Richard había perdido de nuevo la noción del tiempo. En algún momento a lo largo de los días (¿o habían sido semanas?) en que había estado viviendo dentro de la red alienígena, había ido cambiando de postura. Durante uno de sus primeros períodos de sueño la red le había quitado también la ropa. Richard yacía ahora tendido de espaldas, sostenido por una sección extremadamente densa de la fina malla que le envolvía el cuerpo.
Su mente ya no se preguntaba activamente cómo lograba sobrevivir. Sin saber cómo, siempre que sentía hambre o sed sus necesidades eran satisfechas al instante. Sus residuos orgánicos desaparecían en cuestión de minutos. Respiraba sin dificultad, aunque se hallaba completamente rodeado por la viviente red.
Richard pasaba muchas horas de sus períodos de consciencia estudiando a la criatura que tenía alrededor. Si miraba con atención, podía ver que los diminutos elementos se mantenían en movimiento constante. Las formas de la red se modificaban con mucha lentitud, pero no había duda de que variaban. Richard anticipaba mentalmente las trayectorias de los ganglios que podía ver. En una ocasión, tres ganglios distintos se desplazaron hacia él y formaron un triángulo delante de su cabeza.
La red estableció un ciclo regular de interacción con Richard. Mantenía sus millares de filamentos unidos a él durante quince o veinte horas seguidas y, luego, le dejaba varias horas completamente libre. Richard dormía sin soñar siempre que no estaba conectado a la red. Si despertaba estando todavía libre, se sentía enervado y abatido. Pero cada vez que los hilos comenzaban a enroscarse de nuevo a su alrededor experimentaba una nueva oleada de energía.
Sus sueños eran activos y vívidos si dormía mientras permanecía unido a la red. Richard nunca había soñado mucho y se había burlado con frecuencia de la preocupación de Nicole por sus sueños. Pero al tornarse más complejas, y en algunos casos completamente extrañas, sus imágenes oníricas, Richard empezó a comprender por qué Nicole les prestaba tanta atención. Una noche, soñó que era de nuevo un adolescente y estaba presenciando una representación teatral de Como gustéis en su ciudad natal de Stratford-on-Avon. La hermosa muchacha rubia que hacía de Rosalind bajó del escenario y le habló en un susurro al oído.
—¿Eres Richard Wakefield? —preguntó en el sueño.
—Sí —respondió él.
La actriz empezó a besar a Richard, lentamente primero y luego, con más apasionamiento, hundiéndole en la boca una móvil y cosquilleante lengua. Le invadió una oleada de deseo irresistible y despertó de pronto, extrañamente azorado por su desnudez y su erección. «¿Y a qué venía todo esto?», se preguntó Richard, repitiendo la frase que tantas veces había oído a Nicole.
En alguna fase de su cautividad sus recuerdos de Nicole se tornaron mucho más nítidos, más claramente delineados. Richard descubrió con sorpresa que, en ausencia de otros estímulos, podía, si se concentraba, recordar conversaciones enteras con Nicole, incluidos detalles tales como la clase de expresiones faciales con que ella solía acompañar sus palabras. En el permanente aislamiento de su largo período en el interior de la red, Richard se sentía con frecuencia angustiado por su soledad y los vívidos recuerdos le hacían echar más en falta aún a su amada esposa.
Sus recuerdos de los niños eran igualmente intensos. Los echaba también en falta a todos, en especial a Katie. Recordó su última conversación con su hija predilecta, varios días antes de la boda, con ocasión de haberse pasado ella por la casa para recoger algunas ropas. Katie estaba entonces deprimida y necesitaba ayuda, pero Richard había sido incapaz de dársela. «Faltaba la comunicación», pensó. La imagen reciente de seductora muchacha de Katie fue reemplazada por la de una traviesa chiquilla de diez años que correteaba por las plazas de Nueva York. La yuxtaposición de las dos imágenes provocó en Richard una intensa sensación de pérdida. «Nunca me sentí a gusto con Katie después de que despertó —comprendió con un suspiro—. Seguía necesitando a mi pequeña».
La claridad de sus recuerdos de Nicole y Katie convenció a Richard de que algo extraordinario le estaba sucediendo a su memoria. Descubrió que podía recordar también los tanteos exactos de todos los cuartos de final, semifinales y finales de la Copa del Mundo entre los años 2174 y 2190. De joven, Richard se sabía de memoria toda esa inútil información, pues había sido un entusiasta aficionado al fútbol. Sin embargo, durante los años que precedieron al lanzamiento de la Newton, en que tantas cosas nuevas se habían aglomerado en su cerebro, había sido con frecuencia incapaz, en discusiones sobre fútbol con sus amigos, de recordar ni aun los equipos que habían disputado un partido decisivo de la Copa del Mundo.
A medida que las imágenes visuales de sus recuerdos continuaban haciéndose más nítidas, Richard se encontró con que estaba rememorando también las emociones asociadas a las imágenes. Era casi como si reviviese por completo las experiencias. En una larga rememoración recordó no sólo los intensos sentimientos de amor y admiración hacia Sarah Tydings la primera vez que la vio actuar en escena, sino también la emoción y la excitación de su noviazgo, incluida la desenfrenada pasión de su primera noche de amor. Le había dejado sin aliento entonces, y ahora, envuelto en el interior de una criatura alienígena que semejaba una red nerviosa, la reacción de Richard era igualmente intensa.
Pronto le dio a Richard la impresión de que no tenía ya ningún control sobre qué recuerdos se activaban en su cerebro. Al principio, así lo creía, había pensado deliberadamente en Nicole o en sus hijos o, incluso, en su noviazgo con la joven Sarah Tydings, sólo para sentirse feliz. «Ahora —dijo un día en una imaginaria conversación con la red sésil—, después de refrescarme la memoria —Dios sabe con qué finalidad—, parece que la estás leyendo en su totalidad».
Richard disfrutó durante muchas horas con sus remembranzas, en especial con las partes que se referían a su vida en Cambridge y en la Academia Espacial, cuando sus días se veían iluminados por la constante alegría de nuevos conocimientos. La física cuántica, la explosión cámbrica, probabilidad y estadística, incluso el vocabulario hacía tiempo olvidado de sus clases de alemán, le recordaban que parte tan grande de su felicidad en la vida se había debido a la excitación de aprender. En otra rememoración particularmente satisfactoria, su mente saltó rápidamente de obra en obra, abarcando todas las representaciones teatrales de Shakespeare que había visto entre los diez y los diecisiete años. «Todo el mundo necesita un héroe —pensó Richard después del montaje de escenas—, como impulso para extraer lo que de mejor hay en él. Ciertamente, mi héroe era William Shakespeare».
Algunos de los recuerdos eran dolorosos, en especial los de su infancia. En uno de ellos, Richard tenía de nuevo ocho años y estaba sentado en un banco, a la mesa del comedor familiar. La atmosfera era tensa. Su padre, borracho y enfurecido contra el mundo entero, los miraba ceñuda y amenazadoramente a todos mientras cenaban en silencio. Richard derramó accidentalmente un poco de sopa e instantes después el dorso de la mano de su padre le golpeó con fuerza en la mejilla y, derribándolo del banco, lo lanzó contra un rincón del cuarto, donde quedó temblando de miedo. No había pensado en aquel momento desde hacía años. Richard no pudo contener las lágrimas al recordar lo desvalido y asustado que se había sentido ante su padre neurótico y brutal.
Un día, Richard empezó de pronto a recordar detalles de su larga odisea en Rama II, y un fortísimo dolor de cabeza le cegó casi por completo. Se vio en una estancia desconocida, tendido en el suelo y rodeado por tres o cuatro aracnopulpos. Le habían colocado docenas de sondas y otros instrumentos y le estaban practicando alguna especie de prueba.
—Basta, basta —gritó Richard, destruyendo el recuerdo con su intensa agitación—. La cabeza me está matando.
Milagrosamente, la jaqueca comenzó a desvanecerse y Richard estaba de nuevo con los aracnopulpos en su memoria. Recordó los días y días de pruebas que había experimentado y las diminutas criaturas vivas que le habían sido insertadas en el cuerpo. Recordó también una singular serie de experimentos sexuales en los que se le había sometido a todas clases de estimulación externa y se le había recompensado cuando eyaculaba.
Richard se sintió sobresaltado por estos nuevos recuerdos a los que nunca había tenido acceso, ni una sola vez desde que despertó del coma en que su familia le había encontrado en Nueva York. «Ahora recuerdo también otras cosas sobre los aracnopulpos —pensó excitadamente—. Hablaban entre ellos con colores que les envolvían la cabeza. Se mostraban fundamentalmente amistosos, pero decididos a averiguar todo lo que pudiesen acerca de mí. Ellos…»
La imagen mental se desvaneció y retornó el dolor de cabeza. Los hilos de la red acababan de desconectarse. Richard estaba exhausto y se quedó rápidamente dormido.
Tras días y días de recuerdos que se sucedían unos a otros, cesaron bruscamente las rememoraciones. La mente de Richard no era ya manejada por una acción coercitiva externa. Los hilos de la red permanecían desprendidos durante largos períodos de tiempo.
Transcurrió una semana sin que se produjera ningún incidente. Pero en la segunda semana un extraño ganglio esférico, mucho más grande y denso que las protuberancias normales de la red viviente, comenzó a desarrollarse a unos veinte centímetros de la cabeza de Richard. El ganglio fue creciendo hasta adquirir el tamaño aproximado de un balón de baloncesto. Poco después, el voluminoso objeto emitió centenares de filamentos que se insertaron en la piel que cubría el cráneo de Richard. «Por fin —pensó Richard, haciendo caso omiso del dolor producido por la invasión de los filamentos en su cerebro—, ahora veremos a qué venía todo esto».
Empezó inmediatamente a ver una especie de figuras, aunque eran tan borrosas que no podía identificar nada concreto. Pero la calidad de las imágenes mentales de Richard no tardó en mejorar, pues ideó inteligentemente una forma rudimentaria de comunicarse con la red. Tan pronto como la primera imagen apareció en su mente, Richard concluyó que la red, que durante muchos días había estado leyendo el contenido de su memoria, intentaba ahora escribir en su cerebro. Pero, evidentemente, la red no podía medir la calidad de las imágenes que Richard recibía. Recordando sus visitas de niño al oculista y la pauta de comunicación que culminaba en las especificaciones finales para sus lentes, Richard utilizó los dedos para indicar si cada cambio que la red introducía en el proceso de transmisión mejoraba o empeoraba la imagen. De este modo, Richard fue pronto capaz de «ver» lo que el alienígena trataba de mostrarle.
Las primeras figuras eran imágenes de un planeta tomadas desde una nave espacial. El mundo cubierto de nubes y con dos pequeñas lunas y una lejana y solitaria estrella amarilla como fuente de luz y calor era, casi con toda seguridad, el planeta natal de las redes sésiles. La sucesión de imágenes que siguió mostraron a Richard diversos paisajes del planeta.
La niebla era omnipresente en el mundo de las sésiles. Por debajo de la niebla, había en la mayoría de las imágenes una árida superficie parda desprovista de piedras. Sólo en los litorales, donde el árido suelo recibía las olas de los verdes lagos y océanos líquidos, había algún indicio de vida. En uno de estos oasis, Richard vio no sólo varios avícolas, sino también una fascinante mezcolanza de otros seres vivos. Richard podría haberse pasado días enteros examinando sólo una o dos de estas escenas, pero él no controlaba la secuencia de imágenes. La red perseguía alguna finalidad con su comunicación, estaba seguro de ello, y el primer grupo de escenas era sólo una introducción.
Todas las demás imágenes mostraban o bien un avícola, un melón maná, un mirmigato, una red sésil o alguna combinación de las cuatro. Todas las escenas estaban tomadas de lo que Richard suponía que era la «vida normal» en su planeta natal y versaban sobre el tema general de simbiosis entre las especies. En varias escenas aparecían los avícolas defendiendo las colonias subterráneas de los mirmigatos y los sésiles de invasiones lanzadas por lo que parecían ser pequeños animales y plantas. Otras imágenes presentaban a los mirmigatos cuidando polluelos avícolas o transportando grandes cantidades de melones maná a un montículo avícola.
Richard se sintió desconcertado al ver varias imágenes que mostraban diminutos melones maná embutidos dentro de las criaturas sésiles. «¿Por qué habrían de depositar los mirmigatos ahí sus huevos? —se preguntó—. ¿Para su protección? ¿O son estas extrañas redes una especie de placenta pensante?».
La secuencia de imágenes dejó en Richard la precisa impresión de que los sésiles eran, en un sentido jerárquico, la especie dominante de las tres. Todas las escenas sugerían que tanto los mirmigatos como los avícolas rendían homenaje a las criaturas reticulares. «¿O sea que estas redes son las que piensan por los avícolas y los mirmigatos? —se preguntó Richard—. ¡Qué relaciones simbióticas tan increíbles…! ¿Cómo han podido desarrollarse?».
Había en total varios miles de imágenes en la secuencia. Después de repetirse dos veces, los filamentos se separaron de Richard y regresaron al ganglio gigante. Durante los días siguientes, Richard permaneció esencialmente solo, limitándose las uniones con su anfitrión a las necesarias para su supervivencia.
Cuando se formó un sendero en la red y Richard pudo ver la puerta por la que había entrado hacía muchas semanas, pensó que iba a ser liberado. Pero su momentánea excitación no tardó en desvanecerse. A su primer intento de moverse, la red sésil estrechó su presa sobre todas las partes de su cuerpo.
«¿Cuál es, entonces, la finalidad del sendero?». Mientras Richard miraba, entraron tres mirmigatos procedentes del corredor. La criatura que iba en medio tenía rotas dos extremidades y su segmento exterior estaba aplastado, como si le hubiera pasado por encima un coche o un camión. Sus dos compañeros llevaron al incapacitado mirmigato hasta el interior de la red y se marcharon. A los pocos segundos, el sésil empezó a enroscarse en torno al recién llegado.
Richard estaba a unos dos metros de distancia del mirmigato lisiado. La región existente entre él y la criatura lesionada se vació de todos los filamentos y protuberancias. Richard nunca había visto una brecha semejante en el sésil. «O sea que mi instrucción continúa —meditó—. ¿Qué debo aprender ahora? ¿Qué los sésiles son médicos para los mirmigatos, como los mirmigatos lo son para los avícolas?».
La red no limitaba su atención a las zonas lesionadas del mirmigato. De hecho, durante un largo período de vigilia, Richard vio cómo la red encerraba completamente a la criatura en un prieto capullo. Al mismo tiempo, el voluminoso ganglio, que se encontraba en las proximidades de Richard, se desplazó hacia el capullo.
Más tarde, tras dormir un rato, Richard advirtió que el ganglio había regresado a su lado. Al otro lado de la brecha, el capullo había terminado casi de deshacerse. A Richard se le aceleró el pulso cuando el capullo desapareció por completo y no había ni rastro del mirmigato.
Richard no tuvo mucho tiempo para preguntarse qué había sido del mirmigato. A los pocos minutos, el voluminoso ganglio estaba de nuevo unido a su cráneo y comenzaba en su cerebro otro desfile de imágenes. En la primera, Richard vio cinco soldados humanos acampados junto a la orilla del foso, en el hábitat avícola. Estaban comiendo. Junto a ellos había una impresionante colección de armas, incluidas dos ametralladoras.
Las imágenes que siguieron mostraban humanos que atacaban a través del segundo hábitat. Dos de las primeras escenas eran especialmente horribles. En la primera, un joven avícola había sido decapitado en pleno vuelo y estaba desplomándose al suelo. Un par de satisfechos humanos se felicitaban mutuamente en la parte inferior izquierda del mismo encuadre. La segunda imagen presentaba un gran hoyo abierto en uno de los sectores de pradera de la región verde. En el interior del hoyo podrían verse los restos de varios avícolas muertos. Por la izquierda, se aproximaba un humano con una carretilla que contenía otro par de cadáveres avícolas.
Richard se sintió horrorizado por lo que estaba viendo. «¿Qué son estas escenas? —se preguntó—. ¿Y por qué las estoy viendo ahora?». Pasó rápidamente revista a los recientes acontecimientos ocurridos en su mundo sésil y llegó a la conclusión, no sin espanto, de que el mirmigato lisiado debía de haber visto realmente todo lo que se le estaba mostrando a él y que la criatura reticular había extraído de alguna manera las imágenes contenidas en la mente del mirmigato y las había transferido al cerebro de Richard.
Cuando comprendió lo que estaba viendo, Richard prestó más atención a las escenas mismas. Se sentía indignado por la invasión y la matanza que veía. En una de las últimas imágenes, tres soldados humanos asaltaban un complejo de apartamentos avícola en el interior del cilindro pardo. No había supervivientes.
«Estas pobres criaturas están condenadas —se dijo Richard—, y deben de saberlo…»
Se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas y una profunda tristeza, más profunda de lo que jamás había conocido, acompañó a su comprensión de que miembros de su propia especie estaban exterminando sistemáticamente a los avícolas. «¡No, no! —gritó en silencio—. Deteneos, oh, por favor, deteneos. ¿No veis lo que estáis haciendo? Estos avícolas proclaman también el milagro de sustancias químicas elevadas a la consciencia. Son como nosotros. Son hermanos nuestros».
Durante unos segundos, afluyeron a su memoria sus numerosas interacciones con las aladas criaturas y desaparecieron las imágenes implantadas. «Ellos me salvaron la vida —pensó, recordando el vuelo realizado tiempo atrás por encima del mar Cilíndrico—. Sin ningún beneficio en absoluto para ellos. ¿Qué humano —se preguntó con amargura— habría hecho algo semejante por un avícola?».
Richard rara vez había sollozado en toda su vida. Pero la tristeza que sentía por los avícolas le venció. Mientras lloraba, desfilaron por su mente todas sus experiencias desde que entrara en el hábitat avícola. Richard recordó especialmente el súbito cambio operado en su forma de tratarle y su posterior traslado al reino de los mirmigatos. «Vino luego el circuito turístico y mi final instalación aquí… Es evidente que han estado tratando de comunicarse conmigo… Pero ¿por qué?».
En ese instante, Richard experimentó una fulgurante comprensión tan intensa que los ojos se le llenaron nuevamente de lágrimas. «Porque están desesperados —se respondió a sí mismo—. Me están pidiendo ayuda».