La gala inaugural del palacio de Corazones había finalizado, y el veredicto era unánime: el acto había sido un éxito, una gema resplandeciente en la corona de una reina que aún tenía poca experiencia en la organización de festejos. La misma Alyss, sin embargo, no estaba muy contenta, pues su reunión con el rey Arch le había dejado un regusto demasiado amargo para disfrutar la celebración tanto como sus invitados.
«¿Por qué ha tenido que mencionar a mi padre?».
En realidad, ella nunca había oído a su padre mencionarlo a él. Por otro lado, ¿por qué iba Nolan a molestar a una niña de siete años con asuntos de estado relacionados con el antipático monarca de un reino vecino?
Aunque la pérdida repentina de su padre le había infringido una herida que nunca sanaría, sus recuerdos de él se desvanecían un poco más cada día. Ella era muy joven cuando lo había visto por última vez, es decir, en persona, pues lo había visto dos veces tras su muerte: una en el laberinto Especular, y otra en la cúpula de observación del monte Solitario, poco después de la derrota de Roja. Pero no sólo estaba nerviosa por causa de Nolan. Se había dado cuenta recientemente de que toda alusión a un padre le hacía pensar no sólo en él, sino también en su otro padre, el que tuvo durante sus trece años en la Tierra: el reverendo Liddell del colegio universitario de Christ Church, en Oxford. Sus recuerdos de los Liddell eran mucho más vívidos que los que aún guardaba de Nolan y de Genevieve. Claro que había pasado más tiempo con los Liddell que con el rey y la reina cuya sangre le corría por las venas.
«Más de la mitad de mi vida».
Sola en uno de los siete salones de recepciones del palacio, Alyss intentó rememorar momentos vividos en compañía de sus queridos padres, pero no podía concentrarse. Con el ojo de su imaginación, observó al mayordomo morsa, que estaba supervisando a los empleados que barrían y limpiaban con los chorros de las mangueras los senderos del jardín, que regaban los girasoles que habían cantado hasta enronquecer, que distribuían los marvizcochos, las tartitartas y otras delicias que habían sobrado por toda la ciudad capital. Al contemplar todas esas cosas, ella no pensaba ni en sus progenitores ni en los Liddell, sus cariñosos padres adoptivos, sino en Jacob.
«¿Por qué no me ha dicho que Morgavia está haciendo acopio de armas? ¿Por qué no me ha hablado de los problemas de Bajia con la provincia de Ganmede?».
Se había sentido como una idiota al mentirle al rey Arch y temía que su rostro delatara su ignorancia sobre estas cuestiones. Sabía que Jacob no le ocultaba esta información por mala fe, sino para evitar que las responsabilidades que habían recaído sobre ella como reina la abrumaran. Los politiqueos internos del reino ya le daban suficientes quebraderos de cabeza como para tener que ocuparse de las discordias de los reinos, pero…
«De ahora en adelante, Jacob debe informarme de todo, del menor dato, por pequeño o insignificante que parezca».
El ojo de su imaginación se posó en el terreno donde antes se estaban construyendo las Cinco Agujas de Roja. Habían echado abajo el monstruoso edificio antes de que estuviese terminado, y el cristal veteado de que estaba hecho se había reciclado en los proyectos de reforma urbana de los barrios que habían resultado más degradados durante la tiranía de Roja. La suciedad y el hollín de Marvilópolis se habían eliminado, capa a capa, hasta que emergieron las superficies impolutas, que se habían podido pulir hasta quedar brillantes. Destellos de azul luminiscente volvían a mezclarse con rojos vibrantes y dorados oscuros en las torres de oficinas; chapiteles de tonos crepusculares relucían incandescentes sobre los tejados de varios edificios gubernamentales y hoteles. Los paisajistas de la ciudad habían retirado todas las malas hierbas y plantas secas de las zonas ajardinadas y replantado el mismo surtido de amarilis, margaritas y arbustos de flores aromáticas que crecían allí antes de que Roja los rociara con Naturicida.
«¿Y si Arch tuviera razón? Tal vez el mundo entero debería estar bajo el mando de un gobernante único y absoluto, y la única manera de establecer una paz duradera entre las naciones sea juntarlas para formar una única nación».
Y es que el alcance de sus poderes era limitado, aunque ni siquiera Jacob sabía quién había fijado esos límites. Alyss todavía estaba aprendiendo qué podía y qué no podía hacer con su imaginación.
Y probablemente nunca lo sabría del todo.
Alyss dirigió su ojo imaginativo hacia el nuevo centro vacacional urbano, Jardines de Marvilonia, antes conocido como el hotel y casino de Roja. Marvilonia ofrecía a las familias un lugar donde pasar sus días de asueto sin tener que salir de la ciudad. Para los adultos había tratamientos de hidroterapia, masajes, restaurantes elegantes y excursiones por parques interiores tan extensos y frondosos que costaba creer que estuviesen bajo techo. Para los niños había toboganes de agua de cuarzo liso, búsquedas del tesoro y juegos Total ImmEx en los que los niños podían meterse en la piel de Somber Logan y ejecutar un repertorio impresionante de acrobacias y movimientos con las cuchillas giratorias.
«Piensa en mamá y papá…».
Pero el ojo de su imaginación, como si no estuviera bajo su control, saltaba de una valla holográfica de Marvilópolis a otra. En tiempos de Roja, sólo anunciaban campaña contra sospechosos de ser alysianos o practicantes de la Imaginación Blanca, castigo de disidentes confesos e incentivos para quienes delataran a un vecino o pariente por traición contra el gobierno. Ahora, esas mismas vallas mostraban los últimos informes de tráfico y anuncios de kits para iniciarse en la Imaginación Blanca o safaris de la Ferania Ulterior. Habían desaparecido de las calles las consignas a favor de Roja, emitidas por altavoces desde cierta altura: «En Roja confiamos», «El sistema de Roja es el mejor sistema», «Mejor Roja que sin vida». Los altavoces mismos también habían desaparecido. En las esquinas ya no había puestos ambulantes de kebab de gombrices ni contrabandistas de cristales voceando su mercancía. Casi todas las casas de empeños y de préstamos habían dejado de existir.
«Piensa en mamá, y en papá. Mamá y papá…».
—¿Será posible que te haya encontrado sola —preguntó una voz a su espalda—, sin la fiel Molly pegada a tus talones? —Era Dodge. Se puso a su lado—. Bonita vista.
Ella no se había fijado. Se encontraba ante un ventanal de cristal telescópico que daba a las luces de la ciudad capital.
—Sí, lo es.
—Mi habitación sólo tiene vista la parte trasera de la cocina real. Hay que ver cómo se trata a los guardias de palacio hoy en día.
Era una broma. Sólo hacía bromas cuando se sentía incómodo.
«Ahora viene cuando me rodea con el brazo, me atrae hacia sí y me dice que por muchos laberintos especulares que yo atraviese, por muchas coronas que me ponga, siempre seré su Alyss, la misma niñita que corría por los pasillos del palacio con él cuando éramos pequeños…».
—¿De qué me sirve la imaginación sino puedo dar la felicidad a todos los marvilianos? —preguntó, mordiéndose el labio para no añadir: «ni siquiera a mí misma».
—Nunca creí que tuviera que responder a esa pregunta. Después de todo, estamos aquí, ¿no? En cambio, Roja y el Gato, no.
—No es a eso a lo que me refiero.
Aunque las obras más visibles de Roja se habían desmontado o renovado hasta perderse en el olvido, su influencia en la cultura de Marvilia seguía siendo patente. Roja había recompensado las peores cualidades de los ciudadanos. Su estrechez de miras, egoísmo y pesimismo habían florecido a costa de la bondad, la generosidad y la buena voluntad hacia los demás; los principios fundamentales de la Imaginación Blanca. El general Doppelgänger insistió en mantener tropas en misión de paz dispersas por la ciudad, y al menos una vez entre cada salida de los soles gemelos del mundo, un marviliano acudía a uno de estos soldados para denunciar a un padre o vecino por traición.
«Arch tenía razón en una cosa. Aparte de los conflictos que podamos tener con fuerzas extranjeras, siempre habrá suficientes elementos perturbadores dentro de nuestras fronteras con los que lidiar».
—Es que… la paz en realidad no es tan apacible —suspiró Alyss.
No supo si había disgustado a Dodge con su conversación o con su tono lastimero, pero él cambió de tema.
—¿Qué tal se desenvuelve Molly?
—Bien.
Dodge torció el gesto en una expresión de duda.
—¿Qué pasa? —inquirió Alyss—. Es mejor que buena. Es fantástica, de hecho. Todos sabemos lo hábil y valiente…
—No es su habilidad ni valentía lo que me preocupa —repuso él—, sino su madurez.
A Alyss le entraron ganas de reír. Allí estaba, con veinte años, habiendo recorrido el laberinto Especular y vencido a su tía perversa para gobernar el reino en nombre de la Imaginación y, sin embargo, apenas se sentía más madura que cuando le gastaba bromas inocentes a Jacob, como transformar su comida en un plato de gombrices o hacerle crecer por medio de la imaginación una espesa mata de pelo en su cabeza empolvada. Cierto, era más poderosa que antes. Hacía aflorar su fuerza con facilidad y notaba cómo le cosquilleaba en cada nervio. Pero ¿madurez? ¿Eso qué era?
—Su puesto le da más seguridad en sí misma —dijo—. Además, sé lo que es existir en dos mundos como una híbrida, sin ser del todo una cosa u otra. Además, por lo general me gusta tenerla cerca.
Dodge hizo una reverencia.
—Entonces debo confiar en que Molly mantenga a salvo a la más hermosa de las reinas.
Alyss lo miró. Nunca había sido tan directo a la hora de expresar sus sentimientos.
—¿Te parezco hermosa?
—No estás mal —bromeó él—. Me han dicho que hay una reina a un par de países de aquí que…
Ella le propinó una dolorosa palmada en el brazo. «Dile que lo amas, que te da igual que sea hijo de un guardia de palacio mientras te quiera como tú esperas que te quiera». Pero cuando Alyss recuperó la voz, le sorprendió oír sus propias palabras.
—¿Crees que tal vez Somber se ha ido a la Tierra?
El momento de las confesiones íntimas había pasado. La reina de Marvilia y el jefe de la guardia de su palacio contemplaron el paisaje de Marvilópolis, con unos sentimientos mutuos demasiado profundos para exteriorizarlos. Ninguno de los dos sabía que, al margen de dónde se encontrara Somber en ese momento, pronto lo necesitarían.