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Alyss avanzó con decisión por los pasillos penumbrosos del palacio, y atravesó tres salas para recepciones y otros tantos salones, intentando convencerse de que su único objetivo era familiarizarse con su nuevo hogar, pero…

«¿Es que no soy capaz ni de reconocerlo ante mí misma?».

Estaba buscando a Dodge. Intentar localizarlo con el ojo de su imaginación le habría dado la sensación de estar espiándolo. Ahora, si daba con él, fingiría sorpresa y le diría que simplemente estaba explorando el palacio, conociendo mejor sus bien equipadas salas, sus suelos relucientes, sus escalinatas de cantos rodados que semejaban cataratas congeladas, con balaustradas talladas a mano y descansillos amplios.

Salió al patio. Los girasoles y las amapolas dormían bajo mantos de rocío. La luna arrancaba destellos al obelisco del monumento a los caídos anónimos. Las plantas de la Otra Vida, cuyos pistilos representaban los rostros de Genevieve, Nolan y el juez Anders, proyectaban sombras melancólicas sobre el camino.

Alguien se sorbió la nariz y se movió. En ese instante, Alyss identificó a aquella figura, que permanecía de pie con la cabeza gacha ante la tumba del juez Anders.

—Dodge.

Éste se volvió bruscamente y apuntó con la espada al cuello de Alyss.

—Vaya forma de saludar a tu… —ella se disponía a decir «reina», pero cambió de idea— amiga.

Él enfundó la espada de inmediato e hincó una rodilla en el suelo.

—Os pido disculpas, Majestad. Me habéis sobresaltado.

—Tú me has sobresaltado a mí —replicó ella. «¿Teme un ataque incluso aquí? Está demasiado ansioso por combatir»—. Por favor, enderézate, Dodge. Tu sitio no está a mis pies.

Él no parecía muy conforme con esta afirmación, pero se puso de pie y se limitó a decir:

—Creía que estabas ante el Corazón de Cristal, ayudando a las bases militares a defenderse.

Para bien o para mal, ella había dejado de prestar auxilio a los puestos fronterizos cuando las barajas de refuerzo habían llegado. Tenía que ir en busca de él.

Dodge señaló con la cabeza a las tumbas de los padres de AIyss.

—Os dejaré a solas un rato.

—No, quédate —le pidió ella rápidamente—. Sólo estaba… dando un paseo. —Hizo un gesto con la mano para abarcar todo el palacio—. Intento acostumbrarme a este lugar.

—¿En serio? —Dodge se tiró de las solapas de su chaqueta de guardia y se acomodó la espada en el cinto—. Entonces, si Su Majestad me permite el honor, con gusto la acompañaré en una visita guiada.

Ella decidió no decirle nada de la visita que ya había realizado con Jacob como guía.

—Su Majestad estará encantada de contar con tu compañía —dijo—, si tú dejas a un lado tanta formalidad y la llamas por su nombre.

—Alyss —dijo él, y le ofreció el brazo.

Entraron en el palacio y caminaron durante un rato en silencio.

«Qué agradable notar su calor tan cerca. Trata de no sentirte culpable por estar paseando con él como si no hubiera naipes soldado luchando por su vida en las afueras del reino».

—Me has dejado preocupada, Dodge —dijo—, ahí, en la cámara del cristal. Por tu expresión ante la posibilidad de que Roja haya reaparecido. Nadie quiere que vuelva a consumirte la sed de venganza.

—¿Nadie?

«Díselo. Dile “yo”».

Notó que se ruborizaba y esperó que él no se percatara de ello en la penumbra. Durante un momento interminable, la única respuesta de Dodge fue el repiqueteo de sus suelas sobre el suelo de mármol. Entonces…

—Cuando acababas de regresar a Marvilia, Alyss, me costaba entender que no estuvieras llena de rabia. Pensaba que tenías el doble de motivos que yo para querer vengarte, pues Roja mató a tus padres. Me molestaba que no tuvieras ese impulso, y no podía evitar pensar que, en cierto modo, estabas deshonrando su memoria.

—Yo no honro a mis padres a través de la venganza —aseguró Alyss—, sino velando por el reino en la medida de mis posibilidades, a mayor gloria de la Imaginación Blanca. Como hacían ellos.

—Lo sé, lo sé —suspiró él—. ¿Corrí riesgos innecesarios cuando luchaba como alysiano? ¿Me puse en peligro porque valoraba menos mi pellejo después del golpe de Roja? Probablemente. ¿Qué importaba mi vida en un universo que permitía que la Imaginación Negra triunfase?

—Importaba mucho —musitó ella.

Él negó con la cabeza, dudoso.

—Eso era lo que más gracia tenía; es decir, no tenía ninguna gracia: ponía en peligro mi vida de forma innecesaria pero había jurado seguir vivo para matarlo a él.

Habían llegado a una serie de habitaciones que le resultaron tan familiares a Alyss que se quedó sin habla. Jacob no le había mostrado esa reproducción de los aposentos privados de su madre en el viejo palacio de Corazones.

—He oído que los arquitectos diseñaron estas habitaciones como una especie de santuario —explicó Dodge—, un lugar donde puedas comunicarte con tu madre, si alguna vez necesitas su consejo.

Una intención noble, pero la última vez que ella había estado en esos aposentos…

«Fue la última vez que vi a mi madre con vida».

—Si en efecto se trata de Roja —dijo Dodge en voz baja—, si de verdad ha vuelto…, no sé hasta qué punto seré capaz de controlarme.

Alyss intentó adoptar un tono ecuánime, como si la decisión de Dodge no fuera de suma importancia para ella.

—Podrías dejar que yo me ocupara de ellos y mantenerte al margen. Puedo protegerte, de ellos y de tus peores impulsos. Mis poderes no sirven de nada si no me permiten proteger a las personas que… más me importan.

—¿Protegerme, tú a mí? —se rió él—. Alyss, tus responsabilidades como reina requieren que te mantengas alejada del peligro siempre que sea posible.

Ella abrió la boca para protestar.

—Sí, sí, eres una reina guerrera, sin lugar a dudas —prosiguió él—. Pero creo que incluso Jacob estaría de acuerdo conmigo; el hecho de que seas capaz de derrotar a un enemigo tú misma no significa que debas hacerlo en todos los casos. Al reino no le conviene en absoluto que resultes herida o algo peor. Además, cuentas con naipes soldado y piezas de ajedrez más que dispuestos a entrar en batalla por ti. Y, si no basta con los naipes soldado ni con las piezas de ajedrez… —la voz se le entrecortó, como si se le hubiese formado un nudo en la garganta—, tal vez mi vida no siempre haya sido importante para mí, Alyss, pero la tuya sí.

«¿Acaba de decir lo que me ha parecido oír? ¿De verdad ha…?».

—A muchos hombres los intimidaría una reina guerrera, por no hablar de una tan inteligente y poderosa como tú —continuó Dodge—. Pero yo sé que a veces desearías no tener que ser tan fuerte. Desearías poder dejar que lo fuera otra persona en tu lugar, alguien capaz de apoyarte y consolarte. Quizá yo no esté dotado con tu imaginación, Alyss, pero deja que esa persona sea yo. Deja que yo te proteja, en todo momento y para siempre, contra quien sea que ataque el reino, ya sea Roja u otro.

—Dodge —dijo Alyss, posándole la mano sobre las cicatrices paralelas de la mejilla, aquella marca que el Gato le había dejado hacía tanto tiempo. Aplicó los labios a cada una de ellas, con cuatro besos delicados. Cuando se apartó, vio que él sonreía.

—He de ir a controlar a un par de guardias —dijo Dodge—. ¿Me esperas?

Ella asintió y lo observó alejarse a grandes zancadas entre los mullidos sofás y los cojines descomunales que decoraban la primera réplica de las habitaciones de su madre, una habitación cargada de recuerdos pero que ahora se había convertido en escenario de un regalo inmejorable. Tras lanzarle una última mirada de alegría, Dodge desapareció por la puerta del fondo.

Alerta, con las orejas tiesas y las venas del cráneo palpitándole más deprisa que de costumbre, Jacob se dejó guiar por su oído. Siguió el sonido de las voces a lo largo de medio palacio, hasta que al fin dobló la esquina y los vio: Alyss estaba en el umbral de los aposentos de su madre, y Dodge avanzaba con aire más bien orgulloso hacia el balcón de los guardias, que daba al patio. Jacob se acercó a paso veloz a la reina y le habló sin resuello y atropelladamente.

—Alyss, los vitróculos han entrado en la ciudad. Están en nuestras calles.

—¿En nuestras…?

—Y hay algo más. El Continuo de Cristal…

Ella no le dio la oportunidad de continuar; dirigió el ojo de su imaginación a la plaza Genevieve, donde varios marvilianos salían despedidos de los espejos a tal velocidad que atravesaban los escaparates de las tiendas, volcaban los puestos de tartitartas, derribaban a la gente que estaba comprando sin sospechar nada, y ocasionaban que los maspíritus asustadizos se desbocaran con sus jinetes a cuestas. En el cruce de la calle Tyman y la vía Marvilópolis, Alyss vio a un puñado de marvilianos lanzados por el Continuo impactar contra un vehículo carcol al que estaban subiendo varios pasajeros. Ni siquiera los Jardines de Marvilonia, un lugar normalmente tan agradable, se libraron de la lluvia de marvilianos; Alyss fue testigo de los estragos causados por viajeros del Continuo en cenas y cócteles al caer sobre mesas, barras de bar y carritos de los postres.

Tenía que defender su reino con toda la imaginación que poseía. Cuanto antes venciera a Roja y sus vitróculos, menos oportunidades tendría Dodge de sucumbir a su ansia de venganza y jugarse la vida sólo por matar.

—Que Dodge no se entere —dijo, y se alejó a toda prisa por el pasillo.

Jacob la siguió con la mirada por unos instantes, preocupado de que no estuviese preparada para enfrentarse de nuevo a su tía, cuando de pronto…

—Habíamos quedado en que me esperaría.

Era Dodge. Sorprendido y algo avergonzado, Jacob se percató de que había estado demasiado absorto pensando en los vitróculos para oír al guardia que se acercaba desde el balcón.

—¿Quién? —logró preguntar.

—Alyss.

—Ah, ¿estaba aquí? Yo también la estaba buscando. —De los pliegues de su toga, Jacob extrajo la carta del Cuadrilla de Langostas, su restaurante preferido en la ciudad—. Tengo un indulto que necesito que me firme.

Dodge entornó los ojos, suspicaz.

—¿De verdad? Con tu oído tan agudo, Jacob, por lo general encuentras siempre a quien buscas.

Jacob contempló la posibilidad de salir corriendo. Nunca se le había dado bien mentir. La única forma de evitar que llegase a oídos de Dodge la noticia de la invasión de vitróculos era rehuir al joven, pues de lo contrario éste seguramente lograría sonsacarle la información, pero…

—¡Señor Jacob! ¡Señor Jacob! —El mayordomo morsa se acercó bamboleándose desde una de las salas de baile—. Espero que haya tenido mejor suerte usted que yo —dijo la criatura—, pues yo no he tenido ni pizca. Nada en absoluto. De hecho, no encuentro a la reina por ninguna parte.

—Acabo de estar con ella —dijo Dodge—. Seguro que puedo dar con ella y decirle que la estás buscando.

Detrás de Dodge, Jacob sacudió la cabeza, indicándole a la morsa que no dijera nada, pero el pobre animal estaba abrumado por la preocupación y la congoja.

—Pues dígale, señor Dodge… ¡Oh, son malas noticias, es una auténtica desgracia! Debe comunicarle a la reina Alyss que los vitróculos han invadido Marvilópolis.

Antes de que Jacob pudiera detenerlo, Dodge estaba ya en el pasillo, con la espada desenvainada.

—¡Decidle a Alyss que no salga del palacio! —gritó sin dejar de correr.