Weaver había corrido a abrazarla, y Molly, que había olvidado los efectos del dispositivo dosificador de drogas que llevaba, se había levantado de un salto y…
Había despertado allí, en aquella jaima ocupada por ocho de las esposas de Arch, un lugar mullido y acogedor, perfumado con la esencia de flores de ciénaga trituradas. ¿Cómo era posible que su madre —la mujer con quien había soñado durante tanto tiempo y cuyo único fotocristal había contemplado tantas veces que habría sabido trazar con los ojos cerrados— estuviese viva? ¿Cómo era posible que Somber Logan fuese su padre?
—Quiero mi sombrero —les dijo a los dos ministros que la custodiaban—. Y quiero hablar con mi madre.
—¿De verdad?
Ni siquiera se volvieron hacia ella. Estaban mirando el noticiario en el cristal de entretenimiento de la jaima, en la que un corresponsal sirk describía los sucesos violentos que se habían producido recientemente en Marvilia: los puestos fronterizos asaltados; la misteriosa contaminación del Continuo de Cristal, que había dejado al grueso del ejército de Alyss disperso por las zonas exteriores del reino, por lo que Marvilópolis había quedado desprotegida ante la invasión.
—No —jadeó Molly. Y es que las palabras de Arch empezaban a cobrar sentido. Demasiado sentido. «Al intentar proteger a tu reina, has puesto en peligro el reino entero». ¿No era eso lo que había dicho? ¿Cómo podía ella haber sido tan estúpida, tan precipitada? Ella había contaminado el Continuo con el arma de la Dama de Diamantes, y ahora la familia de ésta se había aprovechado de ello.
—Se ha declarado un estado de emergencia en la capital de Marvilia —aseguró el periodista—, y las autoridades han declarado que…
Había permitido que sus peores impulsos, su orgullo herido, la dominasen. Pero ahora su orgullo recibió otro golpe, pues… ¿acaso su fallo y su falta de disciplina no habían confirmado los recelos que Somber había tenido sobre ella? Por unos instantes, sintió odio hacia él. Hacia él y hacia Weaver. Era culpa de ellos que ella fuese una híbrida, una híbrida despreciable indigna de servir a una reina, y menos aún a Alyss de Corazones. Seguramente sería mejor para todos que ella se marchara a algún sitio lejano a llevar una vida sencilla y aburrida.
—Tengo que hablar con mi madre —insistió—. No podéis retenernos aquí.
—No estamos «reteniendo» a Weaver en ninguna parte. —Uno de los ministros sonrió—. Está con nosotros por su propia voluntad. Sin embargo, no veo motivo para que no puedas reencontrarte con ella, siempre y cuando me hagas un favor primero. —Le entregó un diario sin estrenar. Como el de Weaver, era del tamaño de un naipe, pero tenía el aspecto de un libro común y corriente de la Tierra—. Graba un mensaje para la reina Alyss, una confesión, por así decirlo, de todo lo que sucedió entre la Dama de Diamantes y tú. Todo lo que tienes que hacer es decir la verdad, contarle a tu reina lo que sientes. —Volvió la vista hacia el noticiario, en el que el sirk informaba sobre el número aproximado de víctimas entre los marvilianos.
Molly dio vuelta al diario entre sus manos. Ella sola había llevado la destrucción a la ciudad que amaba. No tenía ninguna razón para confiar en el ministro, pero tal vez era su última oportunidad de volver a ver a su madre.
Pulsó los costados del diario, su cubierta se abrió con un chasquido y…
—Querida reina Alyss… —comenzó Molly, grabando su confesión.