Los cristales de fuego emitían un calor moderado desde el agujero en el suelo, mientras Somber contemplaba la imagen detenida de Weaver. Había puesto el diario en pausa, preguntándose si su mecanismo no funcionaba bien, pues su amada aparecía borrosa, como vista a través de un velo de agua. Pero entonces notó la humedad en sus propias mejillas. El problema no era el diario; era él, que lloraba.
Weaver llevaba el uniforme de los alysianos; de tela basta y sin ninguna característica distintiva salvo el emblema de un corazón blanco cosido en el puño de la manga derecha de la camisa.
La mano le tembló. El diario se puso en marcha de nuevo.
—Si estás viendo esto —dijo Weaver— es que has demostrado que aquellos que os dan por muertos a ti y a la princesa se equivocan…, y también significa que con toda probabilidad yo estoy muerta.
Sonrió con tristeza al espacio que mediaba entre ellos. Somber estuvo a punto de cerrar el diario de un golpe. Se había equivocado: no estaba preparado para aquello. Pero relegar la imagen de Weaver al interior de un libro… No, tampoco podía hacer eso. Sería casi como meterla en una tumba. De modo que permaneció allí sentado, mirando aquella imagen grabada, pendiente de cada una de sus palabras.
—Este diario es tanto para mí como para ti, Somber. Tengo que decirte algo, y espero poder decírtelo en persona, pero la situación aquí es peligrosa. El hecho de que esté viva hoy no garantiza que siga viva mañana. Seguramente ya sabrás que Roja ha desmantelado la Bonetería. Lo que pretende es el genocidio, borrar la raza de los boneteros de la faz del mundo. Hay quien cree que ha rescatado el sistema de localización de la Bonetería y lo está utilizando para sus propios propósitos, con la intención de destruirlo cuando lo consiga. Me has dicho varias veces que quienes nacen boneteros necesitan un entrenamiento adecuado para desarrollar al máximo sus aptitudes naturales, pero Roja da más importancia al nacimiento que al adiestramiento. En cuanto el primer miembro de la Bonetería cayó en una emboscada tendida por Roja, vine a ocultarme aquí, pues no sabía si también irían a por mí. Corren rumores de que algunos boneteros han logrado escapar de sus asesinos y están escondidos en algún sitio. Si estos rumores son ciertos, espero que consigan seguir burlando a sus perseguidores para que, una vez que triunfe la rebelión —y creo que debe triunfar—, salgan de la clandestinidad y tú puedas capitanearlos en una nueva Bonetería.
Somber sintió una punzada; restablecer la Bonetería era lo que menos ganas tenía de hacer.
—Soy consciente de que nuestra relación fue difícil para ti, Somber —prosiguió Weaver—. Sé que, a pesar de lo atento y cariñoso que fuiste siempre conmigo, una parte de ti está enfadada contigo mismo por haberte dejado arrastrar por tus sentimientos hacia otra persona, y, lo que es peor, hacia una civil. Como el maestro del autocontrol que toda Marvilia cree que eres, no deberías haber intimado conmigo. Pensabas que tus sentimientos eran una mancha en tu expediente, una muestra de debilidad.
—Ya no lo pienso —repuso él en voz alta.
—Siempre supe que tus obligaciones te apartarían de mi lado —continuó Weaver—. Fue un error por mi parte no decírtelo cuando me entere, pero… Somber, amor mío… lo siento. —Se enjugo las lágrimas—. Debería habértelo dicho antes de que te marcharas… Estaba embarazada.
Somber se quedó totalmente paralizado. ¿Embarazada? ¿De él? Permaneció tanto rato inmóvil que, cuando volvió a cobrar conciencia de lo que lo rodeaba, creyó que había puesto de nuevo el diario en pausa. Pero luego vio el pecho de Weaver subir y bajar, subir y bajar; ella respiraba, luchando con sus propias emociones.
—Sé lo que opinas sobre los híbridos —dijo Weaver al fin—, y nunca tuve muy claro cómo reaccionarías al enterarte de que habías engendrado a uno. Cada vez que me pasaba por la cabeza el hablarte de mi felicidad, de la felicidad de ambos, se me ocurría una excusa para no hacerlo. Tenía la intención de decírtelo en la siguiente ocasión en que volviéramos a estar juntos en el Pico de la Garra, pero como ya sabes, no hubo una siguiente ocasión.
Demasiado embebido por la visión que tenía ante sí, Somber no reparó en el sonido de una detonación leve; una burbuja al reventar entre los cristales de fuego, o bien una explosión que acababa de producirse fuera de la cueva.
—No podía dar a luz sola, así que me arriesgué a viajar por tierra hasta el campamento de los alysianos en el bosque Eterno. Los médicos de ahí me ayudaron a alumbrar a una niña preciosa. —Con la sonrisa más triste que Somber había visto jamás, la sonrisa de alguien que se había resignado hacía tiempo a llevar una vida incompleta e insatisfactoria, Weaver dijo—: Es hora de que sepas cómo se llama tu hija, Somber.
Pero justo entonces, como si le sorprendiese la llegada de un extraño, ella desviaba la vista hacia alguien o algo que no había quedado grabado en el diario, y la detonación que Somber no había oído momentos antes resultó ser el primer disparo de una batalla que se libraba ahí cerca, en la montaña, y que Somber ahora oyó sin prestarle demasiada atención, pues todo su ser estaba concentrado en la imagen de Weaver, que parpadeó hasta desaparecer mientras ella susurraba «Molly».