No hacía falta un estratega genial para comprender que la derrota era inminente, pues Alyss era más poderosa de lo que Arch había imaginado. El rey tendría que centrarse en su plan de contingencia y dejar que el ataque de los vitróculos perdiese fuerza hasta extinguirse, lo que sería decepcionante pero nada por lo que preocuparse. Tan hábil era Arch para idear tácticas que tenía un plan de contingencia para su plan de contingencia, e incluso, por si las circunstancias lo requiriesen, un plan de contingencia para el plan de contingencia de su plan de contingencia. Además, había utilizado a los vitróculos como maniobra de distracción. Si de verdad hubiese creído que ellos por sí solos lograrían derrotar a Alyss, ¿por qué se habría molestado en urdir la trama relacionada con Weaver y Molly la del Sombrero, que estaba desarrollándose tan bien como esperaba? Si llegaba a buen término, él conseguiría información militar secreta muy valiosa, además de una incorporación nada desdeñable a sus fuerzas especiales para cuando realizase su jugada final contra Marvilia.
Descansando en sus aposentos, Arch extendió el brazo hacia la mesita de noche, deslizó el nódulo de comunicación en forma de ameba para insertarlo en su ranura correspondiente, como si encajara la pieza final de un rompecabezas, y un momento después su camarilla de ministros apareció.
—¿Cómo está nuestra invitada? —les preguntó.
—Dócil como una niña, con el traje dosificador que lleva —contestó uno de los ministros.
—Exige insistentemente que le dejemos ver a su madre —dijo— y algo menos insistentemente que le devolvamos su sombrero.
Arch asintió.
—¿Ha grabado ya la confesión para su reina?
—Sí, pero sólo porque le hemos prometido que la reuniremos de nuevo con su madre.
El ministro le entregó el diario a su rey.
—Dejad que vea a su madre —ordenó Arch—, pero de lejos. No deben intercambiar palabra. ¿Qué hay de los de Diamantes? ¿Siguen… ocupados?
Los ministros sonrieron de oreja a oreja.
—La Dama de Diamantes está descansando en uno de nuestros centros de descanso para la imaginación. El padre y el hijo cuentan con todo el vino, la comida y la música que pueden desear, y tienen una compañía nutrida. Ese par es insaciable. Algunos se han quejado de que, además de obligar a todos los que lo rodean a llevar pelucas de hierba seca, el hijo es más bien repugnante.
—Aseguraos de que sigan incitándolos a los excesos. Quiero que todo esté listo para cuando despierten en circunstancias mucho peores.
—Todo está listo, Majestad. Sólo estamos esperando vuestras órdenes.
—Bien. Y ahora, decidles a Ripkins y Blister que vengan.
Al entrar, los escoltas apostados fuera de la jaima encontraron a Arch vestido con la túnica y el manto formales que se ponía cuando celebraba cumbres con los jefes de las tribus.
—La misión que voy a encomendaros requiere que viajéis a Ciudad Límite —dijo el rey—. Según los últimos informes, está en las llanuras, en algún lugar entre el río Bookie y Duneraria. Esta vez no os preocupéis demasiado por actuar en la sombra. Los ministros os explicarán con quién debéis reuniros y qué debéis hacer una vez que lleguéis. Marchad.
Los escoltas se retiraron. Arch contempló su imagen en un espejo una última vez antes de prepararse para el asunto del que debía ocuparse a continuación, caminando de un lado a otro de la jaima, mientras ensayaba lo que diría en su papel de rey preocupado que hace una visita a su vecino asediado.