Capítulo 35

Corrimos en zigzag a través de un oscuro barrio comercial, con Liam pisándonos los talones todo el tiempo. Al llegar a un complejo de casas unifamiliares adosadas se quedó atrás, como si no quisiera que lo viesen persiguiendo a una pareja de chicos. Se mantuvo a poco más de quince metros, planeando sin duda acortar la distancia en cuanto llegásemos a un lugar más aislado.

Al otro lado del complejo había un centro comercial abandonado. Al llegar a él miramos a nuestra espalda, pero se había marchado. Nosotros, de todos modos, continuamos avanzando hasta alejarnos un par de manzanas más, detrás de una panadería cerrada.

Descansé contra el frío muro de ladrillo, dando bocanadas de aire.

—¿Tú querías lecciones de defensa personal? —preguntó Derek, resollando.

Asentí.

—¿La primera lección que nos enseñó nuestro padre? «Si te enfrentas a un luchador mejor, sorpréndelo con el movimiento secreto en cuanto tengas oportunidad… —se inclinó hacia mi oído— y sal zumbando».

Una carcajada subió gorgoteando y mis dientes dejaron de castañetear, tomé una profunda inspiración y dejé que mi cuerpo se relajase contra la pared.

—Entonces, ¿era tan fuerte como tú? —pregunté.

—Fuera lo que fuese lo que esos científicos pinchasen, no fue mi fuerza. Puede que fuese menos corpulento que yo, pero igual de fuerte, y con mucha más experiencia en peleas. Me superaba mucho —se quitó de un manotazo restos de gravilla incrustados en la barbilla—. No eres la única que necesita entrenamiento. Mi padre me enseñó a emplear mi fuerza como una ventaja. Sólo que eso no funciona con otros licántropos.

Hizo girar sus hombros, y después se quitó de los ojos el pelo empapado de sudor.

—Recuperaremos la respiración, pero después tenemos que movernos. En cuanto vea que nos ha perdido, retrocederá y recuperará nuestro rastro.

—Estoy bien —dije, enderezándome—. En cuanto quieras irte…

Algo se movió por encima de nuestras cabezas. Miré hacia arriba a tiempo de ver a Liam saltar desde la azotea. Cayó de pie justo detrás de Derek.

—A tu chico aún le queda bastante para escapar, monada. Primero tiene que acabar unos asuntos.

Liam golpeó a Derek con un gancho que le hizo retroceder tambaleándose, soltando sangre por la boca. Palpé a tientas en busca de mi navaja, pero se me atascó entre los pliegues del bolsillo. Cuando la saqué, Derek le había devuelto el golpe a Liam y entonces ya ambos estaban en el suelo, rodando, cada uno intentando inmovilizar al otro.

¿Cuántas escenas de peleas había visto en las películas? Incluso había escrito unas cuantas. Pero estar allí, mirando, con alguien a quien sabía en serio peligro, hacía como si todas aquellas películas que había visto pareciesen grabadas a cámara lenta. Aquello era un torbellino de puños y pies y gruñidos y jadeos y sangre. Lo que más vi fue sangre, volando, salpicando, goteando, mientras yo me movía saltando adelante y atrás navaja en mano.

Pensé en todas las veces que había estado entre el público, haciendo guasa de la típica cría estúpida e inútil rondando alrededor de la refriega, empuñando un arma sin hacer nada, observando cómo le daban una tunda al chico. Sabía que tenía que ayudar a Derek. Sabía que estaba en apuros y que la mayor parte de aquella sangre, de los jadeos y los gruñidos eran suyos. No tenía miedo de utilizar la navaja. Quería usarla. Pero no había oportunidad. Los puños volaban y los cuerpos volaban y las patadas volaban, y cada vez que pensaba tener un hueco me lanzaba hacia delante sólo para acabar encontrándome a Derek en mi camino, no a Liam, y tenía que retroceder deprisa antes de apuñalarlo a él.

Entonces Liam puso a Derek de rodillas, con una llave de cabeza y la mano libre agarrándolo del pelo. Tiró la cabeza de Derek hacia atrás, yo vi a la chica del bar de carretera con su garganta cortada, y no me paré a pensar si podía hacerlo. Corrí hasta Liam y hundí la navaja en la parte posterior de la pierna clavándola hasta la empuñadura.

Liam emitió un aullido y me golpeó de revés. Salí despedida por el aire, con la navaja aún en la mano. Oí a Derek gritar mi nombre al chocar contra el muro. Mi cabeza se estrelló contra el ladrillo. Las farolas por encima de mi cabeza estallaron en esquirlas de luz.

Derek me sujetó antes de que tocase el suelo.

—Estoy bi-bien —dije, apartándolo de un empujón.

Recuperé el equilibrio, me tambaleé y volví a recuperarlo.

—Estoy bien —dije entonces con más fuerza.

Miré alrededor. La navaja había caído a mi lado. La recogí.

Liam yacía detrás de Derek, retorciéndose en el suelo, gruñendo mientras intentaba contener la sangre. Nos largamos.

* * *

Esta vez nadie nos persiguió, pero no importaba. Continuamos corriendo, conscientes de que Liam iría tras nosotros en el instante en que fuese capaz.

—Necesitamos que te metas en un cuarto de baño —dijo Derek mientras rodeábamos un edificio.

—¿A mí? Yo estoy…

—Necesitamos que te metas en un cuarto de baño.

Cerré la boca. Resultaba obvio que Derek se encontraba en plena conmoción y que él sí necesitaba un cuarto de baño, para limpiarse y comprobar los daños.

—Va seguir nuestro rastro —dije—. Tenemos que engañarlo.

—Lo sé. Estoy pensando.

Yo también, recordando todas las películas de fugitivos que había visto donde alguien lograba escaparse de los sabuesos. Disminuí el ritmo al ver un enorme charco formado por la lluvia y una alcantarilla atestada de basura. El agua alcanzaba por lo menos una anchura de tres metros. Entonces se me ocurrió una idea mejor.

—Súbete al bordillo y camina a lo largo del borde —dije.

—¿Cómo?

—Hazlo y nada más.

Trotó a lo largo del borde hasta que vi una puerta de entrada a un pequeño edificio de apartamentos. Llevé a Derek hasta allí y tiré del picaporte. Estaba cerrada con llave.

—¿Puedes forzarla? —pregunté.

Se sacudió sus manos ensangrentadas y después agarró el picaporte. Intenté obtener una mejor imagen de él para ver con cuánta gravedad lo habían golpeado, pero estaba demasiado oscuro y sólo pude ver manchas de sangre por todas partes; en su cara, en sus manos, en su sudadera.

Abrió la puerta de un tirón. Entramos, dimos una pequeña vuelta y volvimos a salir.

—Ahora volveremos por donde hemos venido —indiqué—. Seguiremos el filo del bordillo. Marcha atrás.

Me detuve al llegar al charco.

—Vamos a cortar por el centro.

Derek asintió.

—Así, si llega hasta aquí continuará siguiéndonos el rastro creyendo que andamos por los apartamentos, sin comprender que hemos vuelto sobre nuestros pasos. Muy agudo.

Vadear cubriéndonos los tobillos con agua gélida pareció despejar todo rastro de conmoción en Derek. En cuanto alcanzamos la otra orilla se puso al mando y nos llevó a sotavento respecto a Liam para que no pudiese olernos. Después me metió en una cafetería. Dentro sólo había un puñado de gente, apiñada en el mostrador charlando con el camarero. Nadie nos dedicó ni siquiera una mirada cuando nos fuimos derechitos al baño.

Derek me metió de inmediato en el servicio de caballeros y cerró la puerta con pestillo. Me levantó sentándome sobre el mostrador antes de que pudiese protestar, después se refregó bien las manos con las mangas subidas hasta los codos, como si se estuviese preparando para operar en quirófano.

—Esto… ¿Derek?

Humedeció una toalla de papel, me cogió por la barbilla, levantándola y limpiándome la cara.

—¿Derek? Yo no tengo heridas.

—Estás cubierta de sangre.

—Pero no es mía. En serio. Es del…

—Del hombre lobo. Lo sé —me cogió una mano y comenzó a limpiarla—. Por eso tengo que quitarla de ahí.

—¿Derek? —me incliné hacia abajo, intentando verle la cara—. ¿Estás bien?

Siguió frotando.

—Existen dos maneras de convertirse en hombre lobo. O naces así o te muerde uno. Si la saliva entra en tu corriente sanguínea es como un virus.

—¿La sangre también?

—Mi padre dice que no, que sólo la saliva. Pero puede estar equivocado, y tú tienes cortes y arañazos por todas partes.

Tenía unos pocos cortes y arañazos, y sólo salpicaduras de sangre, pero mantuve la boca cerrada y lo dejé limpiarme.

Mientras lo hacía me dediqué a comprobar lo malherido que estaba él. Sus arañadas mejillas tenían restos de arenisca. La nariz ensangrentada. ¿Rota? Un ojo ya se le estaba oscureciendo. ¿Era sangre eso que tenía a un lado? Su labio estaba partido e hinchado. ¿Tenía algún diente suelto? ¿Perdido?

—Deja de moverte, Chloe.

No podía evitarlo. Resultaba evidente que sus heridas necesitaban más atención que las mías, pero no tenía sentido decirle nada hasta que hubiese terminado.

Por fin, cuando pareció haber frotado hasta borrar la última mota de sangre, y algunos trozos de piel, dije:

—Vale, ahora vamos contigo.

—Quítate la chaqueta y la sudadera.

—Derek, estoy limpia. Confía en mí. Nunca he estado así de limpia.

—Tienes sangre en los puños.

Al quitarme la chaqueta su cremallera se enganchó en mi collar.

—Se ha enganchado… —comencé.

Derek le dio un tirón a la chaqueta… La cadena se partió, y cayó el colgante. Él blasfemó y lo cogió antes de que llegase al suelo.

—… con mi collar —terminé.

Soltó una rotunda palabrota una vez más y después dijo:

—Lo siento.

—La chica del callejón me lo agarró —mentí—. Probablemente el enganche ya estuviese débil. Ninguna tragedia.

Bajó la mirada hasta el colgante que tenía en la mano.

—¿Antes esto no era rojo?

No le había echado un buen vistazo desde hacía un par de días; el colgante estaba bajo mi camisa y hubo ausencia de espejos. Ya antes me había parecido que tenía un color diferente, pero entonces había cambiado aún más, siendo casi azul.

—Cre-creo que es una especie de talismán —dije—. Mi madre me lo dio para protegerme del hombre del saco; de los fantasmas, supongo.

—Ah —se lo quedó mirando, después negó con la cabeza y me lo devolvió—. Entonces será mejor que te lo quedes.

Lo metí en el bolsillo, bien abajo, en el fondo, donde estuviese a buen recaudo. Después me quité la sudadera y me recogí las mangas. La sangre no había traspasado la tela pero, aun así, hizo que me lavase los antebrazos.

—Vale. ¿Ahora podemos ocuparnos del tipo que de verdad estuvo en una pelea? Hay mucha sangre. Y parece que su mayor parte procede de tu nariz.

—Así es.

—Recibiste unos cuantos golpes en el pecho. ¿Cómo tienes las costillas?

—Quizá magulladas. Nada crítico.

—Camisa fuera.

Suspiró como si entonces fuese yo quien se estuviese preocupando demasiado.

—Si quieres que me vaya para que puedas cuidar de ti mismo…

—Qué va.

Se quitó la sudadera y la dobló sobre el mostrador. No tenía sangre por debajo de las clavículas, hasta donde le había goteado de la nariz y el labio. Supongo que es lo que puede esperarse cuando uno pelea con los puños, y no con armas. Dijo que las costillas de su costado derecho le dolían al tocarlas pero, para ser honestos, yo no sabía diferenciar la contusión de la fractura. Él respiraba bien y eso era lo más importante.

—De acuerdo, tu nariz. ¿Está rota? ¿Te duele?

—No hay nada que podamos hacer, aun si estuviese rota.

—Déjame mirarte los ojos.

Rezongó, pero no opuso resistencia. El lado ensangrentado ya se estaba limpiando y no pude advertir ningún corte. Aunque sí tenía un ojo morado. Se limitó a gruñir cuando se lo dije. Empapé una nueva toallita de papel.

—Tienes suciedad en la mejilla. Déjame…

—No.

Me cogió de la mano antes de que pudiese tocar su cara. Agarró la toallita y se inclinó sobre el mostrador para quitarse él las manchas. Intenté no poner caras de dolor mientras lo hacía. La gravilla le había lastimado bastante una mejilla.

—Vas a necesitar que te lo miren.

Descarao —se miró en el espejo con expresión indescifrable hasta que me sorprendió mirándolo. Entonces dio la vuelta y se apartó del espejo.

Le tendí otra toallita de papel húmeda y se limpió el cuello y las clavículas, moteadas de sangre seca.

—¿Todavía tenemos el desodorante?

Lo saqué del bolsillo de la chaqueta y lo dejé sobre el mostrador. Él continuó lavándose.

—En el parque de columpios —comenté—, no hablabas en serio mientras negociabas, ¿verdad? Era un truco. Me refiero a lo de irte con ellos.

El silencio se alargó durante demasiado tiempo.

—¿Derek?

No levantó la vista, sólo se estiró y cogió una toalla nueva, rehuyendo mi mirada.

—¿Oíste algo de lo que te dijeron? —pregunté.

—¿Sobre qué? —tenía la mirada aún fija en la toalla, la dobló con cuidado antes de tirarla en el cubo de basura—. ¿Cazar humanos por diversión? ¿Devorarlos? —la amargura de su voz me conmovió—. Claro, esa parte la pillé.

—Eso no tiene nada que ver contigo.

Levantó la mirada sin ver.

—¿No?

—No, a no ser que ser un hombre lobo te transforme en lobo y te convierta en un patán estúpido.

Se encogió de hombros y arrancó más toallitas de papel.

—Derek, ¿quieres cazar humanos?

—No.

—¿Piensas en ello?

—No.

—¿Y qué hay de comerlos? ¿Piensas en eso?

Me lanzó una mirada de repugnancia.

—Por supuesto que no.

—¿Has soñado siquiera con matar gente?

Negó con la cabeza.

—Sólo venados y liebres —como fruncí el ceño, prosiguió—: Durante los últimos años he soñado con ser un lobo. Correr por el bosque. Cazar ciervos y conejos.

—Exacto, como un lobo, no como un monstruo antropófago.

Humedeció la toalla de papel.

—Entonces, ¿por qué ibas a dejar que esos tipos te llevasen a…? —me callé—. La manada. ¿Es eso lo que querías? Decirles que irías y, una vez que me soltasen, contarles la verdad a la manada y utilizar eso como… ¿Carta de presentación? ¿Un modo de conocerlos? ¿De estar con los de tu propia especie?

—No. Eso no me importa. Mi padre dice que a otros hombres lobos sí. Les importaba a los otros chicos; odiaban a cualquiera que no fuese uno de nosotros. ¿A mí? A mí no me importa. La única razón por la que querría conocer a un hombre lobo es la misma por la que a ti te gustaría conocer a otro nigromante. Para hablar, recibir consejos, entrenamiento o lo que sea. Y, preferiblemente, de alguien que no considera las cacerías humanas como una buena diversión.

—Como esa manada. Matan a los antropófagos y no parecen tan escandalizados por los cazadores de hombres. ¿Es eso lo que pensabas? ¿Poder acudir a ellos y obtener su ayuda? Al preguntarte si habías escuchado a esos dos memos, me refería a esa parte; a lo de la manada. A qué te harían. A eso de matar hombres lobo empleando motosierras y esas cosas.

Derek resopló.

—Entonces, no te lo creíste —me relajé, asintiendo—. Nadie haría eso. ¿Despedazar a alguien con una motosierra y después repartir las fotos? Esos tipos sólo intentaban asustarte.

—No, estoy seguro de que esas fotos existen. Y estoy seguro de que esos tipos creen que la manada ha aserrado a alguien. Pero las fotos deben de ser falsificaciones. Puedes hacer esas cosas empleando maquillaje y efectos especiales, ¿verdad?

—Seguro, pero, ¿por qué?

—Por la misma razón que acabas de dar. Para asustar a la gente. Liam y Ramón creían que de verdad la manada había hecho eso, así que se mantenían apartados de su territorio. No me parece una mala idea.

—Pero, ¿alguna vez se te ocurrió hacer eso?

Volvió su expresión de disgusto.

—Por supuesto que no.

—¿Y consideraste la idea de confiar tu vida a gente que sí lo haría? ¿A hombres lobo que asumen el papel de juez y jurado de su propia gente, y matan y torturan a otros licántropos? Sabiendo eso, ¿habrías acudido a ellos simulando haber matado humanos, y esperado salir airoso sólo porque perteneces a su misma especie? ¿O te parecían bien esas posibilidades? Si hubiesen decidido que no merecías vivir, ¿habrían tenido razón?

Intenté que sonase a sarcasmo. Pero como su respuesta llegaba con retraso, con mucho retraso, mi corazón comenzó a martillar.

—¡Derek!

Tiró a la basura la toallita de papel.

—No, no tengo pulsiones de muerte, ¿vale?

—Será mejor que no.

—No las tengo, Chloe —dijo con suavidad—. Lo digo en serio. No las tengo.

Nuestros ojos se encontraron, y el pánico que zumbaba en mi cabeza se convirtió en otra cosa, mi corazón aún martillaba, se me secaba la garganta…

Aparté la mirada y farfullé:

—Bueno.

Retrocedió.

—Tenemos que pirar.

Asentí y me deslicé bajando del mostrador.