Los mejores arquitectos de Marvilia lo habían diseñado y habían supervisado su construcción. Los cristaleros, carpinteros, albañiles y joyeros más habilidosos habían trabajado sin descanso para asegurarse de que todo, hasta el más mínimo detalle, se hiciese con arreglo a los planes: el palacio de Corazones, edificado desde cero en el terreno que el palacio anterior había ocupado durante generaciones antes de que Roja lo destruyese cruelmente.
—Los artesanos no han escatimado esfuerzos, en homenaje a ti, Alyss —dijo Jacob Noncelo mientras acompañaba a la reina y a su escolta personal, Molly la del Sombrero, en su primer recorrido por el palacio.
Las puntas de las orejas descomunales de Jacob se doblaron hacia delante. Unas venas de color azul verdoso parecieron hincharse bajo la piel traslúcida de su calva. Algo le resultaba divertido.
—No necesito homenajes —repuso Alyss.
Jacob enarcó las cejas y abrió mucho los ojos en señal de satisfacción.
De modo que de eso se trataba. Había estado deseando oírla decirlo en voz alta. Alyss no entendía por qué él nunca se cansaba de oír sus expresiones de modestia. Era como si creyera que demostraban la clase de reina que era y siempre sería. «Lo que no sabe es que en realidad no tengo nada de modesta».
—Tal vez no necesites un homenaje, mi querida Alyss —prosiguió Jacob—, pero la ciudadanía sí, y todos aquellos que han contribuido a la construcción de este magnífico palacio…
—¡Hmmmf! —dijo Molly, y con un encogimiento de hombros abrió su mochila de la Bonetería, de modo que sus cuchillas y tirabuzones quedaron desplegados, preparados para el ataque.
—… han manifestado su deseo de que sirva como un monumento a la Imaginación Blanca, como una proclamación de tu supremacía sobre… ¿cómo llamarlas?… Las turbias maquinaciones de la Imaginación Negra. El palacio simboliza la esperanza de que tú…
—¡Inggg! —gruñó Molly, replegando las armas de su mochila con otro encogimiento de hombros.
—… devuelvas a nuestra nación la paz y el bienestar que imperaban durante el reinado de tu abuela, cuando se supone que Marvilia no conocía la disensión. He aquí la cámara ancestral.
Jacob guió a Alyss y a su escolta a una sala cuyo techo abovedado y tachonado de gemas relumbraba en tonos violáceos y dorados. Enmarcadas en cristal jaspeado colgaban en todas las paredes retratos holográficos de los padres, abuelos y bisabuelos de Alyss, las generaciones de la familia de Corazones que habían reinado al servicio de la Imaginación Blanca.
—¡Yaaah!
—Molly, por favor —la reconvino Alyss.
—Perdón. —Molly se encogió de hombros por última vez, y las cuchillas de su mochila volvieron a retraerse.
La Bonetería, la fuerza de seguridad de élite de Marvilia, se había reinstaurado oficialmente, y a la joven le había dado por llevar el uniforme del jefe anterior del cuerpo, Somber Logan: la chaqueta larga que ondeaba tras ella como una capa cuando corría; el cinturón mortífero a lo largo del cual, cuando se oprimía la hebilla, surgía una serie de sables; los brazaletes que se abrían de golpe transformándose en unas cuchillas que giraban en la parte exterior de las muñecas; la mochila.
—No había visto a la gente tan ilusionada desde que era un joven albino recién graduado de la escuela de preceptores —suspiró Jacob mientras salían de la cámara ancestral y continuaban avanzando por el pasillo—, pero haz de saber, Alyss, que la paz durante el reinado de Issa no era tan absoluta como piensan los marvilianos. Siempre habrá quienes comparen desfavorablemente el presente con un pasado que creen más feliz de lo que era, pues no vivieron en él, como yo.
—Me cuesta imaginarte joven, Jacob —dijo Alyss.
«Sí que está parlanchín hoy». Habría pensado que su preceptor había asistido a demasiadas celebraciones reales como para seguir entusiasmándose con ellas. Pero estaba siendo un poco corta de miras.
Más que la festividad en sí, lo que le levantaba la moral era el hecho de que se trataba de su primer acto oficial como reina de Marvilia.
—Ésta es una de las bibliotecas —dijo Jacob cuando entraron en una sala revestida de paneles y repleta de libros, rollos y cristales de lectura.
Sólo habían transcurrido tres ciclos lunares desde la derrota de Roja, y las presiones inherentes a las funciones de Alyss empezaban a pesar sobre ella. No quería decepcionar a nadie, y menos aún a Jacob, lo más parecido a una figura paterna que había tenido desde que su tía Roja había asesinado a sus padres.
—¿No opinas lo mismo, Alyss? —preguntó él, interrumpiendo sus pensamientos.
—¿Sobre qué?
—Le comentaba a la joven Molly…
—No soy joven —barbotó Molly.
El preceptor se quedó callado por unos instantes. Durante el breve lapso desde el derrocamiento de Roja, la muchacha había crecido hasta ser tan larga como una gombriz, y la graciosa curva de su tabique nasal se había enderezado un poco, prefigurando a la mujer guapa en la que pronto se convertiría. Sin embargo, aún tenía el rostro terso, los mofletes carnosos y unos ojos claros y penetrantes que se clavaron en él con aire desafiante. A pesar de todo, seguía siendo una niña.
—No —admitió Jacob—. Después de lo que hemos pasado, supongo que ninguno de nosotros podría considerarse joven, aunque, como Alyss ha señalado amablemente, es poco probable que alguien se hubiera aventurado a pensar que yo lo soy. Mis disculpas, Molly. Como decía, aunque los principios de la Imaginación Blanca son ajenos a la abundancia de lujos con que cuenta este palacio, podría decirse que su opulencia representa una época en que la belleza reinaba en Marvilia libre de la influencia de la codicia y otras lacras.
«Cuesta creer que éste sea el sitio donde voy a vivir».
Los centelleantes chapiteles de cristal y los mosaicos de ágata, los suelos con incrustaciones de jaspe y de perlas, las paredes de cuarzo, piedra y argamasa brillante; todo ello le resultaba muy poco familiar y mucho más suntuoso que el palacio anterior.
—A Alyss tal vez no la entusiasme en demasía esta clase de cosas —decía Jacob mientras reanudaban la marcha por el pasillo—, pero en ocasiones una reina debe obedecer en vez de dirigir. La sabiduría radica en saber cuándo, y, en este caso, Alyss ha optado sabiamente por someterse a la voluntad del pueblo. —Las orejas de Jacob vibraron de pronto—. Tenemos compañía.
Pronto Alyss oyó unos pasos que se acercaban. El general Doppelgänger apareció al fondo del vestíbulo, con sus botas militares repiqueteando sobre el suelo pulido. Hizo varias reverencias seguidas y comenzó a hablar antes de encontrarse cerca de ella.
—Mi reina, he enviado tres barajas de naipes soldado a vigilar el perímetro de los terrenos reales. El caballo blanco y su milicia del ajedrez estarán apostados en el interior del palacio y en sus jardines. Han prometido llamar la atención lo menos posible, para no intranquilizar a vuestros invitados, pero…
Alyss se rió.
—Son piezas de ajedrez, general; siempre llamarán ligeramente la atención.
—En efecto, en efecto. —El general se pasó una mano inquieta por el cabello y se dividió en las figuras gemelas de Doppel y Gänger.
—Os rogamos que recapacitéis —dijo el general Doppel.
—Es un riesgo que acuda tanta gente al palacio al mismo tiempo —convino el general Gänger.
—No deseamos sembrar una alarma innecesaria…
—… pero estamos expuestos a intrusiones por parte de cualquiera de los posibles enemigos que aún tengamos entre la población.
—Y eso por no hablar del peligro que eso supone para vuestra propia seguridad.
—La reina Alyss puede cuidar de sí misma —aseguró Molly la del Sombrero—. Además, me tiene a mí. —Con un movimiento ágil, se quitó el sombrero de la cabeza, lo comprimió para transformarlo en un disco de bordes afilados y lo lanzó de modo que voló hasta el fondo del vestíbulo y volvió hacia ella. Ella lo atrapó y, con una sacudida de la muñeca, lo devolvió a su forma inocua de sombrero y se lo encasquetó en la cabeza.
«Siempre se empeña en demostrarme su valía, pese a que ya la ha demostrado con creces en batalla».
Molly la del Sombrero era aún demasiado inexperta para ceñirse a la norma de la Bonetería según la cual había que disimular las propias emociones, una norma que Somber Logan había observado a rajatabla.
—Les agradezco su diligencia e interés, como siempre —les dijo Alyss a los generales—, pero el monumento es para todos los marvilianos. Además, si quiero que aflore lo mejor de la gente, debo pensar lo mejor de ella.
—¡Empezáis a hablar como Jacob! —protestaron Doppel y Gänger al unísono, y dieron media vuelta a la vez para retirarse.
—Les acompaño, generales —dijo Jacob—. Debo empolvarme la cabeza y mullir mi toga de erudito para la celebración, de modo que yo también me despido de la reina.
—No lo entiendo —dijo Molly una vez que Jacob y los generales se hubieron marchado—. Es un albino. ¿Para qué se echa polvos blancos en la cabeza?
Alyss sonrió.
—Cuando seamos tan listas y cultas como Jacob, seguro que sabremos la respuesta, Molly. Pero me parece que es hora de recibir a los invitados.
El jardín real, un patio en el centro de los terrenos del palacio, estaba atestado de marvilianos felices, cuyas carcajadas competían con el canto de los girasoles plantados a lo largo del monumento a los caídos.
Alyss sólo les había pedido una cosa a los arquitectos: que allí donde estaba enterrado el juez Anders, exjefe de la guardia de palacio y padre de Dodge Anders, erigiesen un monumento que honrase a todos aquellos que habían muerto durante los trece años de reinado de Roja: miembros de la familia real, civiles, naipes soldado, milicianos del ajedrez, guardias del palacio y hombres y mujeres de la Bonetería. No se habían podido recuperar los cuerpos de la reina Genevieve ni del rey Nolan, por supuesto, pero Jacob había sorprendido a Alyss entregándole dos de los objetos que recordaba con más cariño: un maspíritu de juguete inventado por su padre y una de las pulseras amuleto de su madre, que había mantenido escondidos en los pliegues de su toga durante toda la tiranía de Roja. Había bastado con esto para que las semillas de la Otra Vida cumpliesen su propósito. Al igual que un ramo cuya forma representaba al juez Anders montaba guardia sobre su tumba, manojos de camelias, gardenias y azucenas con la figura de los difuntos reyes de Marvilia velaban sobre sus respectivos sepulcros. A cada lado de las tumbas se alzaba una sencilla piedra que llevaba grabados los nombres de quienes se sabía que habían perdido la vida luchando contra Roja. Detrás de todo ello, un obelisco verde esmeralda conmemoraba a aquellos que habían desaparecido durante la usurpación de Roja y que ahora, para desconsuelo de sus familias, se daban por muertos.
—Nunca había visto cosa igual —comentó Molly al contemplar la diversidad de personas y seres aglomerados en el patio—. Aquí hay vendedores callejeros codeándose con familias de naipes como si la sangre de unos no fuera más pura que la de los otros.
Alyss sabía que éste era un tema recurrente para Molly la del Sombrero. Hija de una civil y de un miembro de la Bonetería, la joven era especialmente sensible a las distinciones de raza y clase social.
—No sé qué decirte, Molly. A juzgar por la expresión de la Dama de Diamantes, me parece que has sobreestimado un poco las cosas. —Alyss llamó a la ilustre señora mientras el mayordomo morsa pasaba a su lado con una bandeja de marvizcochos—. ¿Un piscolabis, Dama de Diamantes?
—Ah, un marvizcocho, sí —dijo la señora, y cogió uno, pero lo mantuvo a cierta distancia de su boca, al parecer sin la menor intención de acercarlo más—. Vos sí que sabéis organizar fiestas, reina Alyss.
—¿Vos creéis? Yo habría pensado que no os haría gracia rozaros con tantos marvilianos de menor rango.
—No sé a qué os referís —masculló la Dama de Diamantes.
Alyss no se fiaba de las familias de naipes, pero no había pruebas de que hubiesen conspirado con Roja, ni antes ni después de que le arrebatara el trono a la reina Genevieve. Tampoco había pruebas de su implicación en actividades ilegales que les hubieran valido una condena por parte de los tribunales de Marvilópolis. Por mucho que a Alyss le hubiera gustado verse libre de las familias de naipes, había factores políticos que tener en cuenta. Roja las había mantenido a su lado después de usurpar el poder por razones parecidas: su relación con mercaderes poderosos, funcionarios del gobierno y jueces que determinaban la inocencia o la culpabilidad de los desventurados obligados a comparecer ante ellos en nombre de la jurisprudencia. Sólo el Valet de Diamantes había sido juzgado, pues los testimonios de Jacob y el mayordomo morsa contra él eran demasiado demoledores para pasarlos por alto; fue declarado culpable de traición y asociación criminal, y recibió el castigo correspondiente.
«Pero ¿por qué envenenar mi cerebro pensando en el Valet de Diamantes?».
¿Y por qué, de hecho, justo cuando su vista se posó en Dodge Anders, que estaba al otro lado del patio? Era la primera vez que lo veía con su uniforme de jefe de la guardia palatina. Casi había olvidado lo apuesto que estaba cuando llevaba un atuendo formal.
«Como si fuera posible olvidarlo».
Siempre la había atraído la rudeza de sus facciones, y las cuatro cicatrices paralelas en su mejilla aumentaban su atractivo en vez de disminuirlo. Se había llevado una gran alegría cuando él había solicitado el puesto que ocupaba su difunto padre, pues lo había interpretado como una voluntad de ceñirse al código de la guardia en lugar de intentar vengar la muerte del juez Anders. Sin embargo, Alyss esperaba que no volviera a ser el Dodge de su juventud, que cumplía casi religiosamente las normas del decoro, que le obligaban a guardar distancias con la reina, porque ahora que no había peligro de que tuviera que casarse con el Valet de Diamantes…
Apartó la mirada, temerosa de que sus ojos delatasen sus sentimientos.
—Molly, aquí hay suficientes guardias y piezas de ajedrez para proteger a una multitud de reinas. Haz el favor de irte por ahí y pasarlo bien.
—Pero si ya estoy pasándolo bien.
Alyss sabía que el deber de Molly era seguirla a todas partes como su sombra, pero a veces resultaba un poco fastidioso. ¿Cómo iba a quedarse a solas un rato con Dodge, quien en ese momento se estaba acercando, aunque ella fingía no darse cuenta?
—Molly, te ordeno que lo pases bien en otra parte.
—Bien —dijo la joven con un mohín, y se marchó a grandes zancadas.
Alyss mantuvo la vista gacha. Intentaba pensar en algo ingenioso que decirle a Dodge, pero sólo le venían a la mente las frases que le murmuraría a cualquier extraño: «¿Cómo estás?, qué buen tiempo hace, al menos estamos bien de salud». Notó que él estaba ahora de pie junto a ella. Con el pulso acelerado latiéndole en los oídos, alzó la mirada y…
Sólo era Jacob, que le llevaba unos indultos para que los firmara.
—¿Tengo que hacerlo incluso durante la celebración, Jacob?
Vio que Dodge se desviaba hacia uno de los hombres de la guardia para preguntarle algo; por nada del mundo osaría interrumpirla mientras estuviese ocupada en los asuntos de la nación.
—Lamento que te parezca inoportuno, Alyss, pero se trata de marvilianos condenados por el régimen de Roja pese a no haber cometido delito alguno.
La estaba riñendo, aunque con su cordialidad característica. ¿Por qué aquellos que habían sufrido injustamente debían seguir sufriendo un segundo más? Se estaban realizando entrevista con los marvilianos encarcelados durante el reinado de Roja y revisando sus condenas para determinar si eran delincuentes auténticos o sólo víctimas del carácter irascible de la reina usurpadora. En el caso de estos últimos, había que proceder por la vía legal, conceder indultos y firmarlos.
—Me da la impresión de que las funciones de una reina se limitan al papeleo —suspiró Alyss, garabateando su nombre primero en un documento y luego en otro.
—Dominar las artes de combate de una reina guerrera es la parte más sencilla —señaló Jacob—. Las responsabilidades administrativas del gobierno diario, batallar con los trámites burocráticos que mantienen en funcionamiento la sociedad de Marvilia, requiere habilidades más sutiles y por tanto más difíciles de adquirir.
El mayordomo morsa se acercó bamboleándose mientras Alyss firmaba el último indulto.
—Reina Alyss, el rey Arch de Confinia está aquí.
Las orejas de Jacob se irguieron a causa de la sorpresa.
—Debe de haber venido a expresarme sus buenos deseos —dijo Alyss, no demasiado convencida—. Por favor, hazle pasar al patio, morsa.
—Sí, pero… Bueno, lo he intentado, reina Alyss, pero dice que prefiere encontrarse con voz en un ambiente más masculino.
—¿Como por ejemplo dónde?
—En la sala de reuniones.
Alyss visualizó al rey con el ojo de la imaginación. Acompañado de sus ministros de información y sus escoltas, tenía una expresión desdeñosa en el rostro. Ella le lanzó una mirada a Dodge, que se encogió de hombros afablemente, en señal de comprensión. Tendría que esperar.
—Voy contigo, Alyss —se ofreció Jacob.
La reina de Marvilia negó con la cabeza.
—No. Es más importante que acabes con el sufrimiento de los injustamente encarcelados lo antes posible. Entrégales los indultos a los jueces, como planeabas hacer. Y, por favor, conciértame una visita a las minas para inspeccionar las condiciones en que se trabaja allí. He recibido informes preocupantes al respecto.
El preceptor parecía indeciso.
—Tranquilízate, Jacob. Arch no puede hacerme nada.
Cuando se dirigía a la salida del patio, Alyss pasó junto al Señor y la Dama de Diamantes, que estaban hablando con Molly la del Sombrero. La señora alzó de pronto la voz como para asegurarse de que Alyss oyera sus palabras:
—Aunque el Valet siempre tergiversaba las normas en beneficio propio, nunca sospechamos que llegaría tan lejos como para confabular con Roja. Tuvimos que repudiarlo, por supuesto, a nuestro único hijo y heredero, después de semejantes actos de traición.
Sin embargo, pese a su escasa experiencia como soberana, incluso Alyss sabía que la traición era una mala hierba en el jardín del estado; justo cuando uno creía haberla arrancado de raíz, volvía a reproducirse con más virulencia que nunca.