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—¿Cómo que no pueden localizar a un enemigo contra el que combatir? —bramó el general, señalando el caos que los rodeaba en la plaza Genevieve, y luego se dividió en las figuras gemelas de Doppel y Gänger para así preocuparse el doble. Los dos generales se pusieron a andar de un lado al otro, frotándose la frente.

El caballo blanco y la torre intercambiaron una mirada inquieta.

—Mis piezas de ajedrez han rastreado los alrededores y no han encontrado a nadie —explico el caballo—. Hay muchos heridos entre la población civil, pero de momento no se han registrado víctimas mortales.

—Procuremos que eso siga así —dijo Doppel.

—Sí, procurémoslo —dijo Gänger—. ¡Pero alguien tiene que ser el causante de todo esto!

—O algo —aventuró la torre—. Sea quien sea o sea lo que sea, ha dejado el Continuo en estado impracticable.

Como para darle la razón, un marviliano presa del pánico con el pelo apelmazado por la sangre pasó a toda prisa junto a ellos.

—Debo llegar a casa con mi familia —decía—, asegurarme de que están sanos y salvos.

Las piezas de ajedrez y los generales siguieron con la vista al hombre traumatizado, que corrió directo hacia el espejo más próximo y se vio rechazado por éste cuando intentó atravesarlo. Los generales mandaron llamar a una enfermera, que guió a la víctima a un centro de selección de heridos improvisado en una sastrería de la esquina.

—Eso es lo que ocurre cuando alguien intenta entrar en el Continuo desde cualquier portal —dijo la torre—. No hay acceso, y no tenemos ni idea de si se trata de una situación temporal o permanente.

—La cosa no pinta bien —comento Doppel.

—Nada bien —convino Gänger.

—¡Mi general! —Un joven peón se acercó acompañado por un par de marvilianos—. Estos hombres estaban en el Continuo cuando se produjo… esto… el incidente. He pensado que tal vez su testimonio nos ayude a entender mejor a qué nos enfrentamos.

—Esperamos que sí —dijo la torre.

A una señal del peón, uno de los hombres hizo lo que pudo por colaborar.

—La verdad es que no sé cómo describirlo exactamente. He tenido la sensación de que era un trozo de basura arrastrado por la marea o…

—No, no es lo que yo he notado —intervino el otro—. No sé si esto tiene sentido, pero una especie de vacío brillante me sacó todo el aire. Después de eso no recuerdo nada salvo que podía ver y respirar de nuevo y ya no estaba en el Continuo. Me encontraba atrapado entre las ramas de un árbol muy poco amable, y mi esposa… Regresábamos de una barbacoa en casa de su prima Laura, que prepara el mejor lirón asado que hayas probado, tan tierno que la carne se desprende sola del hueso, y lo sazona con un glaseado que está para chuparse los dedos, con la cantidad exacta de dulce, tarta y picante, y… ¡ah, sí, su salsa de maíz!

El caballo se aclaró la garganta.

—Bien. El caso es que fui a dar a un árbol, y mi mujer a media manzana de distancia, despatarrada sobre un ciudadano que (vaya caradura) la acusaba de haberle caído encima a propósito.

El peón aguardó, ansioso por saber cuán útil había sido el testimonio de sus civiles. Los generales interrumpieron su ir y venir, y la torre miró a los dos hombres, parpadeando, con lo que parecía una expresión de incredulidad. El caballo fue el único en reaccionar.

—Han prestado un servicio inapreciable al reino, al proporcionarnos tal avalancha de información útil —aseguró. Dirigiéndose al peón, añadió—: Encárgate de que un médico examine a estos señores antes de dejarlos ir.

—Sí, señor.

El peón le dedicó un saludo militar y se alejó con los marvilianos.

—Tendremos que apostar guardias junto a todos los portales —dijo Doppel.

—Y ver si podemos analizar lo que sea que haya contaminado el Continuo —agregó Gänger—. ¿Qué es ese pitido?

Procedía del cinturón de municiones de la torre, que enroscó sus almenas y trazó una X sobre su pecho.

—Es lo último en comunicadores especulares, generales —dijo—. Se pulsa este botón —el soldado apretó un botón del teclado diminuto que llevaba sujeto al antebrazo con una correa—, y entonces la señal de mensaje recibido se apaga, y luego este agujerito —señaló una abertura en forma de boquilla que tenía su cinturón de municiones— proyecta una imagen de la transmisión que todos podemos ver igual de bien.

Una pantalla se materializó en el aire ante él, y en ella apareció un peón que patrullaba el barrio Parque Obsidiana de Marvilópolis. Estaba desesperado.

—¡Hay vitróculos en la ciudad! —gritó—. Repito: ¡los vitróculos han irrumpido en Marvilópolis! ¡Son muchos!

Detrás del peón, se alcanzaban a ver vitróculos que sembraban la destrucción por las calles con pies ligeros, aniquilando a piezas de ajedrez y naipes soldado, uno detrás de otro.

—¡No podemos localizar su punto de entrada! —exclamó el peón—. ¡Es como si llegaran de todas direcciones!

Un vitróculo se le acercaba por detrás a toda velocidad.

—¡Cuidado! —le advirtió la torre.

La transmisión se interrumpió.

Los generales ya estaban gritando órdenes a través de sus modelos anteriores de comunicador especular, con pantalla desplegable.

—¡Que todas las barajas disponibles se dirijan a Parque Obsidiana!

—¡Por la Imaginación Blanca, evacuad a los civiles de las calles!

Sin embargo, ni los generales ni las piezas de ajedrez expresaron en voz alta lo que sabían en el fondo: que no estaban equipados para repeler un ataque a gran escala contra la ciudad capital, y menos aún con el Continuo en estado inservible y tantas barajas enviadas a los puestos militares desperdigados por los confines del reino.

—Hay que informar a la reina —dijo el caballo.

—No es necesario.

Todos se volvieron para ver a Alyss de Corazones, que poseía una imaginación más poderosa que cualquiera de las otras reinas legítimas que había tenido Marvilia, caminando hacia el centro de la plaza, cetro en mano. Su porte, que destilaba tanta seguridad con la mayor naturalidad, habría debido bastar para infundir valor incluso al mayordomo morsa, pero ni las piezas de ajedrez ni los generales eran el mayordomo morsa. No necesitaban que les levantasen la moral. No lloriquearían por la superioridad numérica de los vitróculos. No decepcionarían a su reina. La torre desenfundo su AD52 y contó las barajas de proyectiles que llevaba en el compartimiento de municiones. El caballo desenvainó su espada y se puso en posición de alerta. Los generales Doppel y Gänger se dividieron en dos, y los cuatro generales efectuaron a su vez una bipartición, dando lugar a ocho generales en total, cuatro Doppels y cuatro Gängers. Cuantas más personas colaborasen en la defensa de Marvilia, mejor.

—¡Allí! —señaló el caballo.

Alyss ya los había visto: un contingente de vitróculos se aproximaba implacable por la avenida de los Limazones, manteniéndose cerca de los edificios, corriendo de un vestíbulo a otro. La torre, siempre a punto para la camorra, se abalanzó hacia ellos.

—No —dijo Alyss—, dejad que vengan.

—Será lo último que hagan.

Alyss giró hacia la izquierda y…

Ahí estaba Dodge, con la espada en una mano y la pistola de cristal en la otra. Se sostuvieron la mirada. «¿Qué está haciendo aquí? Le he pedido a Jacob que…».

—¿No deberías estar custodiando el palacio? —preguntó la torre con una sonrisa socarrona.

Dodge se encogió de hombros sin apartar la vista de Alyss.

—Primero entran a Marvilópolis, y antes de que te des cuenta están marchando por los pasillos del palacio. —Se volvió hacia la torre y le dedicó un guiño—. Además, tengo que asegurarme de hacer bien mi trabajo, ¿no?

Los vitróculos dejaban que los civiles salieran por las ventanas de las plantas bajas, que escapasen en tropel por las puertas y huyesen hasta perderse en la distancia. Haciendo caso omiso de los marvilianos comunes y corrientes ahora que habían localizado a la reina, se resguardaron en los comercios y edificios de oficinas repentinamente abandonados, y apuntaron con sus AD52, sus pistolas de cristal, sus tambores erizados y sus cañones de esferas.

¡Ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch-ch!

Lanzaron sobre la plaza varias esferas generadoras que abrieron camino, abrasando el aire, hacia la reina de Marvilia. Incluso antes de que Dodge, el caballo, la torre y los ocho generales pudieran ponerse a cubierto…

Alyss utilizó el poder de su imaginación para que los proyectiles se precipitasen de vuelta hacia el enemigo. Con un movimiento apenas perceptible de su cetro, logró que las esferas generadoras cambiasen de dirección y se dividieran en esferas más pequeñas, cada una dirigida contra un vitróculo diferente.

¡Bluush! ¡Kabluush! ¡Blush-Blush! ¡Blush!

Una serie rápida de explosiones hicieron saltar a los vitróculos en mil pedazos. Ni un solo enemigo quedó en estado operativo, con vida.

—Una segunda oleada —suspiró Alyss, porque aparecieron más vitróculos en el horizonte de la avenida de los Limazones.

—Vienen por las lomas Borguejeantes —informó la torre.

—Y por el paseo de Girosca —dijo Dodge.

—Y por Brillosa —añadieron el caballo y los generales.

No eran noticias muy esperanzadoras; los vitróculos estaban marchando sobre la plaza Genevieve desde todas las calles que daban a ella. Alyss y Dodge, las piezas de ajedrez y los generales se vieron rodeados.