La sala de reuniones aún no se utilizaba con la frecuencia prevista: debía albergar tres reuniones diarias en las que Jacob, Dodge, el general Doppelgänger y los demás consejeros de la reina Alyss la pondrían al tanto de los asuntos más urgentes de Marvilia, ya fueran comerciales, financieros, políticos o militares.
—¿Es verdad lo que me dicen, que os negáis a participar en mi fiesta? —bromeó Alyss, desplegando con profesionalidad una sonrisa forzada, mientras entraba grácilmente en la sala hexagonal con pantallas holográficas en las paredes, y en el centro, una mesa de conferencias maciza tallada en un único bloque de esteatita.
El rey Arch no era aficionado a las bromas. Apartó la vista de sus ministros de información, a quienes había estado consultando en voz baja.
—Reina Alyss —dijo—, nunca he ocultado mis prejuicios. Creo que la época tan convulsa que ha vivido Marvilia hace poco tiempo se habría podido evitar si aquí hubiese reinado con un hombre y no una mujer. Aun así, he venido a presentaros mis respetos dentro de lo que cabe, pues entre vuestra tía Roja y vos, prefiero con mucho teneros a vos como vecina.
—Gracias, creo —respondió Alyss—. ¿Nos sentamos?
En las holopantallas aparecían imágenes de las principales calles e intersecciones de Marvilópolis. Arch se acomodó en una silla situada ante la pantalla que mostraba la recién bautizada plaza Genevieve. Los ministros de información se retiraron a un rincón de la sala y permanecieron de pie, mientras dos individuos de rostro tan inescrutable como una máscara se apostaba a cado lado del rey.
—Me siento seguro cuando viajo con ellos —explicó Arch al percatarse del interés que sus escoltas despertaban en Alyss—. Se llaman Ripkins y Blister, y creo que sus habilidades de combate estarían a la altura de los del célebre Somber Logan, aunque me dicen que se ha tomado un año libre.
Alyss asintió.
—Necesitaba tomarse un tiempo para ocuparse de asuntos personales, pero está a nuestra disposición en caso de que lo necesitemos.
Lo cierto es que ni ella ni nadie sabían dónde había ido Somber ni cuándo volvería. En varias ocasiones, ella se había acercado al Corazón de Cristal para aguzar al máximo su visión a distancia e intentar localizarlo con el ojo de su imaginación en el bosque Eterno, el desierto Damero, el valle de las Setas, la Ferania Ulterior, incluso las llanuras Volcánicas. Buscara donde buscase, no lograba dar con él. Era como si hubiese desaparecido de Marvilia.
Del pasillo le llegó un sonido de correteo; Molly la del Sombrero irrumpió a toda prisa en la sala y se apostó a la derecha de Alyss.
—Rey Arch —dijo ésta—, ahora soy yo quien os presenta a mi escolta, Molly la del Sombrero.
Molly hizo una reverencia, pero al verla, con aquella chaqueta que le venía un poco grande y la pesada mochila con que cargaba torpemente, el rey se rió.
—¿Qué le hace tanta gracia? —preguntó Molly con el ceño fruncido.
Alyss le posó una mano en el brazo para tranquilizarla mientras el rey Arch pugnaba por contener la risa. El mayordomo morsa entró bamboleándose en la sala con una jarra de vino de escarujo, dos copas y una fuente con tartitartas. Una vez que el vino estuvo servido y se le indicó a la morsa que se retirase, Arch se aclaró la garganta y, de mala gana, pidió disculpas a la reina, y también a su escolta, naturalmente. Hizo lo que pudo por mostrarse serio, pero no podía mantener su mirada burlona apartada de Molly.
—Bien, ¿dónde está el Corazón de Cristal? —preguntó—. Estaba deseando hacerme un holograma besado por su resplandor.
—Creía que el cristal revestía un interés escaso para vos —repuso Alyss—. Su posesión no significa gran cosa para quienes no tienen el don de la imaginación.
Arch hizo un gesto desdeñoso con la mano.
—Qué típico de una mujer, no escuchar. No he dicho que quiera poseerlo, Majestad. Personalmente, opino que lo que hacéis con esa imaginación tan portentosa vuestra, sea lo que sea, está sobrevalorado. Podéis considerarme un simple turista que viene a visitar los principales monumentos de Marvilópolis. Convendréis conmigo que el Corazón de Cristal, fuente de la inspiración creativa del cosmos, figura sin duda entre ellos.
—Ya no lo tenemos al aire libre.
—Pero yo tenía entendido que os habíais desembarazado de Roja. ¿Qué problema habría en colocarlo en un lugar donde el público pueda contemplarlo?
«¿Desembarazado de ella? Ojalá».
Alyss y sus consejeros habían discutido la idea de enviar un destacamento pequeño al interior del Corazón de Cristal en persecución de Roja y el Gato, y Dodge se había ofrecido voluntario a dirigirlo. Sin embargo, los riesgos que entrañaría la misión y las escasas posibilidades de éxito los habían disuadido. Ningún ser vivo había atravesado antes el cristal, y no había garantías de que un cuerpo físico sobreviviese al penetrar en él. Alyss había trazado un plan alternativo.
—Jacob —había dicho—, ¿has comentado que, como mi tía entró en el Corazón de Cristal, es posible que ya no exista en la forma en que la conocíamos?
—Sí, lo he comentado —admitió Jacob—, como tantas otras cosas.
—¿Y que todo lo que entra en el cristal sale al universo para inspirar la imaginación de los seres de otros mundos, más concretamente de la Tierra, el mundo más estrechamente relacionado con el nuestro?
—Sí, me suena.
De modo que ella había sugerido que los sombrereros Rohin y Tock, dos de los alumnos más aventajados de la última promoción de la Bonetería, viajaran a la Tierra a través del estanque de las Lágrimas para buscar rastros de la presencia o el influjo de Roja y el Gato.
—Hum —carraspeó Arch al enterarse de que la muerte de Roja no estaba confirmada. Cogió una tartitarta y se la lanzó a uno de sus escoltas.
El guardia flexionó de forma ostentosa las puntas de sus dedos: unas relucientes púas de metal afloraron a la piel a lo largo de las espirales de sus huellas digitales. Sin el menor asomo de emoción, moviendo las manos a una velocidad similar a la que giraban las cuchillas de la chistera de Somber Logan, redujo la tartitarta a un montoncito de migajas y luego asintió en dirección a Arch: las tartas podían comerse sin peligro alguno. Las púas se sumieron de nuevo en las yemas de los dedos, y Arch se sirvió otra porción de la tartitarta y dio buena cuenta de ella con un bocado y medio rebosantes de virilidad.
—Veo que el señor Ripkins hace honor a su nombre[1] —observó Alyss, pues al utilizar su imaginación para juntar las migas a fin de dar forma de nuevo a la tartitarta, advirtió que en realidad no eran migas, sino jirones. El escolta había desgarrado el pastelillo.
El rey fingió no fijarse en la tartitarta, que volvía a estar intacta en la bandeja y lista para consumirse debidamente.
—Mis guardias son auténticos prodigios en los estilos de combate más tradicionales —dijo, mirando a Molly la del Sombrero—. Sables, esferas, pistolas de cristal, cosas así. Pero ¿por qué limitarlos a los estilos tradicionales cuando son capaces de hacer mucho más?
Hizo chasquear los dedos. Uno de sus ministros de información dio un paso al frente y se remangó. Blister bajó el dedo índice hacia el antebrazo del ministro.
—Eh, eh —dijo Arch, agitando un meñique—. No queremos que quede marcado de por vida, ¿verdad?
Blister apretó la punta de su meñique contra la piel desnuda del ministro. Éste apretó los dientes y comenzó a sudar. El antebrazo se le cubrió de ampollas.
—Más vale drenarlas lo antes posible —explicó Arch—, o pueden surgir complicaciones.
Mientras llevaban al individuo ampollado al rincón donde estaban los otros ministros, Molly llevó la mano hacia su sombrero, que vibraba como si estuviera ansioso por entrar en acción. Ella les enseñaría a Ripkins, a Blister y a su petulante rey quién era el auténtico prodigio.
—¡Molly! —la previno Alyss.
La chica tuvo que recurrir a toda su disciplina para reprimirse. ¿Acaso la reina dudaba que las habilidades de su escolta impresionaran a aquellos hombres?
—Ha llegado hasta mis oídos, Arch —dijo Alyss, algo inquieta por los gemidos procedentes del grupo de ministros de información—, el rumor de que estáis desarrollando un arma capaz de destruir no sólo toda Marvilia sino también Confinia.
—¿Cómo lo sabéis?
Alyss se encogió de hombros.
—Mi gente tiene siempre la oreja puesta.
—Jacob Noncelo tiene la oreja puesta, mejor dicho —replicó Arch, impresionado—. Pero ¿y qué si estoy construyendo esa arma? ¡No seréis contraria a los avances científicos!
—No me parece un avance crear un arma capaz de provocar una devastación masiva.
—¿Ah, no? Estoy seguro de que un hombre no opinaría lo mismo.
Alyss suspiró. La pantalla que Arch tenía detrás mostraba el bullicio de la plaza Genevieve. Los mercaderes que habían optado por mantener abiertos sus comercios en lugar de asistir a la celebración estaban de pie frente a sus colmados, talleres de pedrería, panaderías y tiendas de ropa, saludando a los transeúntes. No hacía mucho, cuando aún se llamaba plaza de Roja, solía estar desierta, en medio de una zona deprimida de bloques de pisos abandonados y tiendas tapiadas por la que incluso los naipes soldado se resistían a patrullar.
—¿No creéis que la necesidad primordial de nuestros ciudadanos es la paz y la seguridad? —preguntó Alyss—. Y tal vez para…
—La amenaza de aniquilación total es un elemento de disuasión para quienes quieran atacarnos y le proporciona a Confinia toda la seguridad que necesita. Pero me pregunto, señorita Majestad, hasta qué punto está informada del arsenal que está acumulando Morgavia como para poner en tela de juicio la necesidad de armas potentes.
—Lo bastante informada —contestó ella, aunque era la primera noticia que tenía.
—Entonces tal vez no estéis al corriente del reciente fracaso de las negociaciones entre Bajia y su provincia rebelde, Ganmede, pues de lo contrario no dudaríais de lo imprescindible que es que nuestros científicos desarrollen armas nuevas.
¿Negociaciones fallidas?
—Lo he leído en el último informe de mis servicios secretos —mintió Alyss—. Pero me pregunto si no habrá una manera de garantizar la seguridad de Confinia sin amenazar con la destrucción masiva, la pérdida de vidas inocentes o…
—¿Vidas inocentes? Oh, reina sabia, ¿de verdad existe alguien tan inocente como insinuáis? Si no tuviera que lidiar con los enemigos exteriores de Confinia, me pasaría el día luchando contra los interiores. Después de vuestras batallas con Roja, me cuesta creer que conservéis ese toque de ingenuidad. Los ciudadanos no son inocentes. Majestad, si las riendas del gobierno no se empuñan con masculinidad, su naturaleza agresiva y egoísta siempre perturbará la paz y la seguridad. La paz auténtica sólo es posible a través del poder de un solo soberano.
—¿Y si ese gobernante absoluto fuera tan egoísta y agresivo como el ciudadano más díscolo, y estuviese más interesado en su propia gloria que en el bien común?
—¿Y si las mujeres de dedicaran a las tareas domésticas, como debe ser?
Ella no se permitía el lujo de enfadarse, y menos aún delante de Molly, cuya furia empezaba a percibir a su lado. Tal vez la diferencia entre Roja y el rey Arch fuera sólo una cuestión de grado. Alyss decidió conducirse con más cautela en presencia de él.
—Os pido perdón —dijo Arch—. Sois mi anfitriona en calidad de reina de Marvilia, y debería comportarme como corresponde.
Alyss se puso de pie.
—Es hora de que vuelva a la celebración, Arch. Podéis participar en ella o no, como gustéis, pero os doy las gracias por presentar vuestros respetos.
Alyss y Molly se encaminaron hacia la perta.
—¿Sabéis que soy una de las últimas personas que vio a vuestro padre con vida? —preguntó Arch.
Alyss se detuvo sin volverse hacia él.
—No he conocido a un rey mejor que Nolan —prosiguió Arch—. Era un político brillante y un soldado valiente. La pérdida de semejante monarca ya es por sí misma una desgracia, pero cuando pienso que él y yo estábamos a punto de reforzar la alianza entre nuestras naciones para crear un frente unido contra las amenazas desconocidas del futuro…
Aunque Alyss hubiera estado mirando a Arch a los ojos, no habría detectado que mentía, que en realidad consideraba a Nolan un rey débil y pusilánime que se escondía siempre tras las faldas de su mujer, y que habría preferido que le cortaran la cabeza antes que coligar su gobierno con el de Marvilia. Ella salió majestuosamente de la sala, seguida por Molly, que procuraba no pisarle la cola del vestido.
Un ministro se acercó al gobernante de Confinia.
—¿Nos uniremos a las celebraciones, mi señor?
Arch se agachó para recoger un botón roto que había caído de la chaqueta de Molly sin que ella se diera cuenta.
—Creo que no —respondió—. He encontrado lo que necesitaba.