15

Los vitróculos, para ser una especie artificial con una capacidad cerebral dudosa, estaban combatiendo con una inteligencia sorprendente. En lugar de enfrentarse a las fuerzas marvilianas en espacios abiertos como avenidas anchas, plazas y parques, aprovechaban los elementos del paisaje urbano para guarecerse. Se movían con determinación de un edificio a otro, de un refugio a otro, luchando contra los naipes soldado para converger en la plaza Genevieve.

En el momento en que habían localizado a Alyss, su ubicación se había transmitido a todos los vitróculos que estaban en la ciudad, o eso le parecía a Jacob Noncelo, quien, junto al mayordomo morsa, seguía la invasión a través de las pantallas holográficas de la sala de reuniones del palacio. Una vez descubierta la posición de la reina de Marvilia, se apreció una ligera vacilación en los movimientos de los vitróculos, que acto seguido empezaron a abrirse camino luchando hacia ella.

—Oh, oh, no puedo mirar —se lamentó la morsa. Intentó taparse los ojos, pero tenía las aletas demasiado cortas, de modo que comenzó a dar vueltas bamboleándose por la sala con una consternación aún mayor—. ¡No estoy mirando, no estoy mirando! —Dirigía la vista a todas partes salvo a las holopantallas—. ¿Qué está pasando, señor Jacob? ¡No, no me lo diga! Oh, ¿por qué no puede la reina Alyss vencer simplemente a esas cosas tan horribles con la fuerza de la imaginación? Por favor, dígame que algo bueno está…

De pronto se oyó un repiqueteo metálico.

—Pero ¿qué es eeeeso? —gimió la morsa.

En la holopantalla que mostraba lo que estaba ocurriendo en la plaza Genevieve, un enjambre de escurpidores que los vitróculos habían traído consigo correteaba hacia Alyss y los demás. Ningún marviliano había visto antes aquellos artilugios semejantes a escorpiones que disparaban balas de un veneno mortal por la «cola»; ni siquiera Jacob, que supuso que se trataba del último invento en la larga lista de armas ideadas por Roja. Sin embargo, antes de que un solo escurpidor enroscase la cola para formar una C y apuntar a la reina, ella materializó con la imaginación una horda de botas sin cuerpo pero con suela metálica que se quedaron flotando en el aire por un momento, y después…

Con un leve movimiento de la cabeza, ella las hizo caer con fuerza de modo que pisotearon a los escurpidores, aplastado sus caparazones-armadura y convirtiendo los cables de sus tripas en obras de arte abstracto.

—Oh, ¿y por qué no puede la reina Alyss hacerles eso mismo a los vitróculos? —chilló el mayordomo morsa.

—Porque Alyss no puede estar en todas partes a la vez, ni siquiera por medio de su imaginación —explicó Jacob—, al menos con la intensidad necesaria para vencer a un enemigo disperso. Ya sea para crear una ilusión de aspecto tan convincente que engañe a la vista o para dar existencia a un arma o bota real, el acto de imaginar requiere pensamientos sumamente precisos y una gran concentración por lo que a los detalles se refiere. Ella tal vez podría montar una defensa eficaz en dos lugares distintos a la vez; es lo bastante poderosa. Pero si se imaginara a sí misma en todos los barrios de Marvilópolis, combatiendo contra todas las manadas de vitróculos invasores al mismo tiempo, su fuerza se debilitaría al extenderse tanto, y fracasaría.

La morsa, que estaba ocupada bamboleándose por la sala y mirando alternadamente al techo y al suelo —a todas partes excepto a las holopantallas—, no escuchó una palabra de esta explicación. El propio Jacob apenas era consciente de lo que decía. En momentos de mucha tensión, el pálido erudito se volvía más locuaz que de costumbre.

—Al menos el palacio está cerrado a cal y canto —observó, esperando tranquilizar así a la morsa mientras, en las paredes que los rodeaban, la pesadilla incontrolable de la batalla continuaba en las calles de Marvilópolis—, así que estamos a salvo.

Pero ni siquiera el mayordomo morsa era tan ingenuo para creerlo. Estarían a salvo mientras la reina Alyss de Corazones lo estuviera también, y en aquellos momentos —como pudo comprobar el animal al echar un vistazo inquieto a la holopantalla más cercana— la situación parecía desesperada.

Estaban rodeados. Justo delante, unas arañas obús se acercaban a gran velocidad mientras, a su izquierda, las andanadas de esferas generadoras lo eclipsaban todo salvo la muerte. A su derecha, barajas de cartas daga reducían rápidamente la distancia que las separaba de ellos y, a su espalda, tambores erizados hendían el aire, listos para hender también sus carnes.

Los vitróculos intentaban apabullar a la reina, pillar a su imaginación con la guardia baja.

«No dejaré que eso ocurra».

Alyss extendió los dedos, y una araña obús salió disparada de cada uno de ellos. Los proyectiles eclosionaron en pleno vuelo y colisionaron con los lanzados por el enemigo. A medio camino entre la reina de Marvilia y los vitróculos, las arañas mecánicas entablaron combate y se desmembraron unas a otras con el mismo entusiasmo con que habrían desmembrado a cualquier marviliano, mientras…

Alyss apuntó con el cetro hacia el cielo, con lo que desvió la trayectoria de las esferas generadoras que se dirigían hacia ella y los demás, e imaginó que sobrevolaban Marvilópolis a gran altura para caer en las llanuras Volcánicas, morada de los galimatazos.

«No puedo permitir que ocurra».

Dodge, las piezas de ajedrez y los generales permanecían de pie con las espadas en alto y la tenue esperanza de poder parar suficientes cartas daga lanzadas contra ellos para sobrevivir. Los proyectiles estaban ya lo bastante cerca para afeitarles el vello de los brazos cuando…

¡Fiz, fiz, fiz! ¡Fiz, fiz, fiz, fiz, fiz, fiz, fiz!

Alyss logró reducirlos con la imaginación a barajas inofensivas ordenadamente apiladas en el suelo. De inmediato, giró sobre sus talones hacia los tambores erizados e hizo que chocaran unos con otros. Las púas se engancharon entre sí, juntando los tambores para formar una especie de estructura de aspecto amenazador que cayó y se deslizó por el suelo hacia ellos, abriendo surcos y boquetes en el pavimento.

—Estad preparados a mi señal —indicó Alyss, después de que las púas de una de estas estructuras se detuviese a la distancia que mide una gombriz de su rostro.

—¿Qué? —exclamaron los cuatro generales Doppel a la vez.

—Corred cuando yo os lo diga.

Dodge frunció el entrecejo.

—Tenemos que salir de esta plaza —dijo ella— y encontrar una posición estratégica más conveniente desde donde luchar.

—Marvilonia está cerca de aquí, en la avenida Brillosa —sugirió el caballo—. Allí tendremos más posibilidades.

—Pues en marcha hacia los Jardines de Marvilonia —dijo Alyss—. Pero primero, más vale que os agachéis.

Apenas tuvieron tiempo de tirarse al suelo antes de que ella se diese la vuelta, con el cetro horizontal sujeto sobre su cabeza con ambas manos, despidiendo por sus extremos chispas de imaginación, en todas direcciones, que derribaron a los vitróculos que los rodeaban con la precisión de proyectiles termoguiados.

—¡Ahora!

Las piezas de ajedrez y los generales arrancaron a correr, disparando cartas daga con sus AD52 y abriendo fuego de cobertura con las pistolas de cristal. Corriendo tras ellos, Dodge se mantenía cerca de Alyss.

—Deberías volver al palacio —la apremió.

Ella soltó una risotada.

—Ya entiendo. ¿Estabas tan preocupado que no te has dado cuenta de que acabo de salvarte la vida?

—El reino te necesita sana y salva —replicó él—. Yo te necesito sana y salva.

—Pero soy la única capaz de derrotar a Roja.

—¡Por el amor de Issa, Alyss!

Delante de ellos, las piezas de ajedrez y los generales batallaban para entrar en el intrincado complejo de edificios que integraban los Jardines de Marvilonia.

—¿Quieres que regrese al palacio? —dijo Alyss—. Pues tendrás que venir conmigo. El Gato estuvo a punto de matarte una vez, Dodge. Si insistes en luchar con él de nuevo, no dejaré que lo hagas solo.

Faltaban unas pocas zancadas más para que la reina de Marvilia y el jefe de su guardia de palacio diesen alcance a las piezas de ajedrez. Sólo unos pasos más y…

Un vitróculo salió de un salto de detrás de un vehículo carcol y se interpuso en su camino.

—¿Se te ha caído algo? —le preguntó Dodge al asesino—. Porque me parece que tu… —desenvainó la espada y de un solo golpe decapitó al vitróculo—… cabeza está por allí.

Agarrados de la mano, Dodge y Alyss corrieron, con los pies volando sobre el pavimento, rodeados de explosiones, y entonces…

Una calma relativa. Se encontraban en el interior de los Jardines de Marvilonia y se detuvieron en su enorme alameda a recuperar el resuello junto a las piezas de ajedrez y los generales.

—Escalofriante —comentó la torre. Lo era: ver un lugar diseñado para el ocio de miles de marvilianos en cualquier época del año que estaba vacío de las familias, parejas, jubilados y pandillas de adolescentes que solían pulular por allí. Habían evacuado a todos los huéspedes, y todas las instalaciones estaban abandonadas; había platos a medio comer en las mesas de los restaurantes; los mantos de masajes y los cascos de peluquería zumbaban y emitían chasquidos como si aún hubiera clientes relajándose debajo de ellos. Por los toboganes de agua situados al fondo del vestíbulo no bajaba nada más que agua, y, más cerca de Alyss, las atracciones de feria como el Tren Serpiente y las Tazas Locas estaban paradas.

¡Chkchkchkchchchchshkkk!

Una docena de vitróculos echó abajo las puertas delanteras del Marvilonia, que estaban cerradas con llave. El caballo, la torre, dos Doppels y cuatro Gängers se abalanzaron hacia ellos para trabar combate. Dodge cogió a Alyss de la mano y tiró a ella hacia el refugio más próximo: la cabina de la consola ImmEx, en la que el jugador encarnaba a Somber Logan y podía luchar contra enemigos diferentes. Para cuando un trío de vitróculos empezó a perseguirlos, la consola ImmEx estaba en marcha, y Dodge, con la chaqueta y las armas de Somber superpuestas sobre él, se retorcía y saltaba en su combate contra los vitróculos virtuales. Los auténticos se quedaron desconcertados por unos instantes al ver a sus réplicas de fantasía, hasta que…

Volvieron la cabeza, rápidamente y a trompicones, como lucirgueros al detectar una presa, y vieron a Alyss de Corazones a su derecha. Pero también estaba a su izquierda. Había tres Alyss en total. Sólo una de ellas podía ser la auténtica reina de Marvilia. Los vitróculos las eliminarían a todas.

—¡Hagh!

Dodge dio un salto mortal sobre dos de ellos, con la espada en una mano y un puño de Tyman en la otra, y los envió a la nada de su otra vida. El asesino que quedaba, agachándose y girando para esquivar los disparos de cristal de sus hermanos virtuales, se disponía a barrer el lugar con ráfagas de su AD52 cuando Dodge sacó una cuchilla circular de su mochila de la Bonetería y la lanzó. El vitróculo, que no sabía que las armas generadas por la Total ImmEx eran inofensivas, se movió para interceptarla con el cañón del AD52. Este momento de vacilación era lo único que Dodge necesitaba. Embistió con la espada delante de sí y se la clavó al asesino hasta la empuñadura.

Dodge y Alyss —la Alyss verdadera, ahora que los señuelos que había imaginado habían desaparecido— se encontraron, a salvo entre las cuchilladas y los disparos insistentes de los vitróculos de la Total ImmEx.

—¿Estás bien? —preguntó Alyss, sin aliento.

—Sí, tranquila.

Salieron corriendo al vestíbulo, donde el caballo blanco y los generales estaban rodeados por un número cada vez mayor de vitróculos. ¿Y la torre? ¿Dónde estaba…? Allí, en la atracción de las Tazas Locas, en una réplica de un caza monoplaza en forma de T, con las armas paralelas a la cabina de mando, instaladas en la punta de las alas. La torre lanzaba estocadas a los asesinos que intentaban trepar para acabar con él.

Asestando golpes de espada, Dodge ofreció todo el apoyo que pudo a los generales y el caballo, pero Alyss se quedó donde estaba, un pozo de serenidad en medio del fragor de la batalla, utilizando el arma de su imaginación. Las Tazas Locas se pusieron en marcha. La nave caza de la atracción empezó a girar, cada vez más deprisa, hasta que los vitróculos que intentaban encaramarse a ella para enfrentarse a la torre acero con acero se vieron despedidos como…

¡Crac!

El caza de la torre se desprendió del resto de la atracción y voló por sí solo bajo los elevados techos del vestíbulo del Marvilonia.

—¡Bieeen! —gritó la pieza de ajedrez al pasar en vuelo rasante sobre Dodge, el caballo y los generales, disparó con las armas de su nave a los vitróculos y eliminó a la mitad de ellos. En un segundo acercamiento remató a los enemigos que quedaban y, con no poca habilidad, aterrizó el caza de modo que obstruía la entrada a Marvilonia.

—Si usáis la imaginación para bloquear todas las puertas, dispondremos de tiempo para derrotar a los vitróculos que siguen dentro —le dijeron los cuatro generales Gänger a Alyss.

—No. Quiero que entre el mayor número de ellos posible.

—¡¿Que queréis qué?!

Ella no necesitaba que Jacob le dijera que, como no era capaz de imaginarse a sí misma en todos los combates a la vez, no podía aniquilar a todos los vitróculos de la ciudad con un solo golpe de su imaginación. Conocía sus límites demasiado bien.

«Tengo que matar a todos los que puedan juntarse en un solo espacio».

—¿Cuál es la sala más grande de este lugar? —preguntó.

—Los Campos de Penniken, en la segunda planta.

—Guíanos hasta allí.

Un repiqueteo metálico.

Innumerables escurpidores, enviados por los vitróculos desde el exterior, se colaron por entre los resquicios que el caza de la torre no alcanzaba a obstruir. Las puntas bifurcadas de sus colas enroscadas disparaban balas de un líquido negro. Dodge, las piezas de ajedrez y los generales intentaron protegerse con sus armas, pero…

¡Splat! ¡Sploink! ¡Splish!

Las balas líquidas implosionaron y se quedaron inmóviles en el aire, como si se hubiesen estampado contra el parabrisas de un vehículo carcol. Alyss, con el poder de su imaginación, se había envuelto a sí misma y a los demás en un escudo de energía, y las balas se habían estrellado contra él. Y fue una suerte, pues las pocas que habían pasado de largo habían impactado contra el tronco de un árbol guppy plantado en el vestíbulo, y el veneno había ocasionado que sus hojas con cara de pez de asfixiaran de manera audible y que la corteza se le desprendiera en tiras desteñidas.

—Campos de Penniken —repitió Alyss.

Permanecieron muy juntos, para no salir de los límites del escudo de energía. Ahora los vitróculos estaban entrando en Marvilonia en grandes cantidades, tras deshacerse de la Taza Loca con que la torre había obstruido la puerta, y disparaban esferas generadoras, cartas daga y descargas de pistolas de cristal a los alysianos mientras los escurpidores lanzaban una ráfaga tras otra de balas de veneno. Éstas se estrellaban contra el escudo de energía; las descargas de cristal y las cartas daga rebotaban en él, causando daños en los restaurantes, teatros y tiendas del vestíbulo.

—¿Ni siquiera podemos correr? —preguntó la torre.

—No —respondió Alyss.

Los Campos de Penniken: el parque interior más grande de Marvilia; una obra maestra de la arquitectura paisajística que habría dado celos a la misma naturaleza de no ser porque le rendía un hermoso homenaje con sus arreglos de arriates y árboles umbrosos, sus senderos sinuosos, sus estanques pintorescos, sus arroyos y sus suaves colinas. En los Campos de Penniken, el arquitecto había conseguido esconder el cielo tras el azul intenso de una atmósfera artificial en la que incluso había nubes. Con los vitróculos pisándoles los talones, Alyss condujo a los demás a un prado flanqueado por dos setos tan altos como tres marvilianos.

—Ahora, debemos esperar a que lleguen más —dijo—. Mantenedme al tanto.

—¿Que os mantengamos…?

Mentalmente, ya se encontraba en lo más profundo de su ser. Tenía que concentrarse en imaginar un arma capaz de explotar con una potencia diez veces superior a la de una esfera generadora. Pensó en la fábrica de municiones que estaba en las llanuras situadas entre la Ferania Ulterior y los barrios de las afueras de Marvilópolis que había visitado en una ocasión.

—¿Cuántos vitróculos hay? —preguntó.

—Unos cien —respondió Dodge.

Necesitaría algo más potente aún. Recordó la cadena de montaje en la que se armaban las esferas generadoras. Visualizó las cubiertas redondas y ligeras que podrían haber servido como pelotas en un juego de niños de no ser por la disposición de las moléculas y los átomos que contenían.

—Y ahora ¿cuántos?

—Entre trescientos y cuatrocientos, diría.

Con el ojo de su imaginación, contempló el centro candente de una esfera generadora; las cámaras con núcleos que, al producirse el impacto, se fusionarían en una reacción en cadena que confería al arma su poder mortífero.

—¿Y ahora? —Estaba cansada. El escudo protector, la esfera generadora descomunal…; imaginar todo eso requería resistencia, fuerza física.

—No tengo ni idea —respondió Dodge—. Un montón.

Alyss abrió los ojos y vio a cerca de mil vitróculos. Más valía que su plan diese resultado. No conseguiría mantener el escudo de energía durante mucho tiempo.

Con el sonido de una viga sometida a una gran presión —iiiiiiiiih—, la esfera generadora más grande que habían visto jamás los marvilianos cayó desde el cielo artificial: un Armagedón para los vitróculos que estaban en los Campos de Penniken.

¡HuabuuuuuuuUUUUUUUUUUUUUUMMMMMMM!

La fuerza de la explosión lanzó a Alyss y a los demás a través del seto que bordeaba el prado y cumplía una doble función como decoración y como camuflaje de la pared que tenía detrás Alyss y Dodge. Las piezas de ajedrez y los generales abrieron un boquete en el muro con la violencia del choque y cayeron a la calle. Alyss perdió la concentración imaginativa; la burbuja protectora empezaba a desvanecerse cuando se estrellaron contra el pavimento, por lo que su aterrizaje no resultó tan indoloro como habría podido ser.

Aturdidos, todavía estaban esforzándose por levantarse cuando…

¡Ziu, ziu, ziu, ziu!

Un juego de cuchillas en forma de S que giraban en torno a un eje común pasó volando sobre sus cabezas y rebanó en pedazos a un vitróculo que habían pasado por alto y que, desde una ventana del cuarto piso del hotel Marvilonia, estaba apuntándoles con un cañón de esferas.

¡Ziu, ziu, ziu!

El arma regresó como un bumerán a la mano enguantada de su dueño, Somber Logan. Con un movimiento de la muñeca, la devolvió a su forma inocua, la de una chistera, y se la puso en la cabeza.

—Estoy listo para volver al servicio activo, si mi reina me lo permite —dijo, dedicándole una reverencia a Alyss.

—¡Somber! —Lo habría abrazado si no hubiese creído que semejante muestra de afecto podía incomodarlo.

—¡Has sido de lo más oportuno! —sonrió Dodge—. Aunque si hubieras aparecido un poco antes, habría sido perfecto.

Los ocho generales rodearon al bonetero y cada uno de ellos insistió en estrecharle la mano y darle una calurosa bienvenida.

—Su retorno elevará sin duda los ánimos de nuestros militares —dijo uno de los generales Gänger.

—El reino sencillamente no es el mismo sin usted —aseveró otro.

—¡Bienvenido, bienvenido! —exclamó un par de generales Doppel.

Bip bip. Bip bip.

—Estamos recibiendo una transmisión. —La torre pulsó un botón en el teclado que llevaba sujeto a la muñeca, y la boquilla de su cinturón de municiones proyectó una luz. Se formó una pantalla en el aire, a la vista de todos, y la imagen de Jacob en la sala de reuniones del palacio apareció en ella.

—De no estar en una situación crítica, reina Alyss —dijo el preceptor real, emocionado—, te diría que nunca una alumna mía me había dado tal motivo de orgullo. ¡Qué estrategia tan astuta has puesto en práctica! ¡Qué actuación tan triunfal! ¡Cuánta sabiduría has demostrado para ser una soberana tan joven y con tan poca experiencia!

—Jacob… —lo interrumpió la reina.

—De acuerdo, tienes razón. Ya te abrumaré con mis alabanzas en otro momento. Sigue habiendo tropas de vitróculos en Marvilópolis, pero ahora son mucho menos numerosas, y nuestros naipes soldado y piezas de ajedrez podrán ocuparse de ellos. Debes volver a la seguridad relativa del palacio para que decidamos qué medidas tomar respecto a la mujer que debe permanecer por siempre innombrable. Como sin duda ya habrás adivinado, me refiero a tu tía Roja.

—Jacob… ¿Has visto a Molly la del Sombrero? Me parece extraño que no haya corrido a participar en una batalla en la que podía lucir sus habilidades.

—Sumamente extraño —convino el preceptor—, pero no he visto a la muchacha.

Mientras Somber intentaba fingir que el paradero de Molly no era de una importancia capital para él, Alyss exploró rápidamente el palacio con la imaginación. No localizó a su escolta por ninguna parte.

«Debe de seguir enfurruñada porque le he pedido que me dejara sola. Tendrá que aprender a no tomarse las cosas tan a pecho».

—Llegaremos de un momento a otro, Jacob —dijo.

El tutor dobló las orejas en señal de asentimiento. La pantalla se desvaneció, y la transmisión finalizó.

—Mi reina —dijo el caballo—, con vuestro permiso, mientras una sola de mis piezas de ajedrez ponga en peligro su vida frente a los vitróculos, yo debo estar a su lado.

—Yo debería quedarme a luchar —terció la torre.

Tan pronto como miró a Dodge, Alyss supo que él también deseaba quedarse a luchar. «Hasta que no quede el menor rastro del Gato en el mundo». Era irónico que para evitar que arriesgara el pellejo y su cordura en aras de la venganza, ella tuviera que tentarlo con una oportunidad mayor de alcanzar su objetivo.

—Dodge —dijo—, los vitróculos son sólo soldados de infantería, como tú mismo has dicho. No será fácil conseguir que Roja o el Gato den la cara. Ven conmigo. Ayúdame a trazar un plan para hacerlos salir de su escondite. Vuelve conmigo al palacio y nos enfrentaremos a ellos juntos.

Le tendió la mano. Los marvilianos se quedaron callados, y la mandíbula inferior de Dodge pareció ponerse dura como el diamante mientras su mirada se perdía en la distancia. Al fin, se volvió hacia la mujer que era tanto la reina de Marvilia como su amada. Se iría con ella.