negó con la cabeza.
—Eso no sería prudente. Podría tratarse de una estratagema para hacerte abandonar Marvilia, para alejarte del Corazón de Cristal y debilitar así tus poderes imaginativos. El reino es demasiado vulnerable y no está en condiciones de sufrir más ataques. Debes quedarte en casa, cerca del cristal.
«Tiene razón, pero…».
—Somber —dijo Alyss—, estás más callado que de costumbre. ¿Qué ha querido decir Arch con eso de que los ganmedas creen que tú seguramente no pondrás en peligro la vida de Molly? —El bonetero la miró. Abrió la boca pero la cerró enseguida. Parecía demasiado afectado para contestar.
—Es evidente que le cobraste un gran afecto a la muchacha —señaló Jacob—. Recuerdo que, no hace mucho, sostenías que los híbridos eran…
—Molly la del Sombrero es mi hija —lo cortó Somber.
Dodge por poco se atragantó con el zumo de alatierna que había estado bebiendo a sorbos. El general, que no sabía qué otra cosa hacer, se dividió en dos y volvió a fusionarse. Jacob tenía las orejas erguidas, alerta.
—¿Cuándo te enteraste? —inquirió Alyss.
—Mientras estaba fuera.
—Pero si recuerdo que Weaver, la madre, estuvo con nosotros en el campamento —dijo Jacob.
—¿Y recuerdas si se marchó, o el porqué de su marcha?
Jacob habló despacio, eligiendo con cuidado sus palabras para no ofender.
—Ojalá pudiera responderte que sí, Somber, pero la noche que desapareció, me había tapado los oídos con masilla y las había remetido bajo mi gorro de dormir, como hago siempre. Es la única manera en que puedo amortiguar los ruidos del mundo lo suficiente para conciliar el sueño. A la mañana siguiente, ella ya no estaba.
—Me prepararé para viajar a Confinia de inmediato —anunció el bonetero, y echó a andar hacia la puerta.
—Somber.
La voz de Alyss no sonó distante ni regia, como habría cabido esperar de una reina. Suave y cargada de aprensión, era la voz de una amiga preocupada. Somber se detuvo.
—Espero que tengas claro que aprecio mucho a Molly —dijo Alyss—, y que jamás haría por voluntad propia nada que la perjudicase. Pero lo que Arch o sus ganmedas ven como una medida de seguridad contra una operación de rescate temeraria es algo que yo no puedo evitar ver como un riesgo. Me siento rara al decirte esto justo a ti, pero…, puesto que es la vida de tu hija la que está en juego, Somber, tus sentimientos podrían imponerse incluso sobre tu disciplina. Me preocupa que lo pongas todo en peligro para intentar rescatarla.
—Jamás he dejado de lado la disciplina —repuso el bonetero—. No tengo por qué hacerlo ahora.
—Iré yo —se ofreció Dodge, pero Alyss fingió no oírlo.
—Tus acciones pasadas no me dan el menor motivo para dudar de ti —le dijo ella a Somber—, pero, hasta ahora, hasta donde tú sabías, ninguna de ellas tenía que ver con tu hija. No quiero que tomes una decisión precipitada. Me gustaría aprovechar el poco tiempo de que disponemos para discurrir el plan más inteligente posible.
—Tal vez deberíamos enviar al caballo y a la torre con una compañía de piezas de ajedrez —propuso el general Doppelgänger.
—Sí, y podrías seguir su avance con el ojo de tu imaginación —añadió Jacob—. Si hay ganmedas con los que negociar, dudo que se nieguen a hablar con quien sea que enviemos.
Alyss se mostró de acuerdo.
—Y si se niegan, estaré lo bastante cerca del Corazón de Cristal para plantarles cara por medio de la imaginación. Y mientras están ocupados salvando el pellejo —continuó, dirigiéndose a Somber—, tú puedes comandar una fuerza para rescatar a Molly.
El bonetero se quedó mirando a su reina durante un rato largo.
—Si ésas son vuestras órdenes, Majestad… —dijo. Sin embargo, algo bullía en su interior, un impulso que no había sentido antes y que en cualquier otra circunstancia habría reprimido con toda la fuerza de su poderosa voluntad: la desobediencia.