Dodge se había marchado para cumplir con su deber de guardia. Alyss, que no quería estar sola, se envolvió en una capa para protegerse del frío de la noche y salió a los jardines del palacio. Seguramente debería haberse ido a dormir. Jacob, a su manera socarrona y paternal, siempre le recordaba que una reina, para estar siempre en plena forma, debía dormir al menos ocho horas lunares cada noche, a fin de no tomar decisiones imprudentes debido a la fatiga. Ya tendría razones suficientes para tomar decisiones imprudentes en la vida, le explicaba. Y, sin embargo, ahí estaba ella, caminando por un sendero que llevaba del palacio a la muralla exterior que separaba los jardines del resto de Marvilópolis. Geranios de color amarillo, lavanda y rojo hacían reverencias a su paso. Las ramas de los arbusto de holizaleas, que sólo crecían en Marvilia, se inclinaban en señal de respeto. El aire nocturno trajo hasta sus oídos la melodía de La marcha de la Reina, tatareada con suavidad por los girasoles.
Alyss se acercó a un seto indistinguible de los que lo rodeaban, se detuvo por unos instantes para asegurarse de que nadie la observaba, se abrió paso hacia el interior del seto y…
Desapareció. Las raíces de la planta habían activado un mecanismo que abría una trampilla grande camuflada bajo una densa cubierta vegetal. Alyss descendió por la abertura hasta una cámara subterránea cuya ubicación sólo conocían sus consejeros de confianza y los pocos sirvientes escogidos por Jacob para trasladar allí el Corazón de Cristal una noche sin luna.
«Es absurdo que tenga que actuar como una ladrona cada vez que quiero visitarlo».
Allí estaba, la fuente creativa del universo, despidiendo como siempre un resplandor que daba la impresión de que el cristal estaba a punto de hincharse más allá de sus límites.
«Es deprimente verlo guardado en esta prisión subterránea. ¿Cómo voy a reinstaurar el Desfile de Inventores si el cristal debe permanecer oculto para evitar que caiga en manos de alguien que haga mal uso de él?».
Por otro lado, ¿estar en posesión del cristal, así como del cetro de su laberinto Especular, no le confería poder suficiente para vencer a cualquier enemigo? Cabía suponer que sí, pero ¿para qué arriesgarse? Ella y Jacob habían decidido que más valía mantener el cristal escondido.
Alyss sabía que la recuperación del Desfile de Inventores no era algo prioritario para la seguridad ni el desarrollo de Marvilia. Sin embargo, cuando recordaba los desfiles de su infancia, con el Corazón de Cristal a la vista de todos, la multitud en la calle para contemplar los últimos artilugios concebidos por sus conciudadanos, y los inventores que se esforzaban al máximo por lucirse para que la reina Genevieve considerarse sus inventos dignos de pasar a través del cristal, de manera que, en otro mundo, se materializase una versión de ellos; cada vez que Alyss se acordaba de todo esto, pensaba que tal vez si reintroducía el Desfile de Inventores, sería en cierto modo como volver, si no a una época mejor (Jacob sin duda lo negaría), sí al menos a una época distinta en la que sus padres aún vivían.
La trampilla se deslizó hasta cerrarse y Alyss se colocó como solía en una plataforma de observación situada a media altura sobre el suelo de la cámara, lo más cerca posible del cristal. Con el cetro en una mano, extendió el otro brazo hacia el cristal para agudizar al máximo su visión a distancia. El ojo de su imaginación se inundó en el acto de la luz brillante del cristal, que se desvaneció poco a poco para revelar un comedor de estilo anticuado con revestimiento de caoba, papel tapiz floreado y un aparador de madera maciza: el comedor de casa del decano del colegio universitario de Christ Church, en Oxford. Entre aquellos que disfrutaban de una cena de pollo asado sentados a la mesa se vio a sí misma, o, mejor dicho, vio a su doble. Ella la había creado aunando sus poderes con los del Corazón de Cristal y la había enviado a la Tierra para que ocupase su lugar en la familia Liddell.
La señorita Alice Liddell: hija adoptiva del reverendo y su esposa, examiga de Charles Dodgson, exprometida del hijo más joven de la reina Victoria, el príncipe Leopoldo, pero ahora enamorada de Reginald Hargreaves, que estaba sentado enfrente de ella.
Reginald, que estudiaba en Christ Church, era un señorito de campo a quien le gustaba vagar por los campos de su finca de Hampshire, Cuffnells, mucho más que estar encerrado en una habitación con libros y teorías. Aunque se encontraba sentado entre dos de las hermanas de Alice, Edith y Lorina, saltaba a la vista que sólo tenía ojos para Alice, y esto no les pasaba inadvertido al reverendo ni a la señora Liddell, que presidía la cena.
«Qué sencillo y acogedor parece todo».
Alyss sabía que la realidad no era así del todo. Había comido en esa sala muchas veces, y cuando uno todavía tenía frescos en la mente los disgustos que se había llevado durante el día en Oxford, fueran los que fuesen, nada parecía tan sencillo. A pesar de todo ella no podía evitar pensar que las cosas eran más sencillas allí.
Al observar, se sintió como una invitada más aunque la escena era muda y ella no había podido oír la anécdota divertida con que Reginald los había hecho reír a todos. Alice era quien reía con más ganas para dejar claro cuánto le gustaba él. Reginald sonrió sin apartar la vista de ella ni siquiera cuando Lorina reclamó su atención, al parecer para contarle a su vez otro chisme gracioso.
«La facilidad con que demuestra su afecto…».
Pensó en Dodge, en su relación con él, en el amor torpe, vacilante, tímido que se profesaban, en… Tzzz.
Algo iba mal. La trampilla se había abierto. La comitiva de asuntos urgentes descendía hacia ella.
—¿Qué ocurre? —preguntó una vez que Dodge, Jacob y el general Doppelgänger se hallaron ante ella.
—Alguien ha lanzado un ataque contra el reino —dijo el general—. Aún no sabemos quién.
—Lo sabemos —replicó Dodge, con una mirada vengativa e insatisfecha que Alyss relacionó de inmediato con Roja, el Gato y el asesinato del juez Anders.
—Varios de nuestros puestos fronterizos han sido arrasados —prosiguió el general—, y varios más combaten con el enemigo en estos momentos. He ordenado el despliegue de barajas de refuerzo para evitar que los atacantes avancen hacia el interior del reino.
¿Un ataque? ¿Puestos fronterizos arrasados? Se quedaron esperando a que ella dijese algo.
—Han llegado informes —dijo Dodge.
—¿De qué?
—Tenemos motivos para creer que quienes nos atacan son vitróculos —le explicó Jacob—. Ahora mismo se está procediendo a confirmar la veracidad de esta información.
—¿Vitróculos? —repitió Alyss con incredulidad. Tras el derrocamiento de Roja, había habido intentos de reprogramarlos, pero esto había resultado ser más difícil de lo que los ingenieros y programadores de Marvilia habían imaginado en un principio. Sólo un número reducido de ellos se había reconfigurado con éxito cuando ella y sus consejeros descubrieron que la población estaba demasiado acostumbrada a tenerles miedo como para verlos como elementos protectores.
Dodge habló en un susurro tenso, como si levantar la voz implicara dar rienda suelta a una furia incontenible.
—Roja debe de haber sobrevivido. Debiste dejar que yo entrara en el cristal tras ella.
—No estamos seguros de que se trate de Roja —insistió el general.
—¿Qué otra explicación puede haber para un ataque de vitróculos?
Era una buena pregunta. Alyss miró a Jacob, que se encogió de hombros. Sus ojeras giraron hacia los lados, como si estuviera avergonzado.
—Como el albino culto que soy, detesto reconocer mi ignorancia, pero en este caso es lo único que tengo.
Alyss cerró los ojos y recorrió con la mirada de su imaginación las fronteras de Marvilia, de un puesto militar a otro…
En una selva umbría de la Ferania Ulterior, un naipe número Siete disparaba su pistola de cristal contra un par de vitróculos que empezaban a recular cuando una esfera generadora explotó contra el alijo de municiones que estaba protegiendo y el hombre perdió la vida.
En una casilla de roca negra del desierto Damero, una pareja tras otra de naipes soldado salía dando traspiés y ahogándose de un búnker medio destruido, pero escapaban de una muerte por quemaduras o asfixia sólo para caer atravesados por las armas de los vitróculos que los esperaban fuera.
Y en un puesto especialmente lejano, situado entre el límite cubierto de maleza del bosque Eterno y los géiseres de lava de las llanuras Volcánicas, Alyss contempló la escena donde se había librado una batalla; allí donde dirigía el ojo de su imaginación, veía naipes soldado que yacían muertos en posturas diferentes; habían un naipe Dos con la mano en su pistola de cristal aún sin desenfundar, y un naipe Cuatro que, a juzgar por los cuerpos que lo rodeaban, se había llevado por delante a un número respetable de enemigos antes de entregar la vida.
—Se trata de los vitróculos —corroboró al fin—, pero no veo a Roja.
—No se dejará ver en primera línea —dijo Dodge, impaciente—. Esperará a que se presente una ocasión más propicia.
El general Doppelgänger le dio un golpecito a Jacob con el codo e hizo un gesto con la cabeza como para instarlo a decirle algo a Alyss.
—¿Hay algo más? —preguntó Alyss.
—El Valet de Diamantes se ha fugado de las minas —le comunicó el preceptor.
Lo que faltaba; encima de todo, tener que preocuparse por un niñato rebelde de alta cuna y grandes nalgas que creía que el mundo le debía… el mundo.
—¿Su fuga aguarda alguna relación con los ataques?
—No tenemos datos que lo confirmen —dijo el general— ni que lo descarten.
Ella posó el ojo de su imaginación en un puesto situado en un escaque de hielo del desierto Damero, donde una unidad entera de naipes soldado estaba a punto de caer acribillada por una ráfaga de cartas daga AD52. En la cámara del Corazón de Cristal, blandió su cetro. Dodge, Jacob y el general se sobresaltaron. El movimiento del brazo de Alyss generó unas ondas que atravesaron grandes distancias, y las cartas daga cambiaron de pronto de dirección, como si hubiesen rebotado en un campo de fuerza invisible. Los vitróculos responsables del ataque se quedaron pasmados por unos instantes, mientras que los naipes soldado, al descubrir que algo los había salvado, dispararon una andanada tras otra de sus propias cartas daga contra el enemigo y corrieron a parapetarse tras los restos carbonizados de un búnker, vivos por el momento.
—Envíe todas las barajas de refuerzo que pueda —le indicó Alyss al general Doppelgänger— movilice a las milicias del ajedrez, si es que no lo ha hecho aún. Hay que evitar por todos los medios que la violencia llegue a Marvilópolis. Jacob, transmite un mensaje de alerta a los ciudadanos: hay combates aislados en las fronteras lejanas del reino, lo que apenas supone un peligro para ellos, pero, para estar seguros, deben permanecer bajo techo en la medida de lo posible.
De nuevo pondría a prueba los límites de su imaginación y utilizaría sus poderes para ayudar a todos los puestos fronterizos. Era una lástima que para matar a los vitróculos no le bastase con imaginarlos muertos. No era posible. Los vitróculos, aunque en un grado muy pequeño, poseían voluntad propia. La imaginación por sí sola, aunque fuera muy poderosa, no podía matar a seres con voluntad de vivir.
—Haré lo que pueda desde aquí —dijo—. Eso es todo.
Jacob y el general Doppelgänger dieron media vuelta para marcharse.
—¿Y yo? —preguntó Dodge.
—El deber de un guardia es proteger el palacio —contestó ella, sabiendo que la respuesta no le gustaría—. Sin embargo… —algo en su tono de voz hizo que Jacob se detuviesen y volviesen la mirada. La reina fijó la vista en Dodge—… por lo que respecta a Roja, debemos estar preparados para lo peor.